martes, 10 de junio de 2014

La panoplia del guerrero hispánico. El puñal bidiscoidal


Bueno, proseguimos con la amplia colección de armamento que nos legaron nuestros belicosos ancestros que, a la vista de lo visto, se pasaban la vida asesinándose bravamente unos a otros y al que osara meterse de por medio. Hace ya bastante tiempo dediqué una entrada a los puñales de frontón, una tipología autóctona de la Hispania que estuvo operativa entre los siglos V y IV a.C., la cual dio paso o, mejor dicho, evolucionó hacia lo que actualmente se conoce como Tipo IV según la clasificación Quesada. A la derecha tenemos un lujoso ejemplar de esta tipología encontrado en la necrópolis de Villanueva de Teba (Burgos). Este puñal consistía en una hibridación entre el puñal de frontón y la nueva tendencia basada en cambiar tanto el sistema de fijación de la hoja, que en este caso pasó a ser mediante una espiga adaptada a la forma de las cachas del arma, y una modificación en la morfología de la empuñadura. Las vainas, curiosamente, permanecieron prácticamente invariables. 

El tipo IV, que perduró hasta el siglo II a.C., coexistió con el que nos ocupa al menos durante un siglo o siglo y medio ya que los bidiscoidales hicieron su aparición entre finales del siglo IV e inicios del III a.C. en la Meseta Oriental, o sea, el territorio ocupado por los celtiberos y que al parecer ha sido la zona más creativa de la Península ya que fue cuna de gran cantidad de armas que, en mayor o menor grado, se propalaron por todo el territorio. Uno de estos casos fue el puñal bidiscoidal (o biglobular), el cual se extendió hacia el sur y hacia levante, habiendo sido hallados ejemplares en la parte del mapa marcada en rojo si bien eso no es óbice para que no gozara de mayor difusión. Simplemente, no han aparecido más... de momento.

El término que le da nombre es debido, en un alarde de ingenio, a la forma de su empuñadura, la cual tiene un pomo discoidal y, en el centro del cuerpo de la misma, otro disco de menor tamaño.  A la derecha tenemos un croquis que nos lo explica con más claridad: en el centro tenemos la hoja la cual, como comentaba más arriba, tiene en su parte central forma discoidal para acoger a la empuñadura. Sobre ella va un disco (D) fabricado de hierro o de material orgánico que dará asiento al pomo. B y C son, por así decirlo, el material de relleno que dará cuerpo a la empuñadura. Son dos láminas, generalmente de material lígneo o algún otro de tipo orgánico como hueso o asta. Sobre estas dos láminas se fijan las cachas A y E, casi siempre de bronce y muy raramente de hierro, las cuales quedan fijadas al conjunto por una serie de remaches. O sea, que tenemos un puñal de hoja prácticamente enteriza con una empuñadura sólidamente unida a la misma mediante varios remaches, lo cual nos da un arma muy robusta y de solidez a toda prueba. 

Ejemplares procedentes de la
necrópolis de Carratiermes, Soria
Este tipo de puñal tenía una serie de detalles que lo convertían en un arma temible en un cuerpo a cuerpo: su hoja, por sistema de doble filo, estaba provista de una única nervadura central, lo que le daba una gran rigidez. Esto significa que estaba ideada para apuñalar y para ser capaz de vulnerar las defensas corporales de los enemigos. Tenía una longitud media de unos 18 cm., lo suficiente para alcanzar cualquier órgano vital sin necesidad de tener que manejar un arma engorrosa, y su doble filo se encargaría de producir cortes en los órganos, vísceras y vasos sanguíneos del personal para aliñarlos rápidamente. Y su empuñadura era perfecta para tal fin: su pomo discoidal permitía un buen apoyo del pulgar para clavar empuñando el arma como un picahielos, y el disco central llenaba el hueco de la mano proporcionando un agarre superior. Su guarda, de un tamaño moderado, era suficiente para impedir que la mano resbalase hacia la hoja.

Cuchillo tipo Monte Bernorio, destinado exclusivamente
a distinguir el rango del que lo portaba. En breve
hablaremos más extensamente de esta tipología
Pero a pesar de sus incuestionables cualidades como arma, algunos sugieren un uso de tipo ceremonial o como distintivo de estatus social. Bueno, en lo que a mi respecta considero esa afirmación como una perogrullada por la sencilla razón de que, desde tiempos inmemoriales, las armas han sido (y aún lo son) un símbolo de poder económico o jerárquico. O sea, que un régulo tribal se preocupaba de lucir mejores armas que sus guerreros, pero eso no quita que dichas armas estuvieran destinadas ante todo para apiolar a los enemigos de otras tribus, a sus vasallos revoltosos o al cuñado alevoso con ganas de ponerse en su lugar. Que había cuchillos puramente ceremoniales o de ceñir, claro que los hubo al igual que hubo espadas medievales solo para pasearlas por los salones de las curias regias, pero el caso que nos ocupa colijo se trata de un arma de guerra pura y dura independientemente de que sus dueños se gastaran el dinero en adornarlos para matar de envidia a sus vecinos, compadres  y cuñados.

Bueno, dicho esto veamos con más detalle esta tipología.

