Por regla general, la mayoría de las "personas humanas" suelen tener en sus magines una determinada visión de las batallas navales de antaño, cuando los imponentes y poderosos navíos erizados de cañones se daban estopa bonitamente por todos los mares del mundo. Dicha visión viene a ser similar al cuadro que vemos en la foto de cabecera: mogollón de barcos aparentemente detenidos en mitad del océano machacándose literalmente a cañonazos hasta que arríen la bandera o, simplemente, se vayan a pique y sus tripulantes mueran como auténticos y verdaderos héroes. Sin embargo, lo que vemos en ese y otros tantos cuadros que reflejan tan desaforados cambios de impresiones entre flotas enemigas son más bien una especie de instantánea realizada en una época en que las cámaras de fotos aún no podían inmortalizar esos belicosos eventos. O sea, que los participantes en la batalla no se estaban quietecitos sino más bien todo lo contrario, condición sine qua non para salir razonablemente enteros del brete o incluso victoriosos. En definitiva: un barco detenido quedaba a merced de sus enemigos, los cuales aprovechaban la ocasión para cebarse con él y triturarlo hasta obligarlo a rendirse o, de lo contrario, hundirlo en la inmensa tumba que es el mar. La foto superior es una clara muestra de ello, en la que se ve como un navío gabacho desarbolado es acosado por naves inglesas (Dios maldiga a Nelson y, de paso, al enano corso), las cuales lo están achicharrando a su sabor.
Y es que esa una de las dos formas de impedir que un barco pudiera maniobrar durante la batalla para lograr colocarse en una posición ventajosa: destruir la arboladura, las jarcias, flechaduras y demás aparejos. Sin jarcias no se podían manejar las velas, sin flechaduras los marineros no podían subir a los mástiles para largar o plegar velas, y sin mástiles mejor te pegabas un pistoletazo en el cerebro y te ahorrabas la humillación de tener que entregar la espada al capitán enemigo. La otra era endilgarle un certero cañonazo al timón, pero lo que seguro que dejaba inmóvil a un barco de vela es quedarse sin velas, obviamente. De ahí que, a lo largo de esa época tan movida en la que se descubrían nuevas tierras y se creaban imperios como jamás viose, los cerebros de los artilleros urdieran la forma de chingarle al enemigo su arboladura completa para, de ese modo, cañonearlos bonitamente con balas creadas para tal fin. Así pues, de ese curioso tema se hablará en la entrada de hoy ya que, en su momento, se tocó de forma muy superficial y es una cuestión que merece ser detallada más a fondo.
Cañón de 12 libras. Como se puede ver, no por ser una pieza menor era precisamente despreciable: su calibre era de 152 mm., lo que no es moco de pavo |
Bien, vamos al grano. Como creo ya se explicó en su momento, la artillería de un navío se distribuía en los puentes de la siguiente forma: la de mayor calibre se emplazaba en el inferior ya que era la más potente y la que podía abrir una vía de agua en los gruesos cascos de roble enemigos. De ahí para arriba, en función del número de puentes que tuviera el navío, el calibre se iba reduciendo hasta que se llegaba a la cubierta, armada con cañones de pivote para barrer a las tripulaciones enemigas a base de metralla y cañones de entre 6 y 12 libras, que eran además los únicos que tenían ángulo de tiro para poder batir la arboladura de la nave enemiga. Estas piezas, aparte de las pelotas macizas convencionales disponían de una abundosa dotación de diferentes tipos de balas especialmente concebidas para destruir la arboladura y la jarcia de su adversario y que era cargada en función de las órdenes recibidas en cada momento. Veamos pues las diferentes tipologías al uso.
