martes, 2 de agosto de 2016

El fin de la guardia pretoriana


SIGNIFER de la COHORS
SPECVLATORVM
, una unidad creada
por Marco Antonio como guardia
personal durante la guerra civil y
nutrida por veteranos de las legiones
de César. Este tipo de unidad fue el
germen de los pretorianos
Todos hemos leído u oído hablar infinidad de veces acerca de la omnipresencia de los pretorianos durante los comienzos y las primeras décadas del principado; sobre su enorme influencia y poder, que llegaba al extremo de quitar y poner emperadores como quien destituye subsecretarios excesivamente honrados. También hemos tenido noticia de que eran una unidad de élite que ganaba más que un legionario normal, o que su fidelidad se compraba con buenos denarios si uno quería ser bienquisto por estos quisquillosos guardias imperiales. Así mismo, lograron incrustarse de tal forma en los entresijos del poder que sus prefectos, nombrados por los emperadores, acabaron en muchos casos teniendo más poder que ellos o incluso liquidándolos para ponerse ellos. Seguramente, muchos habrán oído hablar del malvado Lucio Ælio Sejano, que actuó como un verdadero valido a la sombra de Tiberio mientras que este se entregaba en cuerpo y alma a sus placeres mundanos y a practicar la pornografía y la pedofilia más repulsivas en  su dorado auto-exilio de Capri. O de Sertorio Macro, que asumió la prefectura cuando el anterior cayó en desgracia y sobre el que aún planea la duda de si mató a Tiberio asfixiándolo con una almohada por orden de Calígula porque tardaba más de la cuenta en palmarla. O de Casio Querea, que apuñaló con saña bíblica al nefando césar porque no soportaba más sus chaladuras ni sus chulerías. O incluso a los que, tras el asesinato del enloquecido Calígula, nombraron emperador a su viejo tío Clau-Clau-Claudio dando por hecho que sería un tipo manejable al que podrían manipular para su beneficio.

Didio Juliano el Brevísimo, que perdió la
cabeza por su afición a las subastas ilegales
Pero esto fue solo el principio ya que, a lo largo del tiempo, los guardias siguieron haciendo y deshaciendo, destronando y coronando y, aunque parezca increíble, incluso subastando el mismo imperio. Este hecho tan surrealista tuvo lugar cuando los mismos guardias, fieles a su inveterada costumbre de enviar al paro definitivo a los césares que por una causa u otra no eran de su agrado, escabecharon al emperador Helvio Pertinax, que por cierto ocupó el cargo tras el asesinato del anterior césar Cómodo a manos, como no, del prefecto pretoriano Quinto Emilio Leto. Tras el magnicidio, los pretorianos se encastillaron en su campamento situado en las afueras de Roma, y dentro de su sancta sanctorum ofrecieron el imperio al mejor postor. El ganador de la subasta fue Didio Juliano, el cual ofreció a cada miembro de la selecta y alevosa unidad nada menos que 25.000 sestercios si bien al final la cosa quedó en agua de borrajas porque Septimio Severo, gobernador de la Panonia, fue nombrado emperador por las legiones del Danubio, tras lo cual se presentó en Roma dispuesto a establecer férreo cerco para adueñarse del trono. Una vez allí le bastó con ofrecer la impunidad a los asesinos de Pertinax para que los pretorianos entregaran al pardillo de Juliano, que no sabía donde se había metido, el cual fue asesinado tras apenas dos meses y tres días de reinado.

Lucio Ælio Sejano, que llegó incluso a
denunciar a cientos de ciudadanos con
tal de apoderarse de su bienes. Todo un
ejemplo de rectitud para un prefecto de
la guardia pretoriana.
En definitiva y por no alargar más esta introducción, los pretorianos han sido la guardia real más paradójica del mundo ya que han sido los que más reyes han matado o derrocado a pesar de ser los custodios de sus personas. Con amigos como estos es evidente que no hacen falta ni enemigos ni cuñados. Puede que algunos se pregunten que cómo era posible que los emperadores no ordenaran disolver esta veleidosa y taimada unidad, pero la respuesta es clara: su respaldo era simplemente imprescindible para obtener el poder, y mucho más para mantenerlo. Si los pretorianos te volvían la espalda ya podías liar el petate y largarte bien lejos porque tu cabeza no valdría ni un mísero as. Sin embargo, la guardia pretoriana tuvo su final- bien merecido por cierto- tras trescientos años mangoneando a su sabor desde su creación en tiempos de Augusto. Nadie pudo imaginar que, lo que en principio era un grupo de guardias de la persona del emperador, se acabaran convirtiendo en árbitros de la política del Imperio, y que su capricho, su vanidad y una insaciable voracidad de prebendas y dineros los convirtieran tanto a ellos como a sus prefectos en, tal como diríamos hoy día, una verdadera mafia. Bien, dicho esto, al grano pues...

