martes, 19 de enero de 2016

Heridas de guerra: ensañamiento y remate II


Detalle de la batalla de Dornach (1499) que muestra como las tropas suizas persiguen y rematan a los heridos

Escena de una batalla de "Der Weisskunig". El que caía en ese marasmo
no se volvía a levantar.
Bueno, tras limpiar concienzudamente la pantalla y el teclado de los restos de vísceras y cerebros de la entrada anterior, proseguiremos dando un somero repaso a las escabechinas con que nuestros belicosos ancestros dirimían sus diferentes puntos de vista. En la entrada de hoy estudiaremos los restos que indican como eran rematados los caídos en combate, así como un detalle que merece la pena reparar en él, y no es otro que la rápida acumulación de heridas perimortem. Me explico: cuando alguien recibe una herida de cierta gravedad cae y es rematado, lo que implicarían dos heridas, tres a lo sumo. Sin embargo, ya hemos visto que se producían incluso más de una decena, y eso que no han quedado rastro de las recibidas en las partes blandas del cuerpo, lo que supondría que un caído podría acumular quince, veinte o más golpes antes de ser definitivamente dado de baja. ¿Cómo era posible ensañarse de esa forma con alguien? Solo encuentro una explicación, y no es otra que se juntaban varios para masacrar a uno solo. Esto desterraría la errónea creencia por parte de muchos de que en las batallas se enfrentaban los adversarios por parejas, como vemos en las películas, y que lo cierto es que el combate era una vorágine de muerte y mala leche en donde todos luchaban contra todos, y si uno veía que un camarada acababa de abrir la cabeza a un enemigo aprovechaba y le endilgaba un tajo con su espada mientras que otro compañero le clavaba la pica de su alabarda en la ingle y otro más descargaba su maza contra el cráneo. Resultado, cuatro heridas tremendas antes de que al occiso le diese tiempo siquiera a declararse muerto. Veamos un ejemplo...

El cráneo que aparece en la parte inferior de la ilustración recibió seis heridas, pero tres de ellas son las verdaderamente significativas: en primer lugar tenemos una hendidura cuadrangular en el parietal izquierdo, producido con seguridad con el pico de un martillo de guerra. Esa herida ya era mortal de por sí. Luego tenemos un tajo de espada que le cercenó el occipital y que, al igual que la anterior, era mortal y de efectos fulminantes porque alcanzaría el bulbo raquídeo. Pero aún hubo tiempo de asestar un tercer golpe fatal que vemos a la derecha: un tajo propinado con una alabarda le "afeitó" literalmente la cara, segándosela desde la órbita izquierda hacia abajo y arrancando el arco cigomático, el maxilar superior izquierdo, la apófisis frontal del mismo lado y, en definitiva, media jeta. El corte empieza en la línea de puntos, y terminaría en el cuello. Pero la cuestión es que, por los ángulos de estos tres golpes, podríamos dar por sentado que los recibió antes de caer en una sucesión muy rápida, siendo el de la alabarda el último por razones obvias. En definitiva, a este desdichado lo aliñaron en un periquete sin haber tenido la más mínima oportunidad.

También vemos bastantes casos que muestran una herida más o menos grave y otra absolutamente definitiva, como es el caso de la derecha. Según podemos observar, el cráneo presenta una hendidura de 6 cm. de largo por 5 mm. de ancho en el parietal izquierdo que, por su ángulo, fue producida por detrás. El arma fue una alabarda o un arma similar ya que la hendidura no muestra un corte limpio, propio de armas afiladas, sino todo lo contrario. Los 6 cm. de largo demuestran que fue un golpe asestado con el pico de la misma, no con la hoja. Cuando el hombre cayó boca abajo, prácticamente muerto antes de tocar el suelo, su enemigo lo remató con otro golpe, esta vez con la hoja de su arma, que le cercenó el occipital hasta más allá del foramen magnum, o sea, le cortó la cabeza por la mitad.

A la izquierda vemos otro caso similar: una hendidura de 73 mm. de largo por 7 de ancho prácticamente idéntica a la que hemos visto en el párrafo anterior. Sin embargo, en este caso el remate se efectuó con la pica de la alabarda, introduciéndola por la parte trasera del cuello, bajo la base del cráneo, y empujando hacia arriba. Es el boquete que aparece a la derecha del foramen magnum. Como vemos, se repite la misma pauta: herida muy grave o mortal y remate en el instante en que el herido cae al suelo o en los momentos inmediatamente posteriores a la conclusión de la batalla. No obstante, me inclino a pensar que el remate debía ser inmediato ya que alguien con un pico de alabarda metido en el cráneo no vivía el tiempo suficiente para que un enemigo pensara que le quedaba un hálito de vida tras el combate.

