El tipo de espada al uso en los albores del segundo milenio era un arma procedente de las usadas por los pueblos eslavos y germánicos, heredadas a su vez de las antiguas espadas celtas. Estas armas, como se puede ver en toda las representaciones gráficas de la época, estaban destinadas a herir de corte. Si observamos las figuras que muestra el conocido Tapiz de Bayeux, que narra a modo de "comic" la batalla de Hastings (1066) entre el duque de Normandía y el rey Haroldo de Inglaterra, se observará que los guerreros normandos que portan espada siempre la blanden en actitud de golpear de filo. De hecho, los diseños de las espadas aún continuaron durante unos tres siglos más destinados a cortar antes que a clavar. Por mera curiosidad y a modo de corroboración de lo dicho, me dediqué a hacer una curiosa contabilidad: en las 25 iluminaciones de la Biblia Maciejowski (c. 1250) donde aparecen escenas de combate, aparecen 23 heridas de filo por solo 3 de punta, además de 34 guerreros que hacen amago de golpear de filo y ninguno de punta.
Básicamente, la espada del siglo XI era un arma con una hoja de sección lenticular, ancha, con una amplia acanaladura que recorría casi toda la longitud de su hoja de unos 80 cm. aproximadamente. Su empuñadura, corta en proporción a la longitud total del arma, les daba un aspecto masivo. Es complicado saber la longitud exacta tanto en cuanto los ejemplares supervivientes de aquella época han perdido una indeterminada cantidad de su masa debido a la corrosión pero, en cualquier caso, su hoja era más larga que su antecesora, quizás pensando en que debían manejarla jinetes y, por ende, precisaban de mayor longitud para herir desde lo alto de sus enormes caballos de batalla. Por lo general, las hojas de estas espadas no estaban dotadas de puntas aguzadas tanto en cuanto su misión primordial era herir de filo. Así mismo, su sección les proporcionaba una buena flexibilidad para tal fin, careciendo de la rigidez necesaria para una clavada eficaz. Ojo, que nadie piense que no se podía herir de punta con ellas, y más sobre un hombre sin un armamento defensivo adecuado, v.gr., una cota de malla. Pero por su morfología, así como por las características de su hoja y el tipo de esgrima que desarrollaban, optaban por hendir antes que clavar, y las heridas que podían producir eran simplemente demoledoras.
En la ilustración de la izquierda se muestra uno de los dos tipos habituales de esta época. Como se ve, la hoja es ancha, con cierta tendencia a estrecharse hacia su punta redondeada. Una ancha y larga acanaladura recorre casi toda su longitud. La cruceta, larga, estrecha y de forma prismática, da paso a una empuñadura embutida en una espiga triangular. Sus cachas son de madera forrada de cuero. Como remate, un pomo en forma de nuez de Brasil. Tanto el pomo como la cruceta están fabricados de hierro. A pesar de su masivo aspecto, eran más bien ligeras debido al poco grosor de su hoja. El peso de estas espadas rondaba los 1.100 gr., e incluso menos a veces.
Hubo una variante de este tipo. Como se ve, la hoja tiene las mismas características que la mostrada anteriormente, si bien la acanaladura es más estrecha. Así mismo, la cruceta es igual. Por contra, el pomo es discoidal. Meras cuestiones de moda, supongo. No se sabe el motivo del por qué se realizó esta variante con la acanaladura más estrecha, pero personalmente intuyo una explicación que bien podía ser la lógica. Estas espadas debían sufrir constantes afilados por razones obvias. Para mantener un filo capaz de hendir una cota de malla, este debía estar siempre en perfecto estado. La acanaladura limita la cantidad de masa que puede perder la hoja hasta perder por completo su utilidad, así que no veo descabellado pensar que este estrechamiento iba encaminado a alargar su vida útil. Como ya sabemos, las espadas eran unas armas muy caras, por lo que lo sensato sería intentar aprovecharlas al máximo. Hablamos de armas que se usaban continuamente, no para adornar la chimenea del salón.
Lo que creo que queda bastante claro es que la espada sí era muy capaz de traspasar las cotas de malla, a pesar de los interminables debates que mantienen por lo general los aficionados a estos temas, sobre todo los recreacionistas. Es evidente que si la espada hubiese sido inservible contra un guerrero cubierto de malla se habrían ideado armas adecuadas para combatirlos. Sin embargo, en las representaciones gráficas de la época aparecen de forma absolutamente mayoritaria espadas en manos de estos guerreros, alguna que otra hacha y lanzas. Sin embargo, las mazas, los martillos y los manguales aún no habían hecho acto de presencia en los campos de batalla, y si no habían aparecido fue porque aún no eran necesarios. La espada bastaba para acabar con cualquier enemigo. De hecho, la única arma que no sea una de las mencionadas anteriormente que aparece en el Tapiz de Bayeux es el garrote que, a modo de maza, blande el obispo Odo, hermano del duque de Normandía. Y lleva un garrote siguiendo la norma de los eclesiásticos metidos a soldados que, teniendo prohibido derramar sangre cristiana, usaban armas contundentes. O sea, podían producir una hemorragia interna masiva o reventarle las vísceras a un enemigo, pero sin que derramara una gota de sangre.
A pesar de que estas espadas fueron evolucionando en lo referente a su morfología, su vida operativa aún duró hasta finales del siglo XII o principios del XIII. Bien porque los hombres que las usaban no precisaban de cambiar de modelo a pesar de que ya había surgido otros tipos, bien porque su diseño se mostró lo suficientemente eficaz como para cambiarlas por otras, el caso es que hay armas de este tipo datadas entre esas épocas, lo que denota su popularidad. En todo caso, a lo largo del siglo XI fueron surgiendo otros diseños que estudiaremos en la próxima entrada.
Hale, he dicho
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