Los que me siguen con cierta regularidad ya saben de mi afición a los temas funerarios. Soy un verdadero cazador de túmulos, las cosas como son. Puede que más de uno piense que es una afición morbosa o, simplemente, que estoy como un cencerro. Sin embargo, yo les diría que no estoy más loco que un ciudadano que se pira a Egipto en plena guerra civil a ver las pirámides, que al cabo son también tumbas pero a lo bestia, y dispuesto a pasar un día inmundo a 60º de temperatura y rodeado de rebeldes islamistas armados con Kalashnikov y abundante munición.
El mundo funerario no solo forma parte de nuestras vidas, ya que al cabo nos la pasamos entera esperando el momento de ir a formar parte del mismo, sino que son una muestra preclara de la cultura, la idiosincrasia y las costumbres del personal. Ante la muerte, muchas de las cosas ocultas que albergan nuestras puñeteras mentes se liberan y, además, está socialmente permitido: llorar a moco tendido, dar berridos en pleno cementerio, encerrarse en casa durante días o semanas... pero también mostramos nuestra soberbia, nuestro orgullo y nuestro empeño en apabullar al personal con exequias dignas de un infante de Castilla.
Dicho esto, y tras haber visto lo que llevo visto, puedo afirmar y afirmo que los judíos y los cristianos también nos diferenciamos enormemente es estas cuestiones. Nuestros usos y costumbres a la hora de mandar al abuelo al hoyo son totalmente diferentes a la de los judíos. Ellos nos echan la pata con creces gracias a su pragmatismo contumaz. Vean, vean vuecedes...
A la derecha tenemos un cementerio judío. Como podemos ver, esta gente no se anda con chorradas de callecitas bien dispuestas con el nombre de santos rarísimos, ni costosos mausoleos para mayor gloria de la familia, para que los vecinos nos envidien y, lo más importante, para que el abuelo esté cómodo. Sí, ya sabemos que el abuelo las pasó putas en vida, y que no soltamos un duro para mandarlo a una residencia mejor donde además había unas cuidadoras la mar de monas. Pero de eso nadie se enteraría y no es plan de gastar pasta en algo que no trascenderá ni producirá envidia entre el personal. Pero el entierro es diferente. Medio pueblo asistirá al mismo (el otro medio, o sea, las féminas no irán porque estas no acuden al cementerio), y los maromos contarán a sus parientas nada más llegar a casa con aire cansado por la caminata que "vaya peaso panteón que tié'r Manué, cohone...Le tié c'abé cohtao un dinerá". O sea, que es muy importante dar reposo a nuestras maltrechas envolturas carnales en un cortijito en miniatura ya que en vida no tuvimos un cortijazo de verdad.
Sin embargo, los hijos de pueblo putead...perdón, del pueblo elegido se dejan de milongas y meten al personal en un hoyo estándar con lápida también estándar y a hacer puñetas. Estos sí que se toman en serio lo del muerto al hoyo y el vivo al bollo, qué carajo...
Pero su afán ahorrativo no queda ahí, no... Ellos meten a su muertito en el agujero y lo tapan con tierra puñetera, tras lo cual se piran tranquilamente a casa tras dejar el túmulo cubierto de pedruscos. Es su versión de las flores. Sí, así es. Ellos no te ponen flores, te ponen piedras, que salen muchísimo más baratas. De hecho, puedes ir camino del cementerio metiendo todas las que vayas viendo en una bolsa de plástico y luego las dejas en el túmulo. Quedas como Dios y no te has gastado un puñetero duro. Mientras tanto, los cristianos quedamos a la altura del betún por norma porque siempre gastamos en flores lo mínimo, y no nos presentamos en el entierro con un tiesto de geranios robados a la vecina porque eso supondría que el primo Agapito nos retiraría para siempre el saludo por ir con esa mierda de presente floral al entierro del tío Nicanor, su difunto padre.
