Algunas interpretaciones de tolenos que aparecen en dos ediciones diferentes del BELLIFORTIS de Konrad Kyeser |
Es de todos sabido que, desde tiempos bastante remotos, el momento de lanzar las escalas para asaltar una fortaleza era lo más parecido a una eutanasia en plan gore. Los asaltantes quedaban absolutamente a merced de los defensores mientras trepaban por las escalas encomendándose a los dioses, a Dios, a Alláh o incluso al cuñado que le precedía en la suicida ascensión para, al menos, llegar vivos al adarve. En su momento ya se habló detalladamente de ese tema, así que los que no leyeron esa entrada pueden hacerlo ahora pinchando aquí.
A lo largo del tiempo las crónicas han ido dando cumplida cuenta de las matanzas habidas en la multitud de asaltos que han tenido lugar en la historia, y no es ningún misterio hasta para los menos versados en estos temas poliorcéticos que, en efecto, participar en uno de ellos formando parte de la hueste atacante no era precisamente algo por lo que el personal se daba de tortas, y menos aún para tomar parte en la primera oleada del asalto. Así pues, para ofrecer un mínimo de protección a los colegas que se jugaban el pellejo en el envite a una sola carta, ya en el Mundo Antiguo se ideó una máquina capaz de, sino de desalojar un adarve, sí al menos de hostigar a los defensores que, tras los parapetos, masacraban bonitamente a los enemigos que trepaban a toda velocidad por sus escalas. La primera referencia a este invento procede de la obra DE RE MILITARI de Flavio Vegecio Renato (c. 383-450), que en el capítulo XXI del Libro IV de la misma la detalla como... "una báscula hecha con dos grandes trozos de madera, la una bien plantada en tierra y la otra, mucho más larga, bien asentada al través en la punta de la primera, y en equilibrio de manera que cuando se baja uno de los extremos, el otro se eleva. En ese extremo se ata una caja de mimbre o madera con un puñado de soldados en su interior; y bajando el otro extremo, se les hace alcanzar la altura de las murallas". O sea, algo así como el artefacto que aparece en la ilustración superior, procedente de una de las ediciones que se hicieron a finales de la Edad Media sobre esta obra y que Vegecio bautizó como toleno. Básicamente era una grúa que funcionaba mediante un brazo de palanca más o menos largo en función del peso que tuviese que soportar en el extremo del mismo.
Estas grúas o tolenos, del latín TOLLENO-ONIS, eran inicialmente unas máquinas destinadas a sacar agua de pozos y aljibes. Puede que vuecedes se hayan fijado en chismes similares que, a veces, aparecen en película ambientadas en el mundo romano o en Egipto, donde sacan agua del pozo del oasis de turno mediante uno de estos tolenos. Bueno, pues Vegecio tuvo la ocurrencia de tomarlos como base para fabricar este tipo de máquina que, si no valía para llevar a cabo un asalto en toda regla- para eso estaban las torres de asalto, mucho más eficaces- al menos podían ser usadas para hostigar a los defensores lanzándoles flechas u objetos incendiarios. El grabado de la izquierda representa de forma bastante ilustrativa el concepto desarrollado por Vegecio y que, como vemos, permitiría a un grupo de asaltantes acceder a una torre desde una posición dominante. Sin embargo, esa posibilidad no debió tener éxito como no fuera contra fortificaciones guarnecidas por escasos efectivos ya que el número de asaltantes precisos para apoderarse de una torre o muralla bien protegidas sería muy limitado debido a las mínimas dimensiones de la plataforma del toleno.
No obstante, los tratadistas militares medievales rescataron la idea de Vegecio ya que la posibilidad de colocar tropas al mismo nivel de la muralla ya era de por sí un logro bastante aceptable, y más cuando un ancho y profundo foso o por la orografía del terreno no hacían viable hacer uso de máquinas de aproximación como las torres de asalto. Así pues, colocar unos cuantos de tolenos podía venir bastante bien para mantener a raya dentro de lo posible a los defensores, privándoles de circular impunemente por los adarves so pena de verse pasados de lado a lado por un virote. La ilustración de la derecha, procedente de la obra de Roberto Valturio DE RE MILITARI (1472), muestra el funcionamiento de un toleno, que no requería de mucho personal para su manejo. El soldado metido en el cajón superior podían protegerse de los proyectiles enemigos agachando la cabeza y, en cuanto viera la ocasión, aprovecharía para disparar su ballesta o arrojar contra el adarve una vasija llena de brea a modo de cóctel molotov medieval. Aunque pueda parecer lo contrario, un fulano de estos bien provisto de pequeñas vasijas llenas de substancias incendiarias podría hacer bastante daño a los defensores o incluso ser capaz de desalojar la azotea de una torre si su guarnición no quería verse convertida en un torrezno con sabor a azufre.
