Un caballero se dispone a hacer frente a la acometida de un jinete con su alcón Ilustración de © Eduardo Gutiérrez García |
Es ya hora de completar la entrada que se publicó en su momento sobre estas peculiares armas. Para coger el hilo de la misma, un pinchazo aquí, por favor. En dicha entrada nos dedicamos a estudiar las arcanas etimologías de las mismas, así que ahora toca hablar de su desarrollo, manejo, tipologías, etc. Vamos pues...
Origen
Al parecer, el alcón tiene su origen en la alabarda. Ciertamente, sus morfologías son bastante similares si bien, como podremos observar a continuación, mientras las segundas se componían siempre de las mismas partes - hacha, pica y pico -, el alcón podía presentar combinaciones diferentes. En las ilustraciones comparativas de abajo lo veremos más claramente:
A la izquierda tenemos un alcón de la tipología más habitual, mientras a la derecha aparece una alabarda, en este caso contemporánea a la época de aparición del alcón. Enumeremos las diferencias más sobresalientes:
1. Cabeza de armas. En la alabarda es de una sola pieza, mientras que en el alcón está fragmentada en al menos dos partes: hacha y pico/martillo y pica superior.
2. El hacha. La alabarda presenta una hoja de generosas dimensiones, siempre con cierto grado de inclinación o bien convexa. El alcón la presenta recta o convexa.
3. El pico. Mientras que en la alabarda es una parte inseparable de la misma, no es así en el alcón, ya que puede llevar el pico o bien una cabeza de martillo o varios petos.
3. La pica. Aunque en este caso aparecen en ambas armas picas prismáticas, en los alcones se pueden ver en forma de lanza. Por otro lado, la pica de la alabarda suele ser más larga.
4. Longitud del asta. Generalmente, las alabardas tienen un asta más larga, de hasta dos metros. La de los picos muy rara vez excedía de los 180 cm.
Dos ciudadanos recreacionistas se enfrentan en un combate a pie con sendos alcones. Estas armas eran mucho más manejables que las alabardas de infantería |
Bien, esas serían las principales diferencias entre ambas armas. Así pues, el alcón aparece en escena hacia comienzos del siglo XV y prácticamente siempre en manos de caballeros, los cuales lo usaban para combatir a pie. Algunos piensan que era un arma concebida para torneos o duelos, pero la podemos ver representada en multitud de obras sobre batallas y en las que también aparece por norma en manos de caballeros o nobles. Así pues, colijo que el alcón nació para que los hombres de armas y caballeros dispusieran de un arma eficaz cuando llegaba la hora de combatir pie en tierra.
¿Y por qué no usaban la alabarda? se preguntará posiblemente más de uno. Diría que por dos razones básicamente: una, por aquello del estatus social. Un caballero no gustaba de usar armas de plebeyos, y menos aún que un plebeyo usara las propias de su rango superior. Y por otro lado, la alabarda era un arma creada principalmente para formar líneas de infantería capaces de detener una carga de caballos coraza y, gracias a su pico, derribar a los jinetes para luego apiolarlos en el suelo. Sin embargo, un caballero que lucha a pie no precisa formar líneas contra la caballería y mucho menos derribar jinetes. Si echaba mano a su alcón era para luchar a pie contra enemigos a pie, ya fuesen peones, hombres de armas o caballeros como él. Y una razón más: la masa del alcón era inferior a la de la alabarda, lo que convertía a los primeros en armas mucho más manejables. Recordemos que el caballero se entrenaba para su uso correcto, y en muchas ocasiones se enfrentaría a un igual. Por lo tanto, era preciso disponer de un arma menos masiva que la pesada alabarda.
¿Y por qué no usaban la alabarda? se preguntará posiblemente más de uno. Diría que por dos razones básicamente: una, por aquello del estatus social. Un caballero no gustaba de usar armas de plebeyos, y menos aún que un plebeyo usara las propias de su rango superior. Y por otro lado, la alabarda era un arma creada principalmente para formar líneas de infantería capaces de detener una carga de caballos coraza y, gracias a su pico, derribar a los jinetes para luego apiolarlos en el suelo. Sin embargo, un caballero que lucha a pie no precisa formar líneas contra la caballería y mucho menos derribar jinetes. Si echaba mano a su alcón era para luchar a pie contra enemigos a pie, ya fuesen peones, hombres de armas o caballeros como él. Y una razón más: la masa del alcón era inferior a la de la alabarda, lo que convertía a los primeros en armas mucho más manejables. Recordemos que el caballero se entrenaba para su uso correcto, y en muchas ocasiones se enfrentaría a un igual. Por lo tanto, era preciso disponer de un arma menos masiva que la pesada alabarda.
