domingo, 27 de octubre de 2019

Curiosidades: camuflaje naval


El HMS Kildangan, un cañonero de la clase Kil fotografiado en 1918 pintado de camuflaje

Seguramente, la mayoría de los que me leen, por no decir todos, han visto más de una vez los peculiares esquemas de camuflaje empleados por los barcos durante las dos masacres mundiales del pasado siglo. Así mismo, más de uno se preguntará cómo es posible que un barco pintado como una cebra pueda pasar desapercibido en el mar cuando es de todos sabido que en el mar no hay cebras. Por otro lado juraría que, junto a volar, la invisibilidad es uno de los anhelos utópicos del hombre. Ser invisible te permite pasar junto a un cuñado sin que te pegue un sablazo, o deslizarte sinuosamente al lado del compadre al que le debes siete convidadas de gambas, o incluso eludir a la parienta si pide guerra y uno anda de capa caída y, para colmo, la última Viagra que te quedaba te la robó el abuelo para irse de picos pardos. Pero, al menos de momento, ser invisible es una quimera, y más cuando uno navega en un barco de unos cuantos miles de toneladas y mide cien o doscientos metros de largo. Entonces, ¿qué sentido tiene pintarlos así cuando, además, en los que vemos en las fotos se aprecian perfectamente sus formas y hasta se adivinan los salvavidas distribuidos por la cubierta? Pues eso es lo que explicaremos en este artículo. 

Esta imagen era la pesadilla recurrente de todas las tripulaciones británicas.
Ver emerger a un U-boot era el preludio del hundimiento en las gélidas
aguas del Atlántico Norte. En este caso se trata del U-48
En primer lugar, ¿qué fue lo que hizo necesario hacer pasar desapercibidos los barcos? No, no fueron las naves de superficie normales, sino los submarinos. Concretamente los submarinos de la Kaiserliche Marine, la marina tedesca que con sus U-boote estaban perpetrando suntuosas escabechinas en la marina mercante aliada, especialmente a los british (Dios maldiga a Nelson, y en este caso más aún) que, por razones obvias, recibían y enviaban todos los suministros, materias primas, tropas, armamento, petróleo, etc. por vía marítima. ¿Y toda esta movida fue solo por los submarinos? Pozí, porque un barco, aunque uno lo pinte de ballena, es perfectamente visible por otro cuando está en superficie. Sin embargo, cuando se le observa a través de un periscopio la cosa varía, y entre las distorsiones de las lentes, los cambios de luminosidad, los contrastes con el entorno, etc., pues al comandante del U-boot le resultaba más complicado intuir la distancia al objetivo, el rumbo y demás datos para poder calcular con exactitud la trayectoria del torpedo. Eso que vemos en las pelis en las que el supuesto capitán ve el barco en el centro de retículo del periscopio antes de dar la orden "torpedo...los!", como que no. Antes había que saber a qué distancia estaba el blanco, su rumbo, calcular su velocidad y procurar que el impacto fuera en un sitio adecuado para mandarlo a pique en menos de cinco minutos. 

El U-35 reponiendo su arsenal. Botado en noviembre de 1914, estaba armado
con seis torpedos de 50 cm. y un cañón de cubierta de 8'8 cm. A pesar de su
magro armamento obtuvo el escalofriante récord- aún imbatido- de 224 naves
hundidas y 8 dañadas con un total de 572.231 Tm. Casi ná...
No obstante la cosa es que, en realidad, al principio de la guerra los submarinos no solían hundir sus presas con los torpedos, que reservaban casi en exclusiva para atacar naves de guerra. Con los mercantes, que eran su principal objetivo ya que la mejor forma de fastidiar a un isleño es bloquear sus accesos marítimos, solían usar el cañón de cubierta o incluso limitarse a abordarlos y colocar cargas explosivas para hundirlos, ahorrando así munición. Como respuesta, los british idearon los Q-ships (de estos hablaremos en breve. Que sí, en serio...), mercantes usados como señuelos que iban armados con buenos cañones para mandar al abismo al submarino enemigo en cuanto este emergía para atacar. Por otro lado, a la vista de los miles de toneladas que hundían los U-Boote todos los meses, en abril de 1917 adoptaron la táctica de los convoyes, lo que hizo que hundir mercantes enemigos en superficie fuese más complicado, cuando no imposible, salvo que pillaran a algún despistado. En resumen, no les quedó otra que atacarlos sumergidos usando sus preciosos y escasos torpedos, entre 4 y 12 unidades según el modelo, lo que les obligaba a seleccionar cuidadosamente los blancos contra los que los usarían ya que, una vez agotados, había que retornar a la base o ir al encuentro de un buque nodriza para rearmar la nave. Sea como fuere, la cuestión es que ya fuese en superficie, sumergidos, protegidos o no por convoyes, los tedescos llevaban hundidos mogollón de naves de todo tipo, y los british se veían bastante frustrados porque su por aquel entonces todopoderosa flota se veía impotente para detener aquella sangría.

