El concepto de torre señorial o casa fuerte se extendió por toda la península a lo largo de la baja Edad Media, y en dirección norte-sur, a medida que las fronteras con las taifas o los emiratos andalusíes iban quedando cada vez más lejos y, con ello, el temor de ver el territorio esquilmado de cabo a rabo como consecuencia de una algara o una aceifa. Así, al quedar cada vez más lejos el estado de guerra latente de las fronteras, las casas nobiliarias fueron poco a poco dejando de lado los castillos para trasladar su residencia a las villas bajo su dominio. Veamos un poco más a fondo ese tema, porque así se tendrá una mejor comprensión del por qué los otrora anhelados castillos fueron dejados de lado.
Como ya creo haber comentado en alguna ocasión, solo la corona tenía la potestad para reconstruir, edificar y poseer un castillo. Los que se iban reconquistando, así como los que se construían de nueva planta, eran entregados en tenencia a las órdenes militares o las casas nobiliarias o incluso a la Iglesia para, a cambio de su guarnicionamiento y defensa del territorio circundante, quedarse como pago por el servicio las rentas de las tierras bajo su influencia. Otros quedaban en manos de la corona, que nombraba a un tenente o alcaide el cual, a cambio de un estipendio anual, se encargaba de su custodia y mantenimiento. Alguno me dirá: "pues el castillo de tal fue mandado hacer por el marqués de Fulano". Cierto, pero con autorización del rey. Lo malo es que, a veces, les salía rana el noble de turno, porque en tiempos en que el poder de la corona estaba bajo mínimos, como durante el reinado de Enrique IV el Impotente, las siempre levantiscas y rebeldes casas nobiliarias más poderosas hacían de las suyas para pasarse los mandatos regios por donde les daba la gana. Así, los Guzmán, los Villena, los Ponce de León, los Mendoza, los Ribera, etc., etc., etc., andaban a la greña unos contra otros por tener más poder y más influencia, y solo cuando la corona, en manos de Isabel de Castilla, recuperó su poder y los metió en cintura por las bravas, las cosas volvieron a su cauce. Estos desmanes también tuvieron lugar en Portugal, como está mandado, porque los nobles siempre han querido ser más que los monarcas, y también tuvieron sus más y sus menos cuando, por ejemplo, la crisis sucesoria de 1383-1385. Basta mencionar la fórmula del juramento que se tomaba a los reyes en Aragón para ver como las gastaban los señores nobles a la hora de dejarles claro que, aparte de jurar sus fueros, los reyes no podían o no debían atentar contra sus muchos privilegios:
Nos, que somos tanto como vos, pero juntos más que vos, os fazemos principal entre los iguales con tal que guardéis nuestros fueros y libertades, et si non, non.
Ya veis como se las gastaba el personal, ¿no? Bueno, sirvan estos datos para poner en antecedentes a los lectores sobre el tema de los castillos y las tenencias de los mismos que, aunque es un tema infinitamente más complejo, creo que con lo dicho ya estará más o menos claro de qué iba la cosa.
Así pues, como decía al principio, con el peligro de la guerra conjurado, estos nobles vieron que carecía de sentido vivir en un castillo, alejado de todo, y teniendo que pagar la guarnición y el mantenimiento de lo que sacaban de rentas. Era más rentable establecerse en las villas de su señorío, principalmente por dos motivos:
1: Ahorrarse el dineral que suponía la tenencia, como ya he dicho, ya que las rentas dependían de lo que daba la tierra. Una mala cosecha implicaba unas rentas birriosas, por lo que tenían que cubrir los gastos con su peculio personal. Por desgracia, en toda la Hispania hemos sido siempre poco dados a la industria y, contrariamente a los países centroeuropeos, hemos tenido verdadera obsesión por la posesión de la tierra, aunque dicha tierra no de ni para cuatro viñas canijas.
