sábado, 12 de enero de 2013

Curiosidades nobiliarias






Sigo más mohíno que un pavo escuchando a la familia que lo ha adoptado tocar briosamente la pandereta y la zambomba, señal inequívoca de que negros nubarrones se ciernen sobre su breve vida de gallinácea navideña.

Así pues, hoy toca algo que no requiera mucho esfuerzo mental por lo que, como suelo hacer en éstos casos, recurro a mi elefantiásica memoria para dar cuenta de algunas curiosidades que la gente suele desconocer. Concrétamente, temas referentes a la nobleza, esa añeja institución que tantas glorias, desmanes y eventualidades de todo tipo han dado lugar a lo largo de la historia. Veamos pues...

Los condes: Es el título más antiguo de la nobleza. Proviene del latín comes, comitis, que significa compañero o persona perteneciente a un séquito. Los visigodos ya hacían uso de éste título al referirse a las personas allegadas a los monarcas. Tenemos por ejemplo al alevoso conde Julián, gobernador de Ceuta y causante, junto a otros miembros del partido witiziano, de la invasión árabe en 711.

Los duques: Al igual que el caso anterior, es un término de origen latino, dux, que significa caudillo, guía, conductor. En el escalafón nobiliario se encuentra por encima de todos, teniendo más rango que el de conde, marqués o barón. Los regidores venecianos en la Edad Media y el Renacimiento hacían uso de éste título, y hasta Mussolini se autonombró como duce, término en italiano actual de dux

Los marqueses: Es el título de más reciente creación, surgido en la Baja Edad Media. Era concedido a aquellos cuyo señorío estaba situado en las marcas, o sea, las fronteras del reino.

Los príncipes: Proviene del latín princeps, que quiere decir el primero, el que ocupa el primer lugar. En el ejército romano, los principis eran los que formaban en primera fila y los primeros que entraban en combate. El término, aplicado a la realeza, hace referencia al que ocupa el primer lugar en la línea sucesoria, o sea, el heredero a la corona.

La sangre azul: Es un término que procede del siglo XVIII aproximadamente, de cuando los cánones de belleza femeninos imponían una palidez extrema. Debido a ello, las venas de las manos se transparentaban en la piel con un tono azul verdoso, al contrario que las plebeyas en cuyas pieles curtidas o morenas no ocurría. De ahí que decir que una persona era de sangre azul era indicativo de que no había dado un palo al agua en su vida, y no había tenido que sufrir las inclemencias del tiempo. 

Los hidalgos: También llamados infanzones, eran los componentes de la baja nobleza. El término es de origen castellano, fijodalgo, o sea, hijo de alguien conocido. Los hidalgos estaban exentos de pagar tributos y no llevaban a cabo trabajos propios de plebeyos, y la cosa se ponía complicada en muchas poblaciones del norte de España durante la Edad Media ya que todos los habitantes censados pertenecían a ese estamento, así que en esos pueblos no trabajaba ni el gato. Los plebeyos adinerados lo primero que hacían era comprar una ejecutoria de hidalgo para ascender de posición social. En España siempre hemos sido muy orgullosos, eso es de todos sabido.

Los apellidos: En España, los apellidos de origen cristiano son patronímicos o gentilicios. Por lo general, los de oficios y cosas así suelen proceder de conversos que, al tener que cambiar sus apellidos antecedidos por el ibn árabe o el ben judío, optaban por ponerse generalmente el de su oficio: herrero, zapatero, tejero, etc. En principio, todos los apellidos eran patronímicos, o sea, indicando el nombre del padre: Suero Ibáñez = Suero hijo de Juan, Rodrigo Díaz = Rodrigo hijo de Diego, etc. Para diferenciarse unos de otros se introdujeron los gentilicios, o sea, el lugar de origen: Rodrigo Díaz de Vivar = Rodrigo, hijo de Diego y natural de Vivar. 

Con el paso del tiempo, las casas nobiliarias solían usar el nombre de la casa como coletilla para indicar su procedencia aristocrática. Por ejemplo: Pedro Núñez de Ribera = Pedro, hijo de Nuño, de la Casa de Ribera. Finalmente, en el año de 1.500, el emperador Carlos I dictó que se usaran los apellidos paterno y materno, tal como hacemos hoy día. En España, al contrario que en los demás países europeos, la mujer no perdía su apellido al casarse y, como ocurre actualmente, solo se pierde pasadas dos generaciones. Para que luego digan que somos más machistas que nadie.

