miércoles, 20 de noviembre de 2019

LA BALLESTA I. Mecanismos


Ballestero armado con una ballesta de estribo,
el sistema más popular para armas de potencia
media/baja
Bien, retomemos el tema balistario. ¿O es balestario? Bueno, da igual, lo de las ballestas. Antes de nada, debo aclarar que es una cuestión bastante más enjundiosa que aquella lejana y parca entrada publicada hace ya la friolera de ocho años (carajo... el tiempo... blablabla...). Así pues y tras el artículo donde dimos pelos y señales sobre el origen de estas armas que tanto éxito tuvieron en la Europa, colijo que merece la pena entrar más a fondo en la materia. Al cabo, lo que hay en la red es, como suele pasar cuando se habla de estos temas, bastante generalista, cuando no los típicos corta y pega con los que el personal se plagia bonitamente, cosa que jamás he entendido. ¿Para qué perder el tiempo copiándose unos a otros? ¿Para tener más "fologüers", cosa que no rinde beneficios de ningún tipo salvo que seas uno de esos "celebritis" o "influencers" donde señoritas abundamentemente siliconadas muestran sus ficticios encantos o amargados de la vida ponen a caldo a todo bicho viviente? En fin, que les den morcillas... La cuestión es que, por otro lado, cuando se habla de ballestas se suelen obviar sus vertientes cinegética y lúdica, volcándose por lo general en su faceta puramente bélica que suele tener más morbo. Sin embargo, es precisamente en las ballestas destinadas a la caza o al tiro al blanco en las se desarrollaron los ejemplares mejor elaborados tanto a nivel artístico como mecánico, mientras que la ballesta militar lo más que sufrió fueron modificaciones a nivel meramente práctico o bien conforme a lo gustos estéticos de cada zona de Europa. Así pues, y a la vista de lo extenso del tema, he creído más adecuado hacer algo más extenso y que vaya más allá de la información habitual, por lo que se le dedicará una pequeña monografía como hemos hecho en otras ocasiones. Y dicho esto y para no enrollarnos más, comenzaremos con la madre del cordero: los mecanismos, porque sin mecanismos no funciona nada, ni siquiera un chupete, paradigma de chisme parco en mecanismos.

Transportando ballestas terminadas a los arsenales.
La difusión de estas armas en Europa fue
extraordinaria
En la ballesta europea podemos ver desde lo más básico a lo más complejo. Desde su aparición por estos pagos de mano de los romanos- obviaremos la gastrophetes griega porque, a mi entender, por su funcionamiento se asemeja más a una balista a reducida escala que a lo que entendemos por ballesta- el corazón de estos artefactos ha sido la nuez. Mientras que los chinos adoptaron el ingenioso mecanismo enteramente metálico que vimos en el artículo dedicado a los orígenes de estas armas, y que por cierto permaneció invariable durante siglos, en Occidente se optó por algo más básico si bien su funcionamiento fue tan satisfactorio que, a lo tonto a lo tonto, tampoco experimentó ningún cambio relevante hasta que en el siglo XVII las ballestas dieron término a su uso militar y quedaron relegadas a la caza y el tiro para nostálgicos, lo que por cierto aún perdura e incluso ha recuperado su uso militar en manos de unidades especiales para dar boleta a los enemigos de forma silenciosa, taimada y sutil gracias a los sofisticados proyectiles armados con barbas afiladas como cuchillas de afeitar que producen la muerte por un shock hipovolémico en escasos segundos debido a la intensas hemorragias que provocan.

La constancia más antigua de esta pieza la tenemos en un bajorrelieve que se conserva en el Museo Crozatier, en Le-Puy-en-Velay, Francia (Dios maldiga al enano corso) y que podemos ver a la derecha. Se trata de una MANVBALISTA, o sea, una balista de mano, datada hacia el siglo II d.C. y que probablemente estaba destinada a la caza. Dentro del círculo se aprecia claramente la nuez que retenía la verga pero, por desgracia, al fulano que esculpió el bajorrelieve se le olvidó mostrarnos la parte inferior del arma, donde podríamos ver los mecanismos que, al día de hoy, siguen siendo un arcano y motivo de mil y una interpretaciones, reconstrucciones, versiones, debates, etc. Con todo, lo importante es que, al menos, queda claro que la nuez era el sistema de retención que ya se usaba en aquella época y que perduró durante los siglos posteriores. Otro aspecto a tener en cuenta es que la ballesta no empezó a mencionarse de forma generalizada como arma de guerra hasta los siglos X-XI, por lo que es más que probable que hasta esa época su uso se limitase a actividades cinegéticas salvo que aparezca alguna fuente contemporánea que diga lo contrario. Sea como fuere,  parece ser que los romanos las usaron en su ejército a pequeña escala y en manos de tropas auxiliares, y como los galos, germanos, hispanos y demás pobladores europeos no tenían la costumbre de dar pelos y señales de su propia historia salvo las típicas batallitas pseudo-legendarias de transmisión verbal que cada cual contaba con los añadidos que estimaba oportunos, pues su uso es un misterio de momento y, en todo caso, ya hablaremos de eso la historia de estas armas en Europa.

