martes, 31 de diciembre de 2013

Asesinatos 11. Gaspar de Coligny




Gaspar de Coligny
Si a alguien no le suena este nombre, seguro que sí ha oído hablar alguna vez de la Matanza de San Bartolomé, cuando los protestantes gabachos fueron masacrados por orden de Carlos IX. La familia real francesa, un tanto inquieta por la proliferación del protestantismo y el odio acumulado por los conflictos religiosos en Europa, optaron por cortar por lo sano y sumieron París, Orleans, Troyes, Toulouse y otras ciudades en un baño de sangre que se saldó con unas 30.000 víctimas. Entre ellas estaba nuestro hombre, la cabeza visible de los calvinistas franceses los cuales recibían el nombre de hugonotes. Dicen que el término hugonote proviene del primer lugar donde los herejes calvinistas se reunían en Tours, un sitio cercano junto a la muralla urbana a la que llamaban Puerta del rey Hugo, en referencia a Hugo Capeto. De ahí pues que fueran denominados en tono jocoso como hugonotes, súbditos del rey Hugo. 

A modo de introducción, conviene saber que Gaspar de Coligny pertenecía a una aristocrática familia y ostentaba varios títulos nobiliarios: conde de Coligny, barón de Beaupont, de Beauvoir, de Chevignat, señor de Châtillon y almirante de Francia. Su padre, del mismo nombre, había sido mariscal de Francia bajo el reinado del alevoso Francisco I, al cual nuestro glorioso césar Carlos derrotó bonitamente en Pavía. Tras una brillante carrera militar se vio relegado al ostracismo por su mortal enemigo, el duque de Guisa, por lo que se retiró a su casa en Châtillon-sur-Loing donde se dedicó a pasar el tiempo leyendo obras sobre la reforma religiosa, a la que no sea precisamente reacio desde hacía años, y a dejarse convencer por su mujer, Charlotte de Laval, con la que se había casado en 1547 a la edad de 28 años.

Profanaciones a manos de los
hugonotes
Así pues, abrazó de forma oficial el protestantismo en 1560 y durante una década se zambulló de lleno en las guerras de religión que asolaban Francia, convirtiéndose en el líder de los hugonotes junto al príncipe de Condé. Catalina de Médicis, madre del rey Carlos IX, casó a su hija Margarita con Enrique de Navarra, protestante hasta la médula, con el fin de calmar los ánimos y en un intento de iniciar una concordia que permitiera acabar de una vez con los conflictos religiosos. Sin embargo, el temor de una nueva revuelta por parte de los hugonotes acabó por sentenciarlos: Carlos IX, apoyado por su astuta madre y sus consejeros, decidió cercenar de raíz el protestantismo en su reino, ordenando la muerte de los principales líderes religiosos excepto Enrique, que era su cuñado, y Condé, que al fin y al cabo pertenecía a la familia real. Pero el resto debían abandonar este mundo con la máxima premura, lo que selló el destino de nuestro hombre. Era el verano del año de 1572, y aquí es donde comienza nuestra historia:

Instante en que Louviers dispara contra
Coligny
El 22 de agosto, el almirante se dirigía a su casa situada en la calle de los Fosos, cuando desde una ventana del claustro de Saint Germain-l'Auxerrois partió un disparo de mosquete. Coligny, que estaba leyendo una carta mientras caminaba, fue herido en la mano con la que sujetaba la misiva, perdiendo dos dedos de dicha mano, tras lo cual la bala se alojó en su brazo izquierdo. Dos caballeros que acompañaban al almirante subieron a toda prisa a la habitación en busca del asesino, pero se había esfumado. Con todo, se sospechó de un oscuro personaje llamado Charles de Louviers, señor de Maurevert, que era conocido como "le tueur du roi", el matarife del rey. Por otro lado, nunca se supo con certeza quien había organizado el fallido atentado, si el rey, su madre Catalina instigada por el duque de Alba, enviado especial de Felipe II a la corte francesa, o el mortal enemigo del almirante, Enrique, III duque de Guisa. Lo que sí se supo es que Louviers disparó desde una habitación en la que se alojaba un clérigo que había sido preceptor del duque, y que permaneció en ella durante al menos tres días a la espera de la ocasión adecuada. En todo caso, lo más probable es que fuesen todos menos el rey los que estuvieran en el ajo ya que, por una causa u otra, estaban deseando mandar al hoyo al almirante. Por contra, el monarca estaba en aquel momento en muy buena relación con Coligny, al que llamaba "mon pére" (padre mío). De hecho, cuando Carlos IX tuvo conocimiento de lo ocurrido mientras jugaba un partido de tenis precisamente con Guisa, se agarró un cabreo de aúpa por el atentado y partió la raqueta contra el suelo mientras gritaba "¡Nunca tendré reposo!".

