jueves, 17 de octubre de 2019

El T-26 en España 2ª parte


Una sección de T-26 entrando en acción en algún punto de nuestra vapuleada geografía. Obsérvese que las antenas de las
radios 71-TK-1 han pasado a la historia, quedando solo los soportes de las mismas

Bien, prosigamos. Las cervicales bien, gracias. Bien jodidas quiero decir aunque lo lógico sería decir que el que está jodido soy yo, pero bueno...

Un T-26 recién desembarcado
Ayer nos quedamos en la creación y evolución del T-26 hasta que llegó la hora de ser enviados a la cálida España a demostrar al universo las excelencias del producto elaborado por los fervientes comunistas deseosos de que la paz reinase en el planeta... bajo su abyecta tiranía, naturalmente. Obviamente, este carro fue sufriendo cambios a lo largo del tiempo que, por no venir al caso, hemos omitido hasta que un año de estos dediquemos una monografía para ellos solos. Sea como fuere, y para que puedan vuecedes hacerse una idea de la importancia que tuvo el T-26 en la década de los 30 baste el hecho de que entre 1930 y 1941 se construyeron nada menos que 12.000 unidades incluyendo todas sus versiones, cifra que para una país que en teoría no estaba en guerra con nadie no deja de ser asombrosa. Más aún, hasta el comienzo de la 2ª Guerra Mundial, el T-26 era la espina dorsal de la fuerza acorazada del padrecito Iósif, y solo la imperiosa necesidad de no ser aún más aplastados por los carros tedescos fue lo que les hizo ponerse las pilas para fabricar en masa el espléndido T-34, sin el cual el resultado de la campaña rusa habría sido seguramente muy distinto. Bueno, vamos a lo que nos ocupa...

El "Komsomol" a su llegada a España
Curiosamente, de las siete fuentes consultadas no hay unanimidad en la fecha de la llegada de la primera remesa de los T-26 a la España republicana. Mientras que dos autores dan el 25 y el 26 de septiembre el resto aseguran que fue justamente tres semanas después, así que aceptaremos la opinión de la mayoría y así la democracia triunfa una vez más y tal. Así pues, tenemos que fue el 15 de octubre cuando el buque mercante "Komsomol" atracó en el puerto de Cartagena con un importante cargamento de material en el que se incluían 50 carros T-26B y unos 40 blindados sobre ruedas BA-6 (me encantan esos chismes, un día de estos hablaremos de ellos), equipados precisamente con la misma torreta y el mismo armamento que el T-26. Junto al material llegaron 180 (otras fuentes dan alrededor de 50) voluntarios seleccionados de distintas unidades del Distrito Militar de Bielorusia, en su mayor parte oficiales y suboficiales más un número indeterminado de personal administrativo y de mantenimiento. Todos los vehículos llegaron a España pintados con el color verde oliva reglamentario del Ejército Rojo, y si alguno recibió un repintado de camuflaje fue a nivel de unidad si bien en las fotos que he visto, que han sido mogollón, siempre se aprecia una capa monocolor.

El kombrig Krivoshéin (1899-1978)  tras la guerra
mundial con la pechera atestada de medallas
Al mando del contingente venía el kombrig (comandante de brigada, equivalente a coronel) Semión Moiséievich Krivoshéin (foto de la izquierda) que, en teoría, debía poner a su gente a adiestrar a las futuras tripulaciones españolas. Nada más desembarcar, el material fue enviado al centro de adiestramiento de Archena, cerca de Cartagena, donde se habían seleccionado inicialmente a camioneros y conductores de autobús de Madrid y Barcelona para que fueran aprendiendo a pilotar los carros. No obstante, Krivoshéin llegó a España con algunos conceptos totalmente erróneos que, a pesar de la propaganda, eran palmarios aunque el personal de retaguardia no tuviera ni idea de qué iba la cosa. En primer lugar, ninguno de los miembros del contingente soviético hablaba una palabra de español, con lo cual tenían un poco complicado enseñar a sus sufridos discípulos, que no se enteraban un carajo de nada y, en su práctica totalidad, ni siquiera tenían los más mínimos conocimientos de lo que era un carro de combate. Por otro lado, apenas un tercio de dicho contingente eran verdaderos instructores. El resto iban más a testar en combate sus carros que a enseñar a nadie. Y, por último, entre los que se presentaban voluntarios primaba ante todo la ideología como baremo para seleccionar al personal. Krivoshéin traía unas instrucciones muy concretas de Moscú: el T-26, así como los demás vehículos llevados a España, eran producto del esfuerzo del proletariado para socorrer a sus abnegados conmilitones de los malvados fascistas, por lo que sería una insensatez permitir que los manejasen tripulantes cuya ideología fuese contraria al comunismo. Resultado: sólo devotos comunistas podrían optar a formar parte de la naciente fuerza acorazada del Ejército Popular, y daba lo mismo que no tuvieran ni el carné de conducir o que su experiencia militar fuese nula. Lo principal era mostrar sus credenciales de ferviente camarada proletario aunque no supiese ni recitar de memoria la tabla de multiplicar del 1.