Bien, aclarado el origen de la principal pieza de la ballesta, veamos en qué consistía. Como vemos en el gráfico, era un simple disco por lo general fabricado de asta. Curiosamente, y a pesar de no ser un material tan resistente al desgaste como el bronce o el hierro, se calcula que alrededor del 90% de las ballestas usadas a lo largo de su vida operativa estuvieron equipadas con una nuez de asta independientemente de que fueran ejemplares básicos para el ejército o los modelos más lujosos para nobles y monarcas. En la figura A tenemos una vista en sección en la que se aprecia la muesca interna donde se anclaba el fiador de la palanca de disparo y el orificio donde se insertaba una cuña de hierro como la que vemos en la figura D. Esta cuña, cuya parte inferior se puede apreciar en la figura B, no tenía otra misión que impedir que el asta con que estaba fabricada la nuez sufriera un desgaste excesivo debido al roce con el fiador de forma que abreviase su vida operativa o, lo que era peor, saltase estando el arma cargada con las consecuencias que podemos imaginar. En la figura C vemos la parte superior de la cuña de hierro que aflora entre las dos uñas para, en caso de avería o desgaste, poder extraerla empujándola con un botador.

En la foto de la derecha podemos ver la nuez de la lujosa ballesta de caza del conde Ulrich V de Wüttenberg y en la que se puede apreciar el desgaste producido por el uso. Debemos recordar que la enorme potencia de estas armas suponía un gran estrés tanto en sus piezas como mecanismos. Merece la pena reparar en un detalle, y es que la nuez no está sujeta a la culata mediante un pasador, sino por un simple cordel. Esto tenía dos explicaciones: una, que al estar el orificio tan cerca del borde superior de la culata, en caso de usar un pasador metálico podría producirse una rotura de la madera debido a la tensión ejercida por la verga. Por eso preferían sujetarla con varias vueltas de cuerda que abrazaba la culata por la parte inferior. Y por otro lado, si observamos el gráfico anterior vemos que la cuña de refuerzo impedía colocar un pasador atravesando la pieza porque se interponía en el orificio de la nuez, por lo que habría que sujetarla con dos pequeños pasadores, uno a cada lado, dando al conjunto una resistencia bastante deficiente. 

Para impedir que se rajase la madera de la culata, a partir del siglo XV no era raro que algunos maestros ballestros optasen por reforzar los costados de la misma en la zona donde estaba la nuez con sendas pletinas, una a cada lado tal como vemos en esa bonita réplica. Esas pletinas de refuerzo no solo aumentaban la resistencia y la durabilidad de la culata, sino que permitía prescindir de los cordeles y usar pasadores, un sistema más fiable cuando se manejaban ballestas de gran potencia. Por otro lado, facilitaban la instalación de gruesos tetones en las ballestas de gafa o de cranecrin, aunque eso lo veremos más detalladamente en el artículo que dedicaremos a los sistemas de recarga.

Pero la nuez tampoco se libraba del desgaste que suponía estar girando una y otra vez y, por razones obvias, convenía proteger tanto la pieza como la madera de la culata. En los modelos más primitivos, la nuez se embutía directamente en una caja abierta en la madera, pero en el momento en que la potencia de las palas aumentó quedó claro que había que hacer más resistente ambas piezas. Aunque de la morfología y evolución de las culatas también hablaremos en un artículo AD HOC, en la foto de la derecha vemos los dos métodos adoptados para reforzarlas. En primer lugar vemos una pieza fabricada de bronce usada en modelos muy tardíos. La figura A nos muestra una vista en sección con la nuez en el lugar que le corresponde. La B ofrece una vista inferior con la abertura por donde el penetraría el fiador de la palanca para bloquear la nuez. A la derecha vemos el método más común en la Edad Media y el Renacimiento: dos bloques de asta o marfil, uno delante y otro detrás de la nuez, que podían ser fácilmente sustituidos en caso de avería si bien el desgaste entre materiales de la misma consistencia es muchísimo más lento. Obsérvese el engrosamiento de la culata para dar cabida al sistema de disparo así como la profunda acanaladura para asentar el virote pero, como decimos, de eso ya hablaremos más despacio en su momento.  