Tipologías
Dentro de este tipo de armas podemos diferenciar dos morfologías bien distintas: los alcones en sí y los picos de cuervo o martillos de Lucerna. Veamos algunos ejemplos de ambas tipologías:
Ahí tenemos seis ejemplares bastante representativos. Como nexo común entre todos tenemos las barretas de enmangue, que siempre montaban cuatro: dos para sujetar la cabeza de armas al asta, y otras dos para reforzar dicha asta a fin de impedir que las armas de corte enemigas la partiesen. Las hachas podían tener el filo recto o presentar una curvatura más o menos acentuada. La parte trasera podía ir provista de una cabeza de martillo, bien lisa, bien dentada (mucho más frecuente) o bien con un pequeño peto prismático emergiendo de la misma; en otros casos, con una cabeza de aristas, generalmente tres o cuatro, ideal para producir heridas abiertas en las carnes del enemigo. En cuanto a la pica, podía ser prismática o en forma lanceolada. Por lo general, los alcones solían presentar unos acabados mucho más elaborados, lo que corrobora su uso en manos de sujetos de cierto rango y poder económico. En muchos de ellos se pueden observar grabados, cincelados o incrustaciones de bronce. Y otro detalle más que solo podemos ver en estas armas es el pequeño varaescudo para proteger la mano maestra, el cual es bien visible en el segundo ejemplar empezando por la izquierda.
A la izquierda tenemos tres picos en los que podemos ver sus características. Como nexo común presentan los siguientes elementos: una pica superior que, como en el ejemplar de la izquierda, puede llegar a tener una longitud notable. El hacha es sustituida por un pico de sección triangular y con el filo hacia arriba, muy adecuado para perforar metal. Y en lugar del martillo, una cabeza con aristas. Por lo demás, la fijación se realiza mediante barretas de enmangue como en los alcones, y su poco peso los hacía aun más manejables. Como vemos, presentan menos diferencias entre ellos, radicando las mismas solo en detalles irrelevantes o longitud de la pica, mucho más larga en los martillos de Lucerna.
Fabricación
Los alcones, como ya comenté más arriba, se componían de varias piezas. Ello puede dar que pensar que su robustez no era la adecuada, pero recordemos que los martillos tampoco se fabricaban de una sola pieza y su resistencia era proverbial. De todas formas, la cabeza de armas sí era una única pieza y su fijación bastante sólida. Veamos paso a paso como se elaboraban...
En esa ilustración tenemos todos los componentes necesarios para fabricar un alcón. Veámoslos uno a uno...
A. El asta. Al igual que la alabarda, su sección era cuadrangular u octogonal. La madera preferida, el fresno por su ligereza, robustez y veteado. La longitud habitual oscilaba entre los 140 y 180 cm.
B. La cabeza de armas. En una sola pieza tenemos el hacha y el martillo. En su parte central presenta un rebaje para encastrarla en la pieza E, que veremos más abajo. El orificio servirá para fijarla al conjunto mediante el tornillo D.
C. La pica, la cual va soldada a una pieza en forma de U que abrazará la cabeza de armas y quedará unida a ella también mediante el tornillo D. El C de la derecha es la misma pieza vista de frente. La línea de puntos marca el lugar por donde va el orificio.
E. Vista lateral y frontal de las barretas de enmangue. Es la pieza principal para el montaje, ya que es la que, fijada al asta, sustentará la cabeza de armas y la pica. En la vista frontal podemos ver la muesca donde se encastra la cabeza de armas. Empecemos el montaje...
El primer paso consiste en unir el asta con las barretas. Dicha asta, una vez preparada, recibe las barretas las cuales serán fijadas mediante remaches pasantes o bien tachuelas. En ese segundo caso, los orificios de las barretas irán a diferentes alturas de una a otra para que no se crucen las puntas de las tachuelas. Caso de fijarse otras dos barretas, estas serán solo dos pletinas fijadas en la parte libre del asta.
