viernes, 26 de octubre de 2012

Guarniciones de la espada: El pomo





Desde que se inventaron las espadas, las guarniciones de las mismas han sido parte inherente a estas. De infinidad de diseños conforme a las necesidades o las modas, pomo y cruceta han ido evolucionando a medida que la hoja, el alma de la espada, ha variado de forma y tamaño. Así pues, esta entrada irá dedicada al pomo, pieza fundamental de la empuñadura que, aparte de servir como elemento de ornato, tiene otras funciones mucho más importantes. Su decoración a lo largo del tiempo ha sido elemento diferenciador de la categoría social o la riqueza de su portador pero siempre sin perder su verdadera finalidad. 

Esta no era otra que cumplir con dos cometidos precisos: uno, sujetar la mano para que el arma no salga despedida al golpear o al desclavarla del cuerpo del enemigo. Dos, contrapesar el conjunto. Esto, que es de una obviedad de lo más obvia, puede que se le haya escapado a más de uno, así que nos centraremos en este tema para mejor comprensión del mismo. Comencemos pues...



Tal como comentaba en la entrada anterior, la espada medieval tiene su origen en la espada vikinga que, a su vez, era heredera de las espadas celtas. La espada vikinga tenía un característico pomo lobulado cuyo encastre en la espiga de la hoja no se llevaba a cabo de la forma convencional, sino como vemos en el dibujo de la izquierda: dicha espiga entraba por el orificio practicado en una pletina, a la que quedaba remachado. La pieza superior, de la que vemos emergen dos tetones, eran a su vez fijados a la pletina logrando así una sólida unión que, además, facilitaba su elaboración ya que de ese modo no era necesario perforar la enorme masa del pomo para el orificio de la espiga. Por otro lado, por si alguno no se ha dado cuenta, tenía una ventaja y es que, caso de tener que sustituir el pomo por cualquier circunstancia, la espiga no perdía longitud. Bastaba eliminar la rebaba del remachado de la pieza superior a golpe de lima y sustituirla por otra. ¿Y qué pasa si la espiga pierde longitud? Pues que se acorta la empuñadura y puede que la mano de su dueño no quepa en ella. Y puede que alguno se pregunte por qué iban a cambiar el pomo. Pues por simples cambios en la moda, o al pasar de padres a hijos, o por ponerle uno más chulo y decorado. Recuérdese que las espadas eran muy caras, y siempre que era posible se optaba por el reciclado de la hoja antes de adquirir una nueva, fuera aparte de las connotaciones de tipo moral y espiritual que conllevaba su posesión. 

Así pues, tenemos un pomo grande y pesado que ayudaba a sujetar bien la espada en una mano llena de sudor y sangre, y que equilibraba perfectamente el peso del arma. Esto último es quizás lo más importante ya que el centro de gravedad de la espada debe estar perfectamente calculado: si cae demasiado hacia la punta, la hará mucho más contundente, pero difícil de manejar. Si es al contrario, ganará en manejabilidad, pero perderá contundencia. Ésto, en una espada destinada preferentemente a herir de filo, es primordial, por lo que los maestros espaderos tenían que lograr un equilibrio perfecto para lograr un arma manejable y, a la vez, efectiva.


A partir del siglo XI aproximadamente, la evolución de la espada conllevó una serie de cambios en los pomos los cuales, aunque seguían cumpliendo la misma misión, variaron de forma. Las variantes fueron bastante numerosas hasta el final de la Edad Media: nada menos que 37 tipos distintos según la tipología Oakeshott. Además, el método seguido para fijarlos a la espiga también sufrió una modificación, haciéndolo más sencillo que el seguido por los vikingos. A la derecha podemos ver como era: el pomo era embutido en una espiga de forma trapezoidal, de forma que llegaba un momento en que no podía introducirse más. Una vez remachada la parte de la espiga que sobresalía por la parte superior del pomo, éste quedaba sólidamente fijado al conjunto. El orificio del pomo se fabricaba con un punzón de forma similar a la espiga, perforando el mismo estando al rojo vivo. El material usado solía ser el hierro, el cual podía a su vez ser decorado de diversas formas: grabado, dorado con bronce u oro, plateado, o contener piedras engastadas si bien éstas dos últimas opciones eran habituales en las espadas de corte, o sea, para ceremonias y demás eventos. Las espadas de guerra solían portar pomos muy sobrios, destinados simplemente a cumplir su función sin más historias. 

