Como ya se comentó en la entrada referente a los baluartes, estos estaban unidos entre si por cortinas, o sea, tramos de muralla recta. Obviamente, estas zonas eran el punto flaco de este tipo de fortificación, ya que carecían de la morfología adecuada para repeler los proyectiles de la artillería enemiga. Para impedir esto se creó el revellín. En la foto podemos ver uno de los que protegen las cortinas de la plaza fuerte de Elvas.
Se trata de una fortificación externa, situada justo delante de la cortina. Por su forma triangular, podían desviar los disparos dirigidos contra la cortina en cuestión, y además eran una primera línea defensiva del fuerte, ya que, al igual que los baluartes, disponían de bocas de fuego. Su altura era siempre inferior a la del fuerte, como ya se explicó, con dos fines: uno, no obstruir la línea de tiro de las piezas emplazadas en el fuerte, y dos, quedar expuestos al fuego del fuerte en caso de ser ocupados por el enemigo. Para ello carecían de protección en la gola, o sea, por su parte trasera. En la foto se ve claramente de qué hablamos. Si la guarnición del revellín se veía desbordada, podían retirarse por un camino cubierto a través de foso hacia el fuerte y dejar el recinto en manos del enemigo, el cual intentaba a toda prisa mover las piezas para dirigirlas contra el fuerte, siempre un cuando los defensores no las hubiesen inutilizado previamente clavándolas. Y todo ello bajo el fuego de la artillería procedente de los baluartes, así como del nutrido fuego de fusilería de los defensores.
Los revellines, al igual que los baluartes, tenían nombres propios, también bajo la advocación por lo general de santos, vírgenes, etc. si bien, por ser zonas más expuestas a una ocupación, solían carecer de pañoles propios, siendo servidos de pólvora, balas y botes de metralla desde el recinto principal. En el croquis inferior podemos ver la morfología de un revellín convencional:
Como se ve, cubre totalmente la cortina situada entre dos baluartes, y queda separado del recinto principal por el foso, pintado en color verde. Los dos pequeños rectángulos grises que vemos en el revellín serían las rampas (podía haber más de una) para poder subir las piezas de artillería. Los revellines podían contar a su vez con una protección que los antecedía, las contraguardias, defensas bajas con la misma forma pero que no disponían de artillería. Eran simples murallas para proteger los muros del revellín del fuego enemigo. En el siguiente croquis se puede ver con más claridad:
En este caso, la contraguardia queda separada del revellín por un foso para dificultar aún más la ocupación del mismo y, del mismo modo, un nuevo foso podía preceder a la contraguardia para poner las cosas aún más difíciles a los atacantes. Como se ve, no escatimaban esfuerzos a la hora de complicar una posible invasión al recinto principal.
Un caso aparte son las lunetas, que tenían el mismo objeto que los revellines, defender una cortina pero, en este caso, al igual que las contraguardias, solían carecer de dotación artillera, siendo más habitual la disposición de banquetas para permitir a la infantería hacer fuego de fusilería. Además, sus muros carecían del imponente grosor del de los revellines. En el siguiente croquis lo veremos mejor:
Como se ve, se trata de un muro semicicular situado, como el revellín, ante una cortina. En el centro he puesto un dibujo de la sección de la misma para su mejor comprensión. Así pues, vemos como el parapeto, de una altura de alrededor de 1,40-1,60 metros, permitía a un fusilero situado en la banqueta, en color gris claro en el dibujo de la planta, hacer fuego contra el enemigo permaneciendo a cubierto. Y, también al igual que los revellines, su gola carecía de ningún tipo de defensa, quedando sus invasores a merced del fuego procedente del fuerte en caso de desalojar a los defensores. Como protección, aparte de los habituales fosos, se ven casos en los que estas lunetas estaban precedidas de unas hiladas de pozos de alrededor de 1-1,5 metros de profundidad, pero tan pegados unos a otros que hacía casi imposible para una masa atacante acercarse a menos de 4 ó 5 metros del muro sin caer dentro de ellos. Para más eficacia, podían plantar dentro de los mismos estacas o abrojos de hierro, o incluso poner ante las hiladas de pozos estacadas que serían las antepasadas de las actuales alambradas que preceden a las trincheras.
En la foto de la derecha se ven claramente las hiladas de pozos que anteceden una de las murallas del fuerte de Santa Luzia, en Elvas. La imagen deja bien patente que, aun hoy día, moverse entre ellos es tener todas las papeletas para caer dentro de uno y partirse una pierna. Dichos pozos no eran simples hoyos que podían verse cegados en pocos meses por las inclemencias del tiempo. Como se ve, estaban labrados con cantería y eran limpiados con regularidad a fin de mantener su efectividad. De hecho, no solo impedían acercarse con facilidad a las murallas, sino que casi imposibilitaban adosar escalas al muro para asaltarlo, ya que no había sitio donde apoyar la escala en el suelo.
Finalizo esta entrada dando un consejo a los que visiten por primera vez este tipo de fortificaciones, y es que se muevan con mucho cuidado cuando paseen por su perímetro exterior, ya que estos pozos suelen estar casi siempre cubiertos de maleza y no se ven como no se conozca su existencia. Un mal paso supone caer dentro de uno, y la costalada puede ser de órdago. Con todo, ya dedicaré una entrada exlusiva para los cuidados y prevenciones que se deben tener a la hora de visitar castillos o fortificaciones de cualquier sitio, ya que hay zonas que pueden ser muy peligrosas para un neófito en la materia.
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