lunes, 26 de agosto de 2019

Misterios misteriosos: los Príncipes de la Torre


"Los Príncipes de la Torre", obra de John E.
Millais que nos muestra a los dos desdichados
infantes un tanto inquietos al verse entre los
lóbregos muros de la Torre y más acojonados
que un pavo escuchando una pandereta
Como hemos repetido cienes y cienes de veces, los british (Dios maldiga a Nelson) han sabido venderse como nadie. Un preclaro ejemplo de ello es que, a los ojos del mundo, su monarquía es la quintaesencia de la solidez, de lo monolítico, de lo imperecedero, con la misma fecha de caducidad que el fémur de un tiranosaurio. Sin embargo, la realidad es que desde hace mogollón de siglos han tenido una historia bastante agitada, llena de alevosías, asesinatos, encarcelamientos en las prisiones más sórdidas y han protagonizado guerras civiles de todo tipo desde antes de la llegada de los normandos en 1066. En fin, las luchas por el poder se fueron sucediendo dinastía tras dinastía. Los Plantegenet, los Lancaster, los York, los Tudor, los Estuardo... vamos, que se odiaban como cuñados. 

Dentro de este marasmo de villanías y bellaquerías interminables, para las que haría falta una enciclopedia si se quieren recopilar, uno de los casos más extraños y que aún no ha podido ser resuelto es el destino de los hijos de Eduardo IV, los príncipes Eduardo y Ricardo, que pasaron a la historia como los Príncipes de la Torre ya que entraron en ese siniestro castillo londinense cuyos muros pueden contar infinidad de maldades, y nunca más se supo. Se desconoce si fueron asesinados, y si lo fueron quién fue la mano ejecutora o quién dio la orden. No se sabe dónde fueron a parar sus cuerpos y, como veremos, aún hoy día, casi cinco siglos y medio después de su desaparición, no se permiten hacer pruebas en diversos restos que han aparecido a lo largo del tiempo y que permitirían arrojar algo de luz sobre el ominoso destino de los príncipes. Obviamente aquí no podremos dar con la clave de un misterio misterioso que nadie ha podido resolver aún, pero sí plantearnos diversas alternativas para que cada cual piense lo que crea más acertado y tenga algo más ameno de qué discutir que la alineación de la selección de Burkina Faso para el amistoso del domingo que viene contra el equipo de Kitibati. Veamos pues...

Ya el invierno de nuestra desventura
se ha transformado en un glorioso estío por
este sol de York, y todas las nubes que
pesaban sobre nuestra Casa yacen sepultas en
las hondas entrañas del Océano

"Ricardo III", de William Shakespeare
Acto I, escena I

Ricardo de Gloucester. Por adjudicarle, hasta le endilgaron
las maledicencias que hicieron que su hermano Eduardo
ordenada ejecutar al duque de Clarence, hermano de ambos
Este puede ser muy bien el punto de partida de nuestro relato, cuando Ricardo, el taimado y archicanalla duque de Gloucester, se regocija del ascenso al poder de su hermano tras derrotar a los Lancaster en la batalla de Tewksbury y recupera el trono como Eduardo IV. Porque en esta historia, el malvado por antonomasia ha sido siempre el duque, luego Ricardo III, el último de los York. Pero en este caso estamos ante un palmario montaje propagandístico porque no hay certeza de que este probo villano fuese el asesino de sus sobrinos. Más aún, la falsa imagen que Shakespeare nos legó de su persona, manco, cojo y jorobado, estaba destinada a convertirlo en un ser repelente para agradar a los Tudor que, tras la batalla de Bosworth, lograron darle boleta a Ricardo para poner a su aspirante al trono, el II conde de Richmond y luego Enrique VII. Sin embargo, Ricardo no era cojo, no tenía un  brazo deforme ni era jorobado. Lo que sí se sabe hoy es que padecía era una escoliosis que le había convertido el espinazo en un sacacorchos pero, al parecer, lo disimulaba bastante bien con ropa elaborada por expertos sastres de forma que ocultaba este defecto a la vista del personal. Sea como fuere, lo cierto es que Ricardo III no fue ni mejor ni peor que otros monarcas de su tiempo, que se veían constantemente acosados por aspirantes a cesarlo en el cargo y que no tenían más remedio que tomar medidas expeditivas para atornillarse en la poltrona que tantos desvelos y trabajos les había costado ganar.

Eduardo IV
Bien, aunque por sistema se haya señalado a Gloucester como el cerebro de esta trama, debemos despojarnos de prejuicios y consignas repetidas a lo largo del tiempo, así que empecemos desde el momento en que Eduardo IV palma de forma inesperada el 9 de abril de 1483 con apenas 40 años. Debió darle un chungo repentino, porque no mostró síntomas de una larga enfermedad ni nada semejante. Simplemente se puso malo y entregó la cuchara en pocos días. Era un hombre muy fuerte y vigoroso que medía al parecer casi dos metros, un gigante para su época, y un fornicador inagotable que había engendrado diez hijos legítimos y al menos seis bastardos conocidos que, obviamente, pudieron ser muchísimos más. En la obra de Shakespeare, una de sus amantes, Juana Shore, es luego "recogida" por lord Hastings, chambelán y hombre de confianza de Eduardo IV que fue ejecutado por traición por Ricardo cuando aún no había siquiera alcanzado el trono. Qué gente más peligrosa, carajo...