T-26 en el campo de maniobras de la base de Archena en plena sesión
de adiestramiento nada más llegar a España
Sea como fuere, lo cierto es que nada más llegar a España los planes que trajera previstos Krivoshéin se fueron al garete. De entrada, la situación de las tropas republicanas que defendían Madrid era extremadamente grave, con los nacionales presionando de forma implacable desde el sur y el oeste. Por otro lado, estos ya tenían conocimiento del desembarco de material ya que un buque alemán fondeado en el puerto de Cartagena lo presenció todo e informó de inmediato a Berlín, que hizo lo propio con Franco. En aquel momento Alemania aún era en teoría un país neutral que seguía manteniendo relaciones diplomáticas con la república española, así que la presencia del barco tedesco no tenía nada de extraño. Por lo tanto y visto lo visto, no dio tiempo ni de empezar a adiestrar en serio a los aspirantes a carristas, por lo que Krivoshéin formó tres grupos que fueron enviados a toda prisa a Madrid para intentar contener el avance de los nacionales. Uno estaba al mando del capitán Novak, con siete T-26 y seis BA-6, un pelotón al mando del capitán español Villacansas y una compañía al mando del capitán Paul Matisovich Arman, conocido por estos lares como mayor GreiseEra habitual entre los militares y asesores soviéticos tomar un apodo, medida seguramente impuesta por el NKVD para ocultar lo que todo el mundo sabía: la presencia de militares soviéticos en España. Nada más llegar, en la noche del 27 de octubre ya tuvieron una escaramuza sin mayores consecuencias. La fiesta empezaría dos días más tarde, el día 29.

El capitán Arman (1903-1943). Al pobre lo dejó seco
un francotirador tedesco cerca de Porechye el 7 de
agosto de 1943, en el sector de Minsk. En el pecho
luce la estrella de Héroe de la Unión Soviética

La compañía del mayor Arman, formada por 15 carros tripulados por 35 soviéticos y 11 españoles formados aprisa y corriendo fueron enviados a Seseña para apoyar el avance de dos brigadas de infantería. Pero en esta acción quedó patente otro problema, y gordo. La infantería republicana, nutrida mayoritariamente por milicianos poco o nada entrenados, no tenía ni pajolera idea de cómo operar en combinación con los carros de combate y, a la vista de su inoperancia, Arman decidió actuar por su cuenta. En Seseña lo recibieron con cócteles molotov (aunque los rusos se apropiaron de la idea y le dieron el nombre del conocido político, el invento fue español) , lo que le supuso perder tres carros con sus tripulantes convertidos en momias calcinadas. Solo le hicieron frente tres CV italianos de los que uno resultó destruido y otro dañado al volcar sobre una zanja cuando uno de los T-26 le embistió como un ariete. Mientras tanto, la atribulada infantería republicana no era capaz de coordinarse con los carros de Arman, que iba a su bola. Al final de la jornada, el informe que envió a su mandamás era digno de un jinete del apocalipsis, porque decía haber destruido dos batallones de infantería, dos escuadrones de caballería, diez cañones de campaña y los dos CV italianos. Por semejante hazaña, el 31 de diciembre siguiente y por decreto de Presidium del Soviet Supremo recibió el título de Héroe de la Unión Soviética. En honor a la verdad, en lo que a mí respecta la única parte que me resulta creíble es la destrucción de los CVEl resto del personal aniquilado en teoría por el fogoso letón no eran precisamente novatos, sino tropas de Regulares más fogueadas que un artificiero valenciano, y dudo mucho que se dejasen apiolar como si tal cosa. Sea como fuere,  la operación resultó un fracaso total ya que no lograron rechazar a los nacionales a pesar de haber perdido tres carros en la acción. Lo único que se sacó en positivo fue elevar la moral de los republicanos, moral que duró el tiempo de ver que, a pesar de su incuestionable superioridad, los T-26 no eran capaces de mostrar su contundencia.