2: Estar más cerca de sus vasallos. Pero no porque su bienestar les importase mucho, que eso les daba media higa, sino por controlarlos mejor y, sobre todo, porque la cada vez más pujante burguesía podía hacerles sombra. Al cabo, estos cada vez más acaudalados villanos podían ponerse a su altura, así que convenía tenerlos vigilados.
Pero siempre existía el temor a que dichos villanos, un poco hartos de ser esquilmados, se levantasen en armas contra su señor, así que no convenía irse a vivir a un palacio o una casa solariega. De modo que la mejor opción era construir una fuerte torre que sirviese de vivienda, que tuviese medios defensivos para repeler un motín y que fuese defendible con una mínima guarnición, formaba a lo sumo por algunos hombres de armas y los criados de la casa. Así pues, esta nobleza antaño rural pasó, poco a poco, a convertirse en burguesa, y de vivir en castillos inhóspitos y alejados a instalarse en las villas bajo su dominio. Pero, eso sí, preservando su impronta militar que, además de servir de defensa en caso de necesidad, era el símbolo del poder del señor. La torre era un claro aviso al personal: aquí mando yo.
Dicho esto, vamos a darle un somero repaso a su morfología...
Aquí tenemos una hipotética torre señorial. A simple vista, cualquiera diría que se trata de una réplica de una torre del homenaje. En cierto modo, es así, pero con algunas diferencias.
Ante todo, las torres señoriales suelen tener más superficie por lo general, lo que les suele dar un aspecto más rechoncho. Hablamos de una torre-vivienda que debe dar cabida a la familia de los señores más los criados. En todo caso, en muchas de ellas se edificaban dependencias anejas, adosadas a sus muros, para el servicio, además de cuadras, etc. Aunque muchas de ellas conservaron el aspecto austero de las torres puramente militares, en otras ya se les añadieron ciertos detalles decorativos, como frisos, ventanas geminadas, o con la cantería de las puertas más elaborada. A eso, añadir el blasón de turno sobre la puerta principal, que siempre venía bien dejar claro quién era el dueño y señor de la torre y lo que la rodeaba.
Por lo demás, mantenían muchos de los elementos defensivos de las torres convencionales, como algún matacán defendiendo la puerta o, como represento en el dibujo, un matacán corrido en todas sus caras, costumbre que se fue imponiendo en las torres de estilo gótico. Del mismo modo, en muchas se conserva la puerta separada del suelo y a la que se accede por un patín de obra o una escalera de madera. Veamos su interior...
Antes de nada, conviene observar que, debido a su mayor superficie, ha sido necesario disponer de un sólido pilar central donde apoyar las ménsulas. Esta disposición también puede verse en algunas torres del homenaje, pero generalmente de castillos de gran tamaño, con una torre acorde al conjunto. En los castillos normales no se suelen ver.
La planta baja, que en teoría actuaría como un sótano, puede albergar una cisterna o, como ilustro aquí, un almacén que también podría servir como alojamiento para los criados. La planta principal sería la cámara de uso diario para el señor y su familia, y la superior como alcoba. Para separar hijos de padres y tal, era habitual hacer divisiones mediante lienzos, a fin de preservar la intimidad de cada cual. Las paredes se solían recubrir con tapices o reposteros para aislar un poco de la humedad, y los suelos, caso de ser de obra, se cubrían con paja en invierno con el mismo fin. Para caldear el ambiente se recurría a braseros o chimeneas, como era habitual.
La techumbre de la última planta, aunque aquí la represento con una bóveda, también podía estar fabricada con madera y rematada con un tejado a cuatro aguas ya que, aparte de abaratar los costos, este tipo de torre tampoco precisaba una amplia terraza para dar cabida a una guarnición inexistente.
En cualquier caso, como comentaba antes, casi se puede decir que este tipo de torres eran como torres del homenaje sacadas de un castillo y trasladadas a una población. Sin embargo, el término de la Edad Media supuso el ocaso de las casas fuertes. Con una sociedad menos dada a motines y algaradas y una monarquía cada vez más fuerte, los nobles no tuvieron necesidad de vivir en esas inhóspitas viviendas, por lo que fueron dejadas de lado y optaron por vivir en palacios o casas solariegas, si bien muchas de estas fueron construidas alrededor de la torre primitiva, como vemos en la foto de cabecera, quedando estas relegadas en muchas ocasiones a hacer funciones de graneros, almacenes y hasta como corral.