Nunca esperé nada bueno de él,
desde que le vi en relaciones con Juana
Shore

Rivers junto a William Caxton presentando al rey Eduardo IV el primer
libro impreso en Inglaterra. Este sujeto, al parecer de bastante erudición,
propició la introducción de tan maravilloso invento en el país. Tras el rey
aparece su mujer, Isabel Woodville, y a su izquierda el futuro Eduardo V
...dice el Lord Mayor de Londres cuando el aún duque de Gloucester le da cuenta de las supuestas alevosías de Hastings. Porque lo cierto es que nada más fenecer el monarca ya empezaron los malos rollos. El joven príncipe de Gales, al que la muerte de su padre había sorprendido en el castillo de Ludlow, tenía solo 12 años, por lo que la persona que lo "asesorase" mientras alcanzaba una edad adecuada para ejercer el gobierno sería el verdadero rey a la sombra. Pero para detentar la regencia había dos candidatos: Gloucester y los Woodville, la familia de la egregia viuda y madre del heredero, Isabel. El príncipe de Gales estaba al cuidado de su madre, y su hermano menor, Ricardo de Shrewsbury, I duque de York y de solo 9 años, bajo la tutela de su tío Anthony Woodville, II conde de Rivers.

Buckingham en un supuesto retrato del siglo XVIII.
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia
Sin embargo, el extinto monarca había dejado previsto antes largarse al Más Allá que fuese su hermano Ricardo el Lord Protector en el Más Acá, o sea, el que ejercería la regencia hasta la mayoría de edad del joven rey, quizás para evitar que todo el poder fuera a parar a manos de los Woodville y que, llegado el caso, tuviesen la tentación de eliminar su simiente para apoderarse de la guirnalda real. Obviamente, ni se le debió pasar por la cabeza que su hermano eran tanto o más ambicioso que la viuda y su cuñado Rivers (cómo no iba a haber un cuñado por medio...). Ricardo no perdió el tiempo. Se había buscado un aliado muy poderoso, Henry Stafford, II duque de Buckingham, para ir minando el poder y la influencia de los Woodville, y para ello nada mejor que empezar a llevar a cabo amputaciones de cabeza de forma expeditiva bajo la sempiterna excusa de la traición.

ARZOBISPO: Aquí viene un mensajero ¿Qué noticias hay?
MENSAJERO: Tales, milord, que me duele repetirlas.
REINA ISABEL: ¿Cómo está el príncipe?
MENSAJERO: Bien, señora, y en salud.
DUQUESA: ¿Cuáles son tus noticias?
MENSAJERO: Lord Rivers y lord Grey han sido conducidos en prisión a Pomfret, y con ellos sir Tomás Vaugham.
Acto II, escena IV


Ubicación de la antigua posada Rose and Crown, en High St.
El letrero junto a la puerta da cuenta de la breve pero histórica
visita efectuada al local por el duque de Gloucester
Así fue. El 30 de abril, cuando Eduardo IV aún no se había enfriado del todo, el conde de Rivers, sir Richard Grey, medio hermano de los príncipes, y el chambelán sir Thomas Vaugham se habían detenido en la posada Rose and Crown, en Stony Stratford, en Buckinghamshire, cuando iban desde Ludlow a Londres para la coronación del nuevo rey. Sin cortarse un pelo, Gloucester los hizo arrestar y enviar al castillo de Pomfret (o Pontefract), donde serían ejecutados el 25 de junio siguiente. Cuando la reina viuda tuvo conocimiento del suceso tuvo claro dos cosas: una, que el poder de su familia se acababa de diluir como una ameba en ácido sulfúrico, y otra que el duque de Gloucester debía abrigar intereses espurios contra su amada prole. Así pues, cogió al príncipe Ricardo y a sus cinco hijas, todas fruto de un matrimonio anterior con John Grey de Groby, curiosamente acérrimo partidario de los Lancaster y, por ende, enemigo de los York, y se largó echando leches a la abadía de Westminster para acogerse en sagrado, donde pensaba que Gloucester no podría hacerles daño.