A la derecha tenemos la empuñadura más extendida, datable entre los siglos IV y I a.C., por lo que podemos considerarla la más longeva de todas. Es de hecho la morfología más extendida, constando de dos discos lisos. Como vemos, es una pieza de bronce en este caso decorada con un nielado de plata - el oro era muy raro en estas armas- que sigue un patrón muy habitual: líneas perpendiculares al eje del arma en la guarda y la empuñadura. En cuanto a los remaches, la norma era dejar a la vista uno, dos o tres a lo sumo, mientras que los demás (hasta seis en total) eran rebajados, pulidos y disimulados con la decoración.  La hoja en este caso es de filos paralelos con su inexcusable nervadura central hasta la punta de la misma. Y en cuanto a la vaina, en esta tipología eran similares a las de los puñales de frontón: dos láminas de cuero o madera reforzada mediante cantoneras de bronce en U. Para unirlas dispone de dos abrazaderas también de bronce: la superior actúa como brocal y la inferior para dar resistencia al conjunto. Ambas están provistas de sendos goznes con anillas, uno a cada lado, para la suspensión del arma. La contera está fabricada de hierro, como era la norma y siendo muy raras las de bronce. Esta contera tenía como finalidad unir las dos cantoneras y servir de refuerzo en caso de caerse al suelo. Esta tipología de vaina estuvo operativa durante toda la vida útil de estos puñales.

A continuación tenemos un ejemplar de bidiscoidal de círculos concéntricos, que se caracterizaban precisamente por ese tipo de decoración en sus dos discos.  Estas empuñaduras están datadas entre los siglos IV y II a.C. La hoja en este caso es pistiliforme, quizás la morfología más extendida de todas. En cuanto a la vaina, corresponde a la tipología más antigua, que duró hasta el siglo III a.C. y tiene como característica principal las dos asas que lleva a cada lado para la suspensión del arma. Pero no eran para pasar por ellas el cinturón, sino para sujetar la vaina al mismo mediante dos terminales de bronce o hierro provistos de sendos ganchos. Este sistema permitía portar el arma en ambos costados, si bien prevalecieron las anillas convencionales.

Ahí tenemos otro tipo de empuñadura muy característico, la de aristas. Se denomina así por carecer de la rendondez de sus hermanas tal como salta a la vista. En este caso, la decoración en la guarda es un nielado con hilo de cobre en la guarda en forma de zigzag. Están datadas entre los siglos II y I a.C. La hoja en este caso es de base ensanchada, una variante o especie de híbrido entre las pistiliformes y las de filos paralelos que gozó de gran popularidad. La vaina, con dos anillas, tiene las abrazaderas decoradas con lazos longitudinales a la misma y la contera, como era habitual, es un disco de hierro con un grabado geométrico. Conviene concretar que las abrazaderas eran las únicas piezas de las vainas que se decoraban en el caso de los puñales bidiscoidales.

Otro tipo bastante peculiar, si bien más escaso, es el que vemos a la derecha. Se trata de una empuñadura de pomo globular que estuvo presente en las panoplias celtiberas entre los siglos III y II a.C. Solo han aparecido cuatro ejemplares de esta tipología si bien, como suelo comentar en estos casos, bajo mi punto de vista esto no indica necesariamente que se tratara de una tipología rara, sino que de momento han aparecido pocas. La vaina es similar a la demás salvo en el detalle de las anillas de suspensión, que van en el mismo lado. La vida operativa de este sistema fue corto, ya que solo se mantuvo durante el siglo II a.C. Más abajo veremos el motivo de este tipo de  anillas.

Por último, ahí tenemos otros tres tipos si bien son mucho más escasos hasta el extremo de que, en el caso de la empuñadura calada de la izquierda, solo ha aparecido una de momento. Se trata quizás de una modificación local de la discoidal que vimos en primer lugar, pero es una mera conjetura ya que ese calado tampoco tiene mucho sentido de cara a lo práctico o lo meramente estético. La siguiente es la denominada de pezuña, la cual se difundió por muchas zonas de Europa. La guarda es en este caso en forma de T invertida y su datación es muy tardía, de hacia el siglo I d.C. La última es una empuñadura de pomo cúbico, que consiste en la misma tipología que la bidiscoidal pero con el pomo cuadrado. Es datable hacia la misma época que la anterior. 

Bueno, dilectos lectores, estas son las morfologías de estos puñales y sus vainas. Y ahora, alguno se dirá que ha visto o le suenan otros puñales de este tipo con pomos y vainas diferentes, a lo que le contestaré que no se equivocan ya que hablaríamos del PVGIO romano. De hecho, el puñal bidiscoidal es el padre del puñal militar romano que todos conocemos y del que ya hablaremos otro día. Dicho esto y como colofón, veamos el tema de las posibilidades de suspensión de la vaina:

En primer lugar tenemos una vaina con anillas isolaterales, o sea, ambas en el mismo lado. Como vemos, permitía portar el arma horizontal tanto en el costado como en el vientre. Este sistema, como era habitual en los guerreros peninsulares, era muy válido para un desenfunde rápido sin que la vaina estorbara lo más mínimo a la hora de montar a caballo, correr, etc. A continuación tenemos la vaina de asas que, como ya comenté, se fijaba mediante unos terminales con ganchos. Al tensar el cinturón, el terminal trasero baja y el delantero sube, lo que da a la vaina un acusado ángulo de inclinación. Caso de usar un tahalí, la vaina quedaría longitudinal al cuerpo. En tercer lugar aparece una vaina con anillas en diagonal para suspensión en el costado izquierdo o delante del vientre. El sistema de suspensión sería el mismo que en los anteriores, mediante terminales. No comparto la teoría de algunos estudiosos que afirman que el cinturón pasaba por las anillas tanto en cuanto el diámetro de las mismas no permitiría algo más grueso que un simple cordón de apenas 10 ó 15 mm. de diámetro. Por último vemos una vaina suspendida por un tahalí la cual podría llevarse en ambos costados dependiendo de la posición de las anillas. En este caso, como en los demás, siempre se buscaba dar mucho ángulo a la vaina para facilitar la extracción del arma.

En fin, ya está. Hora de la sacrosanta merienda.

Hale, he dicho...


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