En la ilustración superior tenemos una serie de balas encadenadas, el tipo de munición más habitual y usada prácticamente por todas las marinas occidentales de la época. Aquí se ha hecho una selección de los modelos más frecuentes ya que se podrían encontrar decenas de variantes que, al cabo, daban un resultado similar. Su funcionamiento era bien básico: una vez salían por la boca del cañón, los dos extremos se separaban tanto como les permitía la longitud de la cadena girando como las aspas de un helicóptero, por lo que ya podemos imaginar sus efectos, no ya sobre las jarcias, sino sobre los tripulantes que pillaba por medio. No obstante, este tipo de munición, así como las que veremos a continuación, no se solían emplear contra personas ya que para estos se reservaban los pedreros cargados con pedernales, los botes de metralla y los fusileros y granaderos emplazados en las cofas, desde donde producían gran cantidad de bajas. Veamos los distintos tipos:
A- A1: Bala formada por dos semi-esferas, las cuales se encajaban mediante los orificios y tetones que llevan en sus caras planas. En A1 vemos su aspecto tal como era introducida en el cañón, quedando la cadena hacia la parte de fuera mientras que la bola era apoyada en el taco y la carga de pólvora.
B: Tipo similar, en el que solo varía la forma de encaje de las dos semi-esferas. En este caso se trata de un orificio-tetón centrales y otros más pequeños desplazados a un lado.
C-C1: Otro sistema parecido a los anteriores. En este caso, el encaje se llevaba a cabo mediante las dos cuñas laterales. Como se ve, las argollas de la cadena están descentradas respecto a las cuñas para que no coincidan cuando se cierra la bala y no se estorben entre ellas. Este tipo de acople era habitual en la armada sueca.
D: Bala encadenada formada en este caso por dos balas esféricas. Se cargaba dejando la cadena entre ambas pelotas.
E: Otro tipo de bala formada por cilindros rematados por semi-esferas.
F-F1: Curioso ejemplar este, formado por dos cilindros unidos por dos grandes eslabones. Se forma de carga era similar a los anteriores, quedando la cadena entre los dos cilindros que forman el conjunto del proyectil.
G-G1: Bala encadenada formada por dos semi-esferas huecas. En este caso la cadena quedaba dentro de las mismas cuando se unían para proceder a la carga. Por ello, su aspecto era en apariencia como el de una pelota maciza normal antes de ser disparada.
Conviene señalar un detalle válido para algunas de estas tipologías, y es que de los tipos A, B y C se fabricaban también con cuatro ramales, o sea, formando una cruz tal como vemos a la derecha. Obviamente, este sistema no se podía adoptar cuando se trataba de balas esféricas ya que estas no podrían introducirse en el cañón. Las señaladas, al ser medias esferas, es como si se cargaran dos bolas con una cadena entre ambas. Con todo, ya podemos imaginar los efectos de una de esas balas que, aunque muy imprecisas, a las distancias habituales en los combates navales de la época eran muy válidas para llevarse por delante las batayolas tras las que se parapetaban los marineros o los infantes de marina que servían a bordo.
Las que vemos a continuación son balas enramadas las cuales, como se puede apreciar, son como las anteriores con la diferencia de que, en vez de estar unidas mediante una cadena, lo están por una barra articulada. Dicha barra permitía unir las dos semi-esferas de que se componían estos proyectiles, en los que no se podía usar otro tipo de bala. O sea, que las macizas no eran válidas en este caso. Su empleo era idéntico a las balas encadenadas, así como sus efectos. Un detalle que debemos tener en cuenta es que este tipo de munición no podía por sí mismo echar abajo uno de los enormes mástiles de un navío de línea, que podían tener más de un metro de diámetro, pero sí ir minando su resistencia arrancándole enormes astillas. Esto, ayudado con el mismo peso del mástil más los impactos directos con pelotas macizas podían terminar por echar abajo cualquiera de los tres palos principales de uno de estos barcos, en cuyo caso quedaba literalmente vendido a sus enemigos. Y ya puestos, si una bala de estas entraba por el espejo de popa podía barrer un puente de cabo a rabo, llevándose por delante a todo el que pillara en su mortífera ruta y produciendo mutilaciones horripilantes. Por lo demás, la A-A1 la conforma dos medias esferas lisas, sin muescas ni tetones de encaje. La B-B1 presenta dos semi-esferas con cuñas como la que vimos más arriba. La unión de las dos mitades a los ramales se ha efectuado mediante el soldado de las dos medias balas a sendos cinchos, lo que robustece aún más su estructura y, por ende, su eficacia.
