miércoles, 13 de enero de 2016

Alabardas italianas


Tropas suizas manteniendo un interesante debate entre paisanos. Se
pueden observar como algunos alabarderos descargan sus armas contra
los enemigos como si de un hacha se tratase. Su peso y la energía que
permitía imprimir su asta tenían efectos demoledores.
Hacia finales del siglo XV, la alabarda empezó a gozar de una gran difusión en la miríada de señoríos, ciudades estado y demás particiones territoriales que componían la península itálica. Estas armas, que desde mucho tiempo antes habían mostrado su eficacia en manos de infantería bien entrenada a la hora de detener las arrolladoras cargas de caballos coraza, se paseaban por toda la Europa dejando claro a propios y extraños que su diseño estaba especialmente logrado, no solo para su finalidad primigenia, sino también para combatir infante contra infante. Su masiva hoja producía tremendas heridas de corte, y su pica era capaz de traspasar una armadura caballeresca dejando a su propietario muy compungido al ver que se había gastado un dineral en la misma para, al final verse aliñado vilmente a manos de un villano.

La cuestión es que antes de la época indicada, las alabardas eran en Italia un arma con una difusión prácticamente nula, lo cual no deja de ser curioso ya que, teniendo por vecinos a los belicosos suizos, tardaron su tiempo en fijarse en la que era su arma más representativa. No obstante, las alabardas que se comenzaron a fabricar en Italia mostraban una serie de diferencias notables respecto a los cánones habituales, las cuales podremos apreciar mejor si observamos la foto de la derecha. En el centro aparece una alabarda italiana datada hacia el siglo XVI flanqueada por una alabarda alemana de la misma época y una bisarma inglesa. He añadido esta última porque, curiosamente, la protagonista de la entrada de hoy también contiene elementos de esta última tipología y, aunque por norma son consideradas como alabardas, ciertamente tienen algún ramalazo de las armas derivadas del hocino. Uno de ellos son los dos pequeños petos situados en la base de la hoja, destinados a detener golpes de armas enemigas, elemento del que carecen por norma las alabardas convencionales. De estas tomaron el peto trasero curvo, cuya finalidad, como ya sabemos, era enganchar y derribar jinetes, y una hoja de generosas dimensiones si bien mucho más ligera y estilizada, más en la línea de la bisarma tal vez.

Por otro lado, donde quizás tendríamos las dos diferencias más notables serían en la pica y las barretas de enmangue. Si observamos la foto de la izquierda, veremos que, por norma, la pica de esta tipología es en forma de hoja de espada con el añadido de una generosa nervadura que corre longitudinalmente a lo largo de ella. Así mismo, la pica está situada en el eje coaxial del arma mientras que en el caso de la alabarda- en forma de prisma cuadrangular en las tipologías contemporáneas a la que nos ocupa- suele estar desplazado, en algunas ocasiones de forma muy acusada. En cuanto a las barretas, en las alabardas siempre aparecen a continuación de las caras de la hoja, mientras que en las italianas partían de la parte anterior y posterior de la misma. 

Esta nervadura debía proporcionar una extraordinaria rigidez a la pica, haciéndola capaz de penetrar en las cada vez más resistentes armaduras de aquella época. Recordemos que a lo largo del siglo XVI, la metalurgia había avanzado notablemente, permitiendo fabricar aceros de una resistencia muy superior a la de un siglo antes. A la derecha tenemos varios ejemplos. Las tres primeras picas, de izquierda a derecha, pertenecen a alabardas convencionales de distintas épocas. Como vemos, todas tienen una sección romboidal o cuadrangular, siendo la que aparece en tercer lugar la más evolucionada. En último lugar podemos observar la pica de una alabarda italiana con su característica nervadura que la diferencia de forma palpable de sus primas. En cuanto a las dimensiones de esta tipología, por lo general rondan los 60-70 centímetros en total, y alcanzan un peso de entre 2 y 2,5 kilos.

Pero además de diferenciarse de las alabardas convencionales, también hubo un pequeño subgrupo del que se conservan algunos ejemplares en los que se pueden observar algunas características que las distinguen de sus hermanas.  Hablamos de las denominadas como "alabardas de escorpión", llamadas así por la marca o punzón del fabricante que aparece en las hojas y que muestra uno de esos crueles animalitos de forma bastante esquemática. A la izquierda podemos ver las diferencias respecto a una alabarda italiana normal, en este caso un ejemplar atribuido al armero napolitano Bernardino da Carnago y fabricada hacia finales del siglo XV, cuando este tipo de armas empezó a ganar popularidad en Italia. La del escorpión muestra un peto recto hacia la mitad del reverso de la hoja con las típicas muescas destinadas a trabar las armas enemigas, prácticamente idéntico al que usan las bisarmas. Este ejemplar debe ser un modelo perteneciente a una época más temprana ya que no muestra el gancho superior para derribar jinetes o, tal vez, puede que fuese un diseño por encargo de alguna milicia local o señorial.

A la derecha tenemos un ejemplar datado hacia 1530 cuya morfología, como salta a la vista, se corresponde con la de sus hermanas mostradas anteriormente. No obstante, también presenta el peto recto con muescas que al parecer eran típicos de este fabricante, cuyo punzón podemos ver mejor en el detalle. Este ejemplar en concreto se conserva en el Metropolitan Museum de Nueva York. En lo referente a la decoración de este tipo de armas, eran habituales los punteados formando líneas cerca de los bordes. Otro tipo de decoración más elaborada consistía en unas escenas bastante difundidas en aquella época en las que aparecían zorros ladrando a los perros o conejos cocinando a estos últimos, pervirtiendo así el orden natural de las cosas. Por lo visto, había bastante afición durante la Baja Edad Media y el Renacimiento por este tipo de escenas extraídas de refranes de aquellos tiempos, quizás en referencia a que, con su alabarda, un simple peón podía vencer a un caballero de la misma forma que el conejo acababa asando al perro.

En cuanto a sus efectos, podemos suponer que debían ser similares a los de las alabardas convencionales si bien la forma de su filo le restaría contundencia como arma de corte. Sin embargo, un golpe propinado con el saliente superior de la hoja podría causar verdaderos estragos, algo similar a lo que vemos en la foto de la izquierda. Como vemos, el cráneo muestra una hendidura relativamente corta pero de cierto grosor que podría haber sido producida con algo con una morfología similar, como por ejemplo el gancho trasero de una de estas alabardas o de sus parientes cercanas. Sea como fuere, el dueño de esta osamenta entregó la cuchara el 22 de julio de 1499 durante la batalla de Dornach, en la que los suizos dieron estopa en cantidad a las tropas del Sacro Imperio tras un violento cambio de impresiones que duró bastantes horas. Para interesados en destrozos y apiolamientos brutales, sírvanse pinchar aquí y aquí. Como colofón, señalar que estas armas estuvieron en uso durante todo el siglo XVI y prácticamente todo el XVII, lo que parece indicar que los italianos le tomaron bastante cariños a sus alabardas.

Bueno, se acabó lo que se daba.



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