A comienzos del siglo XVI, la pica recobró el protagonismo que en el mundo antiguo tuvieron las sarissas macedonias. Maquiavelo, en su Arte de la Guerra, quizás tuviera bastante que ver con ello debido a su especial insistencia en que los cuadros de infantería de griegos y macedonios habían demostrado en su época ser la más sólida formación, no solo contra la infantería enemiga, sino contra la arrolladora caballería que, durante la Baja Edad Media, se hizo la reina de los campos de batalla sin encontrar apenas oposición.
Fueron los suizos los primeros en retomar este tipo de arma para, al poco tiempo, pasar a formar parte de los Tercios Españoles que fueron los dueños de los campos de batalla durante 200 años. Así pues, como arma y unidad formaban parte de la misma cosa, hablaremos un poco de ambas. Comencemos con la pica...
La pica usada por los tercios era un arma compuesta de la larga asta rematada en su extremo por un moharra de doble filo y con un regatón en el lado contrario para afianzarla al suelo. Según Renard, en su Táctica elemental, la longitud debía ser entre 25 y 27 palmos, siendo ésta última la buena. Si consideramos que el palmo de la época medía 20,87 cm., tenemos que el largo total era de un mínimo de 5,22 metros, y que la longitud ideal era de 5,63 metros. La madera usada para el asta era de fresno, siendo al parecer el vizcaíno el preferible por su flexibilidad, ligereza y robustez. El asta no era enteramente cilíndrica, sino de forma ahusada hacia el centro para darle más resistencia. En la ilustración de la izquierda podemos ver los tipos de moharras usadas. La A es una moharra prismática, bastante adecuada para perforar las armaduras de los caballeros y reitres de la época. La B es la típica moharra lanceolada, si bien de un tamaño inferior al habitual en las lanzas manescas. La C es en forma de hoja de olivo, y la D en forma de hoja de laurel. Las tres últimas solían ir afiladas como navajas ya que no sólo facilitaba la clavada, sino que también podían producir tremendos cortes en brazos, cuellos y caras del enemigo. En todos los casos, van provistas de cubos y barretas de enmangue para proteger el asta de los tajos de las espadas enemigas. A la derecha tenemos un regatón, que quedaba unido al extremo inferior del asta mediante un remache pasante. El peso total del arma oscilaba alrededor de los 5 Kg. Para su mejor conservación durante marchas y campamentos, se cubrían las moharras con unas fundas de tela encerada y, en las acampadas, se colocaban en unos astilleros delante de las tiendas de campaña.
La forma de uso difería dependiendo de con quién se enfrentaban. Cuando se daba orden de calar picas, si el atacante era caballería, las dos o tres primera filas clavaban el regatón en el suelo y lo afianzaban pisándolo, sosteniendo la pica con la mano izquierda mientras que con la derecha echaba mano a la espada para, caso de necesidad, poder desenvainarla rápidamente, y esperaban incólumes el choque con la caballería. Podemos verlo en la lámina de la derecha. Las filas posteriores calaban la pica a la altura de los hombros, paralelas al suelo, formando entre todos un verdadero erizo que, si el cuadro no flaqueaba, era literalmente imposible de arrollar por la caballería. Debido a ello, las unidades de caballería tuvieron que modificar sus tácticas, ya que las cargas convencionales con lanzas se tornaron totalmente ineficaces, entre otras cosas, porque eran más cortas que las picas, de forma que eran alcanzados antes siquiera de poder ofender al enemigo. (Véanse las entradas sobre las caracolas y reitres).
Pero cuando el atacante era otro cuadro de infantería, la disposición variaba. En ese caso, las cuatro primeras filas calaban la pica paralela al suelo, de forma similar a como lo hacía la falange macedónica, tal como vemos en la ilustración de la izquierda. Por lo general, avanzaban con la pica sobre el hombro hasta que llegados a la distancia que el capitán de la compañía estimaba oportuna, mandaba detenerse y calar picas. En el momento del choque, ambos cuadros se enzarzaban en una vorágine de puntazos y cuchilladas hasta que uno de los dos cediera. Era habitual que se infiltraran entre el enemigo espaderos por debajo de las picas a fin de acuchillar en los bajos a los de las primeras filas para ir abriendo huecos. En la peli esa de Alatriste, en la batallita final, está muy bien recreado por cierto.