T-26 destruido en el Frente de Madrid. Obsérvese el boquete en el costado
de la torreta, así como los numerosos impactos de proyectiles de
ametralladora. La antena de raíl aparece también destruida
Tras este encuentro, el kombrig Krivoshéin  optó por organizar una segunda base de adiestramiento en Alcalá de Henares al mando de su ayudante, el capitán Arman, para disponer tanto de material como de personal cerca de Madrid. Al mismo tiempo disolvió los tres grupos iniciales para formar un batallón de carros de combate como Lenin manda porque lo que sí tenía claro es que la única forma de sacar partido a los T-26 era usándolos en masa y de forma racional, y no mandándolos en pequeños grupos de un lado a otro, donde serían presa fácil de los eficaces anticarros enemigos o de sus dosis de testiculina ya que no solo los freían a botellazos con gasofa, sino incluso trepando por la parte trasera para meter la bayoneta entre las láminas del radiador, dejándolos fuera de combate con el motor medio achicharrado. El batallón estaba formado por tres compañías de tres secciones, cada una con tres T-26, más una compañía de cuartel general. En total 36 carros incluyendo los carros de mando. El 25 y el 30 de noviembre llegaron dos nuevas remesas de material con 37 y 18 T-26 más en los mercantes Cabo de Palos y Marc Caribo respectivamente. Con ese material Krivoshéin pudo formar un segundo batallón.


T-26 capturado en el Frente de Aragón por un moro de Regulares. El
vehículo, en aparente buen estado, sería enviado a la base de Cubas para
su puesta a punto y sumarlo al parque acorazado de los nacionales
A finales de 1936, los T-26 estaban ya bastante perjudicados por falta de mantenimiento. Los carros debía ser enviados a los talleres de segunda línea cada 150 horas de funcionamiento, y a una revisión a fondo en fábrica cada 600 horas. Las cadenas y sus componentes empezaban a notar el deterioro con apenas 800 km., que en la abrupta orografía hispana se acortaban de forma dramática, y por el mismo motivo se deterioraban antes de tiempo los embragues y las trasmisiones. Sin embargo, los T-26 encargados de la defensa de Madrid llevaban ya más de 800 horas de funcionamiento sin que nadie le sacara brillo ni a los guardabarros. Por otro lado, las radios 71-TK-1 que pretendían que las tripulaciones pudieran estar en contacto permanente con sus obvias ventajas de tipo táctico no valían un pimiento. Para funcionar adecuadamente necesitaban una sintonización muy precisa que se perdía constantemente debido a lo abrupto del terreno donde operaban, y las antenas de raíl empezaron a romperse en cuanto los carros pasaban entre árboles o escombros. Así pues, optaron por sacar las radios de sus emplazamientos en la trasera de las torretas, tirarlas en la primera cuneta que veían y comunicarse lanzando bengalas o usando las típicas banderas que provocaban constantes confusiones entre los jefes de otros carros. Pero lo peor es que eran un imán para las tropas nacionales ya que delataban cuál era el carro de mando, al que inmediatamente dirigían toda su artillería anticarro. En fin, que la guerra española no era precisamente lo que el padrecito Iósif y sus mandamases militares habían imaginado.


