miércoles, 10 de agosto de 2016

Fotografía de guerra


La aparición de la foto permitió en pocos años difundir como era de verdad la guerra y, además, con todo lujo de detalles.
Obsérvese la increíble calidad de esta foto tomada en 1866 y que muestra una batería en Annapolis durante la Guerra de
Secesión. Muchas cámaras modernas no llegarían a tanto.

Fotografía realizada por Roger Fenton durante la Guerra de Crimea
(1853-1856) que muestra un campamento británico. Este conflicto fue
el primero que trascendió al público mediante fotografías
La aparición de la fotografía supuso, entre otras muchas cosas, la creación de la figura de lo que hoy conocemos como reporteros de guerra, probos y sufridos ciudadanos que se arrastran entre las explosiones y los campos de batalla para que los que nos quedamos tranquilamente en casa tengamos constancia de lo desagradables que son las guerras. Hasta mediados del siglo XIX la gente no tenía mucha idea de lo que ocurría en una batalla salvo los que tenían la desdicha de que esta tuviera lugar en las cercanías de su pueblo. Así, al término de la misma, tenían ocasión de ver los trenes de heridos, las ambulancias y los carromatos atestados de carne doliente y aullante y luego, cuando ambos ejércitos se largaban con viento fresco y algunos se acercaban al campo de batalla a rapiñar algo, se encontraban con cachos de personas que las escuadras de enterramiento se habían dejado atrás a la hora de dar tierra a los caídos.

Grabados de un periódico de la Unión en el
que se explican varios enfrentamientos en
plan heroico
Así pues, la foto permitió acercar a la opinión pública el verdadero rostro de la guerra, muy alejado del heroísmo y la gallardía con que era reflejada en los grabados de la época. Dichos grabados, que por lo general aparecían en la prensa, mostraban al lector explosiones, cargas de bayonetas, de caballería, etc., pero en ellos no aparecían por ninguna parte los cuerpos despedazados por la metralla ni los cadáveres llenos de mugre tirados en el suelo adoptando posturas extrañas. A lo más, algún que otro caído presentado de forma bastante aséptica, lo que contribuía a quitar hierro a las imágenes terribles que dibujaban los que habían tenido la desgracia de estar presentes en la batalla. Por otro lado, una cosa es un dibujo o una pintura y otra la realidad. Un ejemplo: desde críos vemos cuadros de la Pasión, de la decapitación de Juan Bautista o del martirio de beatíficos cristianos sin que se nos mueva un músculo de la jeta cuando, en realidad, muestran suplicios bastante inquietantes. Sin embargo, si esas mismas escenas nos las muestran en una foto la cosa cambia porque lo asimilamos como la realidad pura y dura y no como el producto de la imaginación del artista. 

A la derecha, foto de unas sepulturas tras la batalla de Antietam. A la
izquierda, un grabado basado en dicha foto. Como queda patente, el
impacto visual de ambas imágenes es bien distinto
Y eso fue lo que ocurrió en la sociedad cuando empezaron a aparecer estas fotos en los periódicos: la fotografía había permitido llevar la guerra muy lejos de los campos de batalla en toda su horrible crudeza, y además de imágenes de grupos de soldados muy sonrientes ante su cañón o de oficiales adoptando poses un tanto forzadas en busca de lo heroico, a los hogares de la gente llegó la prueba inapelable en forma de fotos de que la guerra era bastante chunga, lo que a más de uno se le atragantaría. Recordemos que nuestros tatarabuelos no tenían un televisor delante de la jeta a todas horas mostrando guerras como si fueran juegos de una vídeo-consola, así que la visión de cadáveres que mostraban heridas espeluznantes o los claros síntomas de la putrefacción tras varios días tirados en el campo debió ser un revulsivo notable.