PRÍNCIPE EDUARDO: Gracias, buen milord... Y gracias a todos. Creí que mi madre y mi hermano York acudirían presurosos a nuestro encuentro. ¡Pues anda, qué perezoso es Hastings, que no viene a decirnos si vendrán o no!
BUCKINGHAM: Y en buena hora, pues aquí llega, todo sudoroso, el lord.
PRÍNCIPE EDUARDO: ¡Bienvenido, milord! Qué, ¿vendrá nuestra madre?
HASTINGS: Ignoro por qué motivo, pues sólo Dios lo sabe, y no yo, la reina vuestra madre y vuestro hermano York se han acogido en el santuario. El tierno príncipe hubiera querido venir conmigo a recibir a Vuestra Gracia, pero su madre se ha opuesto.
Acto I, escena III 

Castillo de Pomfret a principios del siglo XVII según Alexander Keirincx
Con todo, que la reina viuda y media prole se acogieran a santuario era un problema menor, de momento al menos. El príncipe de Gales estaba ya en Londres, aposentado como era costumbre en la Torre a la espera de su coronación. Previamente ya había sido declarado rey, pero aún faltaba la ceremonia que confirmaría su nuevo rango. Y Gloucester no estaba por la labor de que el joven Eduardo V, rey pero sin corona, alcanzase el poder. Por lo tanto, en su condición de Lord Protector fue dilatando el tiempo para la coronación en Westminster mientras urdía alguna treta que le despejara el camino y, de paso, eliminar a sus enemigos más poderosos añadiendo a lord Hastings- que sentía veneración por la memoria del difunto rey y su heredero- a los aspirantes a descabezados que languidecían en Pomfret. El 13 de junio, precisamente en una reunión del consejo real en la que debía decidirse la fecha de la ceremonia, Gloucester acusó de traición a Hastings afirmando que, junto a los Woodville y la nefanda Juana Shore, querían matarlo. A Hastings le duró la cabeza un rato (otras fuentes aseguran que fue decapitado el día 20), así que con esta nueva alevosía el taimado Gloucester reafirmaba su poder con el apoyo de Buckingham.

GLOUCESTER: ¡Entonces, que vuestros ojos sean testigos del mal que se me ha hecho! ¡Ved cómo estoy embrujado! ¡Mirad mi brazo, seco como un retoño marchito por la escarcha! ¡Y ha sido la esposa de Eduardo, la monstruosa bruja, que en complicidad con esa abyecta puta de Juana Shore, ha usado de sus artes mágicas para señalarme así!
HASTINGS: ¡Si han cometido tal acción, noble milord...!
GLOUCESTER: ¿Si...? ¡Tú, protector de esa infame puta!, ¿vas a hablarme de si es...? ¡Eres un traidor! ¡Cortadle la cabeza! ¡Pronto, por San Pablo! ¡No comeré hasta haberla visto! ¡Lovel y Ratcliff, ved que se ejecute! ¡Los demás que me estimen, que se levanten y me sigan!
Acto III, escena IV 

La cosa se estaba poniendo tensa, ¿que no? Con todo, y a pesar de haber eliminado a sus principales enemigos, Gloucester reunió tropas por si se producía algún levantamiento en favor del nuevo rey, que permanecía secuestrado de facto en la Torre. Era el momento de echarle el guante a su sobrino menor, el pequeño Ricardo. No podía quedarse tranquilo eliminando al nuevo rey habiendo un heredero en la persona de su hermano, así que dio garantías al arzobispo de Canterbury para que la reina viuda permitiese que su retoño abandonase la abadía y se reuniese con su hermano en la Torre alegando que la coronación sería en breve. La reina creyó al arzobispo de la misma forma que el arzobispo creyó a Gloucester, procediendo a la entrega del crío el 16 de junio, pero lo cierto es que nada más llegar el príncipe a la Torre se pospuso de nuevo la coronación al menos hasta la llegada del invierno. Ya tenía los dos gazapos a buen recaudo, así que solo quedaba buscar la forma de eliminarlos del tablero como quien se come a dos peones.

El reverendo Shaa soltando su inflamado sermón
Matarlos sin más estaba feo. Eran dos niños indefensos y, sin duda, muchos de los partidarios de la Casa de York no permitirían semejante felonía. Otros tampoco tolerarían que se privase de sus derechos al trono al legítimo heredero al cual ya habían jurado lealtad, cosa que para muchos nobles era más sagrada que la siesta, así que Gloucester optó por lo más adecuado de cara a la galería: deslegitimar al legítimo. Para ello, nada como la propaganda, que como vemos es algo extremadamente útil para manipular a las masas desde tiempos inmemoriales. El domingo 22 de junio, cuando apenas había transcurrido una semana desde la llegada del pequeño Ricardo a la Torre, Ralph Shaa, un clérigo hechura de Gloucester largó un sermón devastador desde la Cruz de San Pablo, un púlpito al aire libre junto a la antigua catedral de San Pablo de Londres. El tal Shaa afirmó ante los perplejos fieles que asistían al oficio religioso que el nuevo monarca Eduardo V, que ya había sido proclamado rey por el parlamento, y su hermano menor eran hijos ilegítimos ya que cuando su padre se casó con la reina viuda, Isabel de Woodville, estaba ya prometido a otra mujer, lady Eleanor Butler- Talbot de soltera- viuda de un primer marido llamado sir Thomas Butler. Más aún, se decía incluso que se habían casado en secreto pero, en cualquier caso, en aquel tiempo una promesa de matrimonio tenía peso legal, por lo que el extinto monarca fue considerado bígamo y la progenie habida con la Woodville más ilegítima que un Rólex comprado en Hong Kong, así que fueron privados de sus derechos a la corona.