En lo tocante a su morfología, como ya he comentado más arriba, Oakeshott clasificó 37 tipos diferentes si bien muchos de ellos eran variaciones del mismo tipo. Así pues, de forma resumida, los más representativos serían los que vemos a continuación:

En el dibujo inferior tenemos los tres tipos más primitivos. El A es el heredero directo del pomo lobulado típico de las espadas vikingas. El B es el conocido como "de nuez de Brasil" por su similitud con este fruto. De este tipo había cuatro variantes, con la forma más o menos redondeada. El C es una forma más estilizada del anterior. Estas tipologías eran habituales entre los siglos X y XI, cuando las hojas de las espadas estaban destinadas, como vimos en la entrada anterior, a herir de filo exclusivamente. De ahí que conservasen las generosas dimensiones necesarias para bloquear la empuñadura en la mano.






A medida que las hojas fueron estilizándose, obviamente no era necesario instalar pomos tan masivos así que, como vemos en la ilustración inferior, éstos también fueron adoptando formas más reducidas. En primer lugar tenemos el tipo D, un pomo romboidal que estuvo en uso desde el último cuarto del siglo XII a la misma época del siguiente. En realidad, se puede decir que es una evolución del tipo C de la ilustración anterior si bien el D tuvo al parecer una gran difusión por toda Europa. A continuación tenemos el D, un pomo discoidal que fue la morfología quizás más extendida de todas y que estuvo durante más tiempo en uso, prácticamente durante toda la Baja Edad Media. El que vemos en primer lugar es un simple disco plano con los bordes un poco achaflanados para matarle los filos. A continuación podemos ver la vista de perfil de varios de los tipos más representativos. Estos pomos solían llevar decoraciones a base de motivos florares, religiosos, el blasón de sus dueños o, como aparece en el dibujo, lisos. Podían estar fabricados de hierro o bronce. 






Por último, tenemos las tipologías más tardías, en uso entre los siglos XIV y XV. El F muestra un pomo hexagonal facetado cuyo perfil podemos ver junto al mismo. Al parecer, lo habitual era fabricarlos de bronce. El G, en forma de pera, podía ser liso o con nervaduras longitudinales. Su perfil era tal como lo vemos de frente. El H muestra el conocido como "de bote de perfume", por su similitud con los frascos de esencias. Como puede verse, era un doble cono truncado facetado en seis caras. Finalmente, el I es el conocido como "de cola de pez", con un perfil plano. De este tipo hubo algunas variantes con diferentes tipos de moldeados y/o calados en la zona superior del mismo.





Aparte de los mostrados, lógicamente debió haber muchos con un diseño más personalizado al gusto del dueño, especialmente en lo tocante a espadas cortesanas. Algunos ejemplares han llegado a nosotros. Otros han desaparecido para siempre, así que nos quedaremos con las ganas de saber como fueron. 

En cualquier caso, insisto en la progresiva estilización y aligeramiento de peso de los pomos a medida que las hojas de las espadas iban haciéndose cada vez más delgadas y puntiagudas, por lo que requerían de un equilibrado más liviano. Finalizar concretando que el pomo, en pleno combate, era un arma temible. Un golpe asestado con el mismo en la frente podía literalmente abrirle a uno la cabeza, partirle la boca o destrozarle la nariz. Cuando se trataba de dejar fuera de combate al enemigo se recurría a lo que fuese, aunque no quedase excesivamente elegante.

Bueno, ya seguiremos con las guarniciones de marras.

Hale, he dicho...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.