viernes, 4 de octubre de 2019

Mitos y leyendas: el Martini-Henry


Fotograma de la pelicula "Zulú", dirigida en 1964 por Cy Enfield que nos muestra al imperturbable y severo sargento
Bourne a punto de convertir a un probo ciudadano melanino en una aceituna de martini durante la férrea defensa que
los tenientes Chard y Bromhead llevaron a cabo en Rorke's Drift entre los días 22 y 23 de enero de 1874. Los british
tuvieron un 50% de bajas, pero quedaron estupendamente derrotando a unos 3.000 zulúes

De la misma forma que la imagen más representativa del conquistador español es un sujeto un tanto desaliñado con un morrión en la cabeza y una alabarda en la mano, la del british (Dios maldiga a Nelson) en la época de mayor esplendor de su imperio bajo la reina Victoria es uno de estos isleños con su guerrera roja, el salacot blanco y empuñando un fusil Martini-Henry. ¿Que por qué lo he incluido en la colección de mitos y leyendas? Fácil, criaturas... porque indudablemente es un arma mítica, representativa del período de máxima expansión de los dominios de estos los hijos de la Gran Bretaña y, por otro lado, porque se forjó en torno suyo una leyenda de arma buenísima de la muerte y ejemplo de la tecnología de vanguardia británica cuando, en realidad, desde su misma creación arrastró constantemente los defectos más variopintos, y no fue precisamente lo mejorcito de su época como aseguraban los súbditos de Victoria Regina con su habitual suficiencia y su insufrible arrogancia.


Grupo de prusianos muy contentos y muy condecorados posan junto a sus
Dreyse tras darle las del tigre a los austriacos en la Guerra de las Siete
Semanas durante el verano de 1866. La letal eficacia de este tipo de armas
puso extremadamente inquietos a los british
La segunda mitad del siglo XIX, pero especialmente en el último cuarto de dicho siglo, fue un período en el que la tecnología gozó un auge descomunal. En un tiempo increíblemente corto se pasó de los barcos de vela al vapor, de la diligencia a la locomotora,  y del candil a la bombilla. En lo tocante a lo que nos ocupa, las armas, se pasó del fusil de avancarga con llave de percusión a los fusiles de repetición y las ametralladoras porque, como es de todos sabido, las guerras son los eventos sociales que más incentivan los magines del personal para matar más y mejor al prójimo. Sin embargo, a pesar de arrogarse el rango de ser los más guays, inteligentes y emprendedores ciudadanos de la galaxia, lo del fusil los pilló con el paso cambiado. 


Y mientras tanto, los british con sus fusiles
de avancarga como si la paz reinase en el mundo
Mientras ellos seguían pirateando en el planeta con sus Enfield modelo 1853, los cuadriculados tedescos ya daban estopa a sus enemigos con el fusil de aguja Dreyse, y los gabachos (Dios maldiga al enano corso) hacían lo propio con el Chassepot. Las breves pero reveladoras guerras libradas en la década de los 60 dejaron atónitos a los observadores enviados por la graciosa de su majestad cuando vieron en vivo y en directo como los prusianos masacraban con inusual diligencia a sus enemigos con una abrumadora potencia de fuego nunca vista. Se les enfrió el té con la nube de leche al ver como la infantería armada con el fusil de aguja podía disparar ocho o diez cartuchos por minuto, mientras que los soldados de sus brillantes regimientos apenas podían superar la exasperante cadencia de dos o tres. Era obvio que si las potencias europeas habían logrado semejante avance, ellos no podían permitir que su amado imperio se viese en peligro por no disponer de un armamento adecuado, por lo que prepararon mogollón de teteras para poder idear cómo salir del brete, porque un british sin té no puede solventar ni cómo librarse de su cuñado un domingo por la tarde.