El Guildhall. El edificio actual data del siglo XVI
Para ayudar a que la opinión pública se pusiera de parte del Lord Protector, Buckingham se entrevistó el día 24 con el Lord Mayor y varios personajes influyentes de la capital en el Guildhall, la casa consistorial de Londres, donde además se reunió un gran tumulto de gente bastante cabreada por la supuesta bigamia regia. El duque debió ser extremadamente persuasivo, haciendo ver a los presentes que los Woodville eran unos advenedizos que solo ambicionaban el poder, que en realidad todos habían sido partidarios de la Casa de Lancaster (eso era cierto) y, de paso, justificar la existencia de los supuestos bastardos redundando en la insaciable lascivia de Eduardo IV, que ciertamente era un pichabrava de cuidado y que dejó cantidades industriales de hijos espurios además de los príncipes. Se salió con la suya, porque dos días más tarde el Lord Mayor y demás figurones de la urbe reclamaron a Gloucester que aceptara la corona, declarando ilegítimos a Eduardo V y a su hermano Ricardo. 

LORD MAYOR: ¡Aceptad, buen milord; os lo ruegan vuestros ciudadanos!
BUCKINGHAM: ¡No rehuséis, poderoso señor, este ofrecimiento de cariño!
CATESBY: ¡Oh! Hacedlos dichosos accediendo a sus justas solicitaciones.
GLOUCESTER: ¡Ay! ¿Por qué deseáis abrumarme con estos cuidados? No sirvo para el mando y la majestad. Os lo suplico, no lo toméis a desaire. No puedo, no quiero escucharos.
BUCKINGHAM: Si lo rehusáis..., si el afecto y la abnegación os repugnan desposeer a un niño, hijo de vuestro hermano (pues conocemos bien la ternura de vuestro corazón y esta piedad dulce y femenil que siempre hemos podido comprobar viéndoos practicarla con vuestra familia, y que se extiende igualmente a toda clase de hombres), sabed que, aceptéis o no nuestros ofrecimientos, jamás el hijo de vuestro hermano reinará sobre nosotros como rey, sino que colocaremos a otro cualquiera en el trono, para desgracia y ruina de vuestra Casa. Y en esta resolución nos despedimos de vos... ¡Vamos ciudadanos, no solicitemos más!

Acto III, escena VII

Le salió redonda la jugada, porque el 6 de julio siguiente el duque de Gloucester se convirtió en Ricardo III, y sus sobrinos habían sido juzgados y condenados por la plebe aunque aún no existía el nefasto invento del Twitter ese. Desde ese día, los dos mozuelos fueron desapareciendo poco a poco. Sus criados de confianza fueron relevados y cada día que pasaba el personal de la Torre los veía menos. Finalmente, ni siquiera se sabe con exactitud cuándo, hacia finales del verano se evaporaron sin que nadie los echara de menos. Y aquí comienza el misterio. Obviamente, todo apunta a que fue cosa del rey Ricardo pero, actualmente, muchos historiadores han llegado a conclusiones totalmente dispares acerca tanto del destino de los dos príncipes como de su hipotético asesinato. Pero eso es hoy. En la época que nos ocupa había cierta sospecha que unos preferían ignorar mientras que otros se hacían los locos mirando para otro lado y, como es lógico, otros se tomaban muy en serio. 

Vista aérea de la Torre de Londres. El edifico primigenio es la Torre Blanca
que descolla en el centro, construida por el duque de Normandía. Si esas
piedras hablaran daba para tropocientas novelas de intriga o terror gótico
La única crónica contemporánea de lo ocurrido se debe a la mano de un clérigo italiano llamado Domenico Mancini, que presenció todos los hechos narrados durante una visita a la capital inglesa coincidiendo con estos sucesos. Tras la coronación de Ricardo III se marchó a Francia, donde escribió la crónica titulada DE OCCUPATIONE REGNI ANGLIE PER RICCARDVM TERCIVM (La ocupación del trono de Inglaterra por Ricardo III) a modo de informe para Angelo Cato, arzobispo de Vienne y consejero de confianza de Luis XI de Francia. Según Mancini, "...se habían retirado a los aposentos internos de la Torre propiamente dicha, y día a día comenzaron a verse más raramente detrás de las rejas y ventanas, hasta que finalmente dejaron de aparecer por completo". A eso añadió que un médico que había sido llamado para atender al ya ex-Eduardo V le dijo que "...el joven rey, como una víctima preparada para el sacrificio, buscó la remisión de sus pecados mediante confesión diaria y la penitencia, porque creía que la muerte estaba próxima". Lógicamente, el pobre crío debía estar con el ánimo bastante atribulado. Verse allí metido, rodeado de phantasmas de todos los pelajes y con su tío al mando del cotarro debía ser increíblemente inquietante. Pero que el príncipe estuviera acojonado tampoco implica necesariamente que lo liquidaran.

