El garrote, como ocurre con la navaja, es algo íntimamente relacionado con España. A pesar de ser un método de ejecución bastante antiguo, nuestro solar fue el único que lo adoptó de forma oficial hasta la abolición de la pena de muerte en 1978 (en el código de Justicia Militar estuvo vigente hasta 1996, pero en esos casos se aplicaría el fusilamiento). Veamos de que va la cosa...
El término garrote proviene del francés garrot, una de cuyas acepciones es torniquete, que es precisamente el método de estrangulamiento llevado a cabo para acabar con la vida del reo. Pero dicho torniquete no solo era usado antaño para finiquitar delincuentes, sino como método de tortura aplicado a brazos y piernas. O sea, un torniquete aplicado con una cuerda que, obviamente, debía ser bastante doloroso porque los verdugos apretaban hasta clavar la soga en la carne. Como método de ejecución ya hay constancia de ello al ser la forma con que ajusticiaron al infante don Fadrique, hijo de Fernando III de Castilla, que según la leyenda fue acusado de mantener amoríos con la viuda del monarca, Juana de Ponthieu. Tratándose de su madrastra (era solo tres años mayor que él), se consideró, además de incestuoso, una traición hacia su padre, por lo que fue estrangulado mediante garrote, o sea, un torniquete de cuerda en el cuello. En realidad, Alfonso X se quitó de encima a su hermano por otras razones más enjundiosas pero, en todo caso, la cuestión es que esto muestra que ya desde tiempos tan remotos se usaba por ser, entre otras cosas, un método incruento.
También era aplicado éste torniquete a los condenados a la hoguera por herejía que, arrepentidos en el último momento, se les aliviaba de la terrible muerte que suponía ser quemado vivo por darle garrote en el mismo poste, para lo cual el verdugo le colocaba una cuerda alrededor del cuello y apretaba la misma con un simple palo hasta estrangularlo, tras lo cual el cadáver era quemado en la misma pira. En la imagen de la izquierda podemos verlo en ese fragmento del conocido cuadro de Berruguete "Auto de Fe", pintado hacia 1495. Cabe suponer que dicho arrepentimiento repentino estaba más bien motivado por la perspectiva de fenecer convertido en un torrezno, y que era menos desagradable ser estrangulado rápidamente por los hábiles verdugos de la época.
Pero el garrote solo era usado en ocasiones excepcionales, ya que los métodos de ejecución eran los convencionales en la Edad Media, con gran despliegue de vísceras y quebrantamientos óseos como ya expliqué en una entrada al respecto. Tras dejar de lado esos escabrosos y crueles métodos, se impuso la horca. En aquellos tiempos, al reo se le subía en una escalera y se le ponía el dogal al cuello, tras lo cual la escalera era retirada. Obviamente, no era una muerte rápida, sino todo lo contrario. A veces el reo tardaba más de 15 ó 20 minutos en morir. Para acelerar la muerte, el verdugo se sentaba a horcajadas sobre sus hombros para, con su peso, intentar romperle el cuello y acabarlo de una vez. Otra forma solía ser, aprovechando que se transportaba al reo en una carreta hasta el lugar de ejecución, ponerle la soga al cuello en la misma carreta para, a continuación, ponerla en marcha y quedar el condenado en el aire. El resultado era el mismo que el explicado anteriormente: una muerte lenta.
Estas ejecuciones se convertían en un espectáculo público bochornoso e indigno, con la plebe aullando completamente histérica y el reo orinándose encima. Por otro lado, como comenté en la entrada citada más arriba, era habitual sobornar a los verdugos para que untasen las sogas con productos corrosivos y se rompieran con el peso del reo, de forma que quedase la pena conmutada por la de cárcel. Con todo, a pesar de no ser un método oficialmente establecido, era habitual aplicarlo en personas de estamentos superiores, como hidalgos y nobles, ya que, aparte de ser incruento y rápido, el reo moría sentado, lo que se consideraba como más digno para el mismo que acabar colgado de una soga como un salchichón. O sea, que dependiendo del estatus social, la ejecución se llevaba a cabo de una forma u otra: la horca para la plebe y para hidalgos o nobles que, por lo execrable de sus crímenes eran degradados y ahorcados como un villano cualquiera, por ser un método infamante, y el garrote para estos últimos por ser considerado un método más limpio y que no conllevaba infamia.