El kombrig Pávlov (1897-1941). Este tuvo peor suerte,
fue acusado de incompetencia a raíz de las primeras
derrotas sufridas por la URSS tras la invasión tedesca,
así que lo arrestaron y le volaron los sesos en
Kommunarka. Marca de la casa, ya saben.
Por aquellas fechas, Krivoshéin y su lugarteniente Arman fueron llamados a Moscú para contar con pelos y señales sus batallitas. A Krivoshéin lo recibieron por todo lo alto y hasta le concedieron la Orden de Lenin, mientras que a Arman lo ascendieron a mayor y le encomendaron el mando de la 5ª Brigada Mecanizada. Para sustituir a Krivoshéin fue enviado el kombrig Dimitri Grigórievich Pávlov, apodado Pablo. Con el material disponible entre T-26 y BA-6, Pávlov formó la 1ª Brigada Acorazada del Ejército Popular, la mayor unidad de este tipo que se había visto en España hasta la fecha. Estaba formada por cuatro batallones de carros y una compañía de reconocimiento nutrida por blindados sobre ruedas. Sin embargo, todo era sobre el papel porque a principios de 1937 apenas disponían de 47 T-26 operativos. Muchos de ellos estaban haciendo cola en el taller, y otros había sido capturados por los nacionales, incentivados sobre todo por las 500 pesetas que von Thoma ofrecía como gratificación a todo aquel que lograse apoderarse de uno de ellos para poder estudiarlos a fondo. Por cierto que los más proclives a jugársela por trincar las 500 pelas eran los moros de Regulares.


Simulador para el adiestramiento de pilotos en la URSS. Posiblemente, si
hubieran enviado algunos ejemplares a España el aprendizaje habría resultado
más fácil, rápido y, sobre todo, menos lesivo para los carros de combate
Y por otro lado, el problema de las tripulaciones persistía. No se conseguían carristas cualificados entre los voluntarios españoles, entre otras cosas porque allí nadie se entendía con nadie, y se llegó al extremo de que los jefes de carro tuvieron que hacer de pilotos porque los españoles se cargaban las cajas de cambio y los embragues en un tiempo asombrosamente corto por su falta de pericia. Obviamente, un jefe de carro conduciendo el carro e intentando dirigir el carro más el resto de carros de su unidad era una quimera. La primera acción de la nueva Brigada de Pávlov tuvo lugar el 11 de enero de 1937 dando apoyo a las 12ªy 14ª Brigadas Internacionales contra Majadahonda. Como era de esperar, los T-26 no tuvieron problemas para alcanzar las líneas nacionales, pero a partir de ahí se empezaba a descomponer el avance por el que ya parecía un problema sin solución de continuidad: la infantería no era capaz de exlotar el éxito de sus colegas acorazados, momento que era aprovechado por los nacionales para enfilar contra ellos los Pak de 37 mm. En esa ocasión la broma les costó la pérdida de cinco carros más.


Columna de T-26 delante de la ermita de Trijueque, en Guadalajara. En este
sector, los T-26 destruyeron una compañía de CV italianos, dejando fuera de
combate a cinco de ellos y dañando gravemente a otros dos
El mes siguiente la brigada se vio comprometida en la farragosa batalla del Jarama, librada entre el 6 y el 27 de febrero de 1937, y también en esta ocasión los Pak tedescos se cebaron sin piedad con los T-26 destruyéndoles 34 de ellos, nada menos que un 70% de las unidades en liza. Con todo, las bajas pudieron ser cubiertas con dos nuevos envíos de 60 y 40 carros recibidos el 6 y el 8 de marzo en los mercantes Cabo Santo Tomás y Darro, a tiempo para entrar en acción en la batalla de Guadalajara donde, esta vez sí, le dieron para el pelo a los italianos, que nada pudieron hacer con sus CV y corrieron de tal forma que hasta perdieron los cordones de las botas. Pero los carros de Pávlov no pudieron explotar el éxito y exterminar a los enemigos que huían porque de los 60 carros que tomaron parte en el inicio de la batalla solo quedaban nueve operativos. El resto habían sido destruidos por los cañones anticarro o se habían averiado, y con tan pocos efectivos no era posible hacer gran cosa.