Y buena prueba de que se aseguraban el deceso del caído es el ejemplo de la derecha, que muestra un tremendo tajo de espada que se llevó literalmente la tapa de los sesos. Luego, un golpe postrero de alabarda le hizo el mismo "afeitado" que vimos anteriormente y que le arrancó media cara como si tal cosa. Y digo arrancó y no cortó porque las alabardas no presentaban filo, o al menos no un filo similar al de una espada. Estas armas hendían como consecuencia de su propia masa y la energía cinética que le imprimía el que la empuñaba, por lo que el destrozo era aún mayor. Es como la cornada de un toro, producida con un asta totalmente roma pero que penetra como si fuera un cuchillo en mantequilla a causa de la enorme fuerza que le imprime el animal.

En cualquier caso, lo que sí es evidente es que a los caídos los remataban sin más contemplaciones. En una época en que los heridos propios eran un incordio no se iban a parar a cuidar a los ajenos, así que los pasaportaban sin más historias de forma rápida y expeditiva para, aparte de dejar de escucharlos berrear, poder expoliar sus cadáveres antes de que otro colega se apoderada de sus pertenencias, costumbre esta habitual sin reparar en categorías sociales. Al enemigo muerto se le dejaba en cueros, y sus armas, vestimenta y demás cosas aprovechables cambiaban de mano rápidamente. El muerto al hoyo y el vivo al bollo, era lo que había.Y, como vemos en la ilustración superior, este ciudadano solo presentaba una herida en la cabeza, y no es otra que una similar a la anterior producida con la pica de una alabarda. Es un tipo de herida bastante recurrente, propia además de gente que conocía su oficio y sabían donde había que hincar el hierro para producir una muerte instantánea sin tener ni idea de anatomía. Pero clavando en ese sitio en dirección hacia el centro de la cabeza se alcanza el cerebelo, situado justo debajo del cerebro, y adiós muy buenas en el tiempo que dura un pestañeo.

Esta muestra un remate similar a pesar de que, previamente, le reventaron todo el lado izquierdo de la cabeza (la hendidura que vemos el occipital es consecuencia del golpe principal, o sea, una grieta producida por la presión). Sin embargo, también presenta una hendidura junto al foramen magnum, si bien en este caso es muy pequeña y con forma cuadrangular. El arma que la produjo no podía ser otra que un martillo de Lucerna, un arma muy usada por los suizos y provista, como vemos en la imagen, de una larga y fina pica de sección romboidal o cuadrangular. Y, también como en los ejemplos anteriores, la hendidura muestra que el ángulo del golpe fue en dirección al cerebelo. En definitiva, perdieron el tiempo rematando a este desgraciado porque el boquete que tenía era complicado de curar.

Escena de la batalla de Calven (1499). En primer
término vemos como un peón remata a un caballero
caído asestándole un hachazo en la cabeza
En fin, dilectos lectores, las guerras siempre han sido unos eventos sumamente desagradables, y participar en una batalla no tenía nada que ver con los tópicos que la mayoría suele tener presente: caballerosidad, gallardía, etc. No, nada de eso. En las batallas medievales, como se ha dado cumplida cuenta en las entradas dedicadas a estas cuestiones tan sanguinarias, no se respetaba a nadie, y solo los más diestros, los más fuertes y los más listillos eran los que salían vivos del brete. También los que chaqueteaban y se largaban del campo del honor antes de empezar la fiesta, pero esos mejor no volvían a casa porque, de hacerlo así, los prebostes se encargarían de hacerle saber que eso de poner tierra de por medio y dejar en la estacada a los compañeros estaba muy feo y, sin más prolegómenos, lo colgaban de un árbol por menguado, cobarde, traidor y bellaco. Pero lo que sí creo que ha quedado claro es que el ensañamiento y el remate eran las pautas habituales por aquello de que no hay mejor enemigo que el enemigo muerto, y el que era exterminado no volvería a presentar batalla con toda certeza.

Bueno, hora de irme a sobar, que mañana es solo martes.


Rematando heridos que, en este caso, no son simples peones sino caballeros. A pesar de ello, los enemigos, aún siendo
de su mismo rango, no dudan en finiquitarlos sin ningún tipo de miramientos, como hizo Enrique V en Azincourt



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