Si alguien piensa que los asaltos mediante escalas vieron su final con el ocaso de los castillos medievales está tan equivocado como si creyera que los políticos son gente honorable. De hecho, aunque las tácticas para realizarlos variaron a fin de adaptarse a las fortificaciones pirobalísticas, las escaladas se mantuvieron en esencia igual que los lanzamientos de escalas de la Edad Media que ya vimos en una entrada anterior. Aparte de eso, el término "escalada" será el que emplearemos en este caso ya que es como se designaba a este tipo de acción de guerra en los tratados de la época.
El gráfico muestra la terminología de las principales partes del fuerte que trataremos en esta entrada |
Pero antes de entrar en detalles, conviene enumerar las distintas circunstancias con que los asaltantes se podían encontrar en cada caso, así como las dificultades que entrañaba rebasar las defensas de ambos tipos de fortificaciones.
La de mayor relevancia la tenemos a la derecha, donde vemos el espacio disponible en las murallas tanto para defensores como atacantes. En la foto superior tenemos la muralla de un castillo medieval típico con su parapeto y su angosto adarve. Esto era un arma de doble filo para la guarnición ya que apenas había sitio para acumular tropas capaces de contener una tromba de atacantes procedentes de una bastida pero, al mismo tiempo, era una dificultad añadida para los invasores ya que ese mismo adarve que impedía a sus enemigos agrupar fuerzas para ofenderles facilitaba a estos el cerrarles el paso. Es de todos sabido que cuanto más estrecho sea un vano o pasillo más fácil es defenderlo y, por otro lado, la muralla podía tener las torres de flanqueo dispuestas de forma que cortasen el adarve, impidiendo así el paso a los atacantes así como hostigarlos a virotazos desde las azoteas de las mismas. En la foto inferior tenemos el camino cubierto de una fortificación pirobalística la cual permitía acoger a un elevado número de defensores pero, al mismo tiempo, también facilitaba a los atacantes circular con total libertad una vez superado el parapeto. Así pues, como vemos, las dificultades no desaparecían sino que cambiaban de forma por lo que, como ya anticipamos, las escaladas requerían nuevas tácticas para culminarlas airosamente.
En segundo lugar y no por ello menos importante tenemos los obstáculos que precedían a las fortificaciones en función de cada época. Como ya se ha ido estudiando en las diversas entradas dedicadas a la morfología de las mismas, los castillos medievales apenas disponían de defensas exteriores. De hecho, la inmensa mayoría de ellos no tenían ninguna, convirtiéndose la muralla en el único obstáculo que separaba a los defensores de los asaltantes. Otros contaban con antemuros y/o fosos, casi siempre secos por la dificultad que entrañaba inundarlos salvo que dispusieran de una abundante fuente de agua en las cercanías que permitieran cavar un canal para tal fin. En la foto superior de la izquierda podemos ver un castillo medieval famoso por su poderío, el castillo de la Mota, en Medina del Campo (Valladolid), cuyas murallas estaban precedidas de un talud y un amplio y profundo foso que complicaba bastante el lanzamiento de escalas. Sin embargo, esta era la excepción más que la regla, y no es fácil ver castillos con fosos de semejante envergadura. Por contra, en la imagen inferior tenemos el no menos conocido fuerte de Gracia, en Elvas (Portugal), rodeado de tal cúmulo de obras exteriores- sobre todo por la zona norte, la más accesible- que llegar al reducto principal era prácticamente imposible mediante escaladas debido a la gran cantidad de obstáculos que debían superar los asaltantes, incluyendo en este caso la enorme altura de las murallas del reducto, inabordables con escalas.