Bien, esto es lo más reseñable en lo que respecta a la nuez, sin la cual no era posible fijar la verga. Y tras el corazón del arma están las tripas, o sea, los mecanismos que fijaban y liberaban la misma que, contrariamente a lo que la mayoría piensa, eran muchos más de los que creemos y bastante más complejos de lo que podríamos imaginar. No obstante, ya de entrada conviene aclarar que, por meras cuestiones de economía, los modelos militares usaron prácticamente el mismo durante siglos, y que fueron las ballestas dedicadas a la caza y el tiro a partir de los siglos XV y XVI las que fueron equipadas con mecanismos mucho más complejos que permitían alcanzar una precisión mayor de lo habitual. La vertiente venatoria y, sobre todo, la deportiva, son las más olvidadas cuando hablamos de estas armas y, sin embargo, hay infinidad de representaciones gráficas de la época que muestran que la práctica del tiro al blanco era muy frecuente, bien como forma de entrenamiento, bien como un simple pasatiempo. Sea como fuere, en el grabado de la izquierda vemos uno probos ciudadanos jugándose una ronda de zumo de cebada intentando pasar sus virotes a través de unos aros de madera, y hasta se hacen acompañar de unos chuchos debidamente adiestrados para recuperarlos y no tener que pasar luego dos horas buscándolos.

Luzerner Chronik, obra de Diebold Schilling el Joven (c.1513)
Más aún, en países como Suiza, donde gran parte de su población masculina tenía como oficio ser mercenarios, el tiro con ballesta era algo tan habitual como en la Inglaterra del siglo XIV lo era el tiro con arco. Buena prueba de ello es la vívida escena que vemos a la derecha, procedente de la Crónica de Lucerna. En la ilustración vemos como varios probos mercaderes de la muerte pasan el rato en un campo de tiro perfectamente preparado con sus techumbres y todo para protegerse del sol o la lluvia. En el sombrajo móvil vemos a tres de ellos en plena sesión mientras que al fondo un auxiliar señala los impactos. Hasta aparecen dos cuñados que se han liado a hostias, seguramente acusándose de haber perpetrado alguna fullería o algo por el estilo. Así pues, como vemos, estos artefactos iban mucho más allá de apiolar enemigos o hacerse con un jugoso jabalí o incluso volátiles de todo tipo, que ya había que tener destreza para acertar a un pájaro en peno vuelo de un virotazo.

Bien vamos sin más a detallar los distintos sistemas de disparo.


Lo que vemos en la ilustración superior es el sistema más frecuente y del que ya se tiene constancia en representaciones gráficas datadas hacia el siglo XI. La figura A muestra el arma cargada, con el fiador de la palanca bloqueando la nuez. En este caso hemos ilustrado los refuerzos de asta si bien en sus primeros tiempos, cuando las ballestas tenían menos potencia, este accesorio no se usaba. Señalado con la flecha roja vemos un muelle de fleje destinado a impedir que un golpe o roce fortuito accionase la palanca. Inicialmente se fabricaban de asta, un material flexible, pero las láminas que se obtenían eran demasiado frágiles y se acabaron sustituyendo por otras de acero. En la figura B vemos el momento del disparo. Al presionar la palanca se libera la nuez, que gira forzada por la tracción de la verga.

Este sistema, que podríamos denominar como de "auto-carga" porque la nuez retrocedía y quedaba retenida por el fiador en el momento en que la verga la hacía girar, era válido para cualquier sistema de carga, desde el más primitivo de las ballestas de dos pies a los más avanzados de torno y, precisamente por la relativa rapidez de su recarga, fue el que prevaleció en las ballestas de guerra. En cuanto a la longitud de la palanca, estaba en función de la potencia del arma. Cuando más tensión ejerciera la pala más presión había que hacer sobre la palanca para liberar la nuez, por lo que se hacía más larga por una mera cuestión física: si la palanca es más larga el esfuerzo es menor. En cuanto a la forma, por lo general los modelos fabricados en el occidente de Europa tenían un perfil redondeado en forma de S plana, menos complejo que los fabricados en Europa central, que sería como el que hemos visto en el gráfico superior. Por otro lado, los occidentales no tenían esa curvatura tan acusada, sino que eran más rectos. En lo tocante a adornos, torneados, etc., lógicamente era algo que quedaba relegado a ballestas elaboradas por encargo. Las puramente militares carecían de cualquier ornato que las encareciera. En la foto de la izquierda podemos ver una réplica de una ballesta de estribo del siglo XII provista de una pala compuesta de 80 libras de potencia, o sea, una potencia media. Obsérvese la longitud de la palanca y el pequeño refuerzo de la nuez ya que no precisaba de más.


