martes, 14 de abril de 2015

Curiosidades callejeras de Sevilla II


La calle torneo hacia los años 70 del pasado siglo. El tráfico actual es un poco más denso que el que aparece
en la foto. ¿Recuerdan vuecedes esas cabinas de teléfonos? Cada vez que me metía en una de ellas me acordaba de
la que atrapaba a José Luis López Vázquez en la horripilante y angustiosa película de Antonio Mercero.

Calle Torneo

Si ha habido en la historia reciente de Sebiya una calle fea, pero fea de cojones, triste, sucia, pringosa, hedihonda, tétrica, desangelada y pútrida esa ha sido, sin duda, la calle Torneo. En este caso no nos encontramos con una calle de esas que todo el mundo conoce pero nadie sabe su verdadero nombre ya que se llama así desde que se urbanizó esa zona a extramuros de la ciudad allá por 1860. Antes de eso, el aspecto que presentaba la zona lo podemos ver en la foto de la derecha, una verdadera reliquia más antigua que la tos ya que la muralla que vemos en la imagen fue víctima de la piqueta en 1863. Como se puede apreciar, el lugar era en realidad una prolongación del Arenal que empezaba junto a la Torre del Oro, en la desembocadura del maldito Tagarete, y que llegaba hasta la Puerta de la Barqueta. El edificio que se atisba a la izquierda, al final de la muralla, es el monasterio de San Clemente que aún perdura.


Para que los que no son de Sebiya, o aún siendo naturales de la ciudad no se hagan una idea, echemos un vistazo al plano de la izquierda, trazado por Olavide en 1771. En el detalle se ve la misma zona en el plano general por si a alguno le cuesta trabajo situarse. Al parecer, la erosión del agua en la curva del cauce fluvial nada más pasar a la altura de la Puerta de la Barqueta era causa de constantes movimientos de tierra que producían bastantes quebraderos de cabeza a los ciudadanos y mandamases de aquellos años ya que la zona era aprovechada como puerto fluvial y, a pesar de las obras que se realizaban para dar consistencia al terreno e incluso efectuar rellenos a base de escombros, el caudaloso Betis se lo llevaba todo por delante una y otra vez.



De hecho, incluso se llegó a construir allá por siglo XVII una especie de azuda cuya finalidad no era otra que aminorar la fuerza del caudal contra la orilla y, del mismo modo, desviar el ímpetu de las aguas corriente abajo. La obra en cuestión fue denominada como Patín de las Damas, y en el grabado de la derecha podemos ver su aspecto hacia el siglo XVIII. No debió durar mucho más porque en el plano de Olavide ya no aparece, así que el caudaloso Betis lo borró literalmente del mapa, y nunca mejor dicho. De hecho, esta zona era por donde solía entrar el agua en las frecuentes crecidas del río ya que era y es la zona más baja de la ciudad y, por otro lado, los arrecifes que se construían para contener la fuerza de la corriente acababan dejando las puertas por debajo del nivel de los mismos de forma que, cuando se rompían, las aguas limosas del Guadalquivir entraban como una tromba por las Puertas de la Barqueta, de San Juan, Real e incluso de la Macarena (de las puertas ya hablaremos un día de estos).


Curiosa foto tomada desde el interior de la ciudad. En primer término
vemos la muralla, a continuación el río y, al fondo, dentro del óvalo, las
chimeneas de la cartuja en la que el marqués de Pikman fabricaba sus
primorosas y valoradas piezas de cerámica.
Bueno, esos fueron los comienzos de la asquerosilla calle que, hasta su rotulación oficial en 1859 como calle del Torneo, fue denominada de muchas formas y según el tramo. En cualquier caso, el topónimo corresponde a una tradición según la cual se celebró en las cercanías de la Puerta de la Barqueta, o de Bib Arragel como era conocida anteriormente, un torneo protagonizado por el belicoso Alfonso Pérez de Guzmán, más conocido como Guzmán el Bueno, el esforzado defensor de Tarifa que, según la tradición, no dudó en lanzar desde lo alto de las murallas del castillo su propia daga para que mataran a su hijo el cual, prisionero de los malditos moros, fue ofrecido a cambio de la entrega de la plaza. En fin, la cosa es que durante el tiempo comprendido entre el siglo XVI y el derribo de la muralla la zona fue usada, además de como puerto fluvial, como lugar de esparcimiento en el que el personal se daba sus garbeos huyendo del mundanal ruido y aprovechaban la cercanía del río que, como podemos suponer, refrescaba un poco el asfixiante ambiente que se respiraba en los estíos sebiyanos. De hecho, incluso era usado como zona de baños si bien, para evitar la lascivia y aminorar la concupiscencia los hombres se bañaban de cuatro a ocho de la mañana y la mujeres desde la puesta de sol hasta las once de la noche. Así se evitaban malos rollos, cornamentas y preñeces repentinas. 

Bueno, esa es de forma muy resumida la historia de la calle hasta que, debido a la necesidad de separar las vías del tren de la vía urbana, pasó de ser un agradable paseo fluvial a una calle asquerosa y más fea que el sobaco de una mona tiñosa. 



Hela ahí. El horrendo muro de la derecha hizo que generaciones de sebiyanos no tuvieran ni puñetera idea de que La Cartuja existía ya que quedaba totalmente oculta debido al trazado urbano de la época, en el que el río estaba cortado en Chapina, o sea, poco más adelante de el puente de Triana. La foto está tomada en sentido a la estación de marras, y debió ser tomada a finales de los años 60. Quizás algunos de los que me leen la recuerden así, adoquinada y con la acera izquierda ocupada por algunos edificios industriales y viviendas más feas y tristes que las de un guetto de la ocupación nazi. Y la cosa es que encima hasta acabaron quitando los árboles que, al menos, daban algo de sombra en aquella asquerosidad de calle putrefacta de 1.400 metros de largo que se hacían eternos como un jodido purgatorio por obra y gracia del guardia urbano que "dirigía" el tráfico en lo que hoy sería La Barqueta y que producía unos atascos de antología que, curiosamente, desaparecían a las 12 en punto de mediodía, cuando se iba a un bar cercano a tomarse su tinto con su tapa el muy hidep...