Conocida estatua de los tetrarcas elaborada en
pórfido y que se conserva en la catedral de San
Marcos de Venecia. El hecho de que tengan los
cuatro personajes la misma apariencia tanto en lo
físico como la indumentaria es una cuestión
simbólica que pretende mostrar que los cuatro
gobernantes eran como uno solo
Aunque de forma indirecta, podríamos decir que el principio del fin de esta controvertida unidad comenzó a raíz de la implantación de la tetrarquía o gobierno de cuatro. De forma muy abreviada y concisa, ya que no es el motivo de esta entrada, bástenos saber que este sistema de gobierno fue implantado por Diocleciano en el 293, y fue concebido para que al gobernar cuatro personas se eliminaran o, al menos, se redujeran, tanto los abusos por parte de un solo autócrata como las conspiraciones y alevosías para quitar a uno y ponerse otro. De hecho, las constantes luchas por el poder y los conflictos entre los candidatos a ostentar la guirnalda real estaban minando de tal forma los cimientos del Imperio que, o se tomaban medidas drásticas, o todo se derrumbaría como un cuñado hasta las cejas de Jumilla peleón. Es más, incluso la guardia pretoriana veía como se tambaleaba su misma institución, que hasta aquellos tiempos era la única verdaderamente sólida en Roma debido tanto al espíritu de cuerpo como a su incuestionable lealtad a lo que de verdad les unía: el amor por la influencia y las prebendas en forma de dineros. El motivo de esta incipiente desunión no era otro que el hecho de que los mismos guardias acabaron tomando parte por tal o cual aspirante al trono, dando lugar así lugar a pendencias entre ellos ya que el candidato de cada facción se había preocupado de prometerles el oro y el moro a cambio de hacerse con la corona.

Distribución de los territorios en la tetrarquía
Por lo demás, la tetrarquía se basaba en partir el Imperio en cuatro provincias las cuales estarían bajo el mando de dos AVGVSTI y dos CÆSARIS. Los dos primeros nombraban a los segundos, y cuando los CÆSARIS alcanzaban el rango de AVGVSTI debido a la muerte o la abdicación de estos últimos , nombraban a su vez a otros dos nuevos CÆSARIS. Los primeros tetrarcas fueron Diocleciano, como AVGVSTVS de Oriente, y Maximiano de Occidente. Los CÆSARIS fueron Galerio y Constancio Cloro. Sin embargo, este sistema que se prometía eficaz y, sobre todo, capaz de alejar las disputas por el poder, acabó como era de esperar: todos se tiraron a degüello para eliminar a sus tres rivales y quedarse con todo, y eso que para prevenir este tipo de situaciones tan inquietantes el mismo Diocleciano instituyó la figura de la AVCTORITAS SENIORIS AVGVSTI, la Autoridad del Augusto Mayor por la cual el tetrarca de mayor relevancia, en este caso él mismo, tenía potestad para intervenir en las tres provincias restantes. Por cierto que el término "tetrarquía" no fue jamás usado por los romanos, sino que comenzó a ser usado en 1897 por Otto Seeck, un historiador alemán especializado en el Mundo Clásico.

Grabado decimonónico que muestra la muralla norte del
campamento pretoriano en Roma
Así pues, la creación de la tetrarquía conllevó la desmembración de la guardia ya que cada AVGVSTI y cada CÆSARIS se llevó a la capital de su provincia una parte con la misma misión de guardar a la persona regia. Dichas capitales eran Nicomedia, Sirmium, Mediolanum y Augusta Treverorum, y en cada una de ellas fueron acantonadas un número indeterminado de cohortes al mando de un prefecto, dejando un RELIQVATIO o retén destinado en los CASTRA PRÆTORIA de Roma que, además, custodiaban los emblemas y estandartes de las cohortes pretorianas los cuales habían permanecido allí. Se desconoce cómo se llevó a cabo la partición de las diez cohortes que conformaban la guardia en tiempos de Diocleciano, pero algunos autores sugieren que es posible que las provincias bajo el mando de los AVGVSTI dispusieran de contingentes más numerosos ya que eran los tetrarcas de más rango al fin y al cabo. 

Ciudadanos recreacionistas mostrando el aspecto
de la indumentaria de las SCHOLÆ
Pero la tetrarquía no solo supuso un cambio en el sistema de gobierno que, de momento, puso freno a las insaciables ansias de influencia política de los pretorianos. Diocleciano también llevó a cabo una serie de reformas en el ejército que conllevaron, entre otras cosas, la creación de un nuevo tipo de unidad, las SCHOLÆ, compuestas al parecer, al menos inicialmente, por 500 hombres si bien posteriormente el número de efectivos debió ascender hasta el millar. Todas las SCHOLÆ eran unidades de caballería, y se nutrían de los miembros de los diversos pueblos que formaban el Imperio, especialmente de tribus de germanos fieles a Roma. Rápidamente fueron creciendo hasta alcanzar el número de doce, cinco de las cuales fueron destinadas a las provincias de Occidente mientras que las siete restantes fueron enviadas a las de Oriente, y sin saberlo se estaban convirtiendo poco a poco en la fuerza que acabó siendo destinada a la guardia de la persona de los emperadores.

