La tarja apareció en el siglo XV, justamente cuando los escudos convencionales empezaban a ver su ocaso debido a que la armadura de placas los hacía innecesarios. Pero si en la guerra ya empezaban a resultar un estorbo a los caballeros y hombres de armas, no así en las justas y torneos, deportes marciales en los que era preciso aumentar aún más la capacidad defensiva de los participantes. El brutal choque producido contra la lanza del adversario, aún usando puntas jostradas, hacía necesario el uso de un escudo que protegiese el pecho del caballero, tanto para detener la punta de la lanza como para desviarla e impedir que fuera a parar en el yelmo o, lo que era peor, que se colase por la ocularia del mismo (véase el baúl de justa). En el siglo XIV ya se puso de moda un escudo concebido para justar a pié con espadas de dos manos, el cual, como es de suponer, no era preciso embrazar. De ahí se tomó la idea para las tarjas de los arneses de justa. Veamos el motivo de la creación de este peculiar escudo...
En la foto de la izquierda vemos un arnés de justa de principios del siglo XVI provisto de tarja fabricada con madera y forrada de cuero. Como se puede ver, el escudo era fijado al peto a fin de dejar la mano izquierda libre para manejar las riendas sin necesidad de tener que embrazar el escudo, cosa complicada con este tipo de arnés por una sencilla razón, y es que el brazo estaba protegido por una pieza llamada guardabrazo o manifer, que no tenía el codo articulado y, además, estaba unida al peto por una lazada. De esa forma se conseguía una protección mayor en la zona donde recibiría con seguridad el golpe. Como ya comenté en alguna entrada anterior, los arneses de esa época estaban provistos de toda una colección de "extras" para poder ser usados en cualquier circunstancia: justar a caballo, a pié, para la guerra... Así pues, con el manifer era imposible embrazar un escudo normal, por lo que se optó por unirlo al peto mediante dos correas, una alrededor del cuello, como el tiracol habitual, y otra que rodeaba el cuerpo. O bien, como en el arnés de la foto, por una lazada de cuero trenzado. Su forma convexa estaba destinada a escupir hacia arriba la punta de la lanza. Para impedir que el lanzazo empujara la parte superior del escudo hacia el cuerpo, propinando un golpe que denominaban la bofetada (se me acaba de ocurrir que quizás la etimología de la palabra bofetada provenga de "golpe en la bufa" que, como ya sabemos, era la pieza que servía de refuerzo en la parte inferior del yelmo. Mañana llamo a los de la RAE, jeje...), se le ponía por detrás una cuña de madera llamada flaón o fracón, que iba unida al peto con un cordel. De ese modo, la tarja quedaba enteramente inmovilizada.
En la foto de la derecha tenemos otro tipo de tarja, también elaborada con madera y cuero y decorada con el blasón de su propietario. En este caso, las acanaladuras longitudinales estaban ideadas para impedir que la lanza fuera desviada hacia los lados, cosa que podía suceder con el tipo que hemos visto anteriormente. La escotadura que aparece en el lado derecho de la tarja era para apoyar la lanza. Recordemos que en los torneos, el lance se producía con el adversario situado a la izquierda y separados por la palestra, costumbre que se empezó a llevar a cabo cuando los accidentes mortales por los brutales choques frontales convertían los torneos en verdaderas carnicerías. Lógicamente, las tarjas de madera tenían poca resistencia ante el empuje de un caballero montado en un descomunal bridón. No estoy muy ducho en temas matemáticos (en justicia, estoy pez, no quiero engañar al personal), pero sería interesante saber qué energía cinética se concentraba en un caballo de unos 700 kg. de peso o más, cubierto por una barda de unos 40-50 kg., lanzado al galope y con un jinete encima que con el arnés pasaría de los 100 kg. Aun sin manejar números, el impacto debía ser simplemente bestial.
Por ello, a partir de mediados del siglo XVI se optó por fabricar las tarjas de metal, y formando parte integrante del arnés como vemos en la foto de arriba. En ambos casos, la tarja era fijada al peto mediante tornillos, los cuales podían removerse y eliminarla cuando el arnés iba a ser usado en otra cosa que no fuera un torneo. Igualmente, como se puede ver, el ristre también es removible. Pero, como vemos, uno es liso por completo y el otro está provisto de nervaduras. En el primer caso, la intención era que la punta de la lanza fuera desviada limpiamente hacia arriba. En el segundo, que la punta se viera detenida por alguna de las nervaduras, haciéndola saltar en pedazos. Obviamente, eso suponía un encontronazo aún mayor, ya que toda la energía era absorbida por el cuerpo del caballero, así que deduzco que ese tipo de tarjas eran usadas solo contra lanzas bordonas que, como recordaremos, eran huecas a fin de que se partieran con más facilidad. En ambos arneses ha desaparecido el manifer, siendo ambos brazales iguales. Así mismo, ya no era necesario el uso del flaón, ya que la parte superior de la tarja estaba sólidamente fijada al peto.
Los torneos y las justas vieron su fin con el siglo XVI. La nobleza ya no era tan belicosa como antaño, y los que optaban por la vida militar lo hacían por vocación más que por tradición. Como divertimento marcial quedaron los juegos de cañas, donde se podía hacer gala de las habilidades como jinete sin necesidad de recibir testarazos brutales, quedar tullido de una caída o perder la vida en un lance. Total, para conquistar a las damas tampoco había que jugarse el pellejo, digo yo, y más si tras el lance quedaba uno tan averiado que no podría aprovechar el ligue, ¿no?
Termino esta entrada con un vídeo bastante ilustrativo, donde se ve como dos señores forrados de hierro quiebran lanzas con viril prestancia. En el minuto 1 se ve claramente como la tarja que porta uno de ellos hace que la lanza del adversario salga despedida hacia arriba y se rompa sin alcanzarle el yelmo. En la secuencia correspondiente a 1' 17'' se ve, como explicaba antes, que en esa ocasión la lanza no sale despedida hacia arriba, sino hacia el lado, propinando al jinete un severo golpe en el cuello.
Hale, he dicho
Hale, he dicho
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