Pila de cadáveres ante el cementerio de Melegnano
tras la batalla de Solferino. La visión de este tipo de
imágenes, tan lejanas del concepto gallardo de la guerra,
fueron algo nuevo para la sociedad de la época
Las primeras fotos bélicas se tomaron durante la guerra de Crimea y el conflicto entre gabachos y austriacos que culminó con la batalla de Solferino y la pérdida de la Lombardía para estos últimos, en la que ambos bandos se masacraron bonitamente con el resultado de más de cinco mil muertos y 23.ooo heridos entre ambas partes. Sin embargo, los fotógrafos aún no se habían sumergido de lleno en la guerra, entre otras cosas por las limitaciones que imponían los pesados equipos fotográficos y de revelado. Hasta aquel momento, el único método para hacer fotos eran los daguerrotipos que empezaron a popularizarse a partir de 1839. Sin embargo, este sistema era aún muy complejo de manejar y precisaba de velocidades de obturación que le daban a uno tiempo de irse a merendar dejando al modelo más tieso que una estaca mientras que, muy lentamente, se imprimía su imagen en una placa de plata o de cobre plateado. Pero el mayor inconveniente es que cada daguerrotipo era una pieza única, no existiendo la posibilidad de sacar copias. Además, la manipulación de estas placas conllevaba el uso de productos más venenosos que una cobra con moquillo a causa del vapor de mercurio necesario para el revelado.

Las fotos de placa húmeda permitieron rebajar notablemente el tiempo de
exposición, lo que supuso poder trasladar al público como era de verdad la
vida cotidiana de las tropas en el frente de batalla
Este inconveniente se solucionó en 1851 gracias a un invento del inglés Frederick S. Archer. La idea consistía en crear el negativo partiendo de una placa de vidrio, la cual era cubierta con una capa de una porquería pegajosa llamada colodión que se obtenía disolviendo algodón pólvora en éter sulfúrico. Gracias a esa substancia se adherían a dicha placa las sales de plata necesarias para obtener una imagen. Esto abarataba el proceso una burrada y, lo más importante, de dicha placa se podían luego obtener miles de copias en papel, lo que revolucionó el mundo de la fotografía ya que, además, hacerse una foto pasó de ser un lujo al alcance de muy pocos a algo asequible a todos los bolsillos. De hecho, el más conocido fotógrafo que intervino en la Guerra de Secesión, Mathew Brady, se interesó por la corresponsalía de guerra cuando su negocio empezó a florecer a base de hacer fotos a los que partían al frente. Se anunciaba en el New York Daily Tribune con un eslogan que decía algo así como "No puedes decir cuándo será demasiado tarde", en referencia a que como nadie sabría cuando le volarían los sesos, mejor dejar un recuerdo antes de irse al frente para, quizás, no volver jamás. El sistema creado por Archer se popularizó hacia 1857.

Brady con dos de sus ayudantes y su laboratorio portátil
No obstante, que nadie piense que los fotógrafos de la época lo tenían fácil. De hecho, Brady fue el primero en lograr que se le permitiera permanecer en las zonas de combate, lo que anteriormente estaba prohibido a civiles y, además, los gastos de material, personal, etc. corrían de su cuenta, por lo que la empresa era inicialmente un tanto incierta ya que actuaría como, según se dice ahora, un free lance. O sea, que si los periódicos no le compraban sus fotos, ruina total porque meterse a fotógrafo de guerra costaba un pastizal en aquella época. Por otro lado, no podía actuar solo. De entrada, los fotógrafos que cubrieron el conflicto tenían que ir tras los ejércitos acompañados de un carro con el material y una cámara oscura para el revelado. Aparte de eso tenían que hacer acopio de placas de vidrio- muy frágiles como es evidente-, los productos químicos para el revelado y uno o más ayudantes para acarrear todo el equipo. 

