Tropas británicas cruzando sus propias alambradas para internarse en la tierra de nadie, donde caerán a millares aquel 1 de julio de 1916 |
En estos días se cumple el centenario de la que quizás haya sido una de las más sangrientas matanzas con las que las "personas humanas", fieles a nuestra naturaleza violenta y expeditiva, hemos dirimido nuestros diferentes puntos de vista dando lugar a apasionados debates en forma de escabechinas monstruosas. La batalla del Somme, cuya efemérides ha sido conmemorada por sus promotores según se podía ver en la prensa aunque los atribulados british no creo que estén en estos días para celebrar nada, supuso un gasto humano de cientos de miles de vidas como antes jamás se había visto, si bien sentó un siniestro precedente que tuvo su secuela en la batalla de Verdún, en este caso llevada a cabo por el ejército imperial alemán.
Bien, como es evidente que en la red hay mogollón de información donde se puede estudiar de forma global el cómo y el por qué de esta batalla, como la caló me tié atosinao perdío y noh'toy pa ná, y como no puedo dejar pasar esta singular efemérides, pues aprovecharé para dejar constancia de algunas curiosidades curiosas con las que sorprender a los cuñados sabihondillos que, ignorantes de que nos hemos informado previamente, pretenderán ponernos en evidencia con sus hipotéticos conocimientos sobre el belicoso evento para humillarnos ante toda la familia durante la jornada playera familiar. Así pues, al grano:
Decenas de miles de vainas usadas por los british. Este material era enviado a las fábricas de munición en Inglaterra para ser reutilizado. |
1. La acumulación de piezas de artillería llevada a cabo por los ejércitos británico y francés para llevar a cabo la preparación artillera previa al ataque fue algo nunca visto. Y, por otro lado, dicha preparación estaba planificada como un simulacro de Apocalipsis o Armagedón porque no iba a durar una hora ni dos, sino seis días nada menos. Según el plan de batalla británico, el comienzo del bombardeo estaba fijado para el Día U, o sea, el 24 de junio, y la finalización del mismo, que coincidiría con el inicio de la ofensiva, sería el Día Z, el 29 de junio. La preparación artillera tenía tres objetivos: primero, destruir las dos primeras líneas defensivas alemanas, para lo cual se dispusieron más de mil bocas de fuego que dispararían un millón de proyectiles sobre las germánicas testas de los enemigos. De estos, la inmensa mayoría eran metralleros destinados a escabecharlos dentro de sus trincheras, si bien también se usaron algunas piezas pesadas para efectuar ataques de diversión en la zona norte del sector a batir. El segundo objetivo consistía en arrasar las trincheras y refugios enemigos, así como su sistema de comunicaciones entre las posiciones de los mismos. Esta misión fue encomendada a 283 obuses de seis pulgadas de calibre que fueron pertrechados con 188.500 proyectiles de alto explosivo. Finalmente, el tercer objetivo era destruir la artillería tedesca mediante un eficaz fuego contra-batería llevado a cabo por artillería pesada. Los british tuvieron previamente que hacerse con el control aéreo del sector para, a base de globos cautivos y vuelos de observación, localizar las posiciones artilleras enemigas.
Servidores de un obús pesado británico. Como se puede apreciar por los gorros de lluvia y los impermeables, el clima no era precisamente estival |
2. Los que me leen y conocen algo sobre esta batalla pensarán que me he liado con las fechas ya que he señalado que el comienzo de la ofensiva sería el 29 de junio, pero el error no es mío, sino del clima. A pesar de que la batalla fue en pleno verano, la lluvia y la niebla obligaron a los british a posponer dos días el inicio del ataque de la infantería, que finalmente comenzó el 1 de julio. Pero eso no se quedó en una mera anécdota, sino que tuvo consecuencias nefastas para el éxito inicial de la batalla debido a que, al alargar dos días la preparación artillera, se consumieron gran parte de los proyectiles destinados al bombardeo previo al ataque. Además, la humedad estropeó grandes cantidades de espoletas de forma que detonaban demasiado pronto, por lo que sus efectos destructivos contra las alambradas alemanas era nulo, o demasiado tarde, al golpear contra el suelo, lo que hacía que solo dañaran escasos metros de concertina y creara un cráter que para lo único que servía era para dificultar el avance de la infantería propia. De hecho, hubo sectores en los que las alambradas quedaron prácticamente intactas a pesar del infierno que se desencadenó contra ellas.
