jueves, 11 de abril de 2013

10 curiosidades curiosas sobre monarcas hispanos







Salvo dos breves intervalos de tiempo, la Hispania siempre ha tenido como forma de gobierno la monarquía. Desde que el imperio romano se fue al garete, un rey tras otro se han ido sucediendo a lo largo del tiempo y, en mayor o menor grado, todos han legado a la historia cosas curiosas, de esas que nos vienen estupendamente para avasallar al cuñado paliza que se las da de listo, o para meter las cabras en el corral al listillo que siempre quiere fardar de "hombre curto". Veamos algunas de ellas...


1. Por si alguno no lo sabe, Carlos III fue rey de Nápoles antes de ser rey de España. Al morir su hermano Fernando VI sin descendencia fue llamado para hacerse cargo de la corona española, por lo que tuvo que abdicar como monarca napolitano. Y como muestra de gratitud hacia sus antiguos súbditos, que al parecer lo tenían en gran estimación, decretó nombrar como copatrón de España a San Jenaro (Gennaro en italiano), patrón de Nápoles, un obispo del siglo IV que fue liquidado por los malvados paganos en tiempos de Diocleciano. Así pues, España tiene dos patronos: Santiago y Jenaro. 

2. Fernando el Católico decidió volverse a casar tras enviudar de Isabel de Castilla. Al fin y al cabo, él era rey de Aragón y su hija Juana era la heredera de la corona castellana. Por lo tanto, se emparentó en 1505 con Germana de Foix, una gabacha 36 años más joven. A pesar de que Fernando había sido toda su vida un garañón, parece ser que ya no funcionaba como antaño y no lograba preñar a su nueva reina, la cual andaba bastante preocupada por ello ya que una reina que no paría infantes tenía un futuro bastante negro. Debido a ello, cuentan que optó por darle a su marido bebedizos y pócimas afrodisíacas a ver si así el monarca recobraba sus bríos juveniles y la preñaba de una puñetera vez. Pero la cosa no le salió bien ya que tantas porquerías le administró, especialmente cantárida mezclada con las comidas, que le sentaron como tiro y el buen rey estiró la pata. 

3. Carlos I, como es de todos sabido, era un impenitente glotón, así como un consumidor desaforado de cerveza y vino. Su acentuado prognatismo le impedía masticar, por lo que se veía obligado prácticamente a engullir la comida como si de un cocodrilo se tratase. Esto le provocaba unas indigestiones de caballo e incluso accesos febriles que lo traían por la calle de la armagura, así como una halitosis capaz de tumbar a un rinoceronte de un solo vahído. Aparte de eso, es famosa su incurable gota a pesar de las recomendaciones de sus médicos para que aminorase sus dosis de carnes rojas y de bebidas alcohólicas, lo cual le daba una soberana higa al invicto césar. Así le fue: palmó con 55 tacos y parecía que tenía 20 años más.

4. Carlos II, el último Austria, era el pobre un auténtico despojillo. La consanguinidad que pesaba sobre su estirpe lo había convertido en una birria endogámica ya que su padre era tío carnal de su madre. Debido a ello, además de sufrir todo tipo de fiebres y males, tenía menos vigor viril que una momia egipcia, por lo que tenía complicado engendrar un heredero para la más poderosa corona del mundo. Lo casaron en segundas nupcias con Mariana de Neoburgo, una tedesca cuya madre era un verdadero prodigio de fertilidad que parió la friolera de 23 (sí, veintitrés) hijos. Tras infructuosos intentos por procrear (además era monorquideo), llegó a hacer llevar el cuerpo "incorrupto" de San Diego de Alcalá a su alcoba, a ver si el santo le echaba una mano en el fornicio. Pero todo fue inútil. Ni santos ni leches. Se murió con 38 años hecho una auténtica porquería el pobre.