Y mientras que los republicanos perdían sus T-26, los nacionales se apoderaban de todos los que podían. Algunos estaban en perfecto estado o habían sido abandonados por sus tripulantes por alguna avería que, aunque imposible de solventar bajo el fuego enemigo, se podía solucionar sin problemas remolcando el vehículo a un taller en segunda línea. Otros, más perjudicados, fueron reconstruidos canibalizando piezas de los que estaban para el arrastre, de modo que poco a poco lograron formar una Compañía de Carros Rusos en la base de Cubas de Sagra, donde el quisquilloso teniente coronel von Thoma había creado el Centro de Instrucción y Reserva de Carros y Anticarros. Con los ejemplares capturados se reforzaron las compañías de PzKpfw I con un T-26 como apoyo de fuego, y luego se fueron agregando compañías nutridas exclusivamente por los carros rusos. En 1938, el 1er. Batallón de Carros de Combate (el Ejército Nacional nunca formó unidades acorazadas de mayor tamaño) se organizó en dos grupos tácticos, cada uno con dos compañías de PzKpfw I y una de T-26, con un total de seis compañías. Las fuerzas empezaban a equilibrarse. Para adecuarlos a sus nuevos propietarios se limitaron a cambiar la librea, colocarles los distintivos propios del Ejército Nacional y, sobre todo, pintarles en el escudo del cañón y en los laterales y la trasera de la torreta una vistosa bandera española. Para facilitar su identificación por la aviación amiga, los techos de las mismas fueron pintados de blanco con la cruz de San Andrés en negro o al revés, de negro con la cruz en blanco. En fin, hubo varios esquemas que podemos ver en el gráfico de la derecha.


T-26 en Brunete durante el avance inicial cargado de infantes
El momento en que los T-26 tuvieron la oportunidad de mostrar su verdadero poder fue en la ofensiva de Brunete, iniciada el 6 de junio de 1937. En aquel momento, la 1ª Brigada Blindada de Pávlov había podido aumentar sus efectivos con el material llegado en el mes de marzo. Además, el 7 de mayo anterior había arribado el Cabo de Palos con otras 50 unidades. En todo caso, para la ofensiva se tenían preparados tres batallones de carros formada por 129 T-26 y 43 blindados sobre ruedas BA-6 y FAI. Pero no serían empleados en masa como un ariete para arrasar las posiciones nacionales, sino como apoyo a la infantería, uso táctico que ya estaba claro que no tenía mucho éxito. El plan trazado consistía en que el 1er. y 4º batallones con 70 carros y 20 blindados sobre ruedas apoyarían a los 5º y 18º cuerpos de ejército, mientras que el 2º batallón con 30 carros y 10 blindados sobre ruedas actuarían como apoyo del 2º cuerpo. La base del plan era expulsar a las tropas nacionales de Brunete para aliviar la presión sobre la capital española. 


Pero estaba visto que Spain is different hasta para matarse adecuadamente. Los carros avanzaron por campo abierto hasta que llegaron a cosa de medio kilómetro de las posiciones nacionales en el pueblo, donde fueron detenidos en seco por varios Pak de 37 mm. y dos cañones de campaña. Al parecer, uno de los Pak había sido subido al campanario de la iglesia, desde donde organizaron un pim-pam-pum que dio buena cuenta de 12 carros T-26. Tras veinte días de batalla, el Ejército Popular logró detener el avance nacional, al menos de momento, pero con unas pérdidas muy superiores a las de sus enemigos, quedando la 1ª Brigada de Pávlov reducida a la escandalosa cifra de 38 unidades. Por cierto que un día antes del término de la ofensiva, el día 25, la famosa fotógrafa alemana Gerta Pohorylle, más conocida por su pseudónimo de Gerda Taro, fue arrollada por uno de los T-26 al caer del estribo del coche en el que se desplazaba, dejándola tan perjudicada que, tras ser enviada a toda prisa a un hospital de campaña en El Escorial, entregó la cuchara o, mejor dicho, el carrete, al cabo de pocas horas. La foto muestra al doctor húngaro Janos Kiszely limpiando con un cachito de algodón la sangre el rosto de la víctima que, sospechosamente, aparece en un lecho impoluto y con las manos cruzadas sobre el vientre, que fue la parte del cuerpo más afectada por el accidente. Todo se ve muy limpio, incluyendo el delantal de un médico que trabaja en un hospital de sangre donde precisamente el personal no se distingue por una asepsia absoluta. No se aprecia la cara de Taro, y por su apacible aspecto para estar en teoría hecha puré siempre me ha dado la impresión de que, o se trata de un montaje con una mujer parecida a ella, o es una foto post-mortem. La única parte identificable es su oreja. La he comparado varias veces con algunas fotos y tiene ciertas diferencias. Ya sabrán que las orejas son algo tan personal y único como las huellas digitales, no hay dos iguales. Bueno, lo de la Taro era una mera curiosidad para chinchar cuñados, así que prosigamos...


