En la Italia de finales de la Edad Media y el Renacimiento, la figura del condottiero marcó indiscutiblemente una época en que esa península fue víctima de inacabables luchas entre las poderosas ciudades estado, las casas nobiliarias, la Iglesia y los intereses de las monarquías europeas más pujantes o con intereses en esa zona, tales como Aragón (luego España tras la unión de los reinos) o Francia. Así pues y como es un tema bastante molón, veamos algunas curiosidades curiosas sobre estos personajes tan peculiares y belicosos...
Sigismondo Pandolfo Malatesta, más conocido en su época como el Lobo de Rímini |
El término condottiero proviene de condotta, que no significa otra cosa que contrato. Así pues, un condottiero era un contratista, eufemismo lo sufucientemente ambiguo como para tapar su verdadero significado: mercenario. Sin embargo, los condottieri no eran los típicos mercenarios al uso que suele aparecer en el imaginario popular en cuando se menciona esa palabra con connotaciones tan chungas. De entrada, el condottiero no era el típico sujeto mal encarado y harapiento que se suele pensar, sino miembros de la hidalguía o incluso la nobleza italiana de la época. Eran verdaderos profesionales de la guerra sin más ideología o patria que el puñetero dinero, y que igual servían a una ciudad que, al cabo del tiempo, se ponía al servicio del noble que quería apoderarse de la misma. Hay que recordar que, en aquella época, Italia era un maremagno de ciudades estado, posesiones de Aragón, de Francia, de Roma y de las más encumbradas familias como los Medicis, los Orsini o los Sforza. O sea, que allí ni había patria ni gaitas. Solo intereses personales o familiares.
Entrada de Roger de Flor en Constantinopla |
Muchos historiadores consideran al primer condottiero de la historia a Roger de Flor, el tedesco ex-sargento del Temple que se puso al servicio del emperador Andrónico II Paleólogo en 1303 con la famosa Compañía Catalana. Yo, personalmente, difiero en gran parte de esta teoría tanto en cuanto Roger de Flor más bien lo que quería era poner tierra de por medio porque siempre sintió en su nuca la penetrante mirada de la poderosa orden, la cual lo acusó de chorizo por apoderarse de la nave, así como el cargamento, que le había sido encomendados, el "Halcón", y sabía que si le echaban el guante estaba perdido. Así pues, y de paso para hacerle un favor a su benefactor el rey Fadrique de Sicilia, que andaba muy deseoso de librarse de los fieros almogávares que le habían ayudado a masacrar bonitamente a los gabachos del duque de Anjou, pretendiente al trono siciliano con el beneplácito de la Iglesia, mató dos pájaros de un tiro: se llevó a los levantiscos almogávares, que no paraban de incordiar y de acojonar a los mercaderes y habitantes de la isla, y de paso medrar a costa del bizantino ya que puso como condición para librarle de la amenaza turca el obtener el título de megaduque y emparentar con la familia imperial, lo que le fue concedido dándole en matrimonio a una sobrina del basileus. En todo caso, ya sabemos que Roger de Flor acabó fatal y fue apiolado tras un traicionero banquete con muchos de sus hombres. En fin, esto es una opinión personal mía...
Condotta firmada entre sir John Hawkwood y el duque de Milán, datada el 1 de julio de 1385 |
Bien... así pues, un condottiero echaba la firma en la condotta o contrato con el interesado en sus servicios. En dicho contrato se exponían escrupulosamente todos los pormenores: duración del servicio, cantidad de efectivos de la "banda" o "compañía", salarios, particiones del posible botín o rescates e incluso indemnizaciones por heridas o muertes. Así pues, queda claro que estos personajes no eran meros líderes de tropas formadas por bandidos y desertores, sino auténticos profesionales que tenían en cuenta hasta los detalles legales en todo lo tocante a sus servicios y la gente de la que debía responder ante el contratador ya que, por ejemplo, se estipulaba por lo general que debían evitarse violencias y robos indiscriminados entre la población civil, lo que queda muy lejos de los mercenarios de leyenda que mientras se meaban en la calavera de su enemigo violaba a su hija y le robaba los cuartos al abuelo para luego ensartarlo con su espada. Curiosamente y a fin de prevenir que un condottiero cambiara de bando, lo que podía ser bastante enojoso, se solía incluir una clausula en la que se especificaba que, una vez concluido el contrato, no podía ponerse al servicio del enemigo hasta pasado un determinado período de tiempo, lo cual se cumplía por lo general escrupulosamente ya que había que mantener la seriedad de la empresa ante todo. Obviamente, nadie se fiaría de un codottiero informal ya que nadie lo contrataría, tendría que ir al paro y acabar vendiendo enciclopedias a domicilio.
