lunes, 29 de junio de 2015

Asesinatos: Ernst Röhm




Röhm a principios de 1934 rodeado por sus
pretorianos. No podía ni imaginar lo que se
le venía encima
Seguramente, casi todos los que me leen sepan quién era este orondo germano de aspecto macizo y achaparrado con jeta de insaciable trasegador de cerveza muniquesa y devorador de salchichas con sauerkraut. Y para los que no lo sepan, pues les diré que se trata del que fuera el todopoderoso jefe de las SA, las violentas tropas de asalto con que el partido nacionalsocialista alemán ponía las peras a cuarto al que no levantaba el brazo y se desgañitaba gritando "Sieg heil!" cuando herr Hitler largaba sus inflamadas arengas anti-semitas en las cervecerías de Múnich. La cuestión es que el capitán Ernst Röhm fue un preclaro ejemplo de como se puede llegar a lo más alto para un mal día darse cuenta de que, casi sin quererlo, uno se vuelve tan peligroso para sus conmilitones que estos acaban por apiolarlo sin dar más explicaciones y, para colmo, hasta le fabrican un cúmulo de acusaciones y pruebas falsas que justifiquen de cara a la galería su "cese fulminante". Y, mira por donde, mañana es precisamente el octogésimo primer aniversario de la famosa escabechina que ha pasado a la historia como "la noche de los cuchillos largos", en la que el ciudadano Adolf, un poco preocupado porque el cada vez más poderoso Röhm y sus SA podían llegar incluso a cesarlo a él, optó por adelantarse y dar el finiquito a los principales gerifaltes de las Sturmabteilungen en favor de los SS, sus nuevos favoritos. Veamos como fue la historia...


Críos jugando con fajos de billetes. El dinero,
simplemente, no valía ni el papel con que
estaba fabricado.
Como es de todos- o casi todos- sabido, las penurias por las que pasó Alemania tras el armisticio de 1918 favorecieron enormemente el ascenso de Hitler al poder. Su portentosa oratoria unida a una demagogia inaudita lograron hacerle escalar poco a poco hasta llegar a lo más alto. No obstante, no fue un camino de rosas ya que el ambiente en la Alemania de los años 20 estaba un poco tenso por la hiperinflación monstruosa- un huevo llegó a costar en noviembre de 1923 nada menos que 80.000 millones de marcos, y no es coña-, el paro galopante y, en definitiva, por la desesperanza y la sensación de humillación suprema. Así las cosas, las SA creadas inicialmente por el partido nazi para reventar los mítines de otros partidos- ojo, que tanto socialistas como comunistas también tenían sus guardias de corps- y para defenderse de los agitadores adversarios, fueron una institución que, sin prisa pero sin pausa, se acabó convirtiendo en un refugio de parados, ex-miembros de los freikorps, ex-combatientes inadaptados, extremistas y radicales de todas las calañas incluyendo a comunistas y marxistas reciclados, psicópatas, ciudadanos dados a la violencia extrema y, en fin, una fauna variopinta que alcanzó la preocupante cifra de tres millones de miembros, todos ellos bajo el mando directo de Ernst Röhm el cual solo respondía ante Hitler.


Röhm, segundo por la derecha, junto a Hitler, Ludendorff, Frick
(vestido de paisano) y otros implicados durante el juicio por el putsch
Röhm había combatido durante la Gran Guerra con determinación y valor, acabando la misma con el grado de capitán y habiendo recibido varias heridas, una de las cuales le dejó la jeta bastante averiada. De hecho, la nariz le quedó con un aspecto "bicolor" un tanto extraño ya que, al parecer, la perdió y se la debieron colocar en su sitio a tiempo. Tras el armisticio permaneció en el ejército y se unió al freikorps del general von Epp. En marzo de 1919 conoció a Hitler tras afiliarse al que fue el germen del partido nazi, el DAP (Deutshe Arbeiterpartei, Partido Obrero Alemán), tomando parte en el putsch de Munich en 1923, lo que le costó una condena de un año y tres meses que no llegó a cumplir al ser suspendida la misma. Conviene añadir que fue Röhm el que, gracias a sus numerosos contactos, hizo posible el que el desconocido gefreiter Hitler empezara a relacionarse con gente importante.