El que vemos en este gráfico es un sistema en el que el fiador es una pieza de asta sobre la que actúa la palanca, que en este caso corresponde a una tipología propia de la Europa occidental surgida hacia 1450. En la figura A la vemos cargada, con el bloque-fiador reteniendo la nuez. La palanca la sujeta con una pequeña uña situada en su extremo. Una vez que la presionamos se produce el disparo como vemos en la figura B. La palanca libera el bloque-fiador, que gira en sentido inverso a la nuez impulsada por la tensión de la verga. Al parecer, este tipo de mecanismo producían una suelta más limpia y, por ende, más precisa que el sistema convencional que vimos en primer lugar.




A mediados del siglo XVI apareció en Europa Central el único sistema de disparo que no retenía la verga mediante una nuez, sino un gancho metálico. Los tedescos le dieron el nombre de klappenschloβ, que podríamos traducir como cierre de pico. Como vemos en la figura A, se trata de una pieza metálica con forma de gancho que, al recibir la verga, oscilaba hacia adelante, quedando bloqueada por la palanca-fiador. La flecha marca una pequeña pieza de asta que se colocaba delante para facilitar la salida de la verga ya que este sistema no la dejaba a ras con el armazón, sino un poco hundida. En la figura B tenemos la secuencia de disparo: al presionar la palanca se libera el gancho, que la verga hace salir despedido hacia atrás girando en sentido horario. Al igual que el sistema anterior, este mecanismo producía un disparo bastante preciso. En todo caso, no tengo constancia de que fuera usado en España, quedando relegado a Centroeuropa.


Este sistema de klappenschloβ también se empleó en ballestas de gatillo, un tipo de mecanismo surgido en el siglo XVI que requería de una o más manipulaciones previas en el mismo antes de completar el ciclo de carga, por lo que ya no podemos considerarlos como los mecanismos de auto-carga convencionales en los que la verga hacía girar la nuez al cargar, quedando esta bloqueada de forma automática por la palanca-fiador. Por este motivo, las armas provistas de mecanismos de gatillo eran empleadas ante todo en ballestas de cranecrin o de torno destinadas a la caza o el tiro, donde podían tomarse todo el tiempo necesario para cargarla salvo que uno pudiera permanecer a salvo tras una muralla o un grueso mantelete. ¿Por qué solo el cranecrin o el torno? Porque permitían mantener la verga tensa en la nuez mientras se accionaban los mecanismos para bloquearla. Veamos la ilustración de la izquierda, donde aparece un ballestero cargando su arma con un cranecrin (aunque es una ballesta de palanca, da igual, lo importante en este caso es el sistema de recarga). Cuando la verga alcance la nuez y la haga girar, en vez de retirar el cranecrin introducirá el punzón que vemos en el detalle por el orificio superior que aparece marcado con una flecha negra en la figura A, haciendo bascular la leva que bloqueará el gancho. Al mismo tiempo, dicha leva será bloqueada por el gatillo, que es empujado hacia adelante por el resorte de fleje marcado con la flecha roja. En la figura B tenemos el disparo: al presionar el gatillo se libera la leva, que oscila en el sentido que vemos en la flecha, y liberando el gancho, que como en el caso anterior gira en sentido horario impulsado por la verga. Y como era norma en las ballestas de gatillo, la palanca quedaba relegada al papel de un guardamontes a lo bestia.


A partir de esa época aparecieron más mecanismos accionados mediante un gatillo en vez de la palanca tradicional que, como hemos visto, perduró haciendo las veces de guardamontes. En este caso la retención de la verga es la nuez de siempre, y el sistema de bloqueo de los mecanismos son los mismos que en el ejemplo anterior. Tal como vemos en la figura A, el punzón introducido por el orificio superior hace bascular la leva al presionarla, bloqueando la nuez y, a su vez, quedando bloqueada por el gatillo. Ambas piezas están accionadas por sendos resortes de fleje para hacer que la secuencia del disparo sea más rápida y fiable, lo que lo hará más preciso. La secuencia de disparo la vemos en la figura B: al presionar el gatillo se libera la leva, que impulsada por su muelle gira en sentido contra-horario y se produce la suelta de la nuez. Como hemos dicho, este sistema permitía un disparo mucho más limpio y preciso que el de una ballesta de palanca, pero su inconveniente radicaba en tener que ralentizar la recarga para introducir el punzón que montaba el mecanismo. 