Sir John Graham Kerr (1869-1957)
Ya en 1914 se ofrecieron al Almirantazgo, concretamente a Churchill, por aquella época Primer Lord del mismo, soluciones para camuflar los barcos de forma racional. El primero en plantear algo lógico y sensato fue John Graham Kerr, un zoólogo escocés que en sus años mozos viajó por el Gran Chaco y, entre otras cosas, se dedicó a observar cómo los predadores aprovechaban su capacidad mimética para atrapar a sus presas. Su razonamiento era tan evidente que hasta un parvulario lo entendería, pero los del Almirantazgo iban un curso más atrás y no lo veían claro. Kerr afirmaba que era imposible hacer "desaparecer" un buque en un paisaje tan uniforme como el entorno marítimo, donde solo había agua y cielo, por lo que la única opción viable era pintar las naves de forma que se rompiera la continuidad de sus formas a base de mezclar tonos y colores que hicieran muy difícil a un tipo que observa por un periscopio  a uno o dos kilómetros de distancia distinguir la proa de la popa o calcular el tamaño del barco. Era lo que se conocería como camuflaje disruptivo, o sea, que rompía las formas del objeto haciendo difícil identificar su aspecto real. Esta teoría ya había sido formada por Abbot Thayer, un pintor yankee que había estudiado a fondo como los bichos se ocultan de sus presas o predadores gracias a sus camuflajes naturales, e incluso escribió en 1909 un libro titulado "Ocultación-coloración en el reino animal", el cual fue duramente criticado por los listos de turno que tienen por norma atacar a degüello a cualquiera que saca a relucir un concepto nuevo y, al mismo tiempo, que rompe con los dogmas de siempre. 


En su caso, Thayer afirmaba, y esto era tan evidente que era absurdo negarlo, que una de las principales características del camuflaje en la mayoría de los animales es el contrasombreado, por el que las zonas inferiores son más claras que las superiores, rompiendo así la silueta de su anatomía. Por ejemplo: bichos tan dispares como un tigre, una anaconda o un azor tienen la barriga de color casi blanco, mientras que el lomo es oscuro. Por si alguno no acaba de aclararse con el concepto de camuflaje disruptivo, la  ilustración de la derecha, extraída de la obra de Thayer, creo que lo sacará de dudas. En la parte superior vemos una víbora de cabeza de cobre sobre un fondo liso. Abajo aparece la misma (en el libro son dos láminas consecutivas con la superior troquelada para apreciar el cambio) sobre un suelo cubierto de hojas, su entorno natural. Como vemos, la serpiente prácticamente ha desaparecido porque su silueta se funde con las hojas sobre las que se arrastra. Basándose en este concepto, Kerr aseguraba que si se aplicaban parches blancos de forma irregular sobre el fondo gris que usaban los barcos de la armada, rompería de forma satisfactoria las líneas de su estructura, dificultando así su visibilidad. Tras plantear la idea a algunos capitanes de la flota, el Almirantazgo acabó concluyendo que el uso del color blanco en entornos especialmente luminosos como el Mediterráneo sería contraproducente y, por otro lado, las evidentes variaciones de la luz y el color del cielo por las nubes y sus diferentes formas harían imposible que un único esquema valiese para cualquier circunstancia.  