Los blasones: Los blasones o escudos de armas que tanto gusta al personal poner colgados de la pared, que de eso nos vanagloriamos todos los hispanos, son solo concedidos a una familia, no al apellido. O sea, que no todos los Pérez, ni Gómez ni Fernández tienen derecho al uso del blasón, sino solo unos determinados Pérez, Gómez o Fernández a los que un rey, en algún momento de la historia, los quiso distinguir con ello. Así pues, dilectos blogueros, se vayan olvidando del camelo de que en España todo Dios tiene blasón. Esas empresas que te mandan "tu escudo de armas" a casa por un estipendio, muy bonito él, con esmaltes, lamberquines, un letrerito simulando añejo pergamino con el apellido escrito y un yelmo chulísimo al timbre, son un subterfugio. Así pues, que quede claro: los blasones son de una familia en concreto, no de un apellido. Se siente, pero la vida es así de cruel. 

La obsesión por darnos más pisto de lo que nos corresponde llegó a tales extremos que, ya en tiempos de Felipe II, éste monarca tuvo que poner coto a los excesos en la confección de los blasones, ya que todo el mundo se saltaba a la torera las estrictas normas de la heráldica haciendo uso de coronas y yelmos en sus escudos que no le correspondían con tal de aparentar más.

El título de Don: Proviene también del latín. En éste caso, del término dominus, señor. Hasta tiempos relativamente recientes, el título de don sólo podía ser usado por la realeza y los miembros de las casas nobiliarias de mucho rango, así como de las jerarquías eclesiásticas más elevadas. Así pues, titular como don Rodrigo Díaz de Vivar al Cid es un craso error. El Cid jamás pudo hacer uso del don, ya que era un simple hidalgo. Era tan lustroso el don que Cristóbal Colón, en las Capitulaciones de Santa Fe, puso como una de sus condiciones el poder hacer uso del título, de modo que ya pueden vuecedes imaginar el pisto que daba anteceder el nombre propio con el don.

Al parecer, la generalización de éste título surgió en las provincias de ultramar, o sea, las posesiones españolas en el continente americano. Por lo visto, en nuestro inveterada manía por querer aparentar más de lo que somos, los que llegaban al Nuevo Mundo no dudaban en titularse como Don Fulano de Tal para darse fuste. Y como allí nadie conocía a nadie, y era complicado controlar si tal o cual tenía o no derecho al don por su abolengo, pues dicha costumbre se extendió por doquier. 

Otros tratamientos: No creo que haya un país donde se haya hecho tanto uso de los tratamientos de postín como en España. Aquí, hasta al gato había que darle el tratamiento adecuado, no fuera a cabrearse. Vuesa merced, vuecé, vuesa señoría, vuseñoría, usía, vuesa excelencia, vuecencia, ilustrísimo, serenísimo, excelentísimo, reverendísimo, monseñor, eminencia, etc., etc... Actualmente, solo perduran el usted, abreviatura de vuecé o vuesa merced, y los tratamientos que se dan en el ejércitos a coroneles (usía) y generales (vuecencia), aparte de los referentes a las jerarquías eclesiásticas, que esos son más conservadores.

El ducado más antiguo: Aunque la Casa de Alba acapara treinta y tantos títulos, incluyendo el ducado de Alba, el ducado más antiguo de España es el de Medina Sidonia, que data de 1445. 

El ducado de más abolengo: Tampoco son los Alba, sino los de la Casa de Medinaceli, ya que el primer duque, don Luis de la Cerda, era descendiente directo de don Fernando, infante de la Cerda, primogénito de Alfonso X. No llegó a reinar por haber muerto antes de suceder a su padre. O sea, los Medinaceli descienden de los reyes de la Casa de Borgoña.

El rey de España: El rey, tanto en cuanto es el rey, es la cabeza visible de la nobleza. La monarquía hispana es la que ostenta mayor número de títulos de todas las monarquías habidas y por haber, incluyendo entre ellos el de rey de Jerusalén, que fue concedido por el papa a Fernando el Católico y que se ostenta desde entonces. Otros títulos curiosos de nuestro rey son: duque de Atenas y Neopatria, rey de Hungría, Dalmacia, Croacia, las Dos Sicilias, Cerdeña y Córcega y señor de Trípoli. Tiene muchísimos más, pero no voy a enumerarlos todos. Para que luego venga la inglesa a vacilarnos...

Bueno, voy a dormitar un rato. Estoy cansado.

Hale, he dicho... 



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