Una variante de las balas enramadas eran los angelotes o ángeles, los cuales también estaban unidas por dos barras si bien mediante sendas argollas colocadas al final de cada una de ellas de forma que, en vez de desplegarse, se extendían. Eso permitía, llegado el caso, usar pelotas en vez de semi-esferas como hemos visto en el caso de las enramadas, si bien la morfología habitual era la que vemos en el ejemplar de la izquierda, el cual podemos ver tanto plegado como desplegado. El que vemos a la derecha lo forman dos cilindros con las barras mucho más cortas. Los angelotes eran una munición muy usada en la armada española por su terrible eficacia contra los mástiles enemigos, a los que podía arrancar de cuajo grandes trozos. En cuanto a su peculiar denominación, al parecer proviene de su hipotética semejanza con las alas de los ángeles al abrirse, y ciertamente la comparación de esos celestiales seres con esos mortíferos artefactos son una preclara muestra del característico humor negro tan propio de los españoles.
Una variante de las balas enramadas eran los angelotes o ángeles, los cuales también estaban unidas por dos barras si bien mediante sendas argollas colocadas al final de cada una de ellas de forma que, en vez de desplegarse, se extendían. Eso permitía, llegado el caso, usar pelotas en vez de semi-esferas como hemos visto en el caso de las enramadas, si bien la morfología habitual era la que vemos en el ejemplar de la izquierda, el cual podemos ver tanto plegado como desplegado. El que vemos a la derecha lo forman dos cilindros con las barras mucho más cortas. Los angelotes eran una munición muy usada en la armada española por su terrible eficacia contra los mástiles enemigos, a los que podía arrancar de cuajo grandes trozos. En cuanto a su peculiar denominación, al parecer proviene de su hipotética semejanza con las alas de los ángeles al abrirse, y ciertamente la comparación de esos celestiales seres con esos mortíferos artefactos son una preclara muestra del característico humor negro tan propio de los españoles.
Estas de la derecha, denominadas balas de estrella, eran una tipología más compleja basada en las dos anteriores. Como es más que evidente, buscaban magnificar sus dañinos efectos aumentando el número de proyectiles unidos a las cadenas o barras que los mantenían unidos. La A es especialmente sofisticada, ya que consta de cuatro gajos huecos que se agrupaban en torno a un núcleo al que estaban unidos mediante sendas cadenas. Una vez unidos los gajos, tal como vemos en A1, su aspecto era el de una pelota normal. Sin embargo, al abrirse formaba una aspa que giraba a una endiablada velocidad y cuyos gajos se convertían en temibles cuchillas. La B está conformada por tres segmentos triangulares formando una semiesfera cuando se unen. Al abrirse se convertía en un aspa de tres brazos tal como vemos en B1. Una variante de este tipo de bala la tenemos en C, que consta también de tres partes que, en este caso, proceden de un cilindro. Es como si se dispararan quesitos en porciones, vaya.
Las balas estrelladas tenían una serie de variantes aún más devastadoras, las cuales podemos ver a la izquierda. Estaban armadas con afiladas cuchillas que se abrían al ser disparadas y que tenían unos efectos terroríficos contra las jarcias de cualquier barco, y no te digo contra los cuerpos de los tripulantes que se pusieran en su camino si bien, insisto, estas municiones no se usaban ex-profeso contra personas salvo contadas excepciones. La A es quizás la más sofisticada ya que consta de cuatro brazos articulados montados en una semi-esfera, los cuales se despliegan tras el disparo según vemos en A1. No habría aparejo en cualquier barco que quedase indemne tras el paso de ese chisme. La B era menos pretenciosa pero no por ello mucho menos efectiva. La conforma una pelota con una acanaladura central en la que están montadas dos cuchillas que estaban plegadas antes del disparo. Tras producirse este, ambas se abrían hacia los lados y comenzaban a girar. Esta me recuerda a las bolas aquellas que salían en la peli esa de Phantasma, que tanto acojonó al personal hace ya años con el "hombre alto" aquel, que era siniestro de cojones. En cuanto a la C, eran dos semi-esferas unidas por un remache pasante que permitía a ambas girar libremente. En cada mitad llevaba un barrote terminado en punta los cuales se abrían al girar de la forma que vemos en C2. Este tipo de bala estaba en dotación en el Vasa, el conocido buque sueco que se fue a pique en el mismo instante de su botadura. Creo que al que lo construyó aún andan buscándolo.