En tercer lugar tenemos el número de efectivos que componían las guarniciones. Un castillo medieval apenas contaba con unas decenas de hombres para defenderlo a los que, llegado el caso, se podrían añadir los civiles refugiados en el mismo y que, siendo razonablemente diestros en el manejo de las armas, podían sumarse a la defensa. Por ello, los asaltantes no requerían un elevado número de efectivos en su mesnada para llevar a cabo un asalto de forma exitosa si bien, como ya podemos suponer, había castillos y castillos, y no era lo mismo asaltar una pequeña fortaleza fronteriza que una ciudad amurallada provista además de un poderoso castillo y en la que entre militares y civiles podían juntar cientos de hombres para contener a los asaltantes. Sin embargo, esto no era nada para los efectivos que eran precisos a la hora de hacer frente a una plaza fuerte o, peor aún, plazas de guerra que contaban con guarniciones de miles de hombres y decenas o centenares de bocas de fuego. Por esa razón, los ejércitos atacantes debían reunir miles de efectivos y cantidades enormes de artillería y pertrechos si querían intentar un asedio con un mínimo de posibilidades de éxito. Para hacernos una idea, el asedio de Badajoz mencionado en la ilustración de cabecera requirió un ejército de 27.000 hombres para reducir a una guarnición de solo 5.000 efectivos y, aún a pesar de su ventaja de cinco contra uno, las pérdidas sufridas por los asaltantes fueron casi inasumibles.
Y por último, no debemos dejar de mencionar un detalle a tener en cuenta: una vez alcanzada la muralla, los castillos medievales podían defender mejor la muralla durante el lanzamiento de escalas gracias a las torres de flanqueo ya que, desde ellas, los defensores podían efectuar un devastador fuego cruzado a base de flechas y/o virotes que diezmaban a los que encabezaban el asalto y, además, los parapetos permitían hostigarlos permaneciendo a cubierto y lanzarles piedras, arena caliente, vinagre o brea hirviendo, etc. Sin embargo, las fortificaciones pirobalísticas, concebidas para una defensa basada en mantener a distancia al enemigo, no disponían de torres de flanqueo y sus parapetos eran de tal grosor que los defensores tenían que encaramarse en los mismos si querían repeler a los atacantes. No obstante, algunas fortalezas disponían de casamatas en los flancos de los baluartes para barrer con metralla a los asaltantes que intentaran escalar la muralla. Un ejemplo lo podemos ver en la foto superior, que corresponde al fuerte de Santa Luzia (Elvas, Portugal). La flecha señala el buzón de la casamata que, pegada al ángulo con la cortina, albergaría una boca de fuego capaz de aniquilar a los que se acercaran a la muralla. A ello habría que añadir en este caso el talud de la escarpa que obligaba a usar escalas aún más largas para alcanzar el parapeto.
Así pues, la mejor opción que se solía presentar era intentar la escalada por el sitio menos expuesto al fuego de los defensores, y este no era otro que las caras de los baluartes. En el gráfico de la derecha lo podremos ver con más claridad. Las flechas señalan la cara de uno de los baluartes que defienden este fuerte. Tras cruzar el camino cubierto (en marrón) y el foso (en verde), los asaltantes lanzan sus escalas de forma que solo podrán hostigarles las guarniciones del baluarte en cuestión más la del situado a su izquierda, estos últimos amontonándose en el ángulo del mismo (óvalo amarillo) para poder disponer de un mínimo campo de tiro para poder flanquear a los enemigos. En cuanto a una hipotética casamata como la que vimos en el párrafo anterior, esta queda invalidada ya que solo muestra su efectividad en el caso de que los atacantes intenten la escalada por una cortina, o sea, la muralla que se extiende entre dos baluartes. De esta forma, los componentes de la primera oleada solo tendrían como principal obstáculo los defensores del baluarte en el que lanzan las escalas, los cuales les estarían esperando en lo alto del parapeto para abatirlos a tiros y bayonetazos.
Bien, este sería básicamente el escenario y las circunstancias que se solían presentar a la hora de intentar una escalada contra fortificaciones pirobalísticas pero, ¿qué factores en concreto había que considerar a la hora de planificarla?
