Ballesta pedrera de fabricación italiana datada hacia finales del siglo XV |
Siguiendo con el tema de las ballestas, hoy veremos otra tipología que, por lo general, también es bastante desconocida para la mayoría del personal: las ballestas pedreras. Sí, ya sabemos que las ballestas normales podían disparar, llegado el caso, bodoques y, ya puestos, incluso fragmentos de las vértebras de un cuñado pero, en este caso, hablamos de una ballesta diseñada exclusivamente para disparar piedras o, en sus versiones más tardías, balas esféricas de plomo.
Antes de nada conviene aclarar que estas armas no fueron concebidas para uso bélico y, de hecho, nunca se utilizaron en combate. Eran ballestas concebidas para la caza menor usando como proyectiles pequeños guijarros lo más redondeados posible a fin de mejorar su precisión y que estaban destinados a dejar en el sitio a piezas de pelo y pluma como conejos, perdices, faisanes, palomas y demás volatería. Una de las modalidades de caza que gozaban de más popularidad consistía en el antiquísimo ardid de deslumbrarlas de noche mediante un farol, sorprendiendo a las aves en pleno sueño en las ramas de los árboles. En ese instante en que el pájaro, atontolinado y sin saber por qué leches lo incordiaban de repente, el cazador, armado con una de estas ballestas, apuntaba y le endilgaba una pedrada que sumía al pajarito en un sueño eterno. En el grabado de la derecha, datado en 1622, podemos ver de qué iba la cosa. Un cuñado que se prestase a ello alumbra la copa de un árbol y, con la raqueta que lleva en la mano, derribará a los pájaros que tenga cerca mientras que el cazador disparará contra los que estén más alto. Un criado recoge la cosecha pajaril para luego ponerse de grana y oro a base de pajaritos fritos, en escabeche o como sea.
Este tipo de ballestas surgió hacia el año de 1500, y rápidamente empezaron a gozar de una gran popularidad como arma deportiva. Obviamente, su potencia no tenía nada que ver con las ballestas de guerra ya que solo se requería la suficiente para aliñar a un animal pequeño, lo que las convertía en unas armas ligeras y manejables que podían ser usadas incluso por mujeres y críos. De hecho, incluso se fabricaron modelos para ser usados con una sola mano, a modo de pistolas, como la que vemos en la foto de la izquierda, un ejemplar italiano datado hacia la segunda mitad del siglo XVII.
En lo tocante a su morfología y mecanismos, diferían bastante de sus hermanas mayores. Por de pronto, vemos que su armazón es distinto ya que la parte delantera del mismo, en vez de ser recta y con su correspondiente acanaladura para el virote, es curvilínea. Esto no tenía otra finalidad que impedir que el rozamiento del proyectil contra el armazón supusiera una pérdida de precisión. O sea, la piedra salía limpiamente disparada sin tocar para nada ninguna parte del arma. Por otro lado, estos armazones eran más ligeros y estilizados que los de las ballestas de guerra ya que, obviamente, su uso y la potencia de sus palas no requerían los robustos tochos de madera de las ballestas de guerra. La perilla que vemos al final de la culata servía para apoyarla en el abdomen a la hora de cargarlas, mientras que su característica pirámide situada en el extremo delantero era para clavarla en el suelo en el momento de la carga e impedir que el arma resbalase hacia un lado al tensar la verga.
Dicha verga también era diferente a las de uso militar. Como podemos ver, en vez de una tenían dos. Pero no por la potencia de la pala, sino para poder acoplar entre ambas un cesto similar a los de las hondas. En la foto de la izquierda lo vemos perfectamente. En este caso, el cesto lo conforma una tira de cuero donde se colocará el proyectil, mientras que el enganche se llevará a cabo con las dos lazadas que vemos detrás. Por otro lado, la foto nos permite apreciar que estas cuerdas no se fabricaban a base de tendones, material más resistente destinado a los modelos de guerra, sino de fibras vegetales unidas mediante un sólido entorchado en toda su longitud el cual se enceraba para preservarlo de la humedad ya que, si se mojaba la verga, esta se dilataría y perdería potencia.