Fotograma que muestra la preparación artillera. Como se ve, en ese sector la distancia desde las líneas británicas a las alemanas era muy escasa |
3. El meticuloso plan de batalla ideado por los british contemplaba una innovación táctica que, aunque casi todo el mundo piensa que es algo mucho más antiguo, se puso en práctica por vez primera en el Somme. Dicha innovación no era otra que variar el alcance de las piezas de artillería a medida que la infantería avanzaba a fin de que, en todo momento, permanecieran bajo la protección de la artillería propia mientras que eran apoyados por esta destruyendo las sucesivas líneas defensivas alemanas. De ese modo, en teoría, los sufridos infantes podrían avanzar cómodamente, encontrando en su camino solamente posiciones destruidas y enemigos muertos. Sin embargo, con lo que no contaron los british fue con que no lograron acabar ni mucho menos con la artillería tedesca ya que, a pesar de tener el control aéreo de la zona, no se percataron de que los alemanes habían tenido la precaución de aumentar notablemente la presencia artillera en su retaguardia (obviamente la inteligencia militar sabía sobradamente que iba a tener lugar una ofensiva), y aunque el bombardeo logró destruir algunos cañones enemigos, eso no supuso ninguna pérdida irreparable ya que los germanos habían acumulado nada menos que 590 cañones de campaña y 240 piezas de artillería pesada. En total, 830 bocas de fuego que, cuando comenzó el fuego de barrera, hicieron ver a los aliados que algo había fallado en su brillante plan de batalla, y no una nimiedad precisamente.
4. Como ya hemos dicho, la inteligencia alemana sabía que algo gordo se estaba cociendo frente a sus trincheras y, de hecho, sabían incluso el número de efectivos que los enemigos habían concentrado en la zona para iniciar el ataque de infantería, por lo que andaban un tanto mustios por no tener ni puñetera idea de cuándo ni dónde se iniciaría el mismo. Pero durante aquellos aciagos días, Dios se puso de parte del káiser ya que pudieron echar el guante a un inglés que se había quedado aislado en tierra de nadie, el cual informó muy gustosamente que la ofensiva empezaría el día 27 de junio, concretamente a 48 km. al norte de Gommecourt. Obviamente, la información no resultó enteramente válida ya que, como hemos comentado más arriba, el mal tiempo obligó al Estado Mayor de los british posponer el ataque un par de días, pero en aquel momento ya suponía una pista muy importante. Finalmente, los tedescos lograron averiguar el momento exacto gracias a sus estaciones de escucha, las cuales lograron interceptar las conversaciones telefónicas entre los aliados. De dichas conversaciones, casi siempre emitidas sin molestarse en cifrarlas ya que no imaginaban que podrían ser interceptadas, supieron que la ofensiva comenzaría el 1 de julio, a primera hora de la mañana. Y, efectivamente, la fiesta empezó a las 07:30 horas de ese siniestro día en el que, actualmente y como una burla del destino, los probos ciudadanos comienzan su período vacacional y se largan a calcinarse lentamente en las playas atestadas de personal sin recordar que en una fecha similar palmaron miles de hombres sin saber lo que era tomarse unas vacaciones.