Busto de Majencio, al que le cupo el
honor de haber sido el último emperador
que tuvo a los pretorianos como guardias
de su persona.
Bien, la cuestión es que nos plantamos en el año 312 para ver que la tetrarquía fue un fracaso, y que los aspirantes a hacerse los amos del cotarro eran precisamente los AVGVSTI y los CÆSARIS que, en teoría, deberían salvaguardar la integridad del gobierno. De todo el tinglado solo quedaban dos aspirantes en liza: Majencio, hizo del antiguo AVGVSTVS Maximiano y del CÆSAR Galerio, y Constantino, CÆSAR auto-proclamado AVGVSTVS y dispuesto a echar a patadas a su rival con tal de hacerse con todo el imperio. En un discreto segundo plano estaban los dos AVGVSTI, Maximino y Licinio que, supongo, esperaban a ver como los dos principales enemigos se desollaban bonitamente entre ellos para ver qué partido tomar. Al lado de Majencio estaban las cohortes pretorianas que lo apoyaban y lo habían elevado a la categoría de aspirante al mando supremo. Al parecer, parte del favor de los guardias hacia Majencio se debía al hecho de que este era un pagano aún más feroz con los cristianos que su padre o el mismo Diocleciano, y permitió a los pretorianos cometer todo tipo de desafueros contra ellos ya que, al cabo, los guardias imperiales seguían fieles a sus dioses de toda la vida y veían el cristianismo como una plaga a eliminar.

Las tropas de Constantino empujan a los pretorianos de Majencio hacia el
puente de barcas. Al fondo, aguas arriba, se ve el puente Milvio
Así estaban las cosas cuando el 28 de octubre de 312 los ejércitos de ambos rivales se encontraron en Saxa Rubra, junto al puente Milvio sobre el río Tíber en el que los ingenieros de Majencio habían tendido una pasarela de barcas, al parecer para duplicar la capacidad de vadeo ya que el puente de piedra era demasiado estrecho. Ya sabemos el desenlace de esta famosa batalla: Constantino fue puesto en contacto con el mismísimo Dios, que le dijo aquello de IN HOC SIGNO VINCES, y derrotó bonitamente a Majencio el cual, apoyado hasta el fin por su pretorianos, acabó ahogado junto a un gran número de sus leales guardias cuando la pasarela, incapaz de soportar el peso del ejército en retirada, se fue al garete y se hundió, ahogándose mogollón de gente incluyendo al aspirante al trono y un gran número de pretorianos que, en un gesto heroico, protegieron con gran firmeza y determinación el repliegue de sus compañeros de armas. 

Constantino, al que le cupo el honor de
acabar con tan alevosa unidad que tantos
desmanes cometió.
Al término de la batalla, el mismo Constantino reconoció la bravura de los pretorianos, negándose a masacrar a los supervivientes que se habían quedado atrapados entre sus tropas y la orilla del Tíber. No obstante, tenía claro que no podía mantenerlos cerca de su persona si quería seguir con la cabeza en su sitio pero, por otro lado, es posible que no se atreviese a finiquitarlos de golpe a fin de no ganarse más enemigos de los que tenía en aquel momento. Así pues, optó por la política más eficaz en estos casos: hacerlos caer en el olvido y mandarlos a hacer puñetas bien lejos de casa. Así pues, disolvió la unidad y mandó arrasar los CASTRA PRÆTORIA y derribar la muralla oeste del campamento, procediendo a continuación a destinar a los supervivientes de la batalla del puente Milvio al norte, a las fronteras del Rin y del Danubio, donde se dedicaron a perseguir bandidos y demás amantes de lo ajeno y también donde, seguramente, tendrían cosas más importantes de las que preocuparse que de quitar y poner emperadores con las fieras tribus germanas deseando convertirlos en salchichas para acompañar el sauer kraut. Con todo, y en un gesto políticamente correcto, no abolió el rango de prefecto pretoriano si bien éste ya no tuvo nunca más connotaciones de tipo militar, pasando de ese modo a ser un cargo de tipo civil. En cuando a la guarda de la persona del emperador, pasó a depender de  las SCHOLÆ citadas anteriormente. 

Dos KATAPHRAKTOI de una SCHOLA. De estos ya hablaremos más a
fondo otro día.
Así acabaron los famosos pretorianos, los hombres que de forma indirecta dirigieron los destinos del imperio durante algo más de trescientos años. Los que sobrevivieron a la batalla del puente Milvio se tuvieron que conformar con irse extinguiendo lenta y silenciosamente a miles de kilómetros de su amada Roma, donde eran los reyes del mambo y vendían su fidelidad por fortunas absolutamente fabulosas. Es evidente que Constantino traía la lección aprendida cuando se enfrentó con Majencio, y no dudó en sacudirse de encima a tan veleidosos militares capaces de vender a sus abuelas por una paga extra. Pero lo hizo de la mejor forma, condenándolos al olvido y a ir palmando uno a uno de paludismo, degollados en una emboscada o, simplemente, abrumados por el agotamiento, la artrosis producida por la constante humedad o hastiados de la miserable vida de las guarniciones de la frontera norte del Imperio, añorando a todas horas la vidorra que se daban en los CASTRA PRÆTORIA y paseándose por Roma con aires de manifiesta superioridad.


En fin, nada dura eternamente, solo las hipotecas.

Hale, he dicho



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