Tito Livio, que era un sujeto observador, fue capaz de describir de forma lapidaria a nuestros ancestros. Ya sabemos que a los romanos le ponía eso de largar una frase cuya mínima longitud fuera capaz de explicar el máximo posible, lo que era el colmo de la dialéctica para ellos. Así pues, se limitó a decir FEROX GENS NVLLA ESSEM VITAM SINE ARMIS RATI, que viene a significar "gente feroz, incapaces de imaginar la vida sin la fuerza de las armas". Por si esto no es bastante explícito, podemos añadir la que soltó Marco Juniano Justino en su Epítome: EQVI ET ARMA SANGVINE IPSORVM CARIORA, "los caballos y las armas les eran más queridos que su propia sangre".
Estos detalles llamaron mucho la atención a todos los extranjeros que, con buenas o malas intenciones, hicieron acto de presencia en la Península Ibérica y tomaron contacto con las tribus que la habitaban: celtas, iberos, vettones, astures, lusitanos, etc. Para estos hombres, la posesión de sus armas era el símbolo de su libertad, llegando a preferir, según decía Diodoro Sículo, morir con gloria en la batalla antes que ver sus cuerpos privados de sus armas y entregados a vil servidumbre. De la pasión armamentística de estos pueblos ha quedado constancia en los innumerables ajuares funerarios en los que, de forma invariable, aparecen cantidades de armas de todo tipo junto a las osamentas de sus otrora propietarios y que les acompañaron al Más Allá por si se les había quedado algún enemigo pendiente de apiolar en el Más Acá. De hecho, de su belicosidad y fiereza ya dejaron constancia los historiadores romanos, espantados algunos por los tremendos efectos de las falcatas iberas y, si no hubiera sido por el proverbial cainismo que nos ha caracterizado desde antes de los tiempos de Noé, la Hispania no habría podido ser romanizada. Lo malo es que, tal como seguimos haciendo, de lunes a viernes nos enfrentábamos con los romanos mientras que los fines de semana nos lo pasábamos pipa matándonos entre nosotros. En fin, la genética y esas cosas...
Bueno, al grano. En su momento ya se publicaron algunas entradas acerca del armamento usado por los hispanos (pinchar aquí y aquí), pero sería interesante profundizar más en este tema tanto en cuanto se nos quedaron algunas cosas en el tintero. Así pues, iniciaremos una serie de entradas en las que podremos estudiar un poco más a fondo el resto de la panoplia hispánica, empezando por el escudo. ¿Que por qué el escudo? Y yo qué se... Es lo primero que se me vino a la cabeza, leches. Bien, vamos al tema.
Las tipologías de los escudos usados en la Hispania no variaban mucho de las implantadas en otras zonas de Europa, diferenciándose solo en la decoración de los mismos. Así pues, para guiarnos en este tema disponemos de los restos de cerámica en los que aparecen guerreros en plan belicoso y las piezas metálicas de los escudos depositados en los ajuares funerarios los cuales, por razones obvias, han perdido sus partes orgánicas: tela, cuero y madera. Por estas causas, a la hora de intentar ilustrar los distintos ejemplares al uso tendremos que dejar una parte a la imaginación para reconstruir su apariencia en base a las descripciones que algunas crónicas hicieron de los mismos, así como de los trazos infantiloides que vemos en la cerámica de la época. Por todo ello, podemos saber que nuestros ancestros hacían uso ante todo de los típicos escudos ovales del periodo La Tène ( siglos IV-I a.C.), caetras circulares de pequeño tamaño, y rectangulares con los bordes superiores redondeados similares al thureos que vimos en la entrada dedicada a los peltastas.