Margaret Beaufort (1443-1503). Esta linajuda señora también
está en la lista de interesados en la desaparición de los
Príncipes porque, al cabo, era la madre del Tudor
Por otro lado, la desaparición, real o no, de los Príncipes de la Torre, no significó en modo alguno que el reinado de Ricardo se desarrollara de forma apacible. La sospecha de que había dado boleta a sus dos inocentes sobrinitos hizo que muchos nobles se pusieran en su contra, incluyendo al hombre que había sido su más firme aliado, el duque de Buckingham, si bien este pájaro debió cambiar de bando por otros motivos, seguramente el comprobar que el trono de su aliado era más inestable que Wall Street cuando el Trumpeta suelta alguna de sus chorradas y para ir haciendo méritos al siguiente aspirante, el conde de Richmond que, además, era medio hermano suyo. Sí, en los líos parentescos de esta gente se daban cosas así. Ambos eran hijos de Margaret Beaufort. El Tudor procedía de su segundo matrimonio, y Buckingham del tercero (se casó cuatro veces la buena señora). En todo caso, sus dudas le costaron la cabeza porque Ricardo no era de los que se complicaban la vida. El 2 de noviembre siguiente, cuando apenas contaba con 28 años de edad, Henry Stafford fue decapitado en plaza pública en Salisbury, así que le quitaron de golpe las ganas de seguir conspirando. Sea como fuere, la cosa es que el reinado de Ricardo fue breve. El 22 de agosto de 1487, cuando apenas lleva dos años sintiendo el agradable peso de la corona en su testa, se enfrentó en los campos de Bosworth con el ejército del conde de Richmond, que salió victorioso entre otras cosas por la traición de lord William Stanley, que se cambió de bando allí mismo por ser hermano del padrastro del aspirante (qué lío, ¿no?) que, desde aquel día, se convirtió en Enrique VII, el primer monarca de la dinastía Tudor.

REY RICARDO: ¿Que dice lord Stanley?
MENSAJERO: ¡Milord, se niega a venir!
REY RICARDO: ¡Fuera con la cabeza de su hijo Jorge!
NORFOLK: ¡Milord, el enemigo ha atravesado el pantano! ¡Esperad a después de la batalla para que pueda morir Jorge Stanley!
REY RICARDO: ¡Un millar de corazones laten en mi pecho! ¡Adelante vuestras banderas! ¡Al enemigo! ¡Que nuestro antiguo grito de guerra: ¡Por el gran San Jorge!, nos inspire con la cólera de los dragones ígneos! ¡A ellos! ¡La victoria de cierne en nuestros penachos!
 Acto V, escena III

Stanley corona a Richmond en el mismo campo de
batalla
La verdad, siempre me ha caído fatal Stanley, detesto a los traidores aunque traicionen a un mal bicho como Ricardo de Gloucester. Con todo, vender a su rey por favorecer a su "sobrinastro" no lo salvó de ser descabezado en la Torre el 16 de febrero de 1495 por apoyar a Perkin Warbeck, uno de los misteriosos "príncipes" que surgieron afirmando ser los verdaderos  hijos de Eduardo IV y del que hablaremos más adelante. En cualquier caso, al Tudor no le hizo ni pizca de gracia que sus derechos fueran puestos en tela de juicio, así que no dudó en quitarse de encima al hombre al que debía el trono, porque si Stanley no hubiese chaqueteado en Bosworth la victoria habría sido seguramente de Ricardo. En fin, nadie dijo que la vida fuese justa... En todo caso, el cambio de dinastía no trajo en modo alguno la paz definitiva al reino, y el Tudor seguía rodeado por las mismas sombras que su extinto predecesor. No sabemos si Enrique VII conocía el destino de los Príncipes de la Torre, y menos aún si estos aún seguían vivos o, por el contrario, habían sido ejecutados por orden suya. Al cabo, pertenecían a la dinastía recién derrocada y, por lo tanto, eran posibles aspirantes a reclamarle el trono. 