El duque de Guisa contempla el cuerpo del
almirante tras haber sido defenestrado
Tras enviar a su médico personal, Ambroise Paré, a que atendiera al herido, a eso de las dos de la tarde, Carlos IX, sus hermanos Anjou y Alençon y la reina madre fueron a casa de Coligny porque había que aparentar que estaban muy abatidos por el frustrado atentado. El almirante pidió hablar en secreto con el monarca mientras la reina y sus hijos se veían de repente solos en una casa en la que había unos 200 hugonotes berreando a pleno pulmón clamando justicia, por lo que les entraron a todos unas repentinas ganas de salir de allí a toda velocidad. Al parecer, la charla mantenida entre el rey y el almirante durante largo rato hizo que el voluble Carlos decidiera investigar el asunto para lo cual se reunió al día siguiente, 23 de agosto, con su madre, que estaba siempre en el ajo, con Anjou, con los mariscales de Tavannes y de Retz, con el duque de Nevers y el canciller de Birague. En dicha reunión, el rey insistió en zanjar el asunto acabando con Guisa el cual, según su conversación con Coligny, era el responsable de todo. Pero poco tardaron en convencer a Carlos, que debía tener menos criterio propio que un crío de teta, que era una locura tener a Guisa por enemigo y que el verdadero culpable de la penosa situación por la que pasaba Francia era precisamente Coligny, y que sabían por sus espías que los hugonotes estaban reclutando 10.000 reitres en Alemania y otros tantos mercenarios de infantería en Suiza, países ambos que, además, eran sumamente protestantes y odiaban a los católicos más que a sus cuñados. Eso acojonó al rey de tal forma que cambió de parecer en un periquete, dando el visto bueno para finiquitar de una vez por todas  aquel enojoso asunto. Aullando como un  poseso ante la presión ejercida por su madre, Anjou y los demás cortesanos, autorizó la matanza echando literalmente espumarajos por la boca:

-¡Matad al almirante si así lo deseáis, pero tenéis que matar a todos los hugonotes de modo que no quede uno solo con vida para reprochármelo! ¡Matadlos a todos! ¡ Matadlos a todos! ¡ Matadlos a todos!

La reina Catalina contempla la matanza consumada
Durante la noche del 24 al 25 se empezó a preparar la masacre, organizándose grupos de católicos dispuestos a librar al mundo de mogollón de herejes. La señal para comenzar la escabechina sería el toque a rebato de la campana de Saint Germain-l'Auxerrois. Guisa no estaba dispuesto a perder la ocasión de acabar personalmente con su odiado Coligny, por lo que se adjudicó el barrio donde vivía el almirante cuando se distribuyeron las distintas zonas de la ciudad para llevar a cabo la limpieza de protestantes. Cuando Guisa y su gente se presentaron en casa de Coligny, el escándalo hizo que éste se levantara del lecho del dolor para ver qué pasaba, ya que no podía ni imaginar que el tornadizo Carlos había cambiado de opinión en menos de 24 horas. El señor de Cornaton, que junto a otros caballeros y el médico del rey acompañaban al herido, entró en la alcoba descompuesto y exclamó "¡Monseñor, Dios nos llama!", por lo que todo el personal notó como los testículos les trepaban a toda prisa a la garganta y, en menos que canta un gallo, salían todos echando leches escaleras abajo para escapar de la quema. Solo un criado de origen alemán llamado Nicholas Muss se quedó con el almirante el cual, sabedor de que no lo libraba ni la Caridad, se lo tomó con resignación.

A los pocos instantes entraron en la alcoba dos hombres de Guisa. Uno de ellos llamado Charles Behme se encaró con el almirante mientras blandía un chuzo y le preguntó:

- ¿No eres tú el almirante?
A lo que Coligny respondió:
- Joven, venís en busca de un hombre herido y anciano (curioso concepto de las edades en la época, ya que solo tenía 53 años), así que no acortaréis mi vida mucho tiempo.