Cajón de mecanismos del Snider-Enfield. Como vemos, la conversión era
algo tan simple como cortar unos centímetros de la recámara y atornillarle
el cierre. Su misma simpleza fue precisamente su mayor baza en combate
En el artículo que dedicamos a las vainas enrolladas pudimos ver como lograron solucionar el problema de forma razonablemente airosa, e incluso superaron a sus enemigos potenciales desarrollando dicha vaina para evitar los fallos de obturación que daban los cartuchos de papel. No obstante, las prisas no les permitieron diseñar un modelo nuevo, sino reciclar sus obsoletos Enfields con el sistema de cierre diseñado por el yankee (Dios maldiga a Hearst) Jacob Snider. El resultado fue el fusil Snider-Enfield, un arma de calibre .577 que fue con la que el imperio entró en la era de la retrocarga en 1866. No obstante, tenían muy claro que este fusil no era la solución definitiva, sino solo un apaño circunstancial a pesar de que estuvo operativo en el ejército indio y unidades de segundo escalón hasta 1890 nada menos. Los gloriosos soldados de la gloriosa Victoria necesitaban un arma moderna y eficaz para hacer frente a los grandes desafíos del momento, y se tuvieron que poner las pilas para adecuarse a las circunstancias.


Unos milicianos canadienses acaban de darle boleta a un fenian, nacionalistas
irlandeses que pasaron de los Estados Unidos al Canadá para incordiar a su
graciosa majestad. Los dos milicianos de la izquierda
llevan el eficiente Snider-Enfield en calibre .577
Antes incluso de que el Snider-Enfield entrase en acción, la Oficina de Guerra se había puesto en funcionamiento para ello. En octubre de 1865 se convocó un concurso para desarrollar un fusil de retrocarga conforme a unos requerimientos determinados en cuanto al peso, tamaño y precisión del arma, dejando el calibre al arbitrio de cada fabricante. La convocatoria tuvo un éxito notable ya que se presentaron nada menos que 104 proyectos que fueron evaluados entre 1866 y 1867, siendo finalmente eliminados todos menos nueve. Los finalistas fueron sometidos a una especie de prueba de resistencia a la mugre y las inclemencias del tiempo. La verdad es que eran unas pruebas un poco chorras ya que consistían en efectuar cien disparos durante cuatro días dejando el arma expuesta a la intemperie en todo momento y sin limpiar. Imagino que con esto pretendían emular una hipotética situación de combate o un asedio. Tras los cuatro días y los cien tiros las dejaban donde mismo estaban durante dos semanas sin limpiarlas y, finalmente, se disparaban una vez más. Las que "sobrevivían" al ataque de mugre eran desmontadas y examinadas para comprobar los efectos de la suciedad, la humedad, el polvo, etc. Al final, la única que se consideró como más apta fue la presentada por Alexander Henry, un afamado fabricante escocés de la época. 


Jacob Snider (1811-1866)
No obstante, ser el ganador no implicaba ser el mejor, y aunque al probo escocés le endilgaron nada menos que 600 libras sumamente esterlinas como premio por el invento, la realidad es que su fusil tenía menos precisión que un macaco ejerciendo de neurocirujano. De hecho, el Comité de Pruebas acabó concluyendo que el Snider-Enfield iba bastante bien, era un arma simple, pero efectiva, y de momento lo mejor era aviarse con él. Sin embargo, algunos de los componentes del puñetero comité que eran menos memos que sus colegas adujeron que, en realidad, las pruebas que se efectuaron estaban basadas en criterios erróneos y que, al menos en dos casos- Martini y Remington- la munición usada era defectuosa. Así pues, se acordó que como el sistema de cierre más eficaz fue el presentado por el escocés, se montaría este en los cañones de cinco de las firmas que quedaron finalistas en las pruebas anteriores, con lo cual se pensaba que las pruebas estarían más equiparadas. Los convocados fueron Metford- que rechazó la oferta-, Whitworth, Lancaster, Westley Richards y Rigby, aparte lógicamente de Henry. Como vemos, el arma presentada por suizo Friedrich von Martini ya estaba curiosamente descartada. Qué cosas, ¿no?


