No, no va de coña ni es una inocentada como la de hace tres años en las que Marcelino, Marcelo y Marciano se ofrecieron amablemente a prestar sus extrañas jetas para la bromita anual (el que la quiera ver puede hacerlo pinchando aquí y aquí, por ese mismo orden). Observen vuecedes la imagen de la izquierda. ¿No parece talmente una tostadora con mala leche? Algo así fue lo que se me pasó por la cabeza la primera vez que vi ese chisme en un Bellifortis. En un alarde de sagacidad me dije a mí mismo: es una tostadora medieval que se calienta a golpe de manubrio y los ganchos son para impedir que el pan salga disparado y, conforme a la Ley de Murphy, acabar con la manteca colorá estampada en el gres de la cocina. Cualquiera me preguntaría por qué razón no intenté leer el enunciado de la ilustración pero, ¡ay, hijos míos!, la gran mayoría de esos tratados solo traen dibujos, y las pocas veces que contienen texto está en alemán medieval (tócate el níspero, como decía el eximio Jaime Campmany) o están en clave. Algunos están redactados en latín y, si uno es capaz de entender la engolada letra gótica de los copistas de la época, pues igual te enteras de algo. Pero, en este caso, ni latín ni leches. La interpretación queda a la imaginación del lector, lo que no es cosa baladí ya que, como he comentado más de una vez, el mismo dibujo puede contener varias perspectivas o, simplemente, el ilustrador lo ha copiado como le ha dado la real gana o como Dios le ha dado a entender.
Bien, la cuestión es que la puñetera tostadora esa me traía por la calle de la amargura, y no era capaz de interpretar su uso hasta que un día, Dios sea loado, por fin di con la clave. Era una versión de un ingenio denominado garrote que no tenía nada que ver con las estacas ni con el ancestral instrumento hispano para ejecutar reos de muerte. A la derecha pueden vuecedes ver su aspecto y, como ya podrán imaginar, se trata de una máquina diseñada para lanzar proyectiles mediante la fuerza de una palanca. El conde de Clonard la describe en su monumental obra "Historia Orgánica de las Armas de Infantería y Caballería", incluyéndola en la misma familia de los fundíbulos ya que, al fin y al cabo, la energía para lanzar el proyectil la proporcionaba un brazo de palanca que, en este caso, era accionado a mano en vez de por un contrapeso debido al pequeño tamaño de la máquina.
En el gráfico superior podemos ver una ilustración en la que he interpretado la máquina de una forma lo más realista posible, así como su funcionamiento. Sobre un robusto soporte de madera se instalaba un rodillo provisto de una palanca que, cuanto más larga fuera, más energía sería capaz de imprimir. El proyectil se sujetaba mediante un gancho unido a una gruesa correa de cuero que se fijaba a la palanca por los orificios que vemos en el detalle superior, o bien mediante una hebilla. El motivo de permitir regular la longitud de la correa no era otro que variar el ángulo de tiro: cuanto más larga fuera, el proyectil tendría una trayectoria más parabólica y, por ende, un alcance menor. Una vez enganchado el proyectil, que por la morfología de la máquina debían ser por lo general de tipo incendiario, se basculaba la palanca hacia abajo con fuerza, haciendo salir disparada la granada, carcasa, pote o cualquier otro invento para hacerle la puñeta al enemigo. Obviamente, al ver la configuración del garrote se me encendió la bombilla de bajo consumo de los descubrimientos importantes y lo asocié rápidamente con la tostadora asesina que, en realidad, era un chisme similar pero con un mecanismo diferente.
Garrote de manivela según Von Eyb. Esta máquina es la que he usado como fuente para la recreación |
En cuanto a su uso táctico, colijo que eran ingenios diseñados para ser usados desde las fortificaciones y no contra ellas. Para hostigar un castillo había un amplio surtido de máquinas sumamente eficaces- más potentes con diferencia-, pero casi todas imposibles de emplazar en una fortaleza por su excesivo tamaño. Sin embargo, tanto el garrote como la tostadora asesina eran de unas dimensiones muy adecuadas para ubicarlas en adarves o azoteas, desde donde se podían lanzar infinidad de artificios incendiarios a mucha más distancia de la que cualquier persona podría alcanzar. No he podido obtener datos al respecto, pero es más que evidente que su alcance no debía ser precisamente despreciable. Por lo demás, estas máquinas eran fáciles de construir y su rendimiento no estaba supeditado a cambios de temperatura o humedad, como ocurría con los ingenios que funcionaban mediante mecanismos de torsión a base de crines o fibras vegetales que, con un simple chaparrón, perdían gran parte de su potencia. Y en lo tocante a su manejo, bastarían apenas dos hombres para obtener de ellas un rendimiento más que aceptable, así como una cadencia de tiro bastante rápida. De ese modo, podían brasear bonitamente a multitud de enemigos desde lo alto de las murallas rociándolos con el extenso surtido de mixturas incendiarias de la época o, en el peor de los casos, con una simple pella de estopa empapada en brea.
Bueno, se acabó lo que se daba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.