5. En el Somme quedó patente que hasta los planes más minuciosos contienen tal cantidad de fallos que, a veces, piensa uno que lo mejor es no planear nada y atacar sin más a ver si suena la flauta y ganamos la guerra por la cara. Uno de dichos fallos consistió en el lanzamiento de proyectiles de humo para proteger el avance de la infantería. La idea en sí era buena ya que, de ese modo, los malvados enemigos no podrían ver por donde les atacaban. Pero con lo que no contaron es que, del mismo modo que los alemanes no podían verlos a ellos, ellos no veían tampoco a los alemanes, por lo que se vieron casos tan surrealistas como el que padecieron los miembros de la 46 división que, tras saltar la trinchera a las 07:30, avanzaron hasta las posiciones alemanas casi a ciegas y, para colmo, comprobaron muy a su pesar de que las alambradas estaban intactas cuando se toparon con ellas debido al mal funcionamiento de las espoletas citado anteriormente. Para colmo de males, al poco rato comenzó el fuego de barrera alemán, por lo que se quedaron aislados sin poder avanzar porque las ametralladoras alemanas los segarían sin problema, y sin poder retroceder porque la artillería los convertiría en comida para gatos en un periquete. Chungo, ¿verdad?
6. Con esta curiosidad curiosa fijo que aplastan al cuñado más sabihondo: ¿Recuerdan vuecedes esa escena de "Salvar al soldado Ryan" cuando, tras el desembarco, el heroico y sufrido capitán Miller dice eso de "¡Pértigas, traigan las pértigas explosivas!"? Bueno, en la versión original dice "Bangalores! Bring up the Bangalores!". Se refiere a los torpedos Bangalore, un invento que no se remonta a los preparativos de la Operación Overlord, sino mucho antes. El torpedo Bangalore fue una genial idea parida en 1912 por el capitán McClintock, un oficial del cuerpo de ingenieros del ejército británico destinado en la India y cuya base de operaciones se encontraba en la ciudad de Bangalore, de donde tomó el nombre el invento en cuestión. Se trataba de secciones empalmables de tubos de 152 cm. de largo por 20 de diámetro (luego se redujo dicho diámetro para hacerlo menos engorroso de manejar) rellenos de explosivo. De ese modo se podían volar tantos metros de alambrada como tubos se empalmasen, facilitando así el paso hasta las posiciones enemigas en caso de que las concertinas no estuvieran dañadas. En el caso del Somme, durante la noche previa al ataque patrullas de ingenieros colocaron estos torpedos en algunas zonas en las que tenían constancia de que las alambradas estaban intactas. El invento en cuestión ya había sido introducido en el Frente Occidental un año antes.
7. Una de las imágenes más emblemáticas de esta batalla es, sin duda, la que recoge el instante en que hizo explosión la mina de Beaumont Hamel a las 07:20 horas del 1 de julio. Sin embargo, esta no fue la única mina que detonó de forma previa a la ofensiva, ya que los aliados habían preparado un total de 19 de ellas cargadas con diferentes cantidades de explosivos en función del objetivo a batir. La de Beaumont Hamel, situada bajo el reducto de Hawthorn Ridge, fue excavada por la 252ª Compañía de Tuneladores de los Ingenieros Reales a lo largo de unos 900 metros hasta alcanzar la base de su objetivo a 17 metros de profundidad, y fue cargada con 18.181 kg. (40.000 libras) de amonal. Aunque las demás minas detonaron a las 07:28, la de Beaumont Hamel lo hizo ocho minutos antes de la Hora Cero debido a que la distancia entre las posiciones británicas y las alemanas en ese sector era mayor, por lo que se acordó dar ese margen de seis minutos sobre la hora de detonación convenida para dar tiempo a las tropas atacantes a recorrer esa distancia extra y aprovechar así el efecto sorpresa. La imagen de la explosión es en realidad un fotograma de la película que grabó Geoffrey Malins (su verdadero nombre era Arthur), el oficial cinematógrafo al que se encargó inmortalizar el evento. Cuando se asentaron los escombros lanzados al aire por la bestial explosión avanzaron hasta el cráter dos secciones del 2º Rgto. de Fusileros Reales equipados con cuatro ametralladoras y dos morteros Stoke para apoderarse del mismo y usarlo como posición defensiva contra los alemanes. Al final, tanto amonal y tanto esfuerzo no sirvió de nada ya que, apenas dos horas y media más tarde, las unidades que atacaron el puñetero cráter se tuvieron que largar echando leches a causa del contraataque alemán tras sufrir severísimas pérdidas.