¿Y no ponen lápida sobre el túmulo estos enemigos de Cristo? se preguntará más de uno. Sí, claro que la ponen, pero cuando el túmulo ha bajado al nivel del suelo, lo que indica que el cuerpo ya se ha descompuesto y solo quedan los huesos, lo que hace que ocupe menos sitio en su hoyo y, por eso mismo, la tierra descienda. Para que esto suceda, naturalmente, el muerto debe ser enterrado sin cajón, porque en caso contrario no se alteraría la morfología de la tumba. Y en eso también nos echan la pata, ya que se ahorran el insultante y escandaloso precio con que las funerarias, esos buitres, clavan de forma inmisericorde a los deudos del difunto cristiano. Así pues, también se ahorran el nicho "en propiedad" donde meten nuestros huesos pútridos pasados siete años del deceso. ¿Ven vuecedes esas hileras de nichos vacíos, ¿no? Pertenecen a difuntos desahuciados (eso está muy de moda últimamente), los cuales tenían su nicho "en propiedad", o sea a perpetuidad. Sin embargo, los listos de los ayuntamientos los vacían cuando calculan que la familia ya ni se acuerda donde leches estaba la abuela Engracia, de forma que cada 40 o 5o años hacen una limpia para dejar sitio libre y, muy importante, sacarle más pasta al nicho por el que ya cobraron unas décadas antes. Los judíos no hacen eso. Una vez plantado el muerto ya no lo toca nadie porque la religión judía prohíbe de forma taxativa violar las tumbas. Aquí lo que está prohibido al parecer es dejar a los muertos tranquilos. De hecho, en muchas excavaciones en Israel, los arqueólogos han tenido muchos problemas con los judíos ortodoxos cuando han aparecido tumbas porque no permiten que nadie las toque.
Y con los críos, tres cuartos de lo mismo. Ahí podemos verlos en sus mínimas tumbitas... También nos echan la pata en lo tocante a lo práctico: un reducido túmulo de cemento con piedras incrustadas ya que los críos, al no ser aún hombres, no tienen que tener lápida encima y si la tienen, como vemos en algunas de ellas, están limpias, sin nada escrito. Se limitan a tomar nota del sitio y del inquilino para no ir a llevarle flor...digooo, piedras al que no es y sanseacabó. O sea, nada de angelitos llorones, ni de señoras marmóreas en pelota picada con jeta de pena sobre la tumba ni gaitas. Digo yo que no por eso se querrá más a un hijo que se nos fue, ¿verdad? Y lo importante es la felicidad que le dimos en vida, no el dineral que echamos sobre sus huesos después de muerto y que no aprovechan absolutamente a nadie más que al marmolista.
Así pues, esos fastuoso monumentos funerarios a los que tan aficionados son los cristianos me parecen una gilipollez, un derroche absurdo y una muestra palmaria de soberbia infinita. Porque manda cojones gastarse una millonada en un mausoleo regio para meter al abuelo y a papá mientras que en nuestra jodida vida les pagamos un viajito con la abuela o con mamá, o simplemente nos privamos de comprarnos aquel pisito tan mono a un paso de la playa que nos ofreció el primo José Ignacio, que es un máquina a la hora de dar con ofertas acojonantes. Por cierto que el pisito se lo quedó al final él mismo porque al primo José Ignacio le importa un soberano carajo lo que hagan con sus despojos cuando la palme. En el peor de los casos siempre puede donar su cuerpo a la ciencia, por lo que sus exequias serán más baratas que un bocata de chopped caducado.
Al final, nuestras jodidas osamentas acabarán pulverizadas, y el mausoleo acojonante que nos costó un huevo y la yema del otro se verá como el de la foto de cierre porque nuestros bisnietos se fueron a vivir a la otra punta de España y, la verdad, ya ni recuerdan nuestros nombres. Los placeres y los lujos, en vida, hijos míos. Tras la muerte ya da todo igual.
Buen finde y tal.
Hale, he dicho...
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