Sin duda, una de las prendas más famosas del mundo romano son las sandalias, o botas, según se mire, usadas por los legionarios. Y ya debían ser bastante populares en su época tanto en cuanto se denominaba de forma coloquial a los soldados rasos como CALIGATII, o sea, los que usan CALIGÆ, y hasta el mismo servicio militar se llamaba CALIGA. No obstante y al contrario de lo que muchos puedan suponer, las CALIGÆ no formaron parte de la indumentaria militar durante todo el imperio. Se desconoce la época exacta en que fue introducida, si bien se suele dar por válido el siglo I a.C., y su uso perduró hasta finales del siglo I d.C. o el primer cuarto del siglo II, cuando fueron sustituidas por otro tipo de calzado. Con todo, dentro de su vida operativa eran empleadas solo por la tropa y los suboficiales ya que los centuriones y, por supuesto, los rangos superiores, utilizaban el CALCEVS, una bota cerrada que se anudaba al tobillo. En cualquier caso, lo que sí es cierto es que las CALIGÆ fueron un tipo de calzado que se mostró muy adecuado para patear hasta los confines del Imperio, y su resistencia y comodidad permitieron a la infantería romana darse las caminatas bestiales que ya conocemos. Buena prueba de ello es que las reproducciones que se han hecho actualmente basadas en los ejemplares que se conservan han tenido una vida operativa de cientos de kilómetros. Pero antes de entrar a fondo en el tema conviene estudiar de forma somera sus orígenes.
CREPIDA |
Su etimología no está nada clara. La única referencia antigua al respecto la obtenemos de Isidoro de Sevilla, el cual sugería que el término CALIGA provenía de CALLVM, o sea, callo, en obvia alusión a las callosidades que tendrían los legionarios de tanto patear el mundo. Otra propuesta acerca de su origen es el de LIGARE, o sea, atar, en referencia a que, por su diseño, iba atada a lo largo de todo el pie, desde los dedos hasta el tobillo. En cuanto al origen de este tipo de calzado se atribuye a la CREPIDA, una sandalia empleada por los griegos de apariencia muy similar cuyo nombre parece ser que provenía de krepis (krepis), en referencia al ruido o CREPITVS que producían al caminar. Por otro lado, y contrariamente a lo que algunos puedan suponer, las CALIGÆ no eran un tipo de calzado exclusivamente militar, sino que era empleado por cualquier persona que tuviera que caminar mucho en sus quehaceres cotidianos- agricultores, carreteros, muleros- o tuviera que llevar a cabo un viaje a pie. De hecho, incluso se confeccionaban CALIGÆ para mujeres, lo que indica que su uso estaba generalizado entre cualquiera que necesitara un calzado resistente de la misma forma que en nuestros días se emplean las botas de senderismo.
No había un patrón estandarizado, por lo que podrían verse CALIGÆ más o menos abiertas, o cubriendo más o menos los dedos según se puede apreciar en esas tres réplicas actuales. |
Bien, esto es grosso modo lo que sabemos sobre el origen de este calzado. Y ahora toca la pregunta habitual en estos casos: ¿y por qué lo adoptó el ejército? ¿Por qué no usaban unas botas completamente cerradas, que ya existían? En primer lugar, cabe suponer una cuestión de tipo económico. La CALIGA era un calzado que requería menos piel que una bota, y como hemos visto mil veces en los patrones con los que se confeccionaban, salían de una sola pieza. Por otro lado tendríamos cuestiones de tipo higiénico: al ser una sandalia abierta se permitía una correcta ventilación del pie, lo que eliminaba el sudor y, por ende, la aparición de ampollas, lo que en plena marcha suponía quedarse descolgado de su unidad. Esto, en territorio hostil, podía ser suficiente para verse apiolado por las partida de merodeadores que iban aliñando a los que, bien por cansancio, por enfermedad o por tener los pies averiados, se iban quedando atrás. Además, la aireación del pie impedía la aparición de hongos, que en aquella época debía ser una molestia simplemente terrorífica. Por último, su diseño permitía ajustar la CALIGA perfectamente, lo que se traducía en un mayor confort de marcha y la reducción de riesgos de dolorosas rozaduras, torceduras, tropezones, etc.
