Uno de los más graves problemas con que se enfrentaban los monarcas peninsulares durante la Reconquista era repoblar las tierras y poblaciones arrebatadas a la morisma. De hecho, en muchas ocasiones hubo grandes extensiones de territorio que, durante años, permanecieron literalmente desiertos, sin que nadie se atreviera a aparecer por allí por temor a algaras o aceifas por parte de los moros, los cuales tampoco ponían un especial interés a veces por recuperar dicho territorio por verse nuevamente vapuleados y saqueados. Para la gente normal, la perspectiva de ver aparecer una mesnada nobiliaria o, peor aún, de freires de alguna orden militar con muy mala leche y decididos a esclavizarlos y vaciarles hasta de telarañas los desvanes y sobrados, era simplemente terrorífica.
Conviene recordar que, aunque la abyecta tiranía de lo políticamente correcto imperante desde hace algún tiempo ha propalado bastantes camelos, eso de la feliz Arcadia en que moros, judíos y cristianos se llevaban estupendamente y hasta se iban de copas los fines de semana es una chorrada monumental. Los moros odiaban a los cristianos. Los cristianos odiaban a los moros y ambos a los judíos, mientras los judíos odiaban a moros y cristianos y, de paso, los breaban con jugosos intereses por los créditos que les pedían ambos ya que eran los que tenían la pasta. O sea, que esa memez de "la tolerancia de las tres culturas" es una estupidez propia de ignorantes y de víctimas del buenismo aplatanante propalado por la progresía casposa de siempre.
Así pues, la única forma de fomentar la repoblación era a base de ofrecer a los posibles colonos las dos cosas que más precisaban: tierras para ganarse la vida y protección. Veamos como se desarrollaban estas repoblaciones...
Fuero de Aljezur. otorgado por el rey don Dinis |
La concesión de fueros. Como ya podemos suponer, unos fueros generosos eran un incentivo importante para los repobladores. A tal fin, se concedían ciertos privilegios encaminados sobre todo a fomentar el desarrollo económico de la población. Para ello, los reyes autorizaban la celebración de mercados y/o ferias, privilegio este que solo la corona podía conceder, exenciones de tipo fiscal durante un determinado tiempo y la dación de parcelas de tierra, de casas, etc. Otro privilegio podía consistir en la exención de los vecinos de ser llamados a filas. En definitiva, estos fueros eran un compendio de normas a seguir que regulaban la vida en la nueva población. Por cierto que era habitual cuando un nuevo monarca era coronado el confirmar los fueros otorgados a tal o cual población por su antecesor. El no hacerlo podía suponer motines y asonadas, por lo que los nuevos reyes no solo no tenían problemas en confirmar lo que fuera, sino que incluso podrían mejorar el fuero anterior en base a las peticiones realizadas por los vecinos. Podían ser de lo más variopintas, como por ejemplo no pagar el quinto real en caso de sequía, o la eliminación de pontazgos o fielatos que, aparte de onerosos, limitaban bastante la circulación de mercaderías.
Molino en el Guadaíra otorgado en el repartimiento de Sevilla de 1253 al maestre de Santiago, Pelay Correa |
La protección del territorio. Como ya podemos imaginar, nadie era lo bastante insensato como para asentarse en la frontera sin tener un lugar donde refugiarse en caso de invasión así como tropas que hiciesen frente a los agresores. Como hemos podido ver a lo largo de las entradas dedicadas a castillos, los reyes solían pagar los servicios prestados por la nobleza y las órdenes militares con suculentas tenencias consistentes en la custodia de fortalezas que vigilasen el territorio. El estipendio que conllevaba dicha tenencia servía para el mantenimiento básico del castillo, por lo que se añadían una serie de tierras de cultivo que el tenente podía alquilar a los colonos para la obtención de rentas. Así pues, la corona concedía yugadas de pan (campos para cereal), viñas, aranzadas de olivar, higuerales o molinos, siendo estos últimos bastante deseados por la simple razón de que, aparte de los pingües beneficios que rendían, suponía para su poseedor tener al personal sometido por completo, ya que la molienda no podía realizarse más que en los molinos señalados.