Finalmente, concretar que, dependiendo de su ubicación en el cuadro, los piqueros que combatían en las filas de vanguardia recibían el nombre de picas ordinarias, mientras que los que lo hacían en los flancos y la zaga, el de picas extraordinarias. Estos últimos eran los encargados de rechazar ataques por sorpresa por esos lados, e impedir que, caso de que el enemigo lograra rodear el cuadro, los aniquilase. Su uso en los campos de batalla concluyó a inicios del siglo XVIII, cuando los fusiles armados con bayonetas suplieron a las añejas picas si bien hubo muchos tratadistas militares que seguían afirmando que era un arma clave en los campos de batalla, e incluso a inicios del siglo XIX los altos mandos de los ejércitos occidentales se llegaron a plantear volver a usarlas. Pero las armas de fuego ya habían avanzado demasiado como para hacer viables los antiguos cuadros que hicieron a los tercios los amos de los campos de batalla en toda Europa.
Bien, ya hemos hablado de las picas y su uso, de modo que ahora toca mencionar a sus usuarios: los piqueros.
Cuando se levantaba una bandera, los hombres dispuestos a alistarse para cubrirse de gloria en el oficio de las armas (luego se daban cuenta de que de lo que se cubrían era de miseria y hambre), tenían que pagarse su equipo. Debido a ello, y considerando que la mayoría optaban por el alistamiento porque en el terruño tenían menos futuro que un pavo en Navidad, entraban como piqueros ya que la pica era el arma más barata. Junto con la prima del alistamiento se le adelantaba una cantidad de dinero que se le iba descontando de la soldada. Así pues, se convertía en una pica seca o suelta, o sea, un bisoño armado exclusivamente de pica. Salvo que llevara algunos ahorrillos para adquirir un morrión o un capacete, se tenía que cubrir la cabeza con su chambergo, así que lo primero que hacía en cuanto conseguía ganar lo suficiente entre haberes y ventajas (las ventajas eran unos pluses concedidos a discreción por los mandos y de los que hablaremos en su momento más a fondo), era comprarse un yelmo. Y si se distinguía por su valor y buen hacer y lograba constantes ventajas, en poco tiempo podría hacerse con una media armadura con escarcelas, con lo que se convertía en un coselete sencillo (foto superior).
A medida que aumentaba su equipación se le añadían una serie de incentivos a fin de fomentar el uso de armamento defensivo. De ahí que a los tres escudos de oro que ganaba de pica seca (el sueldo más bajo de todo el tercio), en el momento en que se hacía con un peto veía aumentados sus haberes con un incentivo de un escudo más al mes. Poco a poco iba aumentando su panoplia comprando la gorguera, los brazales, las escarcelas y los guanteletes, con lo que era considerado un coselete cumplido (ilustración de la derecha). Otros optaban por comprar un arcabuz o un mosquete, ya que estos ganaban más dinero y tenían más incentivos ya que debían pagar de su bolsillo la pólvora y la munición. Sin embargo, nunca faltaban los que preferían quedarse de piqueros e intentar ascender a cabo, con lo que aumentaban sus ventajas en 30 escudos y ostentaban el mando de una escuadra que, aunque nominalmente ascendía a 25 hombres, rara vez superaba la docena.
En cuanto al número de coseletes y picas secas de cada compañía, se consideraba que debían ir a partes iguales, o sea, 150 de cada. Obviamente, los coseletes eran los que formaban en primera línea, mientras las picas secas iban detrás para ir llenando huecos conforme se producían bajas. Con todo, a medida que pasó el tiempo, los coseletes cumplidos tendieron a desaparecer, quedando solo los sencillos porque la mayoría preferían hacerse arcabuceros por el notable aumento en los haberes. Un arcabucero cobraba tres escudos de ventaja, y uno más si disparaba más que sus compañeros, con lo que obtenía más del doble que una pica seca y, cuando había caballería de por medio, se replegaban al interior del cuadro siendo los piqueros los encargados de aguantar el choque.
Y aunque todo el mundo da por sentado de que las cargas de caballería acojonaban bastante al personal, lo que es lógico si consideramos que los piqueros se veían venir encima esto...
...que nadie piense que los reitres y hombres de armas no se preocupaban un poco por su integridad cuando, unos segundos antes del choque, lo que veían a través del visor de sus yelmos era esto:
Coligo que a más de uno le entraban unas repentinas ganas de dar media vuelta. ¿O no?
Hale, he dicho
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