A la derecha tenemos dos ejemplos de escudo oval que nos servirán de guía para entender su morfología. Eran de tamaño generoso, con una altura comprendida entre 120 y 160 cm. Carecían de la curvatura propia del SCVTVM usado por los romanos que, si bien ofrecían una protección superior, eran menos manejables. Las únicas partes metálicas eran el umbo, los cantos de refuerzo y la manija. La variedad y cantidad de diseños de umbos es extensísima, pudiendo encontrarse circulares, en dos balvas o mitades, ovalados y, dentro de todos estos, con las aletas (las piezas que los fijaban al escudo) trapezoidales, rectangulares, de mariposa, etc. Obviamente, no es este el lugar para estudiarlos a todos y cada uno de ellos, sino más bien para realizar una descripción generalizada incidiendo sobre todo en sus aspectos prácticos. Así pues, estos umbos eran, por así decirlo, la parte metálica que forraba la espina por su parte central a fin de reforzarla. La espina, que es la nervadura vertical que podía llegar de un extremo a otro del escudo, era una pieza de madera ahuecada por su zona central para dar cabida a la mano y donde, en su parte trasera, iba fijada la manija.
A la izquierda tenemos un escudo rectangular provisto de un umbo con aletas en ala de mariposa. La decoración está inspirada, al igual que el superior de la derecha, en los que aparecen en la decoración de piezas cerámicas que han llegado a nuestros días. Curiosamente, esas grandes S son una forma bastante frecuente si bien se desconoce su significado. Como vemos, este escudo tiene sendos refuerzos en ambos extremos para protegerlos de golpes de filo sobre esas zonas. En los escudos que vimos más arriba, estas pestañas de refuerzo están sujetas mediante remaches de bronce pero en esta se ha seguido otro método: una pieza de hierro en forma de U que termina en sendas uñas las cuales, según vemos en el gráfico, se fijaban clavándolas a martillazos. En el gráfico inferior vemos la composición del cuerpo de los escudos tanto ovales como rectangulares: tres capas de listones de madera de tilo o abedul de entre 6 y 10 cm. de ancho las cuales eran pegadas de forma alterna con cola de origen animal, quedando las horizontales por delante y por detrás de la capa de listones verticales, formando así un conjunto extremadamente resistente. En cuanto al forro del escudo, podrían llevar una capa de cuero por su parte externa, o bien estar enteramente forrado de cuero por ambas caras, o bien la delantera de lino y la trasera de cuero. En cualquier caso, estos añadidos aumentaban la ya de por sí resistente estructura.
En lo tocante a la espina, su uso estaba encaminado ante todo a servir de refuerzo longitudinal a la estructura del escudo y, además, para golpear al enemigo en los cerrados combates cuerpo a cuerpo. Las espinas se fabricaban de maderas más pesadas y resistentes que el tilo o el abedul que conformaban la estructura del mismo, usándose de ese modo madera de encina, nogal o cualquier otra capaz de dar el nivel de resistencia requerido. Ello no tenía otra finalidad que, además de ser la columna vertebral del escudo, detener o, al menos, aminorar los golpes de filo propinados con armas contundentes, especialmente hachas. La espina, como hemos visto en los ejemplos ya mostrados, podía recorrer toda la longitud del escudo o solo una parte de la misma. En todo caso, su longitud fue disminuyendo poco a poco hasta que, hacia el siglo I a.C., la aparición del umbo circular anuló esta característica pieza que se mantuvo vigente durante varios siglos. Comentar que, en algunos casos, la espina podría ir recubierta de una camisa metálica a fin de aumentar su resistencia.
A la izquierda podemos ver un escudo oval con umbo circular, inspirado en el original que vemos junto al mismo el cual fue hallado en el Alto Chacón y depositado en el Museo de Teruel. Como se puede apreciar, el umbo está repujado con formas circulares y fijado al cuerpo de la forma que vemos en el gráfico superior: tachuelas de cabeza redonda cuyas puntas, al salir por el lado opuesto, han sido dobladas y clavadas sobre la madera. En el gráfico inferior vemos la manija, la cual se componía de dos piezas: una de madera la cual iba empotrada en el cuerpo del escudo, y otra metálica sobre la misma que era clavada o remachada a las aletas o la orla del umbo. Los terminales de las manijas, de diversas morfologías, pueden permitir la datación de un escudo del mismo modo que el umbo, o si se trata de piezas reutilizadas de piezas anteriores.