Aún se pueden ver, sobre todo en el norte de España, este tipo de casas fuertes que, en el ambiente rural, sirvieron hasta no hace mucho para impedir los robos de ganado, grano, etc. En la zona de levante, dieron lugar a las masías, y en el sur se creó un tipo de casa solariega rural que aún perdura y que, incluso dotadas de una torre, podían defenderse contra cualquier agresión: el cortijo.
Bueno, si se me olvida algo ya lo añadiré. Hale, he dicho...
Dicho esto, vamos a darle un somero repaso a su morfología...
Ante todo, las torres señoriales suelen tener más superficie por lo general, lo que les suele dar un aspecto más rechoncho. Hablamos de una torre-vivienda que debe dar cabida a la familia de los señores más los criados. En todo caso, en muchas de ellas se edificaban dependencias anejas, adosadas a sus muros, para el servicio, además de cuadras, etc. Aunque muchas de ellas conservaron el aspecto austero de las torres puramente militares, en otras ya se les añadieron ciertos detalles decorativos, como frisos, ventanas geminadas, o con la cantería de las puertas más elaborada. A eso, añadir el blasón de turno sobre la puerta principal, que siempre venía bien dejar claro quién era el dueño y señor de la torre y lo que la rodeaba.
Por lo demás, mantenían muchos de los elementos defensivos de las torres convencionales, como algún matacán defendiendo la puerta o, como represento en el dibujo, un matacán corrido en todas sus caras, costumbre que se fue imponiendo en las torres de estilo gótico. Del mismo modo, en muchas se conserva la puerta separada del suelo y a la que se accede por un patín de obra o una escalera de madera. Veamos su interior...
La planta baja, que en teoría actuaría como un sótano, puede albergar una cisterna o, como ilustro aquí, un almacén que también podría servir como alojamiento para los criados. La planta principal sería la cámara de uso diario para el señor y su familia, y la superior como alcoba. Para separar hijos de padres y tal, era habitual hacer divisiones mediante lienzos, a fin de preservar la intimidad de cada cual. Las paredes se solían recubrir con tapices o reposteros para aislar un poco de la humedad, y los suelos, caso de ser de obra, se cubrían con paja en invierno con el mismo fin. Para caldear el ambiente se recurría a braseros o chimeneas, como era habitual.
La techumbre de la última planta, aunque aquí la represento con una bóveda, también podía estar fabricada con madera y rematada con un tejado a cuatro aguas ya que, aparte de abaratar los costos, este tipo de torre tampoco precisaba una amplia terraza para dar cabida a una guarnición inexistente.
En cualquier caso, como comentaba antes, casi se puede decir que este tipo de torres eran como torres del homenaje sacadas de un castillo y trasladadas a una población. Sin embargo, el término de la Edad Media supuso el ocaso de las casas fuertes. Con una sociedad menos dada a motines y algaradas y una monarquía cada vez más fuerte, los nobles no tuvieron necesidad de vivir en esas inhóspitas viviendas, por lo que fueron dejadas de lado y optaron por vivir en palacios o casas solariegas, si bien muchas de estas fueron construidas alrededor de la torre primitiva, como vemos en la foto de cabecera, quedando estas relegadas en muchas ocasiones a hacer funciones de graneros, almacenes y hasta como corral.
Aún se pueden ver, sobre todo en el norte de España, este tipo de casas fuertes que, en el ambiente rural, sirvieron hasta no hace mucho para impedir los robos de ganado, grano, etc. En la zona de levante, dieron lugar a las masías, y en el sur se creó un tipo de casa solariega rural que aún perdura y que, incluso dotadas de una torre, podían defenderse contra cualquier agresión: el cortijo.
Bueno, si se me olvida algo ya lo añadiré. Hale, he dicho...
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