jueves, 4 de julio de 2019

Armaduras de aviador. Cascos


El atribulado navegante del Memphis Belle en plena crisis existencial porque tenía un pálpito chungo desde el día antes: no
volvería vivo de la última misión, y el estrés le pudo finalmente en forma de repentino apretón que no le dio ni tiempo para
aliviarse abriendo la bodega de las bombas. Y es que volar viendo como a tu alrededor se llena el espacio de siniestras
nubecillas negras que desprenden porquerías metálicas a gran velocidad debe ser sumamente preocupante

El sargento John Stankiewicz muestra muy contentito el casco
M4 que lo libró de ver sus sesos desparramados. En abril de
1944 lo alcanzó un fragmento de metralla de 2'6 cm. de
ancho por 1'5 de espesor cuyos efectos vemos en el casco.
Según su propio testimonio, sintió como si un martillo le
hubiera golpeado en la cabeza. Quedó aturdido, pero vivo
Bueno, los cascos... En la entrada anterior ya vimos con detalle como los chalecos ideados por el coronel Grow salvaron a muchos de ser heridos de mayor o menor gravedad o, lo que es peor, de palmarla. Y, peor aún, palmarla porque recibían una herida pero no podían ser atendidos por un sanitario. Este era uno de los grandes inconvenientes que padecían las tripulaciones de los bombarderos y en lo que la mayoría no suele pensar, por lo que volvemos a la idea generalizada de que estos probos aviadores eran cuasi invulnerables. ¿Verdad que no han caído en ese detalle tan chorra? Un soldado de tierra cae herido y en un tiempo razonablemente breve podía ser atendido para estabilizarlo y, a continuación, ser evacuado a un hospital de sangre, por lo que una herida de gravedad no tenía por qué ser necesariamente mortal. Sin embargo, un tripulante que era alcanzado no disponía más que del botiquín de primeros auxilios de a bordo y de la sangre fría de sus compañeros para hacerle una cura de circunstancias- léase espolvorear sulfamidas sobre la herida y ponerle encima una gasa para contener la hemorragia o hacerle un torniquete- y meterle un chute de morfina para que no berrease demasiado y pusiera de los nervios al resto del personal. Porque el avión no podía dar media vuelta, y aunque pudiera igual estaba a una hora o dos de la base en un momento en el que lo que contaban eran los minutos.

Tripulante de un bombardero evacuado nada más tocar tierra. Este tipo de
escena era más habitual de lo que pensamos
O sea, que el riesgo de entregar la cuchara a causa de heridas relativamente graves era mucho más elevado que en los combatientes de tierra y, además, se había comprobado de forma rotunda que el porcentaje de heridas de efectos fulminantes era muy inferior al de heridas potencialmente mortales que tardaban un rato en acabar con la vida del personal. En resumen, que solo con el hecho de proteger a las tripulaciones con una armadura cuyo costo era despreciable en comparación, no ya con el de una vida humana, sino con lo invertido en adiestrarlos, era motivo sobrado para poner sus atribulados pellejos a buen recaudo de la metralla que les enviaban los cualificados tedescos de la Flak. En cualquier caso, las cifras con las que se enfrentaban eran de 5'44 tripulantes heridos por cada mil que tomaban parte en una misión, y de 6'53 heridas por cada millar, o sea, que algunos recibían más de una herida. Ojo, que a diario había misiones y a diario miles de hombres tomaban parte en las mismas, así que nadie piense que es una cifra birriosa si se limita a compararla con las del ejército de tierra, y en este cómputo no se incluyen los que eran derribados y no volvían jamás.

Piloto de un B-29 vistiendo un chaleco M2 y con la
cabeza protegida por un casco M4A1
Bien, de estas heridas el porcentaje más elevado de mortalidad se lo llevaba, como es lógico, la cabeza, eso que todo el mundo tiene encima de los hombros pero cuyo contenido solo usa un porcentaje muy reducido de ciudadanos. Un tercio de las bajas mortales entre las tripulaciones eran a causa de heridas en la cabeza, así que de poco servía proteger un hígado saturado de bourbon o unos pulmones como el hollín a base de tabaco si la sesera se iba al garete, de modo que también se llevaron a cabo varios diseños para facilitar el uso de estos chismes ya que, como comentamos en la entrada anterior, el M1 reglamentario era incómodo de llevar si se usaban auriculares y, en menor grado, gafas de vuelo y máscaras de oxígeno. Pero como eran imprescindibles, sobre todo los auriculares, pues nadie se ponía el casco como no vieran el panorama tan negro que fuese preferible la incomodidad a la muerte.