Foto aérea del cráter de la mina de Lochnagar. Para hacernos una idea de sus dimensiones basta compararlo con las líneas de trincheras que se ven bajo el mismo. |
8. Aunque la mina de Beaumont Hamel es la más conocida, quizás por haber sido filmada por Malins, no fue la más demoledora. Antes al contrario, la que resultó más monstruosa hasta el extremo de que su explosión fue considerada como el mayor ruido producido en toda la historia del planeta fue la mina de Lochnagar, al sureste de La Boisselle, y su misión era volatilizar el reducto de Schwaben. En realidad, esta mina estaba formada por dos ramales, el Y Sap, que se dirigía hacia el norte de La Boisselle, y el de Lochnagar propiamente dicho. La excavación se llevó a cabo entre los meses de noviembre de 1915 y febrero de 1916, y las precauciones tomadas para impedir que los alemanes se enterasen de la labor de zapa llegaban al extremo de obligar a los ingenieros a trabajar descalzos sobre sacos de arena o a extraer la tierra en sacos que eran sacados del túnel mediante cadenas humanas para que no se produjera el más mínimo ruido. Cuando la galería llegó a unos 40 metros del reducto se bifurcó en dos ramales que alcanzaron los 16 metros de profundidad. Al final de cada uno de ellos se cavaron sendos hornillos que fueron cargados respectivamente con 16 y 11 toneladas de amonal, o sea, nada menos que 27.000 kilos de nada. La Y Sap fue cargada con "solo" 18 toneladas. La detonación, que tuvo lugar a las 07:28 horas y fue llevada a cabo el capitán James Young, dio lugar a un cráter de 140 metros de diámetro en su borde superior y de 67 en el fondo del mismo.
9. El Servicio Postal de Campaña británico había imprimido más de un millón de ejemplares de esa especie formularios o cartas pre-escritas en los que las tropas podían, de forma rápida y sin enrollarse, informar a familia, cuñados y demás parientes y afectos su estado de salud, etc. Como señala el encabezamiento del impreso, se advierte solo podía escribirse la firma y la fecha, y que cualquier añadido o frase escrita implicaría la destrucción del mismo, teniendo el usuario que limitarse a marcar la situación que más se asemejaba a sus circunstancias: "estoy bien", "he recibido tu carta" o "te escribiré a la primera oportunidad". Obviamente, muchos de estos impresos, decenas de miles de ellos, ya no fueron válidos cuando llegaron a destino a pesar de la celeridad del Servicio Postal, apodado Whizz-Bang por las tropas en referencia al sonido que hacían los proyectiles de artillería alemanes cuando silbaban en el espacio y su posterior e inmediata explosión, o sea, el escaso tiempo que transcurría entre el silbido del proyectil y la detonación final. Y el motivo no era otro que miles y miles de los british que los enviaron en la víspera de la ofensiva ya habían palmado como auténticos y verdaderos héroes cuando sus familias aún no los habían recibido. Por cierto que la idea de estos impresos no era otra que mantener al máximo el secreto sobre los planes de batalla, impidiendo así que posibles espías infiltrados pudiesen informar de ellos a sus enlaces en Inglaterra y, desde allí, transmitir la información a Berlín a través de las valijas diplomáticas de países neutrales .
10. Otra de las imágenes más famosas de esta batalla es otro fotograma del documental filmado por Malins con su asistente John McDowell. Dicha imagen, que podemos ver a la derecha, muestra al soldado George Wood, del Rgto. West Yorkshire, transportando a un camarada de la 29º División, el cual estiró la pata apenas media hora más tarde a causa de sus heridas. Esta película, cuya intención era obviamente propagandística, fue la primera de la historia rodada en plan documental de guerra, y tuvo un éxito bestial. Como es lógico, Malins y su ayudante se jugaron el pellejo a base de bien porque, aunque recién inventado, el oficio de corresponsal de guerra era bastante peligroso. Muchas de las fotos que han llegado a nuestros días sobre la batalla son en realidad fotogramas de la misma.