Busto de Enrique VII basado en su máscara mortuoria.
Murió en 1509 con 52 años
Por otro lado, los partidarios de la Casa de York, que en modo alguno se habían extinguido, ya estaban buscando la forma de eliminarlo, como no podía ser menos. El enésimo intento de deslegitimar una vez más al legítimo se llevó a cabo en 1487. Los enemigos del Tudor sacaron a relucir a un tal Lambert Simnel alegando que era el menor de la estirpe de Eduardo IV, Ricardo de Shrewsbury, que por aquel entonces debía tener 14 años caso de estar vivo. Pero esta trama se urdió de forma torpe y sin sentido ya que luego afirmó ser en realidad Eduardo Plantagenet, hijo del duque de Clarence apiolado por su propio hermano por traición y XVII conde de Warwick. ¿Por qué cambió de "identidad"? Posiblemente porque la madre y las hermanas del verdadero Ricardo podrían reconocerlo de inmediato. Pero con lo que los conspiradores no contaron era con que el verdadero Warwick, confinado por su tío Ricardo en al Torre, aún seguía vivito y coleando por lo que al Tudor solo le bastó sacarlo de su encierro y pasearlo por las calles de Londres, demostrando así que Simnel era un impostor. Lo raro es que ni Enrique VII ni su hijo, el VIII, lo mandaran quitar de en medio, llevando una apacible existencia hasta su defunción en 1525.


Retrato anónimo de Warbeck (izqda.) y Eduardo IV (dcha.) donde podemos
comparar el parecido entre ambos, dentro de lo que se puede esperar de este
tipo de retratos. En todo caso, lo cierto es que los que los conocieron
afirmaban que se parecían mucho, y que aunque no fuera el príncipe Ricardo
bien podría tratarse de uno de sus innumerables bastardos
Pero aún tenía que aparecer un pseudo-heredero legítimo para darle otro berrinche al nuevo rey. A finales de 1491, un tal Perkin Warbeck afirmaba ser también el príncipe Ricardo, que había escapado de la Torre con la ayuda de un poderoso señor, posiblemente lord Stanley, el que traicionó al rey Ricardo en Bosworth. Este sujeto, que con la ayuda de algunos nobles obtuvo el apoyo de poderosos aliados en el continente- lo más seguro por chinchar al inglés que por creer de verdad que era el verdadero hijo de Eduardo IV-, se convirtió en una auténtica mosca cojonera para el Tudor ya que, además, tenía un notable parecido con su hipotético padre. Tras un periplo de varios años por Irlanda, Escocia e incluso algunas zonas de Inglaterra recabando apoyos y juntando tropas, finalmente pudo ser capturado por Giles Daubeney, I barón de Daubeney, en la abadía de Beaulieu, en Hampshire, con la pretensión de acogerse a sagrado que, obviamente, el barón se pasó por el arco de triunfo. Fue puesto a buen recaudo en Taunton a la espera de la llegada del rey, que tuvo lugar el 4 de octubre de 1497. El Tudor hizo allí tabula rasa descabezando a los mandamases de su ejército para, a continuación, volver a Londres y enviar al pseudo-York a la Torre, que uno sabía cuando entraba pero no si alguna vez saldría.


Grabado decimonónico que muestra a Warbeck en un brete leyendo
la declaración en la que afirmaba ser un vil impostor
Curiosamente, el Tudor no lo liquidó de inmediato. Warbeck admitió ser un impostor, por lo que lo liberó de su cárcel e incluso fue acogido en la corte. ¿Por qué hizo esto, cuando la movida con el falso príncipe había costado un dineral en tropas además de poner en tela de juicio sus derechos al trono? Vaya a saber... Pero el Warbeck este, o era tonto del culo o, verdaderamente, se consideraba como el verdadero York ya que en vez de estarse quietecito no se le ocurrió otra cosa más que fugarse con Warwick, que en teoría sería primo suyo. Rápidamente les echaron el guante y los enviaron de nuevo a la Torre para, tras serle apretadas las tuercas adecuadamente, acabar confesando que, en efecto, era un impostor de lo más impostado y que, en realidad, era hijo de un tal Jean de Werbecque, un militar que servía en las posesiones inglesas en Francia. Y como el Tudor quedaría un poco harto de este personaje y no tendría más ganas de berrinches, el 23 de noviembre de 1499 lo mandó al patíbulo de Tyburn, donde lo colgaron del pescuezo hasta que, inexplicablemente, se quedó sin respiración y palmó. Por lo visto nadie tuvo en cuenta que si le quitaban la escalera sobre la que se apoyaba, el nudo apretaría más de lo conveniente.

Bien, tras esta larga relación de sucesos, vemos que el destino de los Príncipes de la Torre seguía siendo un misterio. Los dos supuestos aspirantes se mostraron como sendos impostores y el recuerdo de los hijos de Eduardo IV fue diluyéndose poco a poco si bien lo que sí quedó marcado a fuego es que su matador fue su tío, el malvado Gloucester. Es hora de recapitular, porque esto parece ya un culebrón venezolano. Obviamente, la muerte de los dos mozuelos no solo favorecía a Ricardo, así que veamos quiénes podrían ser "aspirantes" a infanticidas regios.