Finalmente, se añade al conjunto la pica, tras lo cual se une mediante el tornillo piramidal, que además servirá de peto. De ese modo, las barretas, la cabeza de armas y la pica forman una sola pieza. Cabe suponer que el tornillo sería apretado en caliente de forma que al enfriarse se contrajera, impidiendo de ese modo que se aflojara con los golpes. Este sistema de montaje tenía una ventaja añadida, y es que en caso de rotura de alguna de las partes bastaba con desmontarla y sustituirla, no perdiendo así un arma que, con seguridad, sería bastante cara. En cuanto al montaje de los picos, a continuación veremos uno de los métodos seguidos porque, salvo éste, los demás son idénticos a los utilizados para fabricar los martillos de guerra. Veámoslo...
A la izquierda podemos ver las dos piezas de que se compone un pico. Por un lado, a la derecha tenemos la cabeza de armas, forjada en una sola pieza. En su parte central tiene un orificio cuadrangular, similar al de un mazo o un martillo doméstico de nuestros días, por el que se deslizará la pica que, en este caso, forma una sola pieza con las barretas de enmangue. En ambas se aprecia el orificio que servirá para unir ambas partes como veremos a continuación.
La cabeza de armas se introduce por la pica, deslizándola hasta que el orificio que lleva coincida con el de la pica. Previamente hemos fijado las barretas al asta, en este caso de sección cuadrangular, mediante los métodos habituales: tachuelas o remaches pasantes. Una vez en su sitio, para lo cual será preciso ajustarla con unos golpes ya que se trataba de que careciera de holguras, se unían ambas partes bien con un remache pasante provisto de una arandela o bien con un peto atornillado como vimos en el alcón de más arriba. El conjunto formaba una sólida arma capaz de dar miles de golpes sin inmutarse y, caso de romperse alguna de sus partes, siempre podía ser sustituida.
Manejo
En muchas ocasiones, el jinete se veía obligado a combatir a pie. Bien por haber perdido el caballo, bien como imposición de tipo táctico, no siempre podía disponer de la ventaja de luchar a caballo. Así pues, el alcón le permitía disponer de un arma combinada sumamente eficaz no ya contra sus iguales, sino contra una infantería que, al ir armada con bisarmas, alabardas, etc., podía poner las cosas muy difíciles a un caballero armado con espadas, hachas o martillos. Era una mera cuestión de alcance: un arma enastada de infantería podía ofender a un enemigo a dos metros de distancia mientras que un caballero no alcanzaba más del metro y poco que le daba la hoja de su espada más la longitud de su brazo. O sea, que el infante podía escabechar bonitamente al odiado caballero. Pero si este tenía un alcón en sus manos la cosa variaba de medio a medio, porque era un arma que daba alcance y contundencia y, lo más importante, era un consumado maestro en su uso.
De ahí que en muchos manuales de la época se contemplara el alcón como "asignatura" al igual que las espadas, las dagas, los montantes o la lanza. Puede que eso indujera a más de uno a pensar que era un arma ideada para justar a pie, pero hay muchas representaciones gráficas de la época que nos indican los contrario. Un ejemplo lo tenemos a la derecha, en el que vemos un fragmento de que representa la batalla de Aljubarrota entre Castilla y Portugal. El sujeto de la izquierda enarbola un alcón dispuesto a darle estopa al enemigo castellano, mientras que uno de estos acaba de hundir el hacha de su arma en el cráneo de un lusitano tras hendirle el yelmo.
En definitiva, el alcón fue un arma que gozó de bastante popularidad en el corto espacio de tiempo en que permaneció activo. Ya en el siglo XVI, las armas de fuego y las nuevas tácticas de combate empezaron a relegar cada vez más este tipo de armas caballerescas en unos campos de batalla donde, de forma inexorable, cada vez primaban menos los estatus sociales del personal y se imponía una uniformidad impensable apenas cien años antes. Poco podía hacer un caballero o un hombre de armas con su alcón si el enemigo le endilgaba un arcabuzazo en plena jeta, así que la obsolescencia de estas armas fue ya galopante.
Bueno, no creo olvidar nada, así que sanseacabó.
Hale, he dicho
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