En cuanto a las caetras, a la derecha tenemos una que nos bastará para tener claro su aspecto y pormenores. A la izquierda vemos en reverso de la misma, donde se aprecian los listones de madera de que está fabricada. La manija en este caso la conforman dos grandes aletas cuya finalidad era dar resistencia al conjunto y en cuyos extremos, de forma triangular, están fijadas dos argollas para el tiracol que permitía su transporte. Por otro lado, conviene tener en cuenta que los escudos ovales vistos anteriormente también iban provistos de este accesorio. A la derecha podemos ver el anverso del escudo provisto de un umbo semiesférico, pudiendo esta pieza tener un diámetro casi similar al del escudo e ir ricamente repujado. A ambos lados se pueden ver dos presillas en espiral que sujetan el vástago de las argollas, pudiendo de ese modo ser sustituidas fácilmente. Por lo demás, la caetra va forrada de cuero que podría ir decorado como los ejemplares ovales vistos anteriormente. Su tamaño solía oscilar entre los 50 y 60 cm. de diámetro en los ejemplares datados hacia el siglo IV a.C. y, posteriormente, se fueron reduciendo hasta la mitad a modo de los broqueles medievales. Esto es un claro indicador de un tipo de combate extremadamente agresivo, en el que el escudo estaba destinado simplemente a desviar golpes del enemigo y no para esconderse tras el mismo. O sea, hablamos de un tipo de escudo usado por infantería ligera, escaramuceros que se dedicaban a hacer la vida imposible a todo aquel que se aventurase en su territorio sin ser previamente invitado.
Como colofón, insistir en el hecho de que el contenido de ésta entrada es solo un compendio en el que he intentado sintetizar al máximo para no resultar excesivamente cansino. La bibliografía al respecto es muy extensa y las diversas tipologías abundantes como para llenar varios tomos. En cualquier caso, creo que se ha hablado de lo esencial para empezar a tener nociones sobre este tema que, a mi entender, es el contexto, el uso y la manufactura de estos escudos.
Y ya está, que es hora de llenar el buche porque, como digo siempre, SPIRITV SINE CORPORE FORTIS NIHIL ESSE.
Hale, he dicho...
Ajuar funerario en una tumba ibera. Se distinguen una espada de antenas, un soliferrum y un bocado de caballo |
Bueno, al grano. En su momento ya se publicaron algunas entradas acerca del armamento usado por los hispanos (pinchar aquí y aquí), pero sería interesante profundizar más en este tema tanto en cuanto se nos quedaron algunas cosas en el tintero. Así pues, iniciaremos una serie de entradas en las que podremos estudiar un poco más a fondo el resto de la panoplia hispánica, empezando por el escudo. ¿Que por qué el escudo? Y yo qué se... Es lo primero que se me vino a la cabeza, leches. Bien, vamos al tema.
Las tipologías de los escudos usados en la Hispania no variaban mucho de las implantadas en otras zonas de Europa, diferenciándose solo en la decoración de los mismos. Así pues, para guiarnos en este tema disponemos de los restos de cerámica en los que aparecen guerreros en plan belicoso y las piezas metálicas de los escudos depositados en los ajuares funerarios los cuales, por razones obvias, han perdido sus partes orgánicas: tela, cuero y madera. Por estas causas, a la hora de intentar ilustrar los distintos ejemplares al uso tendremos que dejar una parte a la imaginación para reconstruir su apariencia en base a las descripciones que algunas crónicas hicieron de los mismos, así como de los trazos infantiloides que vemos en la cerámica de la época. Por todo ello, podemos saber que nuestros ancestros hacían uso ante todo de los típicos escudos ovales del periodo La Tène ( siglos IV-I a.C.), caetras circulares de pequeño tamaño, y rectangulares con los bordes superiores redondeados similares al thureos que vimos en la entrada dedicada a los peltastas.
