lunes, 3 de octubre de 2016

Fuego griego



Bueno, como hace un siglo que tengo anunciada una entrada sobre el misterioso y a la par fascinante fuego griego, ya es hora de hacer algo al respecto. Justo es reconocer que todo lo que arde levanta pasiones encontradas entre los humanos, cuñados incluidos, ya que las llamas despiertan en el personal desde vagos temores a una atracción hipnótica. Lógicamente, cuando hablamos de fuego aplicado a la guerra la cosa cambia y todo se troca en un pánico cerval porque las quemaduras duelen una cosa mala y si no te matan in situ, dejándote convertido en una momia calcinada y retorcida, pues producen unas heridas capaces de desfigurar de tal forma a los afectados que, en muchos casos, casi preferirían haberla palmado del tirón antes de mirarse al espejo y tener pesadillas durante varias semanas al ver en lo que se ha convertido uno.

El emperador Constantino VII
coronado por Jesucristo nada menos.
El fuego griego es aún hoy un misterio que ningún historiador ha sido capaz de desvelar. Ni siquiera renombrados químicos han sido capaces de dar con la fórmula que, durante siglos, habría sido pagada con montañas de oro al que la hubiese vendido. Ese empecinamiento en preservar la mixtura en el más absoluto secreto ha sido quizás la causa de que durante 1.400 años no se haya parado de investigar su origen, si bien sin resultados hasta ahora. Así pues, lo poco que se sabe casi con seguridad es cuándo se empleó por primera vez, así como los medios para su uso en batalla y el nombre del sujeto que lo ideó o, al menos, dio una aplicación práctica a la arcana fórmula. De hecho, el emperador Constantino VII Porfirogéneta llegó a afirmar que la receta de aquella porquería fue revelada a su antecesor Constantino el Grande nada menos que por un ángel, modo bastante sutil para liberarse de los palizas que se pasarían años implorando por el conocimiento de la fórmula. Es obvio que si todo un ángel se tomó la molestia de informar al divino basileus era para que nadie más que él y sus herederos tuvieran acceso a la misma, ¿no?

Bien, ya sabemos que los griegos habían sido capaces desde mucho tiempo atrás de crear diabólicas mixturas a base principalmente de azufre, cal viva y petróleo en diversos estados- natural, destilado...-, y que estas habían sido empleadas con profusión desde al menos el siglo V a.C. Como algunos recordarán, la creación del pur automaton (pur automaton, fuego automático) les permitía incluso iniciar estas mezclas con retardos de días, semanas o incluso meses, lo que demuestra que su dominio de la química ya era notable aún en tiempos tan remotos. Sin embargo, el fuego griego, aunque carente de esas propiedades, era capaz de desarrollar una verdadera cascada ígnea sobre los enemigos y, peor aún, era prácticamente inextinguible, lo que producía vahídos de pánico entre los adversarios de los bizantinos cuando estos hacían acto de presencia con sus lanzallamas dispuestos a cremar a todo bicho viviente.

Con todo, debemos tener en cuenta un detalle de tipo semántico, y es que los bizantinos no le daban ese nombre, sino que lo denominaban de diversas formas como fuego líquido, fuego preparado, fuego artificial, fuego naval, fuego salvaje, fuego volante o aceite incendiario. La realidad es que el término "fuego griego" no hizo aparición hasta el siglo XII cuando los cruzados tuvieron conocimiento del mismo y lo llamaron feu gregois. ¿Pero por qué griego, si los bizantinos no lo eran? Porque en Occidente se les llamaba de ese modo, griegos. Y no en plan admirativo precisamente, sino todo lo contrario porque se les asimilaba a estos, considerados como unos sujetos afeminados, taimados, alevosos, vividores y especialmente proclives a la intriga. Los bizantinos, por el contrario, tenían un elevado concepto de sí mismos y se denominaban como romainoi (romainoi, romanos). 

Constantino I, en el centro con barba canosa,
acompañado de su séquito de cuñados y pelotas
La fecha en que se empleó por primera vez esta mixtura tampoco se sabe con certeza ya que varía según el cronista