Bueno, prosigamos...
En la entrada anterior nos quedamos en la fabricación del cuerpo del cohete, tras lo cual el aspecto del mismo sería tal como lo vemos en el gráfico de la derecha, donde mostramos una vista en sección. Según podemos apreciar, el propelente ha sido compactado de forma que conserva el cono interno para permitir la salida de los gases producidos por la combustión del mismo. El extremo quedó cerrado mediante un casquillo de metal relleno de arcilla, y el opuesto, donde se ajustará la cabeza de guerra, fue sellado con un disco también de arcilla que ha sido perforado para permitir el paso del fuego que iniciará la carga explosiva o incendiaria. La carga propelente deberá arder de forma uniforme y constante, y dependiendo de la velocidad de combustión el alcance del cohete será mayor o menor. De ahí la importancia de que la mezcla de la carga tuviera las proporciones exactas.
Así pues, el siguiente paso será montar la cabeza de guerra que, según dijimos, podía ser incendiaria, explosiva o de metralla, de modo que vamos a dar cuenta de la manufactura de los tres tipos.
Las de uso más frecuente eran las incendiarias, generalmente las de 32 libras. Las cabezas incendiarias se construían partiendo de dos piezas: una cilíndrica y un cono en un extremo, obteniendo de ese modo la típica forma tronco cónica de los cohetes. Ambas partes se unían mediante remaches. En la carcasa obtenida se practicaban una serie de orificios cuyo número y diámetro fue cambiando con el tiempo si bien la que mostramos en la figura A, perteneciente a los modelos más tempranos, tenían seis, tres en el cono y tres en el cilindro. En la parte trasera se le practicaban una docena de cortes longitudinales para ajustar la cabeza al cuerpo del cohete, siendo finalmente fijada al mismo mediante un encordado. La figura B nos muestra un acabado diferente que consistía en proveer al cono de una punta piramidal o también barbada cuya misión era clavarse profundamente en la superficie de madera de los barcos.
De ese modo sería prácticamente imposible arrancarla, ardiendo de forma inexorable y, por ende, provocando un incendio de nefastas consecuencias como no se dispusiera de abundante arena para intentar ahogar las llamas. Una vez formado el cuerpo de la cabeza se introducía una pieza similar a la matriz cónica que ya vimos en la entrada anterior y que se empleaba para crear una cavidad longitudinal en la carga de propelente, si bien en este caso se conformaba un pequeño túnel cilíndrico del que partían seis ramales conectados con los orificios de salida de la carcasa. A continuación se rellenaba con la mezcla incendiaria que, en el caso de los cohetes de 32 libras era de 3,17 kilos, y que estaba concebida para arder durante 10 minutos. Una vez compactada la carga se retiraban las matrices, quedando el interior de la cabeza de guerra tal como vemos en la figura D. Una vez unidas la cabeza de guerra al cuerpo del cohete mediante el encordado se cubría la pieza con tres capas de pintura negra, azul oscuro o gris metálico para preservarla de la humedad. Tras esta serie de operaciones solo restaba montarle la varilla estabilizadora que, en un cohete de 32 libras, tenía una longitud de entre 4,5 y 6 metros. El aspecto del cohete listo para el combate lo podemos ver en la ilustración inferior.
En cuanto a la ignición de la carga incendiaria, lo veremos mejor en el gráfico de la derecha. En la figura A vemos como en el interior del cohete va ardiendo la carga propelente dejando tras de sí un chorro de fuego característico. A medida que la carga se consume desaparece el cono, y en el interior del cuerpo se sigue generando una masa de gas ardiente que se aproxima a la cabeza de guerra a medida que el propelente se quema. Finalmente, tal como mostramos en la figura B, con dicho propelente prácticamente agotado y con el cohete a punto de llegar a su alcance máximo, el fuego se transmite a la carga incendiaria a través del orificio practicado en disco de arcilla que, según comentamos en la entrada anterior, separaba el cuerpo del cohete de la cabeza de guerra. En ese punto, el cohete cae sobre el objetivo lanzando llamaradas tal como mostramos en el párrafo anterior.