Con la llegada del siglo XIX, se implantó la idea de que la pena de muerte no era en sí misma una tortura, sino un medio para llevar a cabo una condena que no debía ser ni denigrante ni cruenta pero sin perder su efecto disuasorio entre la población. O sea, debía ser "ostensible, pero sencilla, grave y pronta y de un efecto infalible". Curiosamente, el primer intento de implantar el garrote vino de manos de un extranjero. Fue por parte de José Bonaparte que, en 1809, dictó un Real Decreto mediante el cual se instauraba éste método para todo reo de muerte, sin distinción de clases sociales, sexo o delito cometido, aboliendo la horca e igualando de esa forma el sistema de ejecución para todo el mundo por igual. Hasta ese momento, los de condición noble eran, como se ha dicho, ejecutados mediante garrote y conducidos al cadalso en mula con gualdrapa y se disponía una cubierta para el asiento. Los plebeyos eran ahorcados y llevados en burro. El tipo de garrote implantado fue el conocido como garrote catalán, el cual podemos ver en la foto de arriba. Como se ve, es un collarín metálico con su correspondiente manivela, pero de la que emerge una uña o puya que, al apretarla contra la nuca del reo, buscaba un rápido descabellamiento el mismo. Se consideraba que bastaban apenas 8 segundos para finiquitar al condenado.
La Constitución de 1812 también acogió éste sistema como el único para llevar a cabo las condenas a muerte, pero cuando el gabacho puso tierra de por medio y Fernando VII se pasó dicha Constitución por el forro, las cosas volvieron a ser como antes: garrote para hidalgos y horca para la plebe. Finalmente, tras consultar con el Consejo de Castilla, el 24 de abril de 1832, el monarca dictó un decreto mediante el cual se volvía a implantar el garrote. Con todo, seguía habiendo dos distinciones: garrote vil para la plebe y garrote noble para los de condición superior. La única diferencia radicaba, como hemos visto, en la forma de trasladar al reo al patíbulo. Finalmente, quedó todo unificado en el garrote vil que todos conocemos y que podemos ver en la foto superior.
Éste siniestro mecanismo consistía, como se ve, en un collarín de hierro sujeto a dos pletinas paralelas. La acción del manubrio hacía retroceder dicho collarín, produciendo en teoría una rápida muerte por la rotura de la tráquea y las cervicales. Pero para ello era preciso un verdugo diestro en su manejo y dotado de la suficiente fuerza física, ya que de lo contrario podía alargarse bastante la muerte del reo. Y a pesar de lo siniestro del chisme y de que a mucha gente le da la impresión de que en España se ejecutaba más que en ningún sitio, en Francia, por ejemplo, Anatole Deibler ejecutó a 395 personas durante sus 40 años de servicio (murió precisamente cuando se dirigía a aliñar al que haría el número 396), y en Inglaterra, Albert Pierrepoint pasaportó al Más Allá a 435 reos, aunque algunos aventuran la cifra de 600. Cierto es que fue el encargado de ejecutar a unos 200 criminales de guerra nazis, pero en Inglaterra se despachó a gusto. Sin embargo, uno de nuestros más prolíficos verdugos, Bernardo Sánchez Bascuñana, en 32 años de servicio alcanzó sólo la cifra de 19 reos. O sea, que no hemos sido tan dados a la pena de muerte en España como algunos creen.
Bueno, dicho todo esto, veamos algunas
CURIOSIDADES
1. Los hierros, como denominaban los verdugos al mecanismo, estaban depositados en las Audiencias Provinciales. Debía recogerlo allí y transportalos al lugar de ejecución, tras lo cual debía devolverlo. En la foto de la derecha podemos ver dicho mecanismo, así como la caja en donde era guardado a la espera de su uso.
2. Cuando las ejecuciones dejaron de ser públicas, no se montaba ningún patíbulo. El verdugo hacía instalar en el lugar señalado por el director de la cárcel el poste en el que fijaba el mecanismo. Para sentar al reo se recurría a un simple taburete.
3. La última ejecución pública en Madrid se llevó a cabo en la persona de Higinia Balaguer Ostalé, autora del conocido crimen de la calle Fuencarral, el sábado 19 de junio de 1890 . Antes de que el verdugo volteara el manubrio gritó: "¡Dolores, catorce mil duros!". Tardó cosa de un minuto en morir. Como se ve en el grabado de la derecha, iba de luto riguroso y su cabeza fue cubierta con una capucha del mismo color.