Elizabeth Woodville, viuda de Eduardo IV, madre de los
Príncipes de la Torre y cuñada de Ricardo III. La relación que
mantuvo con el rey hace cuestionar que hubiese matado a sus
sobrinos pero, de ser así, ¿lo sabría de buena tinta y tendría
estómago para mirar para otro lado? Misterio...
Ricardo III. Sí, el primero de la lista. Lo lógico era que los liquidase para eliminar rivales. Sin embargo, no tomó represalias contra su cuñada, Isabel de Woodville, ni contra sus hijas. Más aún, su relación con su familia política fue normal en los dos años que duró su reinado e incluso permitió que su sobrina Isabel se casara en 1486 con su principal enemigo, el conde de Richmond que luego acabaría con él. Una actitud un tanto contradictoria por ambas partes, ¿no? Matar a los sobrinos mientras que no actuó contra la madre y las hermanas por un lado. Y por otro, mantener una buena relación con el que había dado muerte a tus hijos y hermanos. No cuadra. ¿No sería más lógico pensar que los dejó con vida en la Torre, pero no en una mazmorra sino en dependencias acorde a su rango? Era habitual en aquella época y, al cabo, el joven Eduardo había sido declarado ilegítimo por el parlamento, así que no iban a retractarse. Puede que tuviese previsto liberarlos pasados unos años, cuando su trono se hubiese consolidado, o mandarlos al exilio. Por otro lado, la vida de otro posible rival como Warwick, el hijo de Clarence, fue respetada, así que no parece que Ricardo fuese especialmente proclive al sobrinicidio.


Eduardo Plantagenet, XVII conde de Warwick,
chivo expiatorio de tantas alevosías ya
que desde los 10 años permaneció encerrado
en la Torre. Fue decapitado en 1499, con
24 años de edad y tras pasar 14 prisionero
Enrique VII. En puridad, tenía tantos o más motivos que Ricardo para acabar con los dos príncipes. Su matrimonio con Isabel de York, la hija de Eduardo IV, estaba encaminada a darle legitimidad a su corona. Simbolizaba de alguna forma la unión de ambas casas, los York y los Lancaster (el Tudor era Lancaster por parte materna), y el final de la larga y sangrienta guerra civil. Mantener vivos a los retoños de la casa de York era tener todas las papeletas para que los partidarios de la Rosa Blanca los liberasen y volviese a estallar un nuevo conflicto. Pero, por otro lado, cargarse a sus cuñaditos estaba feo, y decirle a la parienta que te acabas de cargar a sus hermanos podía sentarle fatal, así que también es posible que los dejara vivir o los dejase en libertad con identidad falsa y bajo promesa de no decir ni pío si no querían acabar con sus cabezas en el tajo, método bastante recurrente entre los monarcas ingleses con los que les caían mal. Con todo, y contrariamente al caso de Ricardo, el Tudor no dudó en acabar con el que venía siendo una amenaza desde hacía 14 años, el desdichado Warwick, al que mandó decapitar en la Torre cinco días después del ahorcamiento del impostor Warbeck. En ese sentido, el Tudor se mostró bastante más expeditivo que su antecesor. Unos crían la fama y otros cardan la lana, como se suele decir.

No alargaremos la lista porque, en realidad, estos dos personajes eran los más interesados en matar o dejar vivir a los Príncipes de la Torre pero, ¿qué más pudo ocurrir? Ah, misterio misterioso...


Grabado que recrea el momento previo al asesinato de los príncipes a manos
de Dighton y Forest. Hay que ser cabronazo, carajo...
Cuando parecía que este escabroso asunto ya era historia, un hallazgo volvió a remover el pasado. El viernes, 17 de julio de 1674, durante unas obras junto a la Torre Blanca, el edificio primigenio de la Torre construida por el duque de Normandía hacia 1080, apareció una cámara sellada bajo una escalera que contenía una caja con los esqueletos de dos niños. Ante el peculiar hallazgo fue llamado John Knight, cirujano del rey Carlos II que, en cuando vio el contenido de la caja, no lo dudó: no podían ser más que los restos de los Príncipes de la Torre, eliminados Dios sabe cuándo y por quién y hechos desaparecer para siempre jamás metidos en un hoyo de casi tres metros y medio de profundo. No hay mejor tumba que el olvido si bien sir Thomas More (el Tomás Moro decapitado por Enrique VIII por no abjurar de su fe católica) afirmaba en su "Historia de rey Ricardo" que, en efecto, los cuerpos de los príncipes había sido enterrados a gran profundidad en el hueco de una escalera. Incluso daba los nombres de los asesinos: sir James Tyrrell, que fue el que recibió el encargo, y los ejecutores del mismo, John Dighton y Miles Forest, que en teoría acabaron con los críos ahogándolos con una almohada de plumas.