Practicando el tiro con ballestas de torno. Estas armas, las
más potentes de todas, no solo alcanzaban mayor distancia
sino una velocidad inicial mucho mayor, lo que redundaba
en su precisión. Estos chismes podían pasar de lado a lado
un hombre de armas o un caballero cubierto por una
armadura de placas salvo que estuviera fabricada a prueba
Los sistemas de gatillo dieron lugar a mecanismos cada vez más complejos y sofisticados, equiparables a los de un arma de fuego. El número de manipulaciones necesarias para poner el arma a tiro no permitía que estas ballestas fueran usadas en los campos de batalla, donde además los arcabuces ya se habían hecho los amos del cotarro por lo que su uso se limitó a la caza y el tiro si bien, eso sí, con una precisión muy superior a la de sus congéneres de palanca que aún subsistían a duras  penas. El modelo del gráfico superior requería un proceso de carga asaz complejo, como veremos en la figura A. Una vez que la verga era tensada con el cranecrin y quedaba atrapada en la nuez, en primer lugar había que introducir el punzón por el orificio inferior delantero (flecha roja), que empujaba la biela 1 que, a su vez, bloqueaba la leva 2. A continuación se accionaba el seguro (flecha verde), una pieza cónica provista de una aleta que impedía que la leva 2 liberase a la biela durante el resto del proceso de recarga. Aún no estaba montado el virote, pero si la verga te pillaba los dedos podía cercenarlos sin problema y, por otro lado, disparar una ballesta en vacío es la mejor forma de romper la pala. Bien, una vez hechas estas operaciones había que introducir el punzón por el orificio superior del armazón (flecha negra) para empujar hacia abajo la biela 3 y engancharla en el fiador que estaba unido al gatillo. Por cierto que, en muchos casos y como medida de seguridad, estos eran plegables, quedando semiocultos en la culata para impedir disparos accidentales. La secuencia de disparo la vemos en la figura B: en primer lugar se quitaba el seguro girándolo para permitir el desbloqueo de la leva 2. A partir de ahí apretamos el gatillo y liberamos la biela 3, que a su vez suelta la leva 2 que igualmente desenganchará la biela 1 y, por último, esta soltará la nuez, que girará liberando la verga. Complicadillo, ¿no? Pues no más que una Colt 1911 aunque pueda parecer lo contrario. Además, los maestros ballesteros podían pulir y afinar estas piezas para que la presión necesaria para producir el disparo fuese mínima, redundando a favor de la precisión.


Y para concluir, una variante del sistema anterior, pero aún más compleja debido a los mecanismos alojados en esa especie de cassette situado en la parte trasera que, además, añaden un paso más al ya de por sí interminable proceso de carga. Veamos la figura A. Una vez realizada la primera parte del mismo, que es idéntica a la anterior, llega el momento de accionar a mano todo el piecerío trasero. 1: presionar con el punzón la biela marcada con la flecha negra para enganchar la pieza marcada anteriormente con el nº 3. 2: tirar del cordón para bascular la pieza a la que está unido (flecha roja) que, al presionar el muelle de fleje, hará girar en sentido horario a la pieza inferior (flecha verde), quedando así montados todos los mecanismos. En la figura B tenemos la secuencia de disparo una vez girado el botón del seguro, que se producirá de forma similar pero con más desenganches. Hablamos de un total de siete piezas incluyendo la nuez, que no es moco de pavo. Una llave de chispa podría ser similar, pero la distribución de muelles que interactúan cada vez que una pieza se mueve permiten que quede cargada con solo amartillarla. Eso es lo que aún quedaba por descubrir a los probos maestros ballesteros para hacer sus armas cuasi semi-automáticas. No obstante, sesudos ciudadanos como el tedesco Martin Löffelholz ya diseñaron en épocas tan tempranas como 1505 ballestas con sistemas autónomos de recarga como el que vemos en la ilustración de la derecha. Sin embargo, bien por lo costoso de su elaboración, bien por el proverbial rechazo que a los humanos nos suele inspirar todo lo que sea novedoso, y más si es a nivel científico, la cosa es que este tipo de mecanismos no prosperó, y el personal prefirió seguir dándole al manubrio de los cranecrines y tornos a pesar de ser un coñazo y, además, un coñazo lento.

Bueno, criaturas, con esto concluye la primera parte de esta suculenta monografía. Estoy seguro que más de uno y más de dos se han quedado perplejos al ver la variedad de sistemas y mecanismos con que se equiparon a estas armas, así que atesoren el conocimiento para chinchar al enemigo perpetuo: el cuñado que no se pierde un documental del Canal Historia, donde se aprende de todo menos historia.

Ya seguiremos.

Hale, he dicho

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