Bien, así se construían las cabezas de guerra incendiarias, unos chismes temibles sobre todo cuando se empleaban contra navíos. Una carga bélica capaz de arder durante diez minutos alcanzando elevadas temperaturas era la mejor forma de incendiar un barco de forma irremisible, y eran mucho más efectivas que las balas rojas usadas por la artillería convencional. De hecho, las armadas de la época manifestaron un entusiasmo mucho mayor por los cohetes que sus colegas terrestres que, en los comienzos de esta nueva arma, se mantenían absolutamente fieles a sus cañones de toda la vida. Un ejemplo bastante gráfico lo tenemos en el ejército británico, que solo organizó dos compañías de cohetes dependientes de la Real Artillería Montada, mientras que la Armada hizo un amplio uso de estas armas.
Fragata inglesa lanzando una andanada de cohetes |
En cuanto a las cabezas explosivas, su morfología y funcionamiento eran totalmente diferentes a las incendiarias. En este caso, la cabeza de guerra era una simple esfera de hierro rellena de pólvora negra que, dependiendo de la época, era fijada al cuerpo del cohete de una forma u otra. En el gráfico superior tenemos una vista en sección del cohete completo en la que se puede apreciar que el cuerpo es idéntico al empleado en los cohetes incendiarios. Sin embargo, la ignición de la mecha que detonaba la carga de pólvora de la cabeza de guerra iba dentro de un fino tubo exterior conectado a la misma, el cual era prendido en el mismo instante en que empezaba a arder el propelente. Dependiendo del efecto deseado se colocaba un tipo de mecha u otro a fin de que detonase sobre o en el objetivo. No obstante, lo habitual era colocar una mecha de 25 segundos, que solía ser el tiempo que tardaba un cohete en cubrir su alcance máximo.
Soporte lanzador del ejército británico |
Ya solo nos resta comentar las características de las cabezas de guerra de metralla. En aquella época, la artillería usaba los saquetes o botes de metralla convencionales, lo que suponía tener que disparar directamente sobre los enemigos para que surtieran efecto. De ahí que si la infantería estaba atrincherada o, simplemente, fuera del ángulo de tiro de los cañones, no servirían de nada. Ahí es donde estos rudimentarios metralleros, de funcionamiento similar al de los letales shrapnels que entraron en servicio en 1803, eran capaces de hacer verdadero daño al enemigo ya que, por su trayectoria parabólica, podían ser disparados contra cualquier objetivo indirecto. Su morfología podemos verla en el gráfico superior, donde tenemos una vista en sección que nos permite ver el interior de este tipo de cohetes. Delante del cuerpo tenemos la cabeza de guerra unida al mismo mediante tres tornillos, la cual estaba formada por una copa de madera que contenía la carga de pólvora que era iniciada por una mecha de forma similar al sistema seguido por las cabezas incendiarias, o sea, cuando la carga de proyección se agotaba prendía en ella, iniciando la carga detonante formada por pólvora negra. Al explotar rompería la envuelta metálica y arrojaría sobre el enemigo una rociada de balas de mosquete cuyo número variaba en función del calibre del cohete. A título orientativo, uno de 12 libras cargaba 48 balas. Por lo demás, poco se sabe de este tipo de cabeza de guerra, tal vez porque los metralleros inventados por el coronel Henry Shranpel para artillería convencional ya habían mostrado sobradamente su eficacia; así pues, solo se tiene constancia de que se emplearon en cabezas de 18 y de 12 libras.
Grabado que muestra los diferentes calibres de cohetes con sus respectivas varillas estabilizadoras. En el detalle vemos los restos de un cohete con un fragmento de varilla unido al mismo |
Lanzador recreado durante la batalla de Waterloo, en la que tomó parte la 2ª Compañía de Cohetes al mando del capitán Edward Whinyates |
Bueno, se acabó por hoy.
Hale, he dicho
Continuación a esta entrada pinchando aquí
Los tataranietos de los cohetes creados por sir William Congreve |
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