Tropas nepalíes armadas con el Snider-Enfield. A medida que se distribuían
los nuevos Martini-Henry, los Snider eran enviados a unidades coloniales,
voluntarios, milicias y demás tropas de segunda línea
Las pruebas comenzaron en la primavera de 1868, y tras un año pegando tiros a mansalva llegaron a una conclusión: el cañón de Henry mostraba una precisión muy superior a la de sus competidores, pero nada más. Ninguno de los mecanismos de cierre se mostraron verdaderamente fiables, así que tras cuatro años solo tenían claro que el cañón que debería montar el futuro fusil sería el diseñado por Henry, un generoso tocho de 85 pulgadas de largo (89 cm.), y de calibre .450 que disparaba una bala de 480 grains fabricada con una aleación de plomo endurecido con estaño con una proporción de 12:1. La bala estaba impulsada por una carga de 85 grains de pólvora negra tipo F (pólvora gruesa), la Curtis & Harvey nº 6, que por aquellos años gozaba de mucha fama por ser la más adecuada para disparar munición especialmente pesada obteniendo unas velocidades iniciales de hasta 1.900 pies por segundo (579 m/seg.), lo que era algo cuasi astronómico. Por otro lado, y quizás tanto o más importante, era una pólvora que generaba muchos menos residuos, lacra que ya sabemos era la principal de este tipo de propelente. Sin embargo, la Curtis & Harvey permitía efectuar hasta unos 15 disparos antes de que la suciedad empezara a hacer sentir sus efectos, y más en un cañón como el de Henry cuyas siete estrías eran muy poco profundas, clave en su precisión ya que deformaban menos el proyectil a su paso por el ánima.


Friedrich von Martini y Alexander Henry, los padres de la criatura
En fin, ya tenían al menos el cañón, pero faltaba el resto. Así pues, convocaron a varios fabricantes que también habían sido desechados anteriormente pero que, como hemos dicho, se aceptó que las pruebas en las que se basaron para eliminarlos no habían sido llevadas a cabo de forma adecuada. Por lo tanto, se requirieron, además de a Henry, a Peabody, Martini y Remington. Recordemos que estos dos últimos no pudieron pasar las pruebas por defectos de la munición, no de sus mecanismos. En esta ocasión, el que destacó fue precisamente el mecanismo presentado por von Martini, que tras ser desmontado al término de las pruebas se pudo ver que no solo no mostraba el más mínimo signo de fatiga, sino que no había entrado suciedad y las piezas estaban enteramente libres de óxido y mugre. Por fin habían dado con la combinación ideal: un híbrido entre el mecanismo de cierre de von Martini y el cañón de Henry. Este arma dispararía el cartucho diseñado por Boxer que citamos anteriormente y permitiría a los victorianos soldados de Victoria hacerse los amos del cotarro, especialmente en Sudáfrica, Birmania, Afgnistán, Sudán, la India y demás zonas del planeta en las que sus habitantes estaban decenas de años más adelantados tecnológicamente respecto a los demás con sus mosquetes del siglo XVIII, sus azagayas y sus escudos de piel de búfalo (ironic mode on, como se dice ahora).

En febrero de 1872 se enviaron a tres fábricas las especificaciones para manufacturar el que sería el modelo inicial de la serie, el Mark I: la Royal Small Arms Factory o RSAF de Enfield, una empresa estatal, la Birmingham Small Arms (BSA) y la London Small Arms (LSA), estas dos últimas de titularidad privada. He aquí el resultado:


Martini-Henry Mark I fabricado en 1873.  Su longitud total era de 124,5 cm., y su peso de 3,97 Kg.,
razonablemente ligero para la época