11. Como es de todos sabido, las bajas sufridas por los british durante el primer día de la ofensiva fueron simplemente suntuarias. Nada menos que 57.270 hombres se dieron de baja ese día, y de ellos al menos 19.000 fueron bajas definitivas. Para hacernos una idea, porque hay cifras tan escandalosas que cuesta trabajo asimilar, el ejército británico perdió en menos de 18 horas un número de efectivos similar al de las poblaciones de Mérida, Alcoy o Ávila. No obstante, el general sir Douglas Haig se vio obligado a mentir como un bellaco para disimular que el inicio de la ofensiva había sido un verdadero desastre cuando afirmó que las pérdidas apenas habían ascendido a unos 16.000 hombres, que tampoco era moco de pavo. De tan fastuosa escabechina podemos destacar las bajas sufridas por la 34ª división, que perdió en ese día nada menos que 6.380 hombres, o sea, un 50% de sus efectivos. La siguiente en tan siniestro escalafón fue la 29ª división, que perdió 5.240 hombres a raíz del fracasado intento de apoderarse del cráter creado por la explosión de la mina de Beaumont Hamel. No anduvo muy lejos la 36ª división, que perdió 5.104 hombres tras intentar tomar infructuosamente el reducto de Schwaben. Debemos tener en cuenta que una división de infantería británica en aquella época estaba formada por tres brigadas de unos 4.000 hombres, o sea, 12.000 en total.
12. Como suele ocurrir cuando tiene lugar un fracaso tan sonado, todos los mandamases intentan escurrir el bulto para no ser acusados de haber enviado a miles de hombres a la muerte para nada. No obstante, con el paso del tiempo empiezan a aparecer enjundiosos estudios que van clarando quiénes y qué motivos fueron los culpables de la masacre de turno. Así pues, se pudo deducir que uno de los motivos por el que los british sufrieron un número de bajas tan elevado durante el primer día de la ofensiva fue algo tan aparentemente irrelevante como el peso del equipo que debían transportar. En la imagen podemos ver el equipo de combate de un soldado británico de la Gran Guerra que incluye la máscara antigás, así como una dotación de 150 cartuchos y dos granadas de mano. Todo ello supone un total de 33 kg. que los atribulados Tommies deberían acarrear penosamente por la tierra de nadie mientras que los ametralladores tedescos segaban bonitamente compañías enteras.
Tommy cargado como un mulo |
Y fue esa chorradita precisamente la que, según dedujeron tiempo después algunos historiadores, lo que motivó ese número de bajas bestial: los soldados británicos se convirtieron en un blanco fácil que avanzaban a duras penas por un terreno convertido en un paisaje lunar, lleno de cráteres y con amplios sectores de alambradas enemigas intactos o casi, y todo ello con 33 kilos encima que, obviamente, les ralentizaba en su avance. Esa lentitud propició en muchos casos que los alemanes pudieran emplazar sus máquinas nada más terminar la preparación artillera y comenzar la escabechina con tiempo sobrado ya que sus enemigos no podían literalmente alcanzar las posiciones germanas con un margen de tiempo tan ajustado. Obviamente, esta teoría tiene sus detractores pero, en todo caso, lo que sí está claro es que cuando una ofensiva de tal envergadura y respaldada por medios tan cuantiosos fracasa de forma tan estrepitosa se debe a tal cantidad de factores que es imposible cuantificarlos todos. Solo tengo clara una cosa, y es que suelen ser un cúmulo de pequeños errores con dosis de mala suerte los que dan al traste con la operación más meticulosamente planificada.
Bueno, podríamos estar ochocientas horas más relatando curiosidades sobre este evento ya que, como es lógico, en una batalla en la que entregaron la cuchara más de 1.300.000 ciudadanos se produjeron infinidad de ellas. Pero como ya tengo el cerebro semi-cremado, pues concluyo y me preparo para un siestazo mortífero con el aire acondicionado a toda pastilla, amén.
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