Muchos de los castillos fronterizos eran reformados a fin de adaptarlos a los usos cristianos y, sobre todo, de amplios albácares donde la población podía refugiarse con sus ganados en caso de necesidad. Para ello disponían de grandes aljibes, pozos o, caso de haber cerca un curso fluvial, de corachas que permitieran la extracción de agua del río. Un ejemplo lo tenemos a la izquierda, donde podemos ver un plano del castillo de Setefilla, cerca de Lora del Río (Sevilla). Este castillo, integrado en el bayliato hospitalario de Septe Fillas (Siete Villas en castellano medieval), disponía de un albácar de gran amplitud que vemos sombreado de rojo. La parte en azul, separada del albácar por un muro diafragma, eran las dependencias puramente militares. Así pues, la protección del territorio suponía una simbiosis que perduró durante siglos: el noble guarda la tierra y a sus habitantes mientras que los jornaleros pueden de ese modo trabajar en paz y a salvo de agresiones. El primero protege y, a cambio, recibe unas rentas por el servicio.
Castillo y villa de Noudar, instituido como couto de homiziados en 1308 por don Dinis para todo aquel que repoblase al mínimo durante cuatro años. El castillo fue dado en tenencia a la orden de Avís |
Los "coutos de homiziados" y los "refugios de fugitivos". En algunas zonas, la repoblación era francamente comprometida. La proximidad del enemigo hacía que ni a cambio de las mayores ventajas y protección se arriesgase nadie a trasladarse a la frontera. De ahí que, en muchas ocasiones, la corona recurriera a indultos a cambio de repoblar. Obviamente, cuando se trataba de trocar la horca por el riesgo, la elección estaba clarísima. De ese modo, los asesinos, violadores y sodomitas, por lo general reos de muerte en aquella época, podían ver su ejecución suspendida si se largaban al sitio más peligroso del mundo mundial. Pero siempre se tenía una oportunidad repoblando mientras que de las manos del verdugo no se escapaba nadie, así que no les quedaba otra opción.
Castillo de Olvera, en plena frontera. A escasos kilómetros estaba el castillo de Hierro, en manos de los musulmanes |
En Castilla, uno de los sitios más condenadamente peligrosos era la Banda Morisca, entrada hacia el Valle del Guadalquivir desde Ronda y especialmemte castigada por los moros. En Olvera, enclavado en el corazón de esa línea defensiva, se condonaban los homicidios a cambio de un mínimo de un año de estancia en la población, así que ya podemos imaginar lo inquietante que sería habitar aquella zona. En Portugal tuvieron especial difusión los coutos de homiziados, término éste último que se presta a cierta confusión y que, contrariamente a lo que sugiere, no significa homicidas, sino que hace referencia a condenados por diversos delitos y a los que se les da la oportunidad de ver su pena conmutada a cambio de repoblar. En el caso de Portugal, no solo era peligroso ir a la frontera con los moros, sino también con las de Castilla y León. Muchas poblaciones portuguesas fueron declaradas coutos de homiziados. Otro incentivo consistía en períodos de 24 días en los que los fugitivos quedaban libres de responsabilidad penal si querían asistir a mercados y ferias con tal de fomentar el comercio en esas zonas, digamos, sensibles.
El castillo de Gormaz, integrante de la Línea del Duero. Actualmente, es la fortaleza más grande de España |
Las líneas defensivas. Desde comienzos de la Reconquista, los monarcas aprovecharon en todo momento los accidentes geográficos para establecer líneas defensivas que, aparte de cerrar el paso a posibles contraataques, servían de salvaguarda a los pobladores de la frontera. Las líneas del Tajo, o del Tejo si nos referimos a Portugal, del Duero o del Zêzere, entre otras, hacían uso de los grandes cursos fluviales de la península. Otras, como las Bandas Morisca y Gallega, constaban de líneas de fortificaciones y atalayas bien guarnecidas que quitaban al enemigo las ganas de adentrarse en el territorio. Pero eso no impedía que, en más de una ocasión, tuvieran lugar aceifas que hacían verdadero daño a los colonos a pesar de la protección que les brindaban estos sistemas defensivos.
Bueno, en líneas generales ya hemos podido ver en qué consistía eso de repoblar, así como las ventajas e inconvenientes que conllevaba a los que se atrevían a largarse a tierras de frontera. La mayoría lo único que buscaban era dejar atrás la servidumbre y tener la oportunidad de medrar a costa de trabajar como mulos. Algunos lograron su objetivo y, con el paso de las generaciones, dieron lugar a la burguesía terrateniente. La mayoría, por desgracia, se quedó en el camino víctima de las algaras enemigas, de las plagas, las sequías o como esclavos en tierra extranjera. Una putada, ¿no?
En fin, vale por hoy.
Hale, he dicho...
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