Una "lanza" formada por el caballero, el escudero, el paje y, en este caso, dos alabarderos |
La unidad básica de las bandas de mercenarios era la lanza, compuesta por un caballero, un escudero, un paje y dos arqueros u hombres de armas. Así pues, en las condottas se estipulaba el número de lanzas que formarían parte de la banda. Si una lanza eran cinco hombres, pues una banda de mil lanzas serían cinco mil hombres: mil caballeros, mil escuderos, mil pajes y mil arqueros/hombres de armas (divididos entre ambos a discreción). Ojo, que los pajes y los escuderos también combatían, no se quedaban mirando. El salario se estipulaba por "lanzas", tocándole a cada uno una cantidad determinada en función de su categoría, siendo el pago mensual. Pero esto suponía una tentación a veces insuperable para algunos condottieri que, al recibir el cofre lleno de monedas, optaban por trincar más de lo que les correspondía, como si de un político se tratase. A inicios del siglo XV, por ejemplo, una lanza cobraba unos 14 florines al mes. Si la mesnada la componían 650 lanzas tenemos que el condottiero recibía nada menos que 9.100 florines. Un pastón, vaya. O sea, que más de uno metía mano más de la cuenta y luego si te vi no me acuerdo. Para evitar esos abusos surgió la figura del collaterali, una especie de funcionario al servicio del contratador que se encargaba de hacer los pagos a cada lanza e incluso de distribuir las provisiones, armas y bastimentos para que el condottiero con genes de político no trincara más de la cuenta.
Pajes y escuderos entrenando |
Como ha sido habitual a lo largo de la historia e incluso en nuestros días, los mercenarios han solido ser los típicos inadaptados que, tras participar en una guerra, no han sido capaces de adaptarse a la vida civil. O sea, que eso del friki de la guerra no es de ahora. Así pues, el mayor caldo de cultivo para engrosar las compañías de los condottieri fueron los veteranos de la Guerra de los Cien Años que, tras cada movida entre ingleses y gabachos, le tomaban el gustillo al degüello y el pillaje y pasaban de volver a su vida anterior como siervos o jornaleros teniendo que escuchar las quejas de la parienta y los berridos de la prole. Por lo tanto, optaban por enrolarse al servicio de estos señores de la guerra que ofrecían buena paga, armas como Dios manda e incluso una vestimenta adecuada ya que hubo condottieri que proporcionaban a sus hombres algo que podría equipararse a la actual uniformidad. Otra buena fuente de efectivos eran los jóvenes con ganas de medrar en la milicia, como luego ocurrió con los Tercios españoles. Estos entraban a servir como escuderos o pajes y les eran encomendados servicios en función de su edad y entrenamiento, por lo que al principio igual los ponían a cuidar los caballos de los jinetes que optaban por combatir pie a tierra que se iban integrando poco a poco en la infantería a medida que sus conocimientos y capacidad aumentaban.
La disciplina ante todo, que un ejército sin disciplina es un cachondeo |
Hay que tener en cuenta además un detalle, y es que las compañías no se disolvían una vez finalizado un contrato. Antes al contrario, el condottiero mantenía a su banda a la espera de nuevos encargos que, ciertamente, no les faltaban. En muchos casos incluso estaban de forma permanente durante años al servicio de una ciudad estado o un noble ante la inexistencia de ejércitos convencionales. Por lo tanto, en los campamentos había que mantener una férrea disciplina por razones obvias, que las reyertas y los robos estaban al cabo de la calle entre gente tan belicosa. Como podemos suponer, los condottieri no dudaban en colgar de la rama de un árbol a los soldados rebeldes y problemáticos como escarmiento. Así mismo y para que el personal no le desertara y se largarse a otra compañía había que mantener un nivel de confort razonable en los campamentos, disponiendo incluso de capellán, que eso de estar a bien con Dios era muy importante para los asesinos a sueldo por aquello del infierno y tal, barberos, cirujanos e incluso frondosas putas para que la tropa pudiera aplacar sus humores, que es de todos sabido que cuando las hormonas viriles se revuelven puede haber follones sin cuento.
Batalla de Pavía, en 1525. Más de 60.000 hombres en liza. |
El ocaso de los condottieri llegó en el siglo XVI, cuando España y Francia se disputaban el dominio de Italia y pusieron en escena ejércitos numéricamente muy superiores a las mesnadas que durante 200 años habían sido las protagonistas de las guerra en la península italiana. La proliferación de armas de fuego y artillería en los campos de batalla de la época fueron difíciles de asumir para unas tropas que, aunque bien entrenadas y equipadas, se veían abrumadas ante ejércitos tan cuantiosos. Recordemos que las mangas de arcabuceros de los Tercios barrían del campo de batalla escuadrones enteros, así que poco podían contra eso las belicosas bandas de mercenarios. Con todo, su final, aunque inexorable, no fue tajante. Se fueron diluyendo poco a poco hasta que dejaron de ser necesarios ante el implacable poder de las grandes naciones que pugnaban por hacerse con el control de Italia.
En fin, con lo dicho creo que vuecedes se harán una clara idea del tema, ¿no? Por lo tanto:
hale, he dicho...
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