Percyval Tudor-Hart (1873-1954)
Otro teórico del camuflaje disruptivo fue Percyval Tudor-Hart, un pintor canadiense que se había trasladado a París a ampliar sus conocimientos en la Academia Julian y la Escuela de Bellas Artes de la capital gabacha (Dios maldiga el enano corso), donde llevó a cabo enjundiosos estudios acerca del color. Cuando estalló la guerra y se hizo eco de los hundimientos masivos de mercantes británicos propuso su teoría, que en este caso se basaba en un patrón geométrico en zigzag combinando colores cálidos y fríos distribuidos conforme a un patrón matemático que haría que variasen en función de la intensidad lumínica del momento. De cerca, este esquema daría un cante tremendo, pero en la distancia se suponía que por un efecto óptico estos colores tan variopintos se mezclarían obteniendo una tonalidad grisácea. Cabe suponer que algo tan enrevesado no sería bien recibido en el Almirantazgo que, no obstante, se avenía a probar lo que fuera con tal de dar con una solución a tan grave problema. En este caso se encargó a un experto de ortocromatismo  en relación con las nubes apellidado Clark que corroborase si la teoría de Tudor-Hart era correcta, para lo que se llevaron a cabo una serie de ensayos sobre esquemas de color situados entre una y tres millas (1'8 y 5'5 km.). Al final se llegó a la conclusión de que la teoría del canadiense sería eficaz si el cielo permanecía invariable, cosa imposible salvo en mi tierra donde de cada 100 días, 98 el cielo está totalmente despejado. Las variaciones climáticas en una zona con un tiempo tan inestable como el Atlántico Norte no permitían que el esquema que era válido para hoy lo siguiera siendo al cabo de un día o incluso unas horas. Con todo, le autorizaron a experimentar con la ayuda de cuatro artistas para demostrar la validez de su esquema de camuflaje, lo que se llevó a cabo pintando una pinaza (un tipo de barco ligero) en Portsmouth sin que en ningún momento lograsen disipar la silueta de la nave ni que se rompieran las líneas de su contorno. En resumen, que los conceptos de Tudor-Hart no eran válidos en la práctica.


Norman Wilkinson (1878-1971)
Pero como a la tercera va la vencida, pues tuvo que haber un tercer candidato a dar con la tecla. En este caso se trató de Norman Wilkinson, un pintor especializado en temas navales y en cartelería que, como teniente de navío de la Royal Navy Volunteer Reserve (Voluntarios de la Reserva de la Marina Real), se vio sirviendo en un dragaminas en el Canal de la Mancha, donde observó que la mayoría de los mercantes que cruzaban en dirección a Francia estaban pintados de negro en base a que los U-boote aprovechaban el crepúsculo y la nocturnidad para perpetrar sus fechorías. Pero Wilkinson se dio cuenta de que el negro, contrariamente a lo que pueda parecer, era sumamente visible tanto de día como de noche. Una masa completamente negra flotando en la oscuridad se ve perfectamente contra un cielo estrellado, y si encima hay luna llena ni te cuento. Así pues, llegó a la conclusión de que, como era más que evidente, pintar un barco para hacerlo invisible era imposible, lo más acertado sería pintarlo con colores tan fuertemente contrastados que rompiesen por completo su silueta de la misma forma que un tigre, cuyo pelaje es naranja y negro, pasa desapercibido en la espesura de la jungla, donde luces y sombras ayudan a descomponer su figura. Este concepto, extraído como es evidente de los estudios de Thayer, había recibido el nombre de dazzle, "deslumbramiento" en inglés de los ingleses pero que los yankees lo usaban también para el término "confundir".


"Barcos camuflados durante la noche", cuadro pintado en 1918 por el mismo
Wilkinson para ilustrar el aspecto de las naves pintadas con su esquema.
Ciertamente, parecen cualquier cosa menos un barco
En abril de 1917, Wilkinson envió su propuesta al Almirantazgo junto con una serie de diseños para demostrar sus teorías. Para ponerlas en práctica se le adjudicó el Industry, un pequeño barco nodriza que sería pintado conforme al esquema propuesto por Wilkinson con una combinación de blanco, negro y azul. El barco debía llevar a cabo sus travesías por el Canal tras poner sobre aviso a todos los capitanes de los guardacostas y demás barcos que cubrían la misma ruta para que informaran de las condiciones climatológicas y ambientales en el momento en que avistaran al Industry, así como el aspecto que presentaba la nave bajo dichas circunstancias. No obstante, las conclusiones obtenidas no reflejaban la verdadera eficacia del camuflaje ya que Wilkinson había partido de la base de que el avistamiento sería mediante el periscopio de un submarino y no por un buque de superficie. Con todo, y aún pendiente de que el Almirantazgo diera el visto bueno, nuestro hombre recurrió a sus contactos en la armada para que le permitieran hacer uso de cuatro estudios de la Royal Academy donde podría seguir desarrollando todos los esquemas que tenía ya diseñados.