Como se puede ver en esta placa, el vidrio tenía un grave inconveniente:
se rompía que daba gusto. No obstante, aún estando la placa rota en varios
trozos estos podían unirse y obtener copias de ella
El proceso era bastante engorroso si lo comparamos con el necesario para realizar una foto digital hoy día. En primer lugar había que cubrir la placa con colodión, tras lo cual se impregnaba con sales de plata, operación esta que había que realizar en el cuarto oscuro. Luego se introducía en un contenedor hermético donde no entraba la más mínima luz y se colocaba en la cámara. Lo de taparse la cabeza con un trapo negro era precisamente para impedir la entrada de luz cuando se abría el contenedor y la placa quedaba lista para recibir la exposición. Se abría la tapa del objetivo- nada de regular el ISO o la apertura del diafragma porque eso era ciencia ficción en aquella época- y se hacía la foto, que por lo general requería una exposición de entre dos y tres segundos si la luz era adecuada, lo que convertía al trípode en un accesorio imprescindible. Por eso, si se fijan vuecedes, en las fotos de paisajes o tomadas en el exterior suelen salir movidas las hojas de los árboles si en ese momento soplaba una leve brisa. Luego se volvía a cerrar el contenedor, se extraía la placa y se procedía al revelado en el cuarto oscuro sumergiéndola en ácido pirogálico, tras lo cual se lavaba con agua, se secaba y se barnizaba. A partir de ahí se podían obtener todas las copias que se deseara con la ventaja añadida de que, mientras el daguerrotipo tenía un tamaño invariable, el sistema de placa húmeda permitía hacer las copias en el tamaño que se deseara.

Foto estereoscópica de un soldado confederado abatido por un casco de
metralla en Petersburg, Virginia.
Y en un alarde tecnológico, durante la década de los 60 se pusieron de moda las fotos tridimensionales que, con la ayuda de un estereoscopio, hacían flipar al personal. Como vemos, lo del 3D es en realidad más antiguo que la tos, y puedo dar fe de que son chulísimas de la muerte porque he visto al natural fotos de esas y el efecto es alucinante. Se hacían con una cámara provista de dos lentes como si de dos ojos humanos se tratase, logrando así una sensación de profundidad de la que carecían las fotos normales. Por otro lado, las placas húmedas también tuvieron su versión económica de las mismas con la aparición del ferrotipo, que consistía en una simple chapa de hierro ennegrecido, mucho más barato y resistente que el vidrio. 

Tropas tedescas durante la guerra franco-prusiana de 1870. La fotografía
permitió ver al primo Fritz o incluso al cuñado Otto paseándose por el frente
En definitiva, a partir de la Guerra de Secesión podemos decir que la presencia de fotógrafos en los conflictos bélicos del mundo mundial fue un hecho constante hasta nuestros días. Y no crean vuecedes que no corrían sus riesgos ya que, por citar un ejemplo, el antes mencionado Brady se escapó por los pelos de caer en manos de las tropas confederadas en la batalla de Bull Run. Y fue este mismo personaje el que expuso por primera vez una colección de fotos de guerra en una galería de arte de Nueva York, concretamente en octubre de 1862 y bajo el título de "The death of Antietam"- en referencia a la batalla de Antietam librada el 17 de septiembre de aquel año-, en las que los neoyorquinos pudieron ver que la guerra era cualquier cosa menos el evento envuelto en gloria, heroísmo y honor. Las imágenes que Brady mostró al público dejaron claro que aquello no era más que una cloaca donde unos 23.000 hombres perdieron la vida, y que no murieron de una bala en el corazón y expirando poniéndose de perfil mientras miraban al infinito. Antes al contrario, las fotos pusieron de manifiesto ante las pasmadas jetas del personal las tremendas heridas producidas por las balas Minié, la metralla, la putrefacción de los cuerpos insepultos y el desolador aspecto de unos campos de batalla donde no había lugar para los laureles, sino para la muerte y el sufrimiento.

En fin, así fue como la fotografía de guerra se convirtió en algo cotidiano. No obstante, me temo que la visión del apocalipsis no ha servido para nada porque, a pesar de los millones de imágenes a cual más terrorífica que han llegado a nuestros días, no han servido para quitarnos las ganas de masacrarnos a destajo. O sea, que no tenemos arreglo.

Hale he dicho

Imágenes como esta, que apenas unos años antes eran simplemente inconcebibles, se convirtieron en algo cotidiano hasta
nuestros días. Y lo peor es que no espantan a nadie.

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