En ambas fotos se pueden ver unos VDONES. El de arriba es original, y está fabricado con lana |
Sin embargo, el uso de calzado abierto en zonas de clima frío era un inconveniente, y más cuando en pleno invierno se cubría todo de nieve. Así pues, para combatir el frío se recurría a los VDONES, unos calcetines fabricados con lana que podían ser cerrados o llevar abiertas las partes del talón y los dedos. Cabe suponer que la elección de uno u otro tipo obedecería al nivel de temperatura ya que, en pleno invierno, llevar los dedos descubiertos era lo mismo que no llevar nada. Caso de no disponer de VDONES se recurría a las CALIGÆ FASCIAS, una tela que envolvía el pie. No obstante, se podían usar las dos prendas una sobre otra con un relleno de paja entre ambas cuando el frío era extremo y las congelaciones se convertían en un serio peligro.
La obtención de la piel para la fabricación de calzado no era cosa baladí ya que un cuero de calidad no era ni barato ni fácil de procesar. Para la CALIGA se recurría a piel de vacuno, la cual era sometida a un proceso de curtido mediante taninos vegetales que podía durar incluso dos años. Su fabricación era llevada a cabo por CALIGARII, unos zapateros que, al parecer, digamos que estaban especializados en la confección de este tipo de calzado. La manufactura del mismo no era precisamente simple ya que, una vez recortada la piel conforme al patrón, había que coser esta a una suela inferior de unos 2 centímetros formada por varias capas pegadas y cosidas entre sí, y una plantilla interior de forma que la CALIGA quedaba constituida por tres piezas. Una vez unidas las tres se cosía el talón y se le añadían las finas tiras de cuero con que se cerraban.
Dos suelas originales que aún conservan sus CLAVI CALIGARII |
Pero previamente había que añadir a la suela los CLAVI CALIGARII, los clavos de hierro que caracterizaban a las CALIGÆ, y sobre los que hay más literatura de lo que vuecedes pueden imaginar. Estos clavos, provistos de una cabeza cónica, no tenían otra finalidad que alargar la vida útil del calzado y, al mismo tiempo, aumentar el agarre sobre el terreno para impedir resbalones. No obstante, esta ventaja desaparecía en el instante en que un legionario caminaba sobre un pavimento más o menos pulido ya que las costaladas eran de antología. Por ese motivo, las CALIGÆ de los pretorianos, cuya vida militar se desarrollaba en la ciudad y especialmente en los palacios imperiales, estaban desprovistas de CLAVI CALIGARII. Y no solo para no estar resbalándose a cada momento, sino para no atronar al personal con el ruido que producían al caminar. Por otro lado, algunos autores modernos hacen hincapié en los devastadores efectos de estas suelas claveteadas sobre las jetas de los enemigos, pero colijo que es una chorrada pensar que los clavos se añadían pensando en un uso ofensivo ya que una simple patada o un pisotón no eran suficientes para dejar fuera de combate a un bárbaro cabreado. Intuyo que esto no es más que una exageración derivada de las SATIRÆ de Juvenal en las que se mencionan lo dolorosos que eran los pisotones en una mano, pero sin que se haga referencia alguna a una situación de combate. En definitiva, es como si dijésemos que los tacos de las botas de balompié son muy eficaces para causar terribles lesiones en los adversarios, sobre todo si se les golpea sañudamente en el menisco. Por otro lado, y a modo de curiosidad, el uso de calzado con clavos estaba tan asimilado al mundo romano que los judíos recomendaban en la Mishná (una compilación de leyes hebreas) que no se hiciera uso de este tipo de accesorio por ser típico de sus enemigos.
El tema de los clavos da mucho de sí para los amantes de los detalles minuciosos ya que, gracias a la gran cantidad de restos de CALIGÆ que se conservan en los museos, se ha podido constatar que se seguían determinados patrones, de los cuales podemos ver algunos ejemplos en la imagen de la derecha. Por norma, en la inmensa mayoría de los casos se claveteaban las partes de la suela en las que el pie ejercía más presión, dejando libre o con menos densidad de clavos la zona del puente del pie. La distribución de los clavos podía ser muy compacta, como vemos en la tercera por la izquierda de la fila inferior, o más ligera, en forma de círculos o círculos concéntricos. En otros casos se empleaban otras formas geométricas en esas zonas como esvásticas, cruces, aspas, en forma de S, etc. Por lo demás, como se puede apreciar, la zona más reforzada era la que correspondía a la parte externa del pie y el talón. No obstante se han hallado ejemplares cuyas suelas están completamente cubiertas de clavos, si bien son los menos. Desconocemos la explicación del por qué se empleaba tal o cual patrón de clavado, y solo podemos suponer que podría ser desde una simple moda a diseños reglamentados por el ejército en función del terreno donde tal o cual legión estaba acantonada o iba destinada.