Parte de los modelos a escala usados por Wilkinson
Finalmente logró salirse con la suya. El Almirantazgo le ordenó pintar cincuenta mercantes destinados a la ruta con Estados Unidos, que obviamente era la más comprometida. Wilkinson reunió un equipo de veinticinco artistas para lo que tuvo que recurrir a hombres demasiado mayores para ir a la guerra o inútiles para el servicio más otro equipo de mujeres encargadas de preparar las cartas de colores. En una habitación se instaló un periscopio auténtico cerca de una mesa giratoria en la que se colocarían los modelos a escala de unos 30 cm. de largo y, al girarlos, poder apreciar los niveles de distorsión obtenidos con los distintos esquemas. Una vez clasificados los resultados de cada esquema, que sufrieron bastantes cambios durante las pruebas, los seleccionados fueron dibujados en láminas con vistas de babor y estribor, porque una de las características de los esquemas de Wilkinson era que variaban tanto las formas como los colores de uno a otro costado de la nave de manera que si el submarino cambiaba de posición rodeando la nave no podría tener referencias de su aspecto porque el lado opuesto se mostraría totalmente distinto a lo que había visto anteriormente. 


A medida que iba avanzando en su trabajo, Wilkinson fue perfeccionando sus esquemas. Por ejemplo, las zonas pintadas de colores más claros irían en dos tonos distintos para aumentar las probabilidades de que al menos uno de ellos armonizaría con el cielo del fondo. Por otro lado, donde mayor importancia tenía llevar a cabo una distorsión más acertada era en la proa, la popa y el puente de mando, que serían las que permitirían al submarino detectar el rumbo del objetivo. Para ello se recurría a pintar con fuertes contrastes de blanco y azul en un lado y con un esquema y colores distintos en el opuesto, y a base de líneas oblicuas combinadas con curvas. Un ejemplo lo tenemos en el Olimpic, el gemelo del Titanic usado como transporte durante la guerra. Como vemos, la enorme curva que se eleva en dirección a popa da la impresión de ser una estela o una ola que el barco levanta al navegar en esa dirección cuando en realidad lo estaría haciendo al revés. Por otro lado, dos de sus cuatro chimeneas también han sido pintadas para dirigir la atención del observador hacia la proa, que en este caso confundiría con la popa.


En cuanto a los esquemas, a cada capitán se le presentaban las opciones disponibles y cada cual elegía el que le molaba más porque, al tratarse de marinos mercantes, tanto Wilkinson como su equipo habían sido trasladados del Almirantazgo a la oficina de Control General de la Marina Mercante. Curiosamente, sin tener aún unas estadísticas que permitieran conocer el nivel de eficacia de los esquemas de camuflaje las tripulaciones veían la idea con buenos ojos e incluso les vino bastante bien para elevar su maltrecha moral tras saber de tantos colegas desaparecidos para siempre. Por otro lado, nuestro hombre no solo se preocupó de los esquemas de colores, sino de variar la apariencia de los distintos tipos de barcos para aumentar aún más la confusión entre los tedescos. A la derecha podemos ver un diseño del mismo Wilkinson para camuflar un petrolero, una de las presas más codiciadas por los U-Boote. En la parte inferior vemos el aspecto real del barco, y en la superior una vez "deformado" con su correspondiente esquema de pintura, la adición de una chimenea falsa en el centro (los petroleros la llevaban a popa), y la ocultación de la chimenea real con una vela.


El minador HMS London en mayo de 1918. Su esquema de color constaba
de blanco, negro, azul, gris y crema. Lo malo era que el mástil principal
daba un cante tremendo, y si su verdugo estaba a menos de un kilómetro
estaba perdido
Con todo, y como ya podrán suponer, los tedescos no eran tontos, y prueba de ello fue el número de naves que siguieron hundiendo hasta el final de la guerra. Una vez pasado el primer "efecto sorpresa", los comandantes de los submarinos tuvieron claro que si de lejos no veían bien no les quedaba otra que aproximarse más, para lo cual no les faltaba arrojo. Según el testimonio de un capitán tedesco, a pesar de que el clima y la visibilidad eran buenos, en una ocasión tuvo que aproximarse hasta media milla (unos 900 metros) para distinguir que se trataba de una sola nave y no varias lo que veía por su periscopio, y que el esquema de camuflaje era inmejorable. Pero a esa distancia no tuvo problemas para calcular su velocidad, su rumbo y mandarlo a hacer puñetas de un torpedazo. 