T-26 capturados y puestos a punto por los nacionales
Las andanzas de los T-26 republicanos no lograron en ningún momento poner en verdaderos aprietos a los nacionales. Entre la escasez de tripulaciones bien entrenadas- excluyendo a los soviéticos, como es lógico-, las averías, la falta de mantenimiento y los que capturaba el enemigo, la fuerza acorazada enviada por el padrecito Iósif fue disminuyendo poco a poco. Ojo, nadie regaló nada a la república. Cada T-26 costó 20.150 dólares, más las ingentes cantidades de material viejo y casi inutilizable que les colaron y que nos costó un tercio de las reservas de oro del Banco de España, por aquel entonces la quinta del mundo (518 millones de dólares de la época). Pero del famoso "Oro de Moscú" prefiero no hablar porque sería meternos en el nauseabundo tema de la política y las cervicales se me rebelan briosamente. En todo caso, el último envío de 25 unidades tuvo lugar el 13 de marzo de 1938, en el mercante Gravelines. Además, por aquella época los rusos habían optado por empezar a replegarse y dejar en manos españolas tanto el manejo de los carros como su mantenimiento. Imagino que estando la derrota ya cantada y que solo era cuestión de tiempo que la república cayera, prefirieron no verse señalados como responsables en parte del desastre.

En fin, no vamos a hacer una relación exhaustiva de todas y cada una de las acciones en las que tomaron parte estas máquinas ya que, de hacerlo, esto sería una enciclopedia de la Guerra Civil, y solo se trata de una reseña acerca de la intervención del T-26 en nuestro suelo, así que iremos abreviando. 


La foto nos muestra un T-26 sobre la batea de un camión con destino al
frente asignado. 200 km. de recorrido eran ocho horas de rodaje que se
ahorraban. Su autonomía en carretera con los depósitos a tope era de
unos 225 km. pero, eso sí, con el vehículo en perfecto estado
En la batalla de Teruel, entre diciembre de 1937 y febrero de 1938, quedó patente el elevado nivel de desgaste que sufrían estos vehículos cuando entraban en acción. Los 104 T-26 implicados en la batalla, durante los 65 días de duración de la misma sufrieron 586 reparaciones lo que da una media de un paseo al taller cada once días. En su mayoría eran averías en las cadenas, uno de sus puntos flacos, pero también hubo que llevar a cabo 63 reparaciones en averías de cierta gravedad incluyendo 58 cambios completos de motor (3.198 dólares), seis transmisiones, quince embragues y otras piezas que, por cierto, los probos defensores de los proletarios contra el malvado fascismo cobraban a precios un tanto exóticos ya que el gobierno soviético aplicó el cambio del rublo al dólar como le dio la real gana. Total, ya lo tenían a buen recaudo, de modo que nadie iría a reclamar nada al padrecito Iósif. En cualquier caso, como vemos, el material se desgastaba una cosa mala y se llegó al extremo de trasladar los carros donde fueran requeridos en camiones con tal de evitarles horas de rodaje que, como vemos, acortaban su vida operativa de forma dramática.