A la izquierda vemos la cantonera cuadrillada del Mk.I
A la derecha el modelo liso que se usó en el resto de las
variantes
Actualmente quedan escasos ejemplares de esta versión primigenia porque la inmensa mayoría fue reconvertida en el modelo siguiente, el Mark II, pero las variaciones no eran especialmente notorias. Entre las más características de este modelo inicial vemos que estaba provisto de una anilla portafusil en la culata que fue eliminada posteriormente (es el único que la tuvo), la cantonera de hierro de la culata estaba cuadrillada, estaba provisto de un seguro de empuñadura, el pasador del bloque del cierre era de bronce y la rampa de alimentación de este estaba pulida para poder inspeccionar mejor el interior del ánima. Al abrir el cierre la rampa actuaba como un reflector, lo que permitía la entrada de luz en el cañón y ver sin problemas si estaba bien limpio o si tenía alguna hernia, grieta, etc. Sin embargo, la exposición de esta pieza a la intemperie sin ningún tipo de protección obligó a pavonarla como el resto del arma para evitar la constante aparición de óxido. Como curiosidad, para poder inspeccionar los cañones se acabó suministrando un pequeño espejo por cada 20 unidades. El Mark I se marcó con las fechas 1871 y 1872. Entre esa fecha y 1875 hubo que realizar hasta tres versiones del Mark I para corregir todos los fallos que se fueron presentando, especialmente la irritante tendencia a dispararse solo. Un defecto del mecanismo del fiador hacía que, caso de que el más mínimo resquicio de suciedad se depositara entre este y el bloque del percutor, podría bastar el más mínimo golpe para que se liberase y disparase solo, y en muchas ocasiones incluso en el momento de elevar el bloque de cierre para acerrojar el arma. 

A esto, sumarle frecuentes roturas del fiador, del percutor, fallos en el extractor y una mala regulación del alza que hacía que cuando se colocaba en la marca de 300 yardas en realidad se estaba apuntando a 500, por lo que las balas pasaban por encima de sus abominables enemigos. Y como colofón, el cañón se sobrecalentaba en exceso si bien ese defecto nunca se acabó de achacar a un defecto del arma, sino a un mal uso de la misma por disparar a una cadencia excesiva durante mucho tiempo. Con todo, entre 1873 y 1877 se llegaron a producir 314.633 unidades que fueron casi todas recicladas en el modelo Mark II, una versión en la que se intentó solucionar todos los problemas que venía produciendo el modelo inicial y que se empezó a fabricar en 1877. Las fábricas encargadas tanto para el reciclado de los Mark I como la producción del nuevo modelo fueron las mismas que en el caso anterior, añadiendo la National Arms and Ammunition Co. de Birgmingham.


Martini-Henry Mark II. Las dimensiones y peso del arma eran casi iguales a las de su predecesor

Aunque las diferencias a simple vista eran casi irrelevantes- la cantonera lisa, la supresión de la anilla de la culata, un nuevo modelo de alza y el indicador de arma cargada más pequeño, los cambios verdaderamente importantes estaban en los mecanismos, que fueron modificados para eliminar la enorme cantidad de problemas que estaba dando la versión anterior y que impedían a los invictos british llevar la civilización y el progreso a una panda de salvajes a costa de aniquilarlos bonitamente. Aún hubo otras dos versiones más, la Mark III y la Mark IV que, como en el caso anterior, se ciñeron a pequeñas modificaciones. Concretamente, el Mark III eran prácticamente igual a su predecesor. Sus modificaciones se limitaron al alza para corregir  el desfase de las marcas con la distancia real, un engrosamiento del cañón a la altura de la recámara para darle más resistencia y modificaciones mínimas en el percutor y el cierre. El Mark III  fue aprobado en agosto de 1879, entrando en producción al año siguiente. Entre 1880 y 1890 se fabricaron 232.320 unidades de este fusil.


Martini-Henry Mark III fabricado en 1887. A simple vista, lo único que lo diferencia con su predecesor es el indicador
de arma cargada, más pequeño ya que estaba basado en los de las carabinas de caballería y artillería.