Para elaborar los prototipos se recurrió también a los expertos armeros del Museo Metropolitano, que de yelmos y cascos sabían más que nadie. Antes de nada y en estrecha colaboración con el personal del Laboratorio de Investigación Aero-Médica del ejército, elaboraron una pequeña colección de doce cabezones que sirvieran de referencia en base a un estudio de medidas antropométricas para obtener promedios que permitiera aproximarse al máximo a la mayoría de las cabezas del personal. Como vemos en la foto, no se limitaron a fabricar maniquíes con las mismas proporciones pero de tamaños sucesivamente mayores, sino que tomaron posibles cabezas de todo tipo: más alargadas, más estrechas, más gordas... en fin, intentando abarcar un promedio aceptable para diseñar un casco que, aunque ajustable en talla, tuviera unas proporciones que se ajustaran lo mejor posible a cualquier ciudadano volátil. 

El primer modelo, denominado M3, era el paso más obvio: si lo que más molestaba eran los puñeteros auriculares, lo suyo era hacerles sitio. Así pues, no hizo falta devanarse mucho la sesera para concluir que lo más fácil era coger un M1 y recortarle los laterales. Para hilar más fino se añadieron dos orejeras de generoso tamaño para cubrir los dichosos auriculares que, al cabo, estaban fabricados con materiales blandos y un cacho metralla podría impactar en ellos, arrancándoles un fragmento y proyectándolo hacia la cabeza junto con la esquirla metálica. En la foto tenemos varias vistas que nos permiten verlo con detalle. El casco, enteramente rebordeado para eliminar superficies cortantes, estaba fabricado con el mismo tipo de acero al manganeso que el M1, siendo su peso total de 3 libras y 3 onzas (1'45 kg.). Como vemos, no llevaba el característico sotocasco de fibra del M1, sino un atalaje regulable fijado directamente en el casco mediante remaches. Las orejeras, sujetas por grandes bisagras soldadas en los laterales, tenían unos discos de fieltro para no dañar los auriculares. La sujeción a la cabeza era mediante un barbuquejo de lona regulable provisto de un simple broche en vez del sofisticado sistema del M1. Al cabo, un tripulante no tenía que ir por el mundo corriendo y dando saltos de un lado a otro. Este casco estaba destinado a todos los miembros de la tripulación, desde los pilotos a los artilleros, navegantes, bombarderos y operadores de radio. El M3 fue el modelo más prolífico. Fue declarado reglamentario en diciembre de 1943, y hasta el final de la guerra se fabricaron 213.543 unidades.

Con todo, el M3 presentaba un problema, y era su volumen, excesivo para los artilleros confinados en las torretas de cola y, sobre todo, en las burbujas  que los B-17 y B-24 llevaban en la panza, donde por norma destinaban al personal más enano y birrioso de cada unidad porque un tipo de dimensiones normales no cabía. De hecho, incluso los birriosos iban literalmente como sardinas en lata. Para estos sufridos tripulantes se diseñó el M4 (foto de la derecha), un casco tipo calota de una sola talla que carecía de guarnición interior ya que se colocaba encima del gorro de vuelo. El M4 constaba de varios segmentos o láminas colocadas longitudinalmente dentro de una cubierta textil. Estas láminas estaban fabricadas con el mismo acero que el M1, siendo el peso total del casco de 2 libras y 1 onza (935 gramos). Como podemos ver, estaba recortado por los laterales para dejar sitio a los omnipresentes auriculares, y la sujeción a la cabeza era mediante un barbuquejo con una hebilla dentada. 

Y, como se pensó en el caso del M3, si algún fragmento de metralla impactaba con los auriculares podía darle un disgusto al personal, así que se mejoró este detalle con la versión M4A1, que era el mismo pero con unas orejeras similares a las del M3 si bien en este caso forradas entramente de tela ya que no se sujetaban al casco mediante bisagras, sino cosiendo la funda de las mismas a la cubierta del casco. En la foto tenemos a la izquierda una vista delantera del M4A1, y a la derecha su aspecto por la parte trasera. Se aprecia una de las dos tiras de lona que llevaba a cada lado sujetas mediante corchetes para impedir que la cinta elástica de las gafas de vuelo se saliera de su sitio. Al igual que su antecesor, carecía de guarnición interior, era de una sola talla y se colocaba directamente sobre el gorro de vuelo. El peso de este modelo era de 2 libras y 12 onzas (1'25 kg.) En junio de 1944 se introdujo un modelo idéntico pero de dimensiones un poco mayores, el M4A2, porque había personal al que había que ponerle el casco a martillazos por lo visto. En todo caso, como decimos, ambos modelos eran exactamente iguales.

El último modelo operativo durante la guerra fue el M5, introducido a principios de 1945 y destinado a ser el modelo estándar para todas las tripulaciones, sustituyendo en teoría al M3 y a la serie M4. Como vemos en la foto, era de un tamaño inferior al M3, habiéndosele eliminado además la visera frontal para mejorar la capacidad visual de su usuario, por lo que podrían usarlo los artilleros de torretas. También se rebajó un poco la parte trasera para poder mover la cabeza hacia arriba con más facilidad. Por otro lado, ofrecía una protección más eficaz que los M4 ya que era de una sola pieza y no de segmentos entre los que podía colarse una esquirla traidora. Sin embargo, se aumentó el tamaño de las orejeras para ofrecer más protección en los laterales de la cabeza. Este modelo pesaba lo mismo que el M4A1, y de no haber sido por el fin de la guerra habría ido sustituyendo a todos los modelos anteriores.