En cuanto a sus mecanismos, también diferían. En vez de la típica nuez, el anclaje de la verga se llevaba a cabo mediante un gancho que, a su vez era bloqueado por una leva conectada al disparador. En el gráfico de la derecha podemos verlo. En la parte superior tenemos el gancho visto en sección y en planta, donde se aprecia la ranura donde encaja la leva que lo bloquea. En el centro tenemos el mecanismo montado: la lazada de la verga queda enganchada y la leva ha bloqueado la pieza. Abajo tenemos la secuencia de disparo: al apretar el disparador, la leva oscila hacia abajo debido a la tensión, liberando el gancho. ¿Que por qué no se usaba este sistema con las ballestas de guerra? Pues muy fácil. Porque los virotes usados en las ballestas bélicas quedaban apoyados directamente en la verga, mientras que en este caso el proyectil quedaba dentro del cesto y lo que se enganchaba era la lazada. Por otro lado, la enorme tensión que debían soportar haría que la vida operativa de estas lazadas fuese mínima.
No obstante, este tipo de mecanismo evolucionó con el tiempo ya que las ballestas pedreras perduraron como arma deportiva aún cuando sus hermanas mayores ya habían pasado a la historia en los campos de batalla. Lo podemos ver en el grabado de la izquierda y, como se puede apreciar, han desaparecido tanto el gancho como el tradicional disparador de las ballestas. A lo largo del siglo XVII se implantó un mecanismo de palanca cuyo principio era el mismo de las gafas o patas de cabra de las ballestas de guerra. Una vez enganchada la verga, se bajaba la palanca para tensarla, quedando bloqueada con la anilla que vemos en el círculo rojo. Y para efectuar el disparo bastaba apretar el botón señalado con la flecha, que liberaba el gancho. Este sistema permitió aumentar de forma notable la potencia de las palas ya que, obviamente, este mecanismo ejercía mucha más fuerza que los dedos.
Por último, solo nos resta estudiar su sistema de puntería que, en este caso, era increíblemente sofisticado y más si tenemos en cuenta que las ballestas de guerra carecían de ellos, y los ballesteros debían recurrir al tiro instintivo. En el grabado de la derecha tenemos en primer lugar el alza, la cual iba instalada sobre los mecanismos de disparo. Dentro del círculo vemos la muesca que el tirador debía alinear con el punto de mira que vemos al lado. Esta pieza, colocada al final del armazón, tenía forma de U y era lo suficientemente ancha como para permitir holgadamente el paso del proyectil. Pero lo verdaderamente curioso es su preciso sistema de regulación. Como vemos, un fino cordel provisto de un nudo o una bolita de bronce en el centro del mismo llevaba en cada extremo sendas lazadas que quedaban enganchadas en unas muescas. Para alargar o acortar el tiro bastaría con bajar o subir el punto. O sea, el sistema inverso que se sigue actualmente ya que lo que regulamos hoy día es el alza mientras que el punto de mira permanece fijo.
Las ballestas pedreras acabaron evolucionando hacia las denominadas como ballestas de balas, armas estas que también gozaron de gran popularidad para uso cinegético y como armas de salón, especialmente en Alemania e Inglaterra. De hecho, estuvieron en uso hasta bien avanzado el siglo XIX si bien las dos únicas diferencias notables con las pedreras consistían en la adopción de un gatillo convencional y la en la modernización de los armazones, que adoptaron una morfología similar al de cualquier ballesta moderna. Por lo demás, siguieron usando el sistema de carga mediante palanca, los mismos elementos de puntería e incluso la doble cuerda. En el grabado superior podemos ver el aspecto de una de estas ballestas de bala que, como anticipamos al inicio de la entrada, disparaban balas esféricas de plomo. Según podemos apreciar, conservan el mismo sistema de puntería y la carga mediante palanca si bien en este caso dicha palanca queda oculta en la culata una vez cargada el arma. Dicho proceso de carga podemos verlo en el detalle del grabado.
Bueno, pues ya conocen vuecedes una tipología de la que, posiblemente, nunca habían oído mentar, así que no se acostarán sin saber una cosa más, amén de los amenes.
Hale, he dicho
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