En cuanto al Mark IV, cuando se aprobó su entrada en servicio en 1887 las cosas habían evolucionado bastante porque, mientras que el resto de países europeos ya andaban trapicheando con fusiles de repetición de calibres mucho más pequeños, los british aún seguían dale que te pego intentando mejorar su majestuoso y magnificente Martini-Henry que, por aquel entonces, ya estaba más trasnochado que Drácula con su sistema monotiro y su cartucho de calibre .450. Se empezaba a barajar la posibilidad de cambiar los cañones originales por otros de calibre .303 aunque para llegar a disponer de un arma de repetición habría, no que modificar esta, sino diseñar una nueva porque el sistema de cierre de von Martini no permitía readaptarlo para colocarle un cargador tubular o uno de petaca. No obstante, el Mark IV estuvo en producción entre 1888 y 1890, con un total de 100.000 unidades producidas por la RSAF de Enfield. 

Martini-Henry Mark IV

Como vemos, este modelo tenía dos características que permitía diferenciarlo de inmediato de sus antecesores: por un lado tenemos la palanca de carga, mucho más larga que la de los anteriores y, por otro lado, la joroba de la parte trasera del cajón de mecanismos, un detalle que se tuvo en cuenta simplemente para mejorar el agarre. Mecánicamente hablando, la única mejora que se le hizo fue en el extractor. En todo caso, lo cierto es que ya se planteaba la reducción de calibre para las unidades de primera línea, dejando los modelos que aún mantuvieran el cañón de calibre .450 para el ejército de la India, unidades nativas y tropas de segunda línea. Además, se distribuyeron entre las unidades de voluntarios y cadetes de los colegios británicos, llegando incluso a ser usados, como se comentó en su día, por los pilotos encargados de derribar los dirigibles tedescos durante la Gran Guerra ya que solo una bala de enorme calibre como la del Martini-Henry permitía contener substancias incendiarias en los albores del conflicto. Incluso podríamos hablar de otras dos versiones más, la Mark V y la VI, pero prefiero omitirlas para hablar de ellas cuando dediquemos un artículo al Martini-Enfield ya que estos dos modelos eran conversiones de los anteriores que armaban un cañón de calibre .303, y prefiero no mezclar churras con merinas.


Anverso, reverso y detalle de la embocadura de la funda para carabina de caballería Martini-Henry. Este modelo
se introdujo en 1877

En cuanto a las carabinas, se desarrollaron de forma paralela al fusil. En junio de 1871, la RSAF de Enfield presentó un proyecto para caballería y artillería que solo se diferenciaban en que las segundas tenían previsto un engarce para una espada-bayoneta. En sí, ambas armas no eran más que un Mark I con el cañón recortado. En principio se les montó un cañón con las mismas dimensiones del que usaba la carabina Snider-Endield, 93'3 cm. para la de caballería y 101'6 la de artillería, y una vez terminados varios ejemplares para pruebas fueron enviados al campo de tiro de Hythe, en Kent, para testarlas. Dichas pruebas tuvieron lugar a finales de 1872, y el resultado fue que el retroceso era simplemente insoportable debido al menor peso y menor longitud de los cañones, así que solo había dos opciones: una, fabricar cañones con un calibre inferior, lo cual era totalmente inviable a nivel económico y logístico; y dos, fabricar un cartucho con una carga reducida que hiciese el retroceso soportable.


Carabina de artillería con su funda, espada-bayoneta, vaina y tahalí. Recordemos que en aquella época la artillería
era hipomóvil, por lo que el arma larga se llevaba junto a la silla de montar

Como ya hemos explicado en anteriores ocasiones, para disminuir la presión de un cartucho se puede recurrir a diversos métodos. Uno es aligerar el peso del proyectil manteniendo la carga, lo que puede no ser viable porque una mayor velocidad implica un emplomamiento del cañón, cegando las estrías y reduciendo la precisión. Otro consiste justo lo contrario, disminuir el peso de la carga manteniendo el mismo proyectil, pero eso también puede influir negativamente en la precisión ya que la velocidad de la bala disminuye, ergo la trayectoria es menos tensa. Y otra, reducir carga y peso del proyectil de forma que se logre una velocidad inicial adecuada que, con una bala más ligera, sea la indicada para que la precisión no se vea afectada. Aunque pueda parecer un poco chorra, no es tan fácil como parece dar con la combinación adecuada. Finalmente, el cartucho reglamentario se cargó con una bala de 380 grains con 70 grains de pólvora, enviando de nuevo a Hythe material para pruebas en agosto de 1874 (se lo tomaban con calma, ciertamente), y esta vez si acertaron. El retroceso era más que soportable y, en caso de necesidad, siempre podría usarse la munición de fusil. 