T-26 en el frente de Teruel, donde se llegaron a registrar temperaturas de -20º
Por otro lado, en Teruel hubo enfrentamientos a mayor escala entre los T-26 republicanos y los capturados por los nacionales, resultando finalmente un cómputo de bajas inquietantemente desequilibrado a favor de los últimos. Los nacionales sufrieron solo la pérdida de dos carros, mientras que los republicanos tuvieron que despedirse de 47 unidades entre destruidos y capturados. Lógicamente, esto solo es achacable a las tripulaciones por lo que colijo que, a pesar del tiempo que llevaban manipulando estos chismes, no acababan de ser capaces de sacarles todo su potencial. La historia volvió a repetirse en la ofensiva de Aragón, iniciada el 7 de marzo de 1938 con la ruptura del frente en Belchite y terminada el 19 de abril siguiente con el aislamiento de Cataluña, los republicanos perdieron 32 de los 80 T-26 que entraron en fuego entre destruidos y capturados, mientras que los nacionales solo perdieron 6 de 30. El graznido final del cisne soviético tuvo lugar en la sangrienta batalla del Ebro, donde el la república puso en juego todo lo que le quedaba para, en un postrero intento, recuperar la iniciativa volviendo a unir la zona del nordeste peninsular. En esta ocasión llevaron al campo de batalla 87 T-26 que se enfrentaron con 30 homólogos suyos encuadrados en dos compañías de la Bandera de Carros de Combate de la Legión, con un resultado similar al de la ofensiva de Aragón: los republicanos perdieron un total de 45 carros: 18 fueron capturados por el enemigo, y los 17 restantes fueron destruidos. Las pérdidas de la Legión fueron de solo 11 unidades.


Dos T-26 republicanos avanzando por la estepa aragonesa en la
primavera de 1938
En fin, poco más queda que contar. Durante el resto de la guerra, los cada vez más escasos efectivos de vehículos blindados fueron distribuidos a razón de un batallón por cada división de infantería como mera fuerza de apoyo, en cuyo cometido estaban muy lejos de sacarles verdadero partido. Su misión era avanzar al paso de la infantería, lo que los convertía en un objetivo fácil de los cañones anticarro que fueron los verdaderos verdugos del T-26, al que no se le supo sacar verdadero partido de su superioridad. Quedó muy claro, especialmente para los observadores extranjeros, que los carros ligeros no eran en realidad una verdadera fuerza de choque, y si en España podían haber tenido ese papel era simplemente porque la fuerza acorazada enemiga era aún menos poderosa. Sin embargo, los nacionales supieron sacar mejor partido de lo que tenían, y la prueba es que el T-26 nunca fue más allá de rupturas iniciales que no podían ser explotadas por falta de apoyo de la infantería. En fin, es un tema para debatir largo y tendido, pero lo que sí quedó claro es que el verdadero aprovechamiento de los carros de combate empezaba por su uso en masa seguidos de una infantería móvil. El carro de combate arrollaba al enemigo, y la infantería ocupaba el terreno. 


T-26 republicano en estado de siniestro total. Posiblemente el proyectil
que impactó contra el costado alcanzó la santabárbara, reventando
literalmente el vehículo
Cuando la república se rindió, el Ejército Nacional dispuso de 123 T-26 (las cifras varían según las fuentes), o Vickers, como los llamaban en España, entre los que había capturado a lo largo del conflicto y los que lograron trincar antes de que los republicanos pudieran destruirlos. En total se habían recibido 281 unidades que costaron la nada despreciable cifra de 5.662.150 millones de dólares. Los equipados con radio costaban 1.152 dólares más, así que a esa cifra habría que añadir los que fueron recibidos con el dichoso aparato que no funcionaba y cuya cantidad no he podido averiguar. Sea como fuere, la broma salió por un dinero. Los T-26 aún tuvieron una vida operativa larga ya que junto a los PzKpfw IV Ausf. H adquiridos al ciudadano Adolf se convirtieron en la punta de lanza- no especialmente poderosa, pero era lo que había- de las fuerzas acorazadas españolas hasta que, a mediados de los 50, comenzaron a llegar las primeras unidades de M-24, M-41 y M-47, algunos de estos con marcas de pepinazos propinados por los chinos en la guerra de Corea. 

En fin, no creo que me haya dejado atrás nada especialmente relevante. Así pues, esta fue grosso modo la intervención del T-26 en tierras españolas. Y como apenas hemos hablado de la que para muchos es la parte más jugosa- las curiosidades, entresijos, prestaciones y equipamiento de estos chismes- pues en breve dedicaremos un artículo  por si algún cuñado se nos ha resistido y conviene darle el empujón final para impulsarlo al auto-asesinato.

Hale, he dicho



Agrupación de T-26 en un Desfile de la Victoria desfilando sobre camiones pesados. Así no había riesgo de averías.
Obsérvese que las grandes banderas de identificación y las cruces de San Andrés ya habían desaparecido
















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