Bien, estos fueron los cascos con los que los tripulantes de los bombarderos yankees protegieron sus cabezas imbuidas de elevados sentimientos de democracia y libertad mientras que sus cuñados y demás inútiles para el servicio se quedaban en casa linchando negros y tirándole lo tejos a Mary Jane. Pero las investigaciones de Grow no se limitaron a proteger los cráneos, sino también a las jetas y zonas adyacentes a las mismas. Por ejemplo, entre octubre de 1943 y julio de 1944 se llevaron a cabo varios diseños para proveer al personal de una máscara que les protegiesen los belfos. Los ojos ya contaban con gafas adecuadas, pero la nariz y la mitad inferior quedaban a merced de la metralla enemiga. En esto no tuvieron mucho éxito porque las máscaras de oxígeno hacían complicado diseñar algo que las cubriese sin producir molestias ni añadir un peso extra excesivo, por lo que se llegaron a probar incluso materiales no metálicos. En la foto vemos el prototipo T6, una máscara metálica destinada a usar en combinación con el casco M3. Como podemos suponer, no debía ser un trasto precisamente cómodo y ligero.

Pero aparte de las máscaras, en la misma época se había empezado también a estudiar la forma de proteger el espacio que quedaba desprotegido entre el chaleco y el casco, o sea, cuello y parte donde se unía con el tórax. En 1945 se introdujo a nivel experimental la Armadura de Cuello T44 que vemos en la foto. Estaba fabricada de la misma forma que los chalecos, con chapas solapadas de acero de 5×5 cm. y 1 mm. de espesor, lo que hacía que el peso total de la pieza fuera de 4 libras y 5 onzas (1'98 kilos). Se apoyaba en los hombros y se abrochaba por delante, y las tiras inferiores se fijaban a los cascos de la serie M4. Se llegaron a fabricar 10.969 unidades hasta junio de 1945, pero el final de la guerra acabó con el desarrollo del proyecto.

Más sofisticada era la T59E1, un prototipo de armadura de cuello formada por dos piezas y destinada a complementar el casco M5. La parte delantera se fijaba al peto del chaleco y la posterior se unía a la parte trasera de forma que quedaban conectadas a las cintas que liberaban la armadura en caso de emergencia. En este caso el blindaje no estaba formado por placas de acero, sino de la misma aleación de aluminio del T46. Este modelo, que se llegó a introducir como M13 en septiembre de 1945 aunque ya su vida operativa era nula, ofrecía muchas más ventajas que el anterior ya que, al no estar fijado al casco, permitía una total libertad de movimientos de la cabeza y, lo más importante, se desprendía junto a la armadura corporal si era necesario. La T59E1 ofrecía una protección total en la nuca, los laterales del cuello y la zona superior del tórax a cambio de un peso de 4 libras y 8 onzas (2'03 kilos), casi lo mismo que el prototipo anterior a pesar de cubrir una superficie más amplia gracias a su blindaje de aluminio. 

B-29 alcanzado por la artillería antiaérea. A los fragmentos de metralla
habría que añadir los trozos de aluminio del fuselaje, cortantes como
cuchillas, que salían despedidos hacia el interior de aparato
En fin, el 9 de agosto de 1945, una brillante bola de fuego sobre Nagasaki  hizo ya prescindibles todas estas armaduras que tan concienzudamente habían sido diseñadas por Grow con la ayuda de los armeros del Museo Metropolitano. No obstante, el balance final fue sobradamente satisfactorio ya que los porcentajes de bajas se redujeron a la mitad, de los 5'44 por mil a un 2'29 por mil, lo que supuso un 58% menos de heridos que, de no haber contado con las armaduras y cascos que hemos visto en estos dos artículos, posiblemente muchos de ellos no habrían vuelto a casa para ser cálidamente recibidos por Mary Jane. Las heridas mortales en el tórax se redujeron de forma contundente: de un 36% a apenas un 8%, y las abdominales de un 39% a un 7%, por lo que hablamos de miles de hombres que lograron salir ilesos o con un moretón gordo cuando en otras circunstancias habrían acabado tirados en el suelo del avión con las tripas fuera pidiéndole a un colega que se despidiera en su nombre de Mary Jane, que en aquel momento se estaba dejando querer por un apuesto capitán de Estado Mayor que no sabía lo que era poner un pie en el frente.

Bueno, criaturas, espero que les haya resultado interesante y tal.

Hale, he dicho

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