jueves, 8 de enero de 2015

6 curiosidades curiosas sobre la medicina militar




Desde que se inventaron las guerras, la moda de caer herido o muerto en combate se hizo extremadamente popular. Es evidente que cuando uno va a la guerra tiene dos objetivos primordiales, a saber: uno, matar el mayor número posible de enemigos; y dos, hacer todo lo posible porque los enemigos no lo maten a uno. Si se cumple con ambas condiciones, podrás volver a casa como un auténtico y verdadero héroe, el hembrerío te mirará con admiración, los vecinos con envidia y los cuñados con enojo por verte aparecer vivito y coleando.

No obstante, eso era lo menos habitual ya que, debido a los escasos conocimientos de los galenos de antaño, a veces casi se podría decir que era preferible entregar la cuchara de forma rápida siendo apiolado al instante por un enemigo que caer en manos de los médicos militares que, en el mundo antiguo eran médicos y hechiceros a medias, en la Edad Media médicos y verdugos a medias, y en la época moderna médicos y matasanos a medias. Pero a pesar de todo, algunos sujetos más sagaces que sus semejantes lograron avances que, con el paso del tiempo, otros lograron pulir aún más para, finalmente, ser herido era un feliz evento que te garantizaba el retorno a casa, si no entero, al menos vivo. Veamos pues algunas curiosidades curiosas sobre algunos avances en materia de medicina militar 

Ambulancia volante de Larrey
1. Lo que hoy día conocemos como triaje (del frances trier, clasificar), o sea, la selección y atención del paciente en función de sus males, fue una idea de un médico militar francés, concretamente del barón Dominique Jean Larrey el cual organizó lo que se dio en llamar "ambulancias volantes", que no eran sino unos carromatos especialmente diseñados para el transporte de dos hombres y que eran emplazados muy cerca de la línea del frente. De ese modo, la evacuación de heridos era muy rápida y, gracias al triaje, los heridos más graves eran tratados en primer lugar. Por cierto que, a fin de prevenir gangrenas y demás procesos infecciosos, si una herida en una extremidad presentaba la más mínima complicación, serrucho al canto. Con todo, estos expeditivos métodos lograron reducir notablemente los índices de mortalidad por infección, si bien aumentaron de forma tremenda el de mutilados, naturalmente. El cuerpo de ambulancias fue organizado en tres divisiones nutridas por 340 hombres, y cada división disponía de doce carros ligeros y cuatro pesados. Con el sistema de ambulancias volantes, los heridos tardaban en ser evacuados y atendidos exactamente el mismo tiempo que las tropas yankees en Vietnam: apenas 15 minutos.

Florence Nightingale
(1820-1910)
2. Fue en la Guerra de Crimea (1853-1856) donde intervinieron por primera vez enfermeras en el cuidado de los heridos. Ante el elevado número de protestas debido a la pésima atención recibida por los heridos en combate, el gobierno británico envió al hospital militar de Estambul a una enfermera llamada Florence Nightingale al frente de otras 38 colegas para hacer más llevaderas sus miserias al personal. El hospital estaba tan pésimamente gestionado que lo primero que la eficiente Florence mandó llevar a cabo fue fregar los suelos y poner ropa limpia en las piltras porque aquello era una verdadera pocilga. Además, reorganizó los servicios de enfermería y de los procedimientos sanitarios hasta el extremo de ser considerada actualmente como la madre de la enfermería moderna. Está de más decir que a los militares no les hizo ni pizca de gracia verse con una fémina dando órdenes en sus ancestrales dominios. En cuanto a sus enemigos rusos hicieron lo propio cuando la gran duquesa Elena Paulovna Romanova organizó la comunidad de la Exaltación de la Cruz, formada por voluntarias.