Recreación realizada por Wilkinson en la que se puede comparar los efectos
de sus esquemas vistos a través de un periscopio. Salta a la vista que la
diferencia es abismal, pero los malditos mástiles delatan la posición de la
presa a pesar de que el resto es una masa indefinible.
Y es que había una serie de elementos que eran muy complicados de disimular y que, precisamente, eran los que usaban los tedescos para averiguar los datos que necesitaban: las chimeneas, los cabrestantes, mástiles, etc. Estos últimos eran la mejor referencia y los petroleros, que como ya hemos comentado eran la presa predilecta, tenía tres. Por ese motivo, Wilkinson propuso el disfraz que hemos visto anteriormente, por el que el mástil central quedaba oculto por la chimenea falsa y el de popa por la vela. No obstante, parece ser que este método apenas se usó y se prefirió seguir con el esquema de pintado convencional. Sea como fuere, la cuestión es que a finales de junio de 1918 ya se habían pintado con el sistema de Wilkinson 195 barcos de guerra, principalmente destructores y buques pequeños porque un crucero o un acorazado era imposible de camuflar ya que, además, al navegar en formación eran visibles sí o sí. Lógicamente, la mayoría de naves pintadas de camuflaje fueron los mercantes de más de 150 pies (unos 45  metros) hasta un total de 2.112 naves a las que habría que sumar 60 barcos gabachos y los yankees que se sumaron a la fiesta y que rápidamente adoptaron el dazzel para sus barcos de guerra, llegando a pintar nada menos que unos 1.250 en los apenas ocho meses que estuvieron en acción.


El mercante británico Eleanor en 1918. La zona marcada de rojo es la que, al
contrastar con la proa, en condiciones ambientales adecuada podría hacerla
pasar por la popa vista en 3/4, y la ondulación que vemos hacia popa le
darían la apariencia de ser la proa tajando el agua del océano
En resumen, ya con la guerra casi terminada y con datos para poder tener claro si el camuflaje había sido eficaz o no, la realidad es que en modo alguno fue determinante para aminorar los letales efectos de los U-boote. Su validez dependía de demasiados factores, en muchos casos variables, y tras analizar todo lo analizable se llegó a una conclusión un tanto irritante: pocos fueron los casos en los que el error de un ataque se debió al camuflaje. O sea, que los tedescos siguieron echando a pique al ciento y la madre con o sin dibujos raros, y solo en el caso de que la presa tuviera un solo mástil y una sola chimenea para eliminar referencias sobre el rumbo era cuando tenían alguna posibilidad de que el dazzel surtiera efecto. En un extenso informe elaborado en septiembre de 1918, la Dirección de la División Anti-submarina dejó claro que, como comentábamos antes, los comandantes de los U-Boote no iniciaban el ataque hasta que estaban cerca del enemigo, en cuyo caso el camuflaje ya no servía de nada. La conclusión final es que para lo único que resultó verdaderamente útil fue para mantener la moral de las tripulaciones, motivo por el que el Almirantazgo transigió en mantener el esquema disruptivo, pero poco más. Aparte de eso, la broma salió carísima porque cada barco tenía que ser repintado dos veces al año con un costo unitario de entre 250 y 300 libras de la época. Con todo, la Real Comisión de Premios a los Inventores le endilgaron a Wilkinson la friolera de 2.000 libras sumamente esterlinas como premio por su dedicación e ingenio, pero nada más terminar la guerra todos los barcos recuperaron su color habitual, y los que pertenecían a la armada fueron repintados con el gris reglamentario. En el siguiente conflicto se recuperó el tema del camuflaje, pero a una escala mucho menor ya que su eficacia real seguía en tela de juicio.

Bueno, grosso modo esto es todo. Sobre el camuflaje naval se han escrito tratados completos, así que lo hemos intentado resumir para que quepa aquí lo más esencial del tema. Hale, ya tienen algo más para chafar al cuñado que se sabe de memoria lo de "¡Hundid el Bismarck!".

Hale, he dicho


El acorazado USS Nebraska fotografiado en Norfolk en abril de 1918 con un camuflaje de lo más exótico. Igual lo
quisieron disfrazar de marejada con esas olas en zigzag recorriendo el casco de cabo a rabo

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