5. Su padre, Felipe IV, no tuvo ese problema. Era un obseso sexual de tomo y lomo que dejó 12 hijos legítimos, 23 bastardos reconocidos y un número desconocido sin reconocer, fruto de su inagotable lujuria. Se apareaba con toda la que pillaba, desde simples criadas a las más afamadas actrices de los corrales de la época. Pero semejante conducta le provocaba unos tremendos cargos de conciencia, por lo que se carteaba con una monja llamada sor María Jesús de Ágreda, que intentaba corregirlo con bastante poco éxito por cierto. Bueno, no nos engañemos: sin el más mínimo éxito. De hecho Felipe IV escribía misiva tras misiva contándole a la monja lo arrepentido que estaba y no había llegado la carta a destino cuando ya estaba encamado con otra.

6. Pedro el Cruel tenía un peculiar defecto físico: le crujían los tobillos al caminar. Muy aficionado a darse sus garbeos de incógnito por las noches en busca de hembrerío (también era un semental insaciable), en el silencio nocturno se escuchaba perfectamente como "le crujían las canillas". Esto le supuso más de un encuentro desagradable con sus enemigos políticos, como el que tuvo en Sevilla con un Guzmán que, reconociéndolo, lo instó a batirse con él. El rey, hábil espadachín, lo finiquitó allí mismo dando pie a la famosa leyenda de la calle Cabeza del rey don Pedro que ya contaré un día de estos. Conviene aclarar que don Pedro siempre iba solo durante sus correrías nocturnas, sin escolta de ningún tipo. No se le puede negar que era un tipo bragado, las cosas como son.

7. Felipe V no carburaba fino a la vejez . O sea, que su ánimo se tornó mustio y le dio por pasearse por palacio sucio y con la ropa raída. Su melancolía solo se veía aliviada por la voz celestial de Carlo Broschi, el famosísimo castrati más conocido como Farinelli, el cual fue llamado a España para que le cantase al monarca cuando se veía invadido por la tristeza, generalmente por las noches. Curiosamente, siempre le pedía que cantase la misma canción. Por cierto que, a la muerte del monarca, el virtuoso capón fue recompensado con una jugosa pensión que, sumada a lo ganado durante su vida artística, le permitió llevar una apacible vejez en Italia dedicado a las obras de caridad. 

8. Carlos III también tenía sus pequeñas manías. Una de ellas consistía en ser bastante parco con la bebida. De hecho, durante el almuerzo consumía sólo la mitad de la copa de vino que le servían, la cual debía ser guardada tal cual para terminarla durante la cena. Era la leche de ahorrativo, ¿no?

9. Juana I de Castilla, más conocida como Juana la Loca, parió a su primogénito, el futuro emperador Carlos, en una letrina palaciega en el transcurso de un fiestorro. En pleno bailoteo sintió los dolores del parto y, a falta de mejor sitio, se metió en dicha letrina y ella sola parió al crío. Cuando sus damas de compañía, alarmadas por los alaridos, acudieron a ver que pasaba, Carlos ya había venido al mundo. No fue un paritorio digno de tan elevado personaje, ciertamente. En cuanto a la locura de la reina, atribuida generalmente a los celos que sentía por su veleidoso marido, podríamos decir que esto más bien empeoró su estado ya que es más que probable que fuese algún tipo de esquizofrenia hereditaria. Su abuela materna, la reina Isabel de Portugal, murió loca como un cencerro.

10. Cuando Alfonso XII enviudó de su amada María de las Mercedes se largó al palacio de Riofrío, en Segovia, a pasar una temporada aislado y tal porque el hombre se quedó bastante amohinado con el fallecimiento de su jovencísima mujer. Y no contento con irse a un pabellón de caza lejos de todo y de todos, mandó incluso tapizar su alcoba con tela color morado oscuro. Dicha habitación se conserva tal cual la dejó don Alfonso cuando se le pasó la pataleta y volvió a Madrid.

Bueno, ya están las diez curiosidades esas.

Hale, he dicho...


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