Cuadro que representa a Ambroise Paré durante
el sitio de Metz
3. La proliferación de las armas de fuego a partir del Renacimiento hizo que las bajas producidas por los disparos de arcabuz aumentara de forma terrorífica. El único tratamiento que se consideraba adecuado era el cauterio, que en este caso se realizaba vertiendo en la herida aceite de saúco hirviendo para eliminar "el veneno" que llevaban las balas ya que no se sabía aún que las infecciones las producían las bacterias que entraban en la herida además junto con la bala de marras: restos de pólvora adherida a la misma, suciedad en la ropa y en el cuerpo, etc. Obviamente, si encima de que a uno le endiñan un arcabuzazo le meten por el boquete aceite hirviendo, ya podemos suponer lo desagradable que era aquello porque, además, la bala se quedaba dentro. Este tormento lo eliminó Amborise Paré (1510-1590), un cirujano que servía en el ejército gabacho durante el asedio a Turín en 1537, el cual se quedó sin aceite y lo sustituyó por un bálsamo compuesto por yema de huevo, aceite de rosas y trementina, lo cual no solo evitó tener que escuchar los berridos del desgraciado por el efecto del cauterio, sino que incluso resultó más efectivo. Tuvo tanto éxito la cosa que hasta escribió un libro sobre heridas de bala en 1545.

4. Como hemos dicho, las amputaciones eran la forma de abreviar la curación de heridas que casi con seguridad acabarían gangrenadas, lo que era tan incurable como un balazo en el cráneo. Eso hacía que los cirujanos militares tampoco se complicaran mucho la vida y optaran por el serrucho antes que por recomposiciones que requerían un tiempo del que, en honor a la verdad, tampoco disponían cuando las ambulancias no daban abasto acarreando carne humana doliente y aullante a los hospitales de campaña. Por poner un ejemplo de la carga de trabajo de estos cirujanos, el mismo Larrey que ideó las ambulancias volantes efectuó nada menos que 200 amputaciones en apenas 24 horas durante la batalla de Borodino las cuales, como ya podemos imaginar, se realizaban sin anestesia lo que hacía que muchos de los amputados la palmaran en la misma mesa de operaciones, que no era sino eso, una simple mesa de madera sin más. La mortalidad de las amputaciones alcanzaba niveles pavorosos: durante la Guerra de Secesión americana, el 33% de los que sufrían una amputación por debajo de la rodilla se iban a hacer puñetas. Si dicha amputación se realizaba por encima, la cosa se elevaba hasta el 45%, o sea, prácticamente la mitad de los heridos amputados.

Mascarilla para administración de cloroformo
5. La primera vez que se usó anestesia a nivel militar fue en Crimea. En concreto se usó cloroformo si bien unos años antes, concretamente en 1842, un médico norteamericano ya empleó de forma exitosa el éter para la extirpación de un quiste, método este que adoptó el ejército de forma digamos experimental durante la guerra con Méjico entre 1846 y 1848. Con todo, el tema del éter no gozó precisamente de aceptación a nivel militar por la alta volatilidad y combustibilidad de la sustancia. De ahí que el cloroformo se usara de forma generalizada, relegando el éter a casos muy concretos a criterio del cirujano.

Esquirlas de metralla en la mano de un
soldado durante la Gran Guerra. Se
puede apreciar que el índice se ha ido
a hacer gárgaras
6. Las radiografías fueron uno de los inventos más rápidamente adoptados por los militares. En noviembre 1895 Roentgen produjo lo que se conoce como rayos X, que todos sabemos de sobra para qué sirven. Obviamente, eso de ver al personal por dentro sin necesidad de abrirlo en canal era de lo más ventajoso a la hora no solo de ver el aspecto de las fracturas o traumas internos, sino también para localizar las balas y fragmentos de metralla incrustados en el cuerpo de los heridos y extraerlos sin necesidad de descuartizarlos. De ahí que solo cinco meses más tarde ya fuera usado por los médicos italianos durante la primera guerra de Abisinia (1895-1896), siendo estos los que le dieron el primer uso militar a la radiografía. Por cierto que a los italianos les dieron para el pelo los etíopes aquellos, y no volvieron por allí hasta que el belicoso duce Benito quiso vengarse porque unos negros canijos habían derrotado bonitamente a los descendientes de los dominadores del mundo que, durante el siglo XX, ya no dominaban ni a sus cuñados.

Bueno, hora de merendar, así que me piro.

Hale, he dicho...

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