Primeras unidades de las SA. Como vemos, aún no se había
impuesto la uniformidad entre ellos.
En 1924, Röhm recibió de Hitler la orden de reorganizar las SA a fin de convertirlas en algo más que una banda de matones, misión esta que nuestro hombre cumplió con su habitual eficacia reemplazando la organización por el frontbann, que era la misma cosa pero reciclada ya que, tras el putsch, las SA habían quedado fuera de la ley. En 1925, tras prescribir la prohibición sobre las antiguas secciones de asalto, estas recobraron su denominación oficial si bien este tema ya le supuso su primer encontronazo con Hitler ya que Röhm quería unir los miembros del frontbann con los de las SA, lo que le fue denegado. Por lo visto, el cabreo le sentó fatal al brioso Ernst el cual optó por quitarse de en medio ya que el tema político empezaba a resultarle un tanto asquerosillo, largándose a Bolivia como asesor militar en 1928. Sin embargo, dos años después volvió en cuanto Hitler lo llamó ya que, al fin y al cabo, le unía una gran amistad con el futuro führer. De hecho, Röhm era prácticamente la única persona que podía tutearle y llamarle por su nombre de pila.


Edmund Heines. La Cruz de Hierro
de 1ª clase que luce la ganó como
teniente durante la Gran Guerra
El 5 de enero de 1931, Röhm se hizo cargo del mando supremo de las SA bajo el rango de Oberster SA-Führer, el cual había detentado el mismo Hitler durante el periplo boliviano de nuestro hombre. Pero Röhm era excesivamente visceral, demasiado radical para tener en sus manos una organización paramilitar que, ya en aquella época, contaba con más de un millón de miembros. No pasó mucho tiempo hasta que empezaron a llover las quejas acerca del comportamiento de las SA, los cuales no solo se dedicaban a putear a los judíos sino que, siendo como eran en su mayoría una banda de maleantes, no paraban de molestar a la gente por las calles, así como tomar parte en reyertas con otros partidos políticos y un largo et cétera bastante irritante. A todo eso había que sumar el hecho de que Röhm, al igual que su lugarteniente Edmund Heines y otros muchos altos cargos de las SA, eran homosexuales y no se privaban de ocultarlo, lo cual era un verdadero problema tanto en cuanto en aquella época las prácticas homosexuales estaban penadas por la ley, y no solo en Alemania, sino en todas partes. Obviamente, a Hitler le resultaba complicado encubrirlos y más de cara a sus cada vez más afines miembros de la alta sociedad, militares de elevado rango y demás picatostes.


Ernst Röhm en el cénit de su poder.
Obsérvense las cicatrices de la cara y el
extraño aspecto de su nariz
El culmen del malestar de Hitler con sus otrora predilectos SA llegó en 1934. Röhm, que en realidad pasaba de la política y se consideraba ante todo un militar, empezó a darse cuenta de que ni él ni sus cachorros contaban ya para nada. Acusaba al führer de haberse arrimado a los militares prusianos, a los poderosos industriales, a los hombres de negocios, y la tan cacareada revolución iba encaminada hacia el olvido. En definitiva, no paraba de poner a caldo al jefe supremo ya que, está de más decirlo, Röhm era un sujeto bastante bragado y no se cortaba un pelo a la hora de manifestar sus opiniones delante de todo el mundo. El mismo canciller Hindenburg dio un severo toque de atención a un Hitler que estaba ya tan cabreado que encargó a Theodor Eicke, en aquellos tiempos comandante del campo de Dachau, elaborar una lista de personas indeseables para, si llegaba el caso, purgar las filas del partido. Y, para acabar de fastidiarla, Röhm, que era además ministro sin cartera, se empeñó en que lo nombraran ministro de defensa, así como fusionar las SA con el Reichswehr. Eso puso histérico al general von Blomberg que, además de ser él mismo el ministro, sentía calambres en el cogote solo de imaginar como el mínimo ejército de cien mil hombres que les permitía el Tratado de Versalles era fagocitado por los más de tres millones con que las SA contaba ya en aquella época. Tal escándalo montó Blomberg que hizo llegar sus quejas a Hitler a través del jefe de la Oficina Ministerial del Reichswehr y enlace con el partido, el general von Reichenau, para que Röhm se retractara por escrito de semejante opción. 