Las obras de la Expo 92 sirvieron para mandar al mismísimo carajo al muro siniestro aquel que, aunque incluso fue llenado de dibujos realizados por críos de los colegios de Sebiya, parecía más digno de paredón para fusilamientos que para otra cosa. En la foto de la derecha vemos como estaba la calle en plenas obras las cuales, al hacer desaparecer las vías ya que la estación también fue suprimida, permitió no solo aumentar la anchura sino construir un largo paseo fluvial para deleite y solaz de los hispalenses al igual que en siglos anteriores. Por cierto, observen el edificio que descolla a la derecha de la imagen.



Pues, como ven, ya estaba cuando la calle Torneo era un inmundicia. A la derecha lo vemos tras las reformas de año 92. Es inmortal el puñetero bloque de pisos. A todo esto, en la foto de la izquierda pueden vuecedes ver los graffitis realizados por los nenes en los que no podían faltar los motivos semanasanteros. Dicho muro estaba en lo que en la otra foto es la medianera en la que se yerguen las horribles farolas de diseño que, por desgracia, aún siguen ahí, afeando la calle. Porque es de todos sabido que nuestros solones municipales, como los de todas partes, con la excusa de "servir al bien público" solo se dedican a afear las ciudades con lo más cutre que encuentran que, seguramente, es lo que más dineros les deja. En todo caso, ¿era o no era fea y triste la jodida calle? Bueno, pues por ahí pasaba obligatoriamente la mayoría del tráfico procedente de Huelva y de los pueblos del Aljarafe nada más entrar en la ciudad. Precioso y acogedor ambiente, ¿que no? Recuerdo que era raro ver gente andando por ella aunque fuera de día. De noche, ni los gatos se veían por allí. Y es que la calle Torneo le encogía el ombligo al más bragado de lo siniestra y cadavérica que era.

Como colofón, un par de fragmentos de planos de la ciudad que nos permitirán ver algo más de la evolución de la dichosa calle:



El que vemos en la imagen superior corresponde a uno de 1860 en el que, como se puede apreciar, aún perdura la muralla. Sin embargo, ya aparece la vía y la estación de ferrocarril. La leyenda que se ve junto a la estación y que pone "Humeros" hace referencia al arrabal existente allí desde tiempos de la reconquista, cuando era una zona en la que los moros tenían unos astilleros. Por último, debemos observar el extremo izquierdo del grabado en el que se aprecian los malecones construidos para impedir que el voraz río socavase las orillas aún más.



En ese otro, de 1868, ya aparece rotulado el comienzo de la calle (dentro del óvalo rojo). Inicialmente, la denominación de Torneo solo alcanzaba el tramo inicial de la calle hasta que, con el paso del tiempo, ocupó todo el recorrido que conocemos actualmente hasta La Barqueta. Por cierto que, según se puede ver en estos planos, fue precisamente el tramo de muralla que corría paralelo al río hasta la torre del Oro el primero que fue demolido. En fin, creo que no muchos de los que me leen conocían la historia de la calle putrefacta esta, ¿no?

La Isla de La Cartuja

Por si no lo saben la Isla de La Cartuja no era en realidad una isla. O sea, que el monasterio de Santa María de las Cuevas fundado por el obispo Gonzalo de Mena en 1400 no estaba aislado ni nada similar, sino en mitad del puñetero campo entre Sevilla y la actual población de Camas. Sírvanse echar un vistazo a la imagen inferior:





Vista aérea de la antigua corta de Chapina. Sirva de
referencia el puente de Triana que se ve en la parte superior.
Actualmente, el río sigue hasta San Jerónimo y el cauce
que vemos en la foto lo cruza el Puente del Cachorro
En rojo vemos el curso original del río. Bueno, original no porque a lo largo de su historia ha sufrido mogollón de cambios, pero eso es otra historia. Digamos que es el curso que tenía en la Baja Edad Media y que permaneció inalterable hasta los años 40 el siglo XX. El emplazamiento del monasterio está marcado de azul, y en verde el arrabal trianero unido al barrio de Los Remedios desde su creación allá por los años 50 del pasado siglo. Y en amarillo tenemos el cauce que se abrió en 1946 para efectuar la corta de Chapina, que también se modificó a raíz de las obras de la Expo 92, pero que siguieron manteniendo ese segundo brazo del río para poder seguir siendo navegable gracias a la exclusa. Dicho canal se abrió para aminorar las constantes riadas que padecía la población y que eran una verdadera fuente de desgracias. La última fue en el año 61 que, por cierto, fue un verdadero desastre porque la operación de socorro organizada por el presentador radiofónico Bobby Deglané- la llamada Operación Clavel, una caravana de vehículos cargados de suministros para la población- acabó en una catástrofe al estrellarse la avioneta desde la que se filmaba el evento contra el público que se agolpaba en lo que era la antigua carretera de entrada a Sevilla desde Madrid para darles la bienvenida, ocasionando mogollón de muertos y heridos. Bueno, en definitiva, que lo de Isla de La Cartuja es un invento más que moderno. 

En fin, vale por hoy. Escribir sobre estas cosas me pone bastante melancólico porque, mal que me pese, solo me demuestran una cosa palmaria, y es que el maldito tiempo corre a una velocidad meteórica y que uno va pa vieho que ehcarba, carajo...

Hale, he dicho

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