Surtido de clavos. Obsérvese que los pequeños no están doblados, por lo que no alcanzaban a atravesar las suelas y no precisaban de remachado si bien se perderían con mucha más facilidad |
Con todo, los clavos no eran precisamente baratos y, además, se perdían constantemente, por lo que cada legionario tenía que estar enviando el calzado a un CALIGARIVM con frecuencia para que le repusiera los clavos perdidos. De hecho, incluso se contemplaba una indemnización para la adquisición de clavos denominada como CLAVARIVM y con la que se pretendía cubrir el gasto que suponía la reposición de los mismos. En una relación de gastos aparecida en Vindolanda, un campamento que guarnecía el Muro de Adriano, aparece una reseña acerca de un pedido de un centenar de clavos para un legionario por un importe de dos ases, que era lo que costaba una libra de tocino, del que por cierto había que hacer uso constante para mantener bien engrasado y flexible este tipo de calzado. Gracias a las ingentes cantidades de clavos que han ido apareciendo a lo largo del tiempo podemos tener una idea muy aproximada tanto de su aspecto como de sus dimensiones. Estas no estaban ni mucho menos reglamentadas, pudiendo tener sus cabezas un diámetro comprendido entre los 7 y los 18 mm., y dentro de la misma suela podría haber clavos de diferente tamaño. Igualmente, el número de clavos en cada CALIGA era variable en función del patrón seguido que, como vimos en el párrafo anterior, era de lo más variopinto. De ahí que hubiera suelas con apenas 50 clavos mientras que en otras se alcanzaban los 120 o incluso más, todo ello dependiendo del diámetro de los mismos y del tipo de patrón seguido.
Para obtener una mejor fijación a la suela, estos clavos llevaban por su cara interna una serie de resaltes de los que mostramos dos ejemplos. Se trata de combinaciones de resaltes circulares con aristas longitudinales o bien, como vemos en el ejemplar de la derecha, solo resaltes circulares cuya finalidad era impedir que los clavos girasen a medida que el orificio de la suela fuese tomando holgura. Aunque las puntas eran dobladas y remachadas contra la suela, el constante uso hacía que la presión fuera disminuyendo al ceder el material, por lo que estos resaltes retrasaban la caída del clavo. Con todo y como ya hemos dicho, el mantenimiento de estas piezas era constante, y más cuando un ejército se podía en marcha, dejando literalmente un reguero de clavos a lo largo de toda su ruta. Al fin y al cabo, tomando una media de 200 clavos por legionario hablamos de 1.200.000 de ellos dispuestos a irse cayendo a cada paso que daban.
CALCEVS hallado de Vindolanda. Este fue el tipo de calzado que se acabó imponiendo |
Dicho todo esto, ¿qué fue lo que motivó la desaparición de la CALIGA? Porque lo que sí se tiene claro es que, como se comentó al inicio, no se han encontrado restos fechados más allá de entre finales del siglo I y el primer cuarto del II, ni tampoco se vuelve a hacer referencia a este tipo de calzado en las crónicas de la época. Por desgracia, solo podemos hacer conjeturas al respecto ya que no se han encontrado datos que nos permitan saberlo con claridad, así que nos tendremos que ceñir a la lógica que, como podemos suponer, no tiene por qué corresponderse con la verdad. En todo caso, de las teorías que se ofrecen hay una que podemos considerar como bastante acertada, y no es otra que el sedentarismo que se fue imponiendo en el ejército. En aquella época no eran precisas las constantes caminatas que tenían lugar durante las guerras civiles o durante la expansión del Imperio. Las legiones estaban acantonadas a lo largo del mismo sin necesidad de tener que realidad continuos desplazamientos, por lo que se impuso un tipo de calzado más fácil de fabricar que requería menos mantenimiento y que, además, protegía mejor el pie ya que tanto los dedos como el talón quedaban cubiertos. Así pues, ya vemos que las famosas CALIGÆ tan representativas del soldado romano tuvieron una vida operativa que, a lo sumo, alcanzó los 150 o los 200 años, poco si lo comparamos con otras piezas de la indumentaria militar romana.
En fin, no creo que se me haya pasado nada relevante, así que se acabó lo que se daba.
Hale, he dicho
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