Engarce de la espada-bayoneta en la carabina de artillería.
En toda la familia Martini-Henry el engarce era en el lateral
A principios de 1876 (sí, se lo seguían tomando con muuucha calma) se presentó el sexto modelo de prueba que era básicamente un Mark II acortado. El cañón del fusil medía 84'33 cm. y el de la carabina 54'23 cm., siendo la longitud total de la carabina de 95'5 cm. Quedó definitivamente aprobado en septiembre del año siguiente, entrando en producción de inmediato en la fábrica de la RSAF de Enfield que, en poco más de un año, lograron producir 25.000 unidades de la carabina de caballería Mark I. En total, hasta 1889, cuando cesó la producción, de fabricaron 74.895 unidades. Cómo hemos dicho, era un Mark II recortado y con las aristas vivas eliminadas para evitar enganchones, incluyendo el indicador de carga que se fabricó más pequeño para que no se atascara a la hora de introducirlo en su funda de silla. En 1879 se les añadió un protector de cuero para el alza destinado tanto a facilitar el enfunde como a impedir que se clavara en los lomos del personal si llevaban el arma a la espalda colgada en bandolera. Para ello hubo que añadir dos tornillos en el guardamanos donde fijar el protector. 


Carabina de caballería Martini-Henry Mark I en la que podemos observar el protector del alza. Como vemos, no estaba
provista de engarce para bayoneta


Y casi al mismo tiempo, en abril de 1878, se dio vía libre a la carabina de artillería Mark I que era básicamente igual que el modelo de caballería pero con el engarce para la espada-bayoneta modelo 1879, un arma destinada más a ser usada como herramienta que para defenderse, como era habitual en muchas unidades de artillería de la época en toda la Europa. De hecho, la bayoneta era solo unas seis pulgadas más corta que la carabina, así que ya me dirán. Hubo dos modelos más, el Mark II y el Mark III, fabricados entre 1893 y 1896 que se diferenciaban en pequeños detalles como el tipo de baqueta, el alza y alguna que otra pijadita más. De la Mark I se fabricaron 59.919 unidades, y de las otras dos 38.407 si bien la mayoría fueron Mk. II ya que la III estaba destinada a ser distribuida entre las unidades de guarnición y de cadetes. 


Carabina de artillería Mark I con su enorme espada-bayoneta. Este tipo de armas estaba destinado ante todo para usarlas
como machetes o sierras (véase el lomo serrado) para desbrozar maleza a la hora de despejar el emplazamiento de las
piezas. Como arma, colijo que sería más útil usándola como una espada corta que como bayoneta

Bien, grosso modo así fue la creación y posterior desarrollo de esta gloriosa estirpe de armas de fuego. Y como aún quedan por tratar con detalle el funcionamiento, su rendimiento en combate, tipos de bayonetas y algunas cosillas más para chinchar cuñados, pues dejamos para mañana la disertación porque, como ya saben, no me gusta alargarme demasiado. Además, es hora de merendar, qué carajo.

Mañana seguimos.

Hale, he dicho

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Martini-Henry. Municiones

Martini-Henry. Bayonetas y accesorios


Tropas británicas civilizando zulúes para hacerles ver que no hay nada mejor en el mundo que el pastel de riñones
y la mermelada de naranjas amargas. Coñas aparte, y como veremos en la próxima entrada, la eficacia de este fusil
estuvo más relacionada con la disciplina de la infantería británica y el pésimo armamento enemigo que con su rendimiento

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