REY RICARDO: ¿Es Tyrrell tu nombre?
TYRRELL: James Tyrrell y vuestro muy obediente súbdito.
REY RICARDO: ¿Lo eres de veras?
TYRRELL: Probadme, mi gracioso señor.
REY RICARDO: ¿Te resolverías a matar a un enemigo mío?
TYRRELL: Como os plazca; pero mejor quisiera matar a dos enemigos.
REY RICARDO: Pues bien, será entonces lo que hagas. Dos mortales enemigos contrarios a mi reposo y turbadores de mi dulce sueño, son los que designo a tu fidelidad. Tyrrell, hablo de los bastardos que están en la Torre.
Acto IV escena II


Tyrrell dejándose convencer por Ricardo III a
cambio de una caja de cigalas de las gordas
Tyrrell no llegó a tomar parte en la batalla de Bosworth por encontrarse en Francia, así que a la vista de como estaba el patio decidió quedarse allí a la espera de que amainase la tormenta. Apenas un par de años más tarde fue indultado y recobró su rango y honores de manos del Tudor, que estaría deseoso de ganarse el afecto de los antiguos partidarios de los York. Pero Tyrrell era otro tontaina que no podía vivir sin meterle en follones, y en vez de gozar de su nueva posición no se le ocurrió otra cosa que apoyar las pretensiones al trono de Edmund de la Pole, III duque de Suffolk y enésimo aspirante al trono por su madre, Isabel de York, hermana de Eduardo IV y Ricardo III. Capturado por el Tudor, el 6 de mayo de 1502 le fue aplicado el tratamiento habitual en estos casos, separándole la cabeza del cuerpo en el Guildhall tras, según More, reconocer que había sido el autor del crimen. Sin embargo, nadie menciona este hecho, ni tampoco ha aparecido nunca el documento que recogía esta declaración así que es más que cuestionable que fuese cierto. Más bien suena al enésimo intento del pelota de turno, More en este caso, de justificar a los Tudor, con quien en aquel momento estaba en magníficas relaciones con su cargo de chambelán de Enrique VIII. En resumen, nos quedamos como estábamos: nadie supo quién ordenó la muerte, o si verdaderamente los esqueletos eran los de los príncipes porque no fue ni la primera ni la última vez que aparecieron restos humanos incluyendo críos en la siniestra Torre.


Lawrence Edward Tanner (1890-1979), archivero de
Westminster. Es una pena que en su época no hubiera los
medios actuales para datar difuntos misteriosos
Como en aquella época no había medios para saber con certeza quiénes habían sido los dueños de los esqueletos y dando por cierto que eran los de los desdichados Eduardo y Ricardo, los metieron en una tumba acorde a su rango en la capilla de Enrique VII de la abadía de Westminster. Ahí reposaron hasta 1933 cuando se abrió el mausoleo para echarle otro vistazo a las osamentas, a ver si alguien sacaba algo en claro. El estudio fue llevado a cabo por el archivero de la abadía, Lawrence Tanner, el profesor William Wrigth, un destacado anatomista, y el profesor George Northcroft, un famoso ortodoncista especializado en el desarrollo dental y facial de los críos. Sin embargo, el estudio resultó un churro porque los esqueletos estaban incompletos, había huesos rotos e incluso de animales, y ni siquiera se molestaron en comprobar el sexo de ambos que, como sabemos, es fácilmente identificable por la anchura de la pelvis, mayor en las hembras. Total, que no sacaron nada en claro.


Esqueleto de Ricardo III cuando fue hallado en Leicester. Es extraño que
nadie pusiera pegas para analizarlo de arriba abajo y, sin embargo, no se
permita hacer lo mismo con los huesos de dos críos muertos hace más de
quinientos años
En fin, esto ya parece el cuento de la buena pipa, que jamás se acaba. Para concluir, que ya me he enrollado en demasía, tras el hallazgo de los restos de Ricardo III en 2012 durante la construcción de un aparcamiento en Leicester se reavivó el interés por comprobar de una puñetera vez si los huesos que reposan en Westminster son en efecto los de los Príncipes de la Torre. Actualmente hay medios sobrados para averiguar la verdad a base de análisis de ADN, ADN mitocrondrial, datación por carbono 14, etc. Sin embargo, y esto añade aún más intriga a este asunto, mientras que nadie puso pegas al estudio que permitió identificar los restos de Leicester como los del rey Ricardo, ni los mandamases de Westminster ni la reina Isabel II han permitido que se exhumen los huesos principescos para, de una vez por todas, aclarar el misterio. ¿Por qué se niegan a que se realicen las pruebas oportunas? ¿Teme la reina que le salga algún pretendiente a su vetusta corona? ¿Acaso solo pretende mantener el morbillo? Saber que son los príncipes solo aclarará que son ellos y que murieron con una determinada edad, pero eso no permitirá conocer quién fue su asesino ya que tanto Ricardo como Enrique tienen las mismas opciones para ser los que ordenaron sus muertes. Así pues, el misterio misterioso prosigue. Si alguien se entera de alguna novedad, que lo diga.

Güeno, s'acabó lo que se daba.

Hale, he dicho

Se les nota agobiadillos, pobrecitos...

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