Las que vemos a la derecha son quizás las más conocidas. Se trata de las denominadas como palanquetas, y consistían en dos balas unidas mediante una barra. Estas eran muy efectivas contra los mástiles, y aunque tenían, al igual que las anteriores, bastante menos alcance que una bala normal, sus efectos contra la arboladura eran bastante significativos. La A es un modelo francés, formado por dos semi-esferas. Las B y C son palanquetas españolas, que se caracterizaban por estar formadas por dos balas completas. Las D y E son las que usaban los británicos, y en este caso eran simples prismas o conos unidos por una gruesa barra. Este tipo era al parecer el más preciso en lo que a palanquetas se refiere, por lo que la armada española acabó haciendo uso de ellas. En cuando a la F es un tipo similar al español, pero con las balas cilíndricas.
Por último, solo nos resta mencionar las balas incendiarias. Como puede que muchos recuerden, alguna que otra vez se han mencionado las balas rojas, es decir, pelotas calentadas al rojo a base de enterrarlas en brasas colocadas en los pequeños hornillos fabricados para tal finalidad. Sin embargo, las balas rojas no solían ser empleadas en los barcos por el enorme peligro que conllevaban, siendo su uso habitual en fortalezas costeras contra navíos. Pero el hecho de que en los barcos se temiera más al fuego que a un brote de escorbuto- entrar sin permiso en la santabárbara del barco con un simple farol implicaba ser ahorcado ipso-facto-, eso no quería decir que se despreciara el uso de balas incendiarias, sino todo lo contrario. Pero en vez de arriesgarse a que con los vaivenes de la nave, o como consecuencia de un impacto de la artillería enemiga, se desparramasen los carbones de un hornillo, pues se recurría a balas como la que vemos en la ilustración superior. Este tipo de bala tenía además la ventaja de que no requería operaciones o instrumentos especiales para su manejo ya que el proceso de carga del mismo no entrañaba ningún riesgo.
Cuadro que presenta el momento en que una batería flotante española explota al ser alcanzada por una bala roja disparada por la artillería inglesa durante el asedio a Gibraltar |
Como vemos, se trata de una simple pelota atravesada por un enorme clavo cuya finalidad no era otra que quedarse hincado en el blanco en vez de atravesarlo, pudiendo de ese modo prenderle fuego con más seguridad. Para ello, la bala era envuelta en trapos empapados en cualquier substancia incendiaria o combustible que se prendía con el mismo fogonazo del disparo, y para que no atravesara su objetivo, restándole así eficacia, se reducía la carga. Esto, unido al clavo que, además, impedía a cualquier extraerlo como no fuera a hachazos, facilitaba enormemente la propagación de fuego en la nave enemiga. Y si por suerte éste alcanzaba la santabárbara, pues el barco en cuestión, así como todos sus tripulantes, causaban baja instantánea en el mismo momento en que la nave saltaba convertida en astillas por obra y gracia de los cientos de quintales de pólvora almacenados en su corazón explotando al unísono.
Obviamente, este tipo de munición dejó de tener sentido cuando las velas desaparecieron, dejando paso a los barcos de vapor a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Pero, las cosas como son, durante el tiempo que estuvieron operativas fueron verdaderamente temibles, ya que bastaban unos pocos disparos bien colocados con cualquiera de ellas para dejar totalmente inmovilizado un poderoso navío de tres puentes.
Bueno, espero que este pequeño discurso artificiero les haya resultado ameno, criaturas. Y ahora, a cenar como Dios manda, amén.
Hale, he dicho
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