miércoles, 12 de octubre de 2011

Armamento medieval: Lanzas arrojadizas: venablos y chuzos





Es abrumadora la cantidad de terminología que, desde muy antiguo, se usó para ser aplicada a cualquier tipo de arma enastada susceptible de ser lanzada con la fuerza del brazo. De hecho, me he pasado un buen rato buscando un nombre lo suficientemente descriptivo para esta entrada, ciñéndome finalmente a los términos más comunes en la Edad Media, que es la época que nos ocupa de momento. Herederos de las pila usadas por los romanos y las frameas germánicas, fueron el arma preferente de la infantería y la caballería ligeras, muy adecuadas para hostigar al enemigo en escaramuzas, o para causar bajas antes de llegar al cuerpo a cuerpo, como hacían las legiones romanas.

Básicamente, eran lanzas cortas, armadas con moharras con mucha capacidad de penetración. Lo malo es que, cuando se consultan fuentes sobre el tema, ves que, como casi siempre, sus descripciones suelen ser muy escuetas, ciñéndose por lo general más a la longitud del arma que a su morfología. Lo que sí está claro es que eran armas que gozaban de mucha difusión, y que su escaso precio las hacía asequibles a cualquier peón. Su manejo no entrañaba complicaciones, y cualquier hombre con una fuerza física normal podía hacer mucho daño con ellas.

Y en lo referente a las dos denominaciones que presento, en sí mismas podrían ser sinónimos, pero solo en lo referente a que ambas eran lanzas cortas y aptas para ser lanzadas. Pero su morfología era diferente, y a eso es a lo que vamos en esta entrada. Así pues, al tema...

Empezaremos por en venablo, que fue durante la Edad Media el término que se usó de forma genérica para denominar cualquier tipo de lanza corta arrojadiza. El término venablo proviene del latín venabulum. Según Justo Lipsio, un erudito nacido en Brabante en el siglo XVI, venabulum procede a su vez del griego menaulos.

Su aspecto debía ser como el que vemos a la derecha, figura A. Es descrito por Leguina como un arma con un hierro de dos codos de largo (84 cm.) y de un dedo de grosor (17 mm.), terminado en una moharra en forma de hoja de laurel de un palmo (20 cm.). Su asta debía medir alrededor de 80 ó 90 cm. ya que se suele indicar que estas armas no superaban la estatura de un hombre. Como se ve, iba embutida en un cubo de en enmangue y asegurada por uno o varios pasadores. Al parecer, podían llevar un encordado en la zona de empuñe para mejorar su agarre. Los venablos fueron armas muy difundidas tanto para la guerra como para la caza, estando provistos estos últimos de una cruceta al final de la moharra para que no pasaran a la pieza de lado a lado y poder contenerlas, de forma similar a los espontones. Eran lo que se conoce como jabalinas, tomando el nombre de los jabalíes que se lanceaban con ellas, y cuya apariencia podemos ver en la figura B.
Cuando este tipo de armas conoció su ocaso a principios del siglo XVI, aún perduró como arma distintiva de los alféreces. Según las "Etiquetas de Palacio" (1562-1647), "...todos los soldados y oficiales han de traer alabarda y espada, salvo el alférez que lleva venablo al hombro."
Concluyo lo referente a los venablos con dos denominaciones que también fueron de uso común y que, obviamente, se corresponden con la misma arma. Una es porquera, que aparece en el "Privilegio de Juan I" (1384) y que, a todas luces, es sinónimo en todos los aspectos de la jabalina. La otra es gorguz, término procedente del bereber agergut, y que es definido como sinónimo de venablo en manos de los andalusíes.

En cuanto al chuzo, también es un término procedente del árabe "zúǧǧ", que viene a significar "atravesar". Antaño existía la creencia de que este término procedía de "suizo", al usar estos mercenarios este tipo de armas. Pero es una teoría absurda tanto en cuanto ya se les denominaba chuzos en España antes de que apareciese por aquí ningún suizo. Por otro lado, el término árabe se ajusta perfectamente a la eficacia de sus efectos, ya que en multitud de crónicas se especifica que era capaz de atravesar a un hombre de lado a lado. Veamos por qué:

A la izquierda, figura A, tenemos un chuzo convencional. Como vemos, su moharra no tiene la típica forma lanceolada, sino que tiene una sección cuadrangular. Este tipo de punta, que ya los iberos usaron en el soliferrum y los romanos en el pilum, tenía un poder de penetración bestial. Una pequeña punta en la que se concentraba toda la energía del lanzamiento, unido a un peso superior al de una moharra convencional, permitía a estas pequeñas lanzas, cuya asta medía entre 110 y 140 cm, atravesar lo que le pusieran por delante. Esta arma gozaba de gran popularidad entre los peones, ya que su eficacia permitía dejar fuera de combate incluso a un caballero cubierto por una loriga o un perpunte. Precisamente era la mínima sección de su punta lo que permitía traspasar las anillas de su cota de malla y finiquitarlo. Lo que vemos abajo, figura B, es lo que se conocía como trifar o trifaz, un chuzo con una punta de tres caras, en sección triangular, provisto de un asta de alrededor de 125 cm., que unido a la longitud del hierro darían aproximadamente unos 165 cm. en total. Este arma estuvo en uso entre los siglos IX y XV, lo que deja claro que, al igual que el chuzo convencional, su eficacia estaba por encima de cualquier duda.

En cuanto a términos como azcona o azagaya, por lo que tengo visto se pueden asimilar al chuzo si bien las primeras, generalmente ligadas a los almogávares, ya aparecen en el "Fuero de Molina" de 1153. Pero se las asimila por norma al chuzo, así que solo cabe pensar que eran meros sinónimos. Por otro lado, al no encontrar descripciones de las mismas, no se pueden establecer diferencias morfológicas que permitan contradecir que eran las mismas armas con diferentes nombres. Y omito la miríada de palabros restantes, porque sino me tiro todo el día haciendo relación de los mismos.

Así pues, podríamos concluir diciendo que las lanzas cortas arrojadizas de la época que tratamos se limitaban al venablo y al chuzo, con sus diferentes variantes de la jabalina y el trifaz, más las tropocientas denominaciones que comento y que eran meros sinónimos. Y como no me quiero enrollar más, pues he dicho y tal...






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