Y, en efecto, Behme no estaba por la labor de alargar la vida del almirante ya que no dudó en hundirle su arma en el vientre. Coligny cayó herido de muerte, tras lo cual Behme extrajo el venablo y le golpeó la cabeza con el mismo. Varios hombres más entraron en la habitación y se ensañaron con el moribundo hasta que, desde el patio, se escuchó la voz de Guisa:

- Behme, ¿has acabado?- preguntó el noble.
-Está hecho, monseñor- respondió el asesino mientras se asomaba por la ventana con el cuerpo de Coligny en brazos y lo arrojaba al patio.
Tras caer al suelo completamente bañado en sangre, un criado le limpió el rostro para poder reconocerlo.
-A fe que es él, no hay duda - afirmó Guisa tras comprobar que, en efecto, el despojo sangrante que tenía ante sí era el otrora poderoso almirante de Francia. Sin querer demorarse más tiempo para no perderse la matanza, le soltó al cadáver una patada en plena jeta tras lo cual el duque de Nevers, que lo acompañaba, le cortó la cabeza para enviarla al rey, a su hermano Anjou y a Catalina de Médicis.

Tras la matanza, el cadáver descabezado de Gaspar de Coligny fue colgado en el patíbulo de Montfaucon, donde permaneció varios días hasta que fue descolgado por su primo el duque de Montmorency para ser embalsamado y enterrado en la capilla del castillo de Chântilly. El destino de la cabeza, que en teoría debía ser enviada a Roma, no quedó nada claro.


Algunos de los protagonistas



Carlos IX de Francia no tardó mucho en seguir a Coligny al otro mundo. Murió de fiebres o tuberculosis a las tres de la tarde del domingo 30 de mayo de 1574 en el castillo de Vincennes, aunque las malas lenguas aseguraban que en realidad fue envenenado porque eso de tener por rey de Francia a un sujeto tan memo era bastante enojoso. Hasta su último aliento pesó sobre su conciencia la gran matanza que había permitido. Sobrevivió al almirante menos de dos años.


El duque de Anjou sucedió a su hermano Carlos bajo el nombre de Enrique III. Fue, junto a su madre Catalina, el principal instigador de la masacre, lo cual no le supuso a su conciencia ni el peso de una cagada de mosca ya que al día siguiente se largó a ver unas obras en las cuadras de palacio. Murió en 1589 a manos de un fraile dominico y, al no dejar herederos, supuso el fin de la dinastía de Valois y permitió el ascenso al trono de su cuñado Enrique de Navarra y el advenimiento de la Casa de Borbón.




Enrique de Guisa tampoco pudo morirse de viejo en su piltra ya que fue asesinado por orden de Enrique III en 1588. El motivo del asesinato es que el buen duque era un conspirador de tomo y lomo que incluso llegó a ponerse de parte de España para derrocar al monarca. Por cierto que incluso tuvo tiempo de procrear a mansalva ya que de sus dos mujeres tuvo nada menos que 14 retoños.



Charles de Teligny, yerno del almirante, fue arcabuceado por la gente de Anjou mientras intentaba escapar de la quema por los tejados. Se había criado en la casa de Coligny, tomando la carrera de las armas hasta llegar a ser teniente del mismo. Por cierto que en la película "La reina Margot", de Patrice Chéreau (bastante fiel a la realidad en casi todo), esa escena la recrean pero con un personaje distinto y que es el protagonista de la cinta, el señor de La Môle.


Enrique de Borbón, príncipe de Condé. Como ya se comentó antes, se libró de la escabechina por pertenecer a la familia real a pesar de ser un protestante fanático, si bien fue obligado a abjurar si no quería compartir el triste destino de Coligny lo que en principio se negó a aceptar. Sin embargo, cuando el monarca le dijo en su cara que era un loco, un sedicioso y un rebelde y que si en tres días no se avenía a abjurar lo estrangularía con sus propias manos, aceptó sin dudarlo más, que una cosa era ir de puritano anti-católico y otra morir por cabezota. Murió en 1588, al parecer envenenado por su amada esposa. 

Ambroise Paré, el médico real, tuvo una larga y provechosa vida en la que legó multitud de obras y fue reconocido como un gran científico. A pesar de ser hugonote y encontrarse en la casa de Coligny cuando sus asesinos se presentaron en la misma, logró escapar de los furibundos católicos y murió octogenario en 1590. Por cierto que fue el que trató a Enrique II de Francia, padre de Carlos IX, cuando fue herido de muerte durante un torneo, como se narró en la entrada dedicada a este deporte marcial. Su ciencia no fue capaz de salvar la vida al monarca.

Bueno, así se coció y se consumó la ominosa muerte de Gaspar de Coligny y, de paso, la de miles de calvinistas. Por cierto que la matanza no solucionó nada, y los conflictos religiosos continuaron asolando Francia hasta que el advenimiento de Enrique de Navarra aplacó las cosas. 

Ya está. 

Hale, he dicho...


Fotograma de la película "La reina Margot", donde se narran con bastante fidelidad y una ambientación fabulosa
los terribles acontecimientos ocurridos durante el mes de agosto de 1572. Muy recomendable para los amantes
del cine histórico de verdad

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