El hocino es una herramienta de la familia de las hoces que, desde los tiempos más remotos, se viene usando para podar o rozar la maleza, como vemos en la ilustración de la izquierda. Básicamente, se trata de una pequeña guadaña de hoja ancha, pesada y corta dotada de una empuñadura o de un mango de madera más o menos largo, dependiendo del uso que se le quiera dar.
Los que hayan leído las entradas referentes a las armas de circunstancias ya sabrán que éste, como tantas otros aperos agrícolas, tuvo su uso militar. Como se recordará, los componentes de las milicias de la época, a falta de armamento específicamente diseñado para combatir, recurrían a las herramientas de su oficio y, en muchos casos, tuvo lugar un proceso evolutivo que dio lugar a la creación de verdaderas armas, concebidas ya para fines exclusivamente militares.
En la ilustración de la derecha tenemos un hocino acoplado a un asta de alrededor de 180 cm. de largo, lo que permitiría a un infante hacer frente a su principal enemigo: el hombre de armas a caballo. Su morfología permite llevar a cabo dos tipos de golpe: uno de filo, como si de un hacha se tratara, y otro con el gancho que, al ser cortante, no solo valdría para derribar a un jinete, sino para cortar los tendones de su montura. La hoja va asegurada al asta mediante uno o más remaches pasantes, formando un conjunto sólido y robusto.
El hocino era una herramienta extendida por toda Europa, por lo que en cada zona surgieron diferentes variantes. La que vemos a la izquierda surgió en Alemania, denominada kriegsgertel. Como vemos, es un hocino al que se añadió un peto por su lado romo, muy idóneo para herir infantes mal armados y para derribar jinetes.
Su evolución dio lugar a la bisarma, un arma muy difundida entre la infantería, que no era otra cosa que un arma como el kriegsgertel pero con una larga y aguzada pica añadida, con lo que surgía así un arma compuesta como la alabarda, si bien la hoja estaba en este caso concebida para golpear infantes o para desjarretar monturas, el peto trasero para descabalgar jinetes y la pica para usarla como lanza. Al parecer, en Alemania también recibían el nombre de rosschinder, que viene a significar "matarife de caballos", lo que indica claramente que su misión primordial era acabar con las monturas del enemigo.
La contundencia de este tipo de armas era bastante resolutiva. Un tajo de su pesada y ancha hoja, en su función como herramienta de poda, puede cercenar sin problemas una rama de unos 8 cm. de grosor, lo que indicaría que sería capaz de amputar un brazo de un golpe, o producir gravísimas heridas en cualquier otra parte del cuerpo. Debemos tener en cuenta un detalle, y es que los milicianos que usaban estas armas de circunstancias podían tener un entrenamiento militar muy mediocre, pero eran verdaderos maestros en el manejo de sus herramientas. De ello debemos concluir que no era ninguna tontería verse acometido por un labriego empuñando un hocino, porque era más que capaz de decapitar a un hombre de un solo tajo.
Curiosamente, y a pesar de los siglos transcurridos, el hocino no solo sigue en uso sino que conserva su morfología sin variar un ápice respecto a sus antepasados medievales. A la izquierda podemos ver un catálogo moderno de un fabricante de hocinos que, como vemos, no se diferencian en nada de los usados con fines bélicos y que se conservan en algunos museos. Sus distintos tamaños y morfologías obedecen simplemente al tipo de poda al que están destinada cada una de las herramientas que vemos.
Comentar a modo de conclusión que los hocinos no fueron montados en las astas con las barretas de enmangue propias de las armas enastadas de la época que, como recordaremos, estaban destinadas a protegerlas de los golpes de filo del enemigo. En este caso, al parecer, siempre se recurrió a un cubo en enmangue. Es más que evidente que para convertirla en un arma solo era necesario cogerla del granero o de la casa de aperos y partir a la guerra. O sea, que no precisaban de la más mínima modificación para su uso bélico.
Hale, he dicho...
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