4. La última ejecución pública en España también se llevó a cabo contra una mujer, Josefa Gómez, por haber envenenado a su marido y a una criada de la fonda que regentaba, La Perla, en Murcia. Fue ejecutada a las 08:25 horas del 29 de octubre de 1896. Considerada por el pueblo como inocente, hubo que llevar un fuerte destacamento militar al patíbulo para impedir desórdenes, ya que asistieron a la misma más de 12.000 personas. En la foto de la derecha se puede ver una foto de época del lugar donde se levantó el patíbulo.
5. En 1932, una reforma del código penal abolió la pena de muerte, si bien por un breve espacio de tiempo ya que, dos años más tarde, fue nuevamente reinstaurada como castigo para delitos de terrorismo y bandolerismo. La abolición fue muy bien acogida por el personal, y hasta se expusieron en la calle los garrotes depositados en algunas Audiencias.
6. El último reo ejecutado por delitos comunes en España fue José María Jarabo Pérez-Morris por el famoso "crimen de Jarabo". Fue ejecutado en la cárcel de Madrid el 4 de julio de 1959. El reo, hombre de poderosa constitución física y con un cuello de toro, tardó más de 20 minutos en morir debido a que el verdugo, Antonio López Sierra, titular de la Audiencia de Madrid, era tan poco vigoroso que le costó la propia vida rematar la faena.
7. Los últimos reos ejecutados en Sevilla fueron Francisco Castro Bueno, alias El Tarta, Juan Vázquez Pérez y Antonio Pérez Gómez, autores del conocido crimen de las estanqueras. Los tres fueron ejecutados el 4 de abril de 1956 por Bernardo Sánchez Bascuñana, verdugo de la Audiencia de Sevilla (foto de la derecha). Curiosamente, éste hombre había sido antes guardia civil, y había tenido una fuerte vocación religiosa, habiendo estado a punto de profesar en un convento. En sus tarjetas de visita figuraba como oficio el término "Ejecutor de Sentencias".
8. La última mujer ejecutada en España fue Pilar Prades Expósito, conocida como la envenenadora de Valencia, el 19 de mayo de 1959. El verdugo fue el mismo que ejecutó a Jarabo, Antonio López Sierra (foto de la derecha). Se dio la circunstancia de que la rea era pariente suyo, y por su condición además de mujer, López Sierra se negó a ejecutarla. Al parecer, hubo que emborracharlo y llevarlo a la fuerza hasta el garrote para llevar a cabo la sentencia.
9. Los últimos ejecutados en España mediante garrote fueron Salvador Puig Antich y el ciudadano alemán Georg Michael Welzel, alias Heinz Ches, ambos acusados de terrorismo. Las ejecuciones tuvieron lugar el mismo día, el 2 de marzo de 1974, la del primero en Barcelona a manos de López Sierra a las 09:20 horas, y la del segundo en Tarragona por José Monero Renomo apenas 10 minutos más tarde. La escasa fuerza física de López Sierra hizo que Puig Antich tardara en morir 20 minutos, pero la inexperiencia de Monero, que había ocupado la plaza de Sánchez Bascuñana al morir éste, hizo que la ejecución de Welzel fuera una verdadera masacre, ya que no tenía ni idea de que había que fijar el mecanismo al palo y lo ejecutó aplicando directamente el garrote al cuello del reo, que tardó una media hora en finiquitar tras tres intentos fallidos.
10. Monero fue conducido en coche por la policía a la cárcel de Tarragona. Previamente, había retirado de la Audiencia de Sevilla dos garrotes para la ejecución, uno de ellos como reserva. Al volver de la misma, hizo entrega de los mecanismos al conserje de la Audiencia, José Morillo, el cual vio espantado como uno de ellos aún iba lleno de sangre. Los depositó en un sótano de la Audiencia donde, al parecer, aún siguen. José Monero fue el último verdugo en activo de España.
11. Aún recuerdo que, siendo yo un crío, salió en el diario ABC la convocatoria para ocupar la plaza de verdugo vacante tras la muerte de Sánchez Bascuñana. Al parecer, el único que se presentó fue José Monero el cual no dijo ni a su familia nada sobre su nuevo oficio, ya que se era representante de libros y compaginaba su trabajo habitual con el de verdugo. Su única ejecución fue la de Welzel, y fue despedido al abolirse la pena de muerte. Estuvo activo desde 1972.
Hale, he dicho...
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