Los generales von Blomberg (izda.) y von Reichenau (dcha.)
Pero la aparente retractación de Röhm no calmó las aguas ya que aquel estado de inquietud fue aprovechado por los dos principales enemigos del belicoso Oberster: Himmler y su alter ego, Reinhard Heydrich, el cual ya había puesto en marcha por orden de Hitler la Operación Colibrí mediante la cual empezaron a circular todo tipo de murmuraciones a fin de minar la credibilidad de nuestro hombre, poniendo en entredicho su fidelidad al partido y al führer. En un alarde de ingenio hasta fabricaron pruebas que demostraban que el estado francés había pagado a Röhm doce millones de marcos para que derrocase a Hitler con la ayuda de sus SA. 


A la derecha tenemos al SS-Gruppenführer Reinhard
Heydrich, en aquel momento jefe de la policía de Baviera.
A la izquierda, el SS-Gruppenführer Sepp Dietrich.
El 23 de junio apareció en un despacho de la sección de Defensa del Reichswehr una supuesta instrucción secreta de Röhm en la que se llamaba a las armas a las SA, mientras que su lugarteniente Edmund Heines recibía otra en la que se alertaba de una acción del ejército contra las SA y, a la par, el general von Kleist, comandante de la capitanía de Breslau, recibía otra en la que se informaba de "febriles preparativos por parte de las SA". Como vemos, toda una operación de intoxicación digna de Heydrich. Para rematar la cosa, la Asociación del Reich de Oficiales Alemanes expulsó a Röhm de sus filas, lo que significaba que ya no estaría bajo la protección de sus antiguos conmilitones. En definitiva, su final ya estaba perfectamente planificado con meticulosidad germánica. El encargado de arrestar y "cesar" a los integrantes de la lista negra era el SS-Gruppenführer Sepp Dietrich el cual se personó a solicitar armamento- en aquella época las SS estaban aún desarmadas- en la oficina de organización del ejército, y hasta llevaba una lista falsa proporcionada por Heydrich en la que figuraba el nombre del jefe de dicha oficina como candidato a ser aliñado por las SA tras el hipotético golpe de estado que estaban gestando su malvado jefe y sus secuaces. Obviamente, entregó a Dietrich todo lo que quiso.


Hotel Hanslbauer. La flecha marca la habitación que
ocupaba Röhm la madrugada del 30 de junio de 1934.
Así estaban las cosas a finales de junio de 1934 mientras que Röhm, que estaba en Babia, ni se había enterado aún de lo que se cocía. De hecho, al ser ya época de vacaciones había reservado para él y Heines dos habitaciones en el hotel Hanslbauer, situado en la orilla del lago Tegernsee, en la ciudad bávara de Bas Wiessee, a 48 km. de Munich. El día D sería el 30 de junio por lo que Hitler, a fin de no despertar suspicacias, se largó el día 28 a la boda del Gauleiter Terboven, en Essen, en la que oficiaba como padrino. Aquella misma noche llamó por teléfono a Röhm en plan conciliador para ordenarle que convocara a todos los altos cargos de las SA en Bad Wiessee a fin de mantener una reunión el día 30 y poder aclarar las cosas. El día 29, con Röhm y sus colegas en el hotel, el Völkischer Beobachter, el órgano de difusión del NSDAP, publicaba un artículo firmado por Blomberg en el que, además de hacer una declaración formal de fidelidad a Hitler, le autorizaba en nombre del ejército a actuar contra las SA. La sentencia del orondo y enérgico Röhm estaba ya firmada, rubricada, sellada, y echada al correo.


Röhm, vestido con el traje tradicional bávaro, baja las
escaleras del hotel Hanslbauer. Cabe suponer que era el
picadero predilecto tanto de él como de Heines para sus
devaneos amorosos.
El 29 de junio, Himmler "inició" la revolución de las SA, o sea, la hipotética revuelta que sería el detonante para poner en marcha toda la maquinaria dispuesta meticulosamente para acabar con el poder de Röhm y sus secciones de asalto. De forma repentina empezaron a aparecer por las calles de Múnich grupos de SA sin aparentemente misión alguna, pero eso disparó las alarmas. Estos hombres habían salido mediante órdenes llegadas no sabían de donde ni de qué manera, y ni siquiera con consignas concretas. De hecho, los mismos jefes que les ordenaron salir dieron contraorden rápidamente. Pero eso fue suficiente para que el Gauleiter de Munich entrara en estado de pánico y llamara al führer muy acojonado para dar parte. Hitler, que estaba en Bad Goderberg presenciando una de esas chorradas con antorchas que tanto gustaban a los nazis, salió como un cohete hacia Munich, donde llegó hacia las cuatro de la mañana. En primer lugar, arrestó a los mandamases de las SA de la ciudad, el Obergruppenführer Schneidhuber y el Gruppenführer Schmidt, a los que mandó arrestar tras arrancarles las charreteras echando literalmente espumarajos por la boca. Luego salió hacia Bad Wiessee a rematar la faena.

La columna de vehículos llegó a la ciudad al despuntar el día. Hitler iba acompañado de Goebbels, Otto Dietrich y Victor Lutze, éste último destinado a ser el sucesor de Röhm al mando de las SA. Al llegar al hotel, Hitler bajó del coche empuñando un látigo y subió a la habitación de Röhm acompañado de dos policías. Entró como una tromba berreando:

-¡Röhm, estás detenido!

Este, que estaba durmiendo como un tronco, balbuceaba un saludo sin saber qué carajo pasaba.

Heil, mein Führer!- farfullaba medio dormido.

-¡Estás detenido!- repitió Hitler, tras lo cual dio media vuelta y salió echando leches mientras los dos policías lo sacaban de la piltra y lo metían en un coche para enviarlo a la prisión muniquesa de Stadelheim, donde fue puesto a buen recaudo mientras se iniciaba la purga. 


Prisión de Stadelheim, en Munich. Aún sigue en activo
a pesar de su siniestra memoria
El siguiente en ser arrestado fue Heines, el cual estaba en aquel momento en pleno regodeo con uno de sus amantes, al parecer un joven de apenas 18 años. Tras la escabechina hotelera, Hitler se dirigió a Múnich a fin de interceptar personalmente a todos los gerifaltes que, siguiendo sus órdenes, se debían reunir con él en Bad Wiessee aquel mismo día. La recolecta fue bastante fructífera ya que cayeron en sus manos más de doscientos mandamases de las SA que acudían desde toda Alemania para la conferencia, siendo igualmente facturados a la prisión de Stadelheim. A las diez de la mañana, Goebbels telefoneó a Berlín para comunicar la palabra clave "Kolibri", con la cual se iniciaba el arresto inmediato de todos los integrantes de la lista elaborada en su día por Eicke. Sin perder ni un minuto, Himmler puso en movimiento a sus SS los cuales echaron el guante a todos los que aparecían en la lista de marras para, a continuación, ser conducidos a la academia de cadetes de Groß Lichterfelde, donde eran fusilados sin más historias a medida que iban llegando a la misma. En cuanto a Hitler, tras terminar la purga en Bad Weissee se largó a Berlín no sin antes dejar una lista a Sepp Dietrich en la que había marcado con una cruz los que debían ser ejecutados inmediatamente en Stadelheim. En dicha lista no aparecía el nombre de Röhm.


A la izquierda, Max Amann, jefe de prensa del NSDAP.
A la derecha, Hess, jefe del partido y lugarteniente de Hitler
Durante todo el día siguiente, el sonido de las descargas seguía escuchándose tras los muros de Groß Lichterfelde y Stadelheim mientras que Röhm se revolvía como un tigre enjaulado en la celda nº 70 de la prisión muniquesa. Hitler dudaba si liquidarlo o no ya que, al fin y al cabo, sus servicios al partido y a su misma persona habían sido muchos. Pero la presión del ejército, de Göring, de Himmler y del mismo Hindemburg pudo más que sus escrúpulos y, finalmente, dio orden de darle el cese definitivo. 

-En otros tiempos ha estado a mi lado ante el tribunal del pueblo- confesó a Max Amann en referencia al proceso por el putsch de Munich, dudando aún. 

-¡Hemos de liquidar al mayor cerdo de todos!- replicó Amann, uno de los más antiguos miembros del partido - ¡Yo mismo lo mataré!- añadió así como un poco exaltado.

-No, ese es asunto mío- terció Rudolf Hess, que estaba presente.


Eicke y Lippert, los ejecutores de Röhm
Pero Hitler no concedió ese "placer" a ninguno de los dos. Ordenó a Eicke y al SS-Hauptsturmführer Michael Lippert a darle boleta aunque, eso sí, en recuerdo a su vieja amistad le daba la opción de suicidarse. Eicke y Lippert se personaron en la celda de Röhm para comunicarle la orden mientras le dejaban sobre la mesa una pistola con un solo cartucho y un ejemplar del Völkischer Beobachter en el que se daba cumplida cuenta de todos los sucesos acaecidos el día anterior para que se diera cuenta de que su suerte estaba echada. Tras informarle que le daban diez minutos para auto-asesinarse salieron de la celda y esperaron no sin antes escuchar de Röhm un último desafío propio de su carácter indómito.

-¡Ni hablar!- exclamó- ¡Que venga Adolf a matarme!

Pero, obviamente, Adolf estaba muy ocupado en Berlín demostrando a los militares que el peligro había sido conjurado, y que las otrora poderosas SA ya eran historia. A los diez minutos, Eicke y Lippert entraron en la celda y vieron a Röhm de pie, sacando pecho a través de la camisa desabrochada. Sin más historias, le endilgaron varios disparos que lo liquidaron allí mismo. Lippert lo remató una vez caído al suelo.


Lippert declarando ante la celda donde fue
ejecutado Röhm durante el proceso que se
celebró en 1956
Así acabó Ernst Röhm, baleado como un criminal por otros aún más criminales. Al igual que sus conmilitones, no pudo imaginar el complot que Himmler y Heydrich habían urdido buscando su perdición, aunque tampoco podría creer que su peregrina idea de convertir sus SA en el ejército de la Gran Alemania en ciernes caería como un jarro de agua gélida sobre los militares encabezados por von Blomberg y el mismo canciller Hindenburg. Como comentaba más arriba, Röhm era un sujeto incapaz de entender los entresijos de la política. En su mentalidad de militar acérrimo no cabían las sutiles maniobras en las que su antiguo amigo Adolf se movía como pez en el agua y que le permitieron alcanzar el poder para, posteriormente, deshacerse de todo aquel que pudiera resultarle un lastre en su afán de dominar por completo al país empezando por el mismo von Blomberg, al que las SS fabricaron también una serie de "pruebas irrefutables" acerca de que su segunda mujer, mucho más joven que él, había ejercido la prostitución, lo que le obligaba a divorciarse de ella o dimitir de todos sus cargos. Hizo lo segundo porque, obviamente, lo que buscaban los nazis era que se largase, no que renunciara a su mujercita.


Tumba de Ernst Röhm
En cuanto al resto de los ejecutados durante la purga, muchos de ellos fueron apareciendo en bosques y ríos ya que sus matadores no se dignaron ni a entregar sus cadáveres a sus familiares o darles sepultura ellos mismos. Heines fue también asesinado en Stadelheim mientras que su hermano Oskar fue ejecutado un día después en un bosque junto a Werner Engels, al igual que él un Obersturmbannführer de las SA. Röhm tuvo más suerte, su cuerpo fue enterrado en el panteón familiar del cementerio de Westfriedhof, en la tumba nº 1 de la serie 3ª de la parcela 59. Está de más decir que las SA quedaron relegadas a una fuerza residual sin la más mínima relevancia ni influencia. El poder cayó en manos de las SS y, con ellos, el SD y la Gestapo, los cuales superaron con creces la mala leche de sus adversarios como es de todos sabido. Como colofón, añadir que en 1956 las autoridades de Múnich iniciaron un proceso contra Lippert y Sepp Dietrich por el asesinato de Röhm (a buenas horas mangas verdes), el cual no concluyó hasta mayo del siguiente año, siendo declarados culpables y condenados a 18 meses de prisión. 

Bueno, así se escribió esta historia.

Hale, he dicho


Röhm junto a dos de sus más enconados enemigos: Himmler y Göring, causantes de su caída en desgracia. La
foto data de octubre de 1931, cuando aún no podía ni imaginar el final que tendrían sus días de gloria.




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