Toleno provisto de puesto de observación y de uno móvil para hostigar a los defensores de la muralla |
Pero el toleno tenía otra aplicación que, en sí, era de mucha más utilidad que hacer la puñeta a la guarnición de turno, y era el tener la capacidad de conocer el interior de la fortaleza, cosa esta de la que nunca se suele hablar y que era de una importancia vital para aumentar las probabilidades de llevar a buen término un asalto. Este detalle, que es omitido por norma en casi todos los relatos sobre asedios, no era cosa baladí por muchos motivos. El principal de ellos era saber en qué sector de las murallas era más conveniente lanzar las escalas ya que, como hemos visto en muchas fortalezas, las torres de flanqueo cortaban el paso de los adarves de forma que, caso de que estos se vieran ocupados por los enemigos, bastaba cerrar las puertas de dichas torres para dejarlos aislados en la estrechez de la muralla y asaetearlos a su sabor desde la azoteas de las torres sin que pudieran bajar al patio de armas o descender por las escalas ya que estas estarían atestadas de gente intentando subir y que aún no se habían enterado de nada. Otro detalle a tener en cuenta, por ejemplo, era conocer la ubicación de las escaleras que conducían desde el patio al adarve ya que, en muchos casos, había solo una que estaría especialmente bien defendida por razones obvias: si los asaltantes llegaban al patio de armas podía decirse que estaba todo perdido. En definitiva, podríamos poner infinidad de ejemplos del por qué era tan importante tener información detallada del interior del recinto, y añadiría que también sería valioso conocer la situación de los almacenes a fin de que los fundíbulos y manganas pudieran corregir el tiro para destruirlos ya que los que se caían en el interior de la fortaleza eran lanzados a ciegas. O sea, lo mismo que hacían en la Primera Guerra Mundial los observadores de artillería desde sus globos cautivos, que corregían el tiro de las piezas aprovechando la panorámica del campo de batalla desde gran altura.
De ahí que los ingenieros militares diseñaran tolenos que, por su apariencia, es más que evidente que estaban destinados a ser usados como puestos de observación; de hecho, la denominación que les daban en estos casos no deja lugar a dudas: SPECTATORIS, término que no creo precise de traducción porque está clarísimo lo que significa. A la derecha tenemos una interpretación de un SPECTATOR que aparece en el Códice Latino 197 en el que queda patente cual era el uso al que estaba destinado. Montado sobre una plataforma rodante para disponer de movilidad, el puesto de observación está sobre un poste que corre por dentro de una media caña, posiblemente metálica. Para fijarlo a la misma, en toda su longitud lleva cinchas de cuerda que ajustan ambas partes sólidamente. Para subir o bajar el poste va provisto de un torno. Así pues, el observador que ocupaba el SPECTATOR podía tener información de primera mano de todo lo que ocurría en el interior de la fortaleza, incluyendo el ver a los defensores devorándose unos a otros por el hambre, o como el pozo se había secado o, simplemente, que eran cuatro gatos a pesar de que el alcaide se había puesto chulo alegando que disponía de una nutrida guarnición cuando, conforme a los usos militares de la época, antes de iniciar el asedio le ofrecieron rendirse de buen grado.
Como vemos, el invento en cuestión era bastante útil y su uso no debió ser una rareza tanto en cuanto aparecen diseños de tolenos en todas las obras de los tratadistas militares de la Edad Media, siendo quizás la referencia más antigua a estas máquinas la que aparece en el TEXAVRVS REGIS FRANCIE de Guido de Vigevano, obra escrita en 1335 que fue fuente de inspiración para los ingenieros militares que le sucedieron y cuyos trabajos alcanzaron el máximo esplendor a partir de la segunda mitad del siglo XV. El toleno que diseñó Vigevano no se basaba en el mecanismo de palanca originario de Vegecio, sino en un método mediante el cual el poste con su pequeña guarnición era ascendido por encima del nivel de la muralla empujando con otro poste que debía ser fijado al suelo una vez alcanzada la altura necesaria. De esa forma se debía obtener una base más estable que la que proporcionaba estar suspendido en el extremo de un brazo de palanca. En cualquier caso, no deja de ser curioso que un ingenio de cuya existencia no podemos dudar y que fue reseñado en abundancia es, por así decirlo, un total desconocido frente a otras máquinas de menor relevancia a la hora de hacer frente a un asedio en toda regla.
De hecho, hasta se diseñó una especie de contrapartida a los tolenos, en este caso para ser usado por los defensores. Hablamos del cuervo, una máquina también basada en la palanca pero cuya finalidad no era poner en su extremo a un observador, ya que para eso tenían mogollón de torres desde las que otear al enemigo. La misión del cuervo no era otra que apresar enemigos que, en la vorágine del asalto y circulando pegados a la muralla, eran atrapados como gapazos en las garras de uno de estos lúgubres córvidos. A la derecha podemos ver el que aparece en el Códice Latino 197, el cual es idéntico a los tolenos de palanca pero con una diferencia: en su extremo no había un cesto para alojar observadores, sino una cadena rematada por una especie de potera o garfios cuyas afiladas puntas se aferraban al pardillo de turno, tras lo cual era ascendido a la muralla y puesto a buen recaudo. Si era un caballero o un personaje de cierta categoría siempre se podía usar para pedir un rescate por su atribulada vida o intercambiarlo por algún cautivo caído en manos del enemigo. Si por el contrario era un pelagatos podía ser usado para acojonar a los enemigos colgándolo bonitamente de la muralla o devolverlo a plazos a sus compañeros, adecuadamente cuarteado como un pollo en la carnicería y lanzado mediante un fundíbulo para practicar una guerra psicológica como Dios manda.
Bueno, para ser un chisme tan desconocido ya he escrito bastante, así que sanseacabó.
Hale, he dicho
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