En lo tocante a la espina, su uso estaba encaminado ante todo a servir de refuerzo longitudinal a la estructura del escudo y, además, para golpear al enemigo en los cerrados combates cuerpo a cuerpo. Las espinas se fabricaban de maderas más pesadas y resistentes que el tilo o el abedul que conformaban la estructura del mismo, usándose de ese modo madera de encina, nogal o cualquier otra capaz de dar el nivel de resistencia requerido. Ello no tenía otra finalidad que, además de ser la columna vertebral del escudo, detener o, al menos, aminorar los golpes de filo propinados con armas contundentes, especialmente hachas. La espina, como hemos visto en los ejemplos ya mostrados, podía recorrer toda la longitud del escudo o solo una parte de la misma. En todo caso, su longitud fue disminuyendo poco a poco hasta que, hacia el siglo I a.C., la aparición del umbo circular anuló esta característica pieza que se mantuvo vigente durante varios siglos. Comentar que, en algunos casos, la espina podría ir recubierta de una camisa metálica a fin de aumentar su resistencia.
A la izquierda podemos ver un escudo oval con umbo circular, inspirado en el original que vemos junto al mismo el cual fue hallado en el Alto Chacón y depositado en el Museo de Teruel. Como se puede apreciar, el umbo está repujado con formas circulares y fijado al cuerpo de la forma que vemos en el gráfico superior: tachuelas de cabeza redonda cuyas puntas, al salir por el lado opuesto, han sido dobladas y clavadas sobre la madera. En el gráfico inferior vemos la manija, la cual se componía de dos piezas: una de madera la cual iba empotrada en el cuerpo del escudo, y otra metálica sobre la misma que era clavada o remachada a las aletas o la orla del umbo. Los terminales de las manijas, de diversas morfologías, pueden permitir la datación de un escudo del mismo modo que el umbo, o si se trata de piezas reutilizadas de piezas anteriores.
En cuanto a las caetras, a la derecha tenemos una que nos bastará para tener claro su aspecto y pormenores. A la izquierda vemos en reverso de la misma, donde se aprecian los listones de madera de que está fabricada. La manija en este caso la conforman dos grandes aletas cuya finalidad era dar resistencia al conjunto y en cuyos extremos, de forma triangular, están fijadas dos argollas para el tiracol que permitía su transporte. Por otro lado, conviene tener en cuenta que los escudos ovales vistos anteriormente también iban provistos de este accesorio. A la derecha podemos ver el anverso del escudo provisto de un umbo semiesférico, pudiendo esta pieza tener un diámetro casi similar al del escudo e ir ricamente repujado. A ambos lados se pueden ver dos presillas en espiral que sujetan el vástago de las argollas, pudiendo de ese modo ser sustituidas fácilmente. Por lo demás, la caetra va forrada de cuero que podría ir decorado como los ejemplares ovales vistos anteriormente. Su tamaño solía oscilar entre los 50 y 60 cm. de diámetro en los ejemplares datados hacia el siglo IV a.C. y, posteriormente, se fueron reduciendo hasta la mitad a modo de los broqueles medievales. Esto es un claro indicador de un tipo de combate extremadamente agresivo, en el que el escudo estaba destinado simplemente a desviar golpes del enemigo y no para esconderse tras el mismo. O sea, hablamos de un tipo de escudo usado por infantería ligera, escaramuceros que se dedicaban a hacer la vida imposible a todo aquel que se aventurase en su territorio sin ser previamente invitado.
Como colofón, insistir en el hecho de que el contenido de ésta entrada es solo un compendio en el que he intentado sintetizar al máximo para no resultar excesivamente cansino. La bibliografía al respecto es muy extensa y las diversas tipologías abundantes como para llenar varios tomos. En cualquier caso, creo que se ha hablado de lo esencial para empezar a tener nociones sobre este tema que, a mi entender, es el contexto, el uso y la manufactura de estos escudos.
Y ya está, que es hora de llenar el buche porque, como digo siempre, SPIRITV SINE CORPORE FORTIS NIHIL ESSE.
Hale, he dicho...
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