1. La hora del ataque. Por norma, en estos casos se intentaba de noche ya que el resultado de la acción dependía en gran parte del factor sorpresa. Llevarlo a cabo a plena luz del día era tener todas las papeletas para que los defensores se prepararan a fondo para repeler el ataque si bien era conveniente que, una vez que los primeros asaltantes lograran ocupar el baluarte y comenzara el avance hacia el interior de la plaza, ya hubiera la suficiente luz como para no perderse en el recinto. De ahí que, por sistema, se recomendara iniciar la escalada una o dos horas antes de despuntar el día.
2. Los efectivos a emplear. El comandante del ejército atacante debía recurrir a las tropas más selectas, gente bragada a los que no se les arrugara el ombligo así como así. A estos se les podían sumar carpinteros y cerrajeros para, una vez dentro de la fortaleza, abrir las puertas y rejas que les cerraran el paso. Del mismo modo debía tener en cuenta disponer de una serie de tropas preparadas para cubrir la retirada de sus compañeros en caso de que fueran rechazados, así como de otras para llevar a cabo ataques de diversión por diversos puntos del recinto para dividir las fuerzas de los defensores.
3. Las armas. Al armamento personal de cada infante se añadían petardos y granadas. Los primeros estaban destinados a echar abajo puertas, rastrillos, órganos y puentes levadizos en caso de que los cerrajeros no lograran abrirlos. No obstante, se intentaba buscar el acceso a las casamatas donde se encontraban los mecanismos de los puentes, rastrillos y órganos para apiolar a sus servidores y, para evitar sorpresas, los hombres seleccionados para ello intentarían bloquear las acanaladuras y los tornos de puentes y rastrillos mediante tacos de madera o cualquier cosa que valiese para tal fin.
Los pozos eran una dificultad añadida a la hora de intentar la escalada. Su densidad, así como la profundidad de los mismos, hacían muy difícil asentar las escalas, y más siendo de noche. |
4. Las escalas. Estas eran transportadas en carros hasta el glacis, en las cercanías del camino cubierto, donde eran descargadas en el mayor silencio. Tras superar el camino cubierto, los atacantes, previamente divididos en grupos por escalas, bajaban al foso bien haciendo uso de estas o bien mediante las escaleras que solía haber en las contraescarpas. Tras cruzarlo se esperaba la señal de ataque ya que, a fin de disminuir en lo posible el número de defensores en la zona a atacar, previamente se iniciaban las acciones de diversión en diversos puntos de la fortaleza. Toda esta serie de operaciones había que llevarlas a cabo en el silencio más absoluto a fin de no alarmar a los escasos defensores que quedasen en el baluarte, los cuales debían ser prontamente degollados por los primeros asaltantes que lograran coronar el parapeto para que no se pusiesen a berrear como posesos.
5. La disciplina. Una vez que se había logrado introducir en la fortaleza el número de hombres necesario para iniciar el ataque, en todo momento debían permanecer atentos a las órdenes de sus mandos, y no abrir fuego salvo que se les ordenara ya que, como es lógico, los disparos darían la alarma. Cuando se ordenaba finalmente avanzar, los cerrajeros eran los encargados de intentar abrir la puerta más cercana que permitiera al resto del ejército entrar en el recinto. Así mismo, era de vital importancia que el personal no se desmandara e intentaran iniciar el saqueo por su cuenta ya que esto podría disminuir notablemente el número de atacantes hasta el extremo de hacer fracasar la escalada. De hecho, se castigaba con la muerte a los que se separaran del grupo para saquear, incendiar o meter ruido. Esta situación era especialmente proclive a darse cuando lo que se asaltaba era una ciudad fortificada, donde los dineros, los objetos de valor, los víveres y, naturalmente, las mujeres del vecindario hacían muy goloso eso de pasar de combatir y ponerse morado de trincar pasta gansa y violar mocitas.
6. Foso seco, foso inundado. En el primer caso no había problemas en cruzarlo. Pero en el segundo caso se podían presentar dos opciones: si había agua en cantidad había que recurrir a pontones sobre los que apoyar las escalas. Ello implicaba un notable inconveniente, por lo que era preferible intentar la escala si, siendo invierno, el agua del foso se había congelado. Ello permitiría cruzarlo y lanzar las escalas como si se tratase de un foso seco. De ahí que los gobernadores de las plazas provistas de este tipo de fosos tomaran la precaución de hacer romper la capa de hielo cada vez que esta se formara para, de ese modo, poner las cosas difíciles a los atacantes. Para ello no hacía falta hacer salir a nadie, sino que bastaba con arrojar granadas al foso.
Bueno, si esta serie de factores se mantenían bajo el control de los atacantes, las probabilidades de rematar con éxito la jornada eran bastante elevadas. Sin embargo, se podían presentar inconvenientes, como es lógico:
1. El centinela que debía estar dormido como un tronco está despierto como un mochuelo porque la cena le ha sentado como un tiro y tiene una cagalera atroz. Da la alarma. ¿Qué hacemos? Pues agilizar aún más la escalada. En un recinto tan grande y con el grueso de la guarnición entretenida en la otra punta del mismo con las maniobras diversivas del enemigo, era más viable subir a toda prisa, enviar al Más Allá al centinela tras curarle la cagalera rebanándole el gañote y aprestarse a la defensa para que el resto de los compañeros puedan subir al parapeto. Para ello se podía recurrir a los pertrechos presentes en el terraplén del baluarte a fin de formar barricadas e incluso a las bocas de fuego caso de poder apoderarse de las mismas.
2. La guarnición intenta retirarse en buen orden a la ciudadela que hay dentro de la plaza fuerte. Pues hay que cerrarles el paso como sea ya que, si logran encastillarse, podrán hacerse fuertes en ella y retrasar la rendición de la plaza.
3. La guarnición no solo se da cuenta de que el enemigo inicia la escalada, sino que encima disponen de efectivos para intentar rechazarlos. Pues chungo, porque entonces se trata de subir a pecho descubierto. Obviamente, los atacantes cuentan con que sus compañeros hostigarán con fuego de fusilería a los defensores que, encaramados en los parapetos y por ende expuestos al fuego enemigo, intenten rechazar a los ocupantes de las escalas a culatazos y bayonetazos. Además, ya saben que arrojarán granadas al foso para ir diezmando a los que esperan su turno al pie de las escalas. Qué desagradable, ¿no?
4. A estas tres dificultades podemos añadir mil más de lo más variopintas las cuales, aunque fuesen de lo más extrañas o fortuitas, podían hacer fracasar la escalada. En todo caso, era el comandante del ejército asaltante el que debía devanarse los sesos y buscar la solución más adecuada con la máxima prontitud si no quería ver rechazadas a sus tropas y, lo que era peor, verse delatado ante el enemigo y, por ello, imposibilitado de volver a intentar la escalada ya que los defensores estaría sobre aviso.
En fin, como ya hemos visto, las escaladas fueron mucho más allá del medioevo. De hecho, en épocas tan tardías como la última mitad del siglo XIX aún se contemplaba esta acción de guerra como un método válido para apoderarse de una fortaleza. Un buen ejemplo lo tenemos en el grabado inferior, que muestra unas maniobras llevadas a cabo por el ejército inglés en el fuerte Amherst, en Medway, una fortaleza que defendía los astilleros de Chatham de una hipotética invasión gabacha. Cuando su utilidad estratégica dejó de tener vigencia fue usado como campo de prácticas para el ejército de la forma que vemos en el grabado, datado en 1871, en el que las tropas entrenan la escalada en el baluarte del Príncipe Henry. Como se puede apreciar, mientras que la primera oleada se encarama sobre el parapeto, los que les siguen bajan por la contraescarpa del foso y lo cruzan rápidamente. Para cubrir a los asaltantes se han distribuido tiradores a lo largo del borde de la contraescarpa de forma que puedan hostigar a los defensores con fuego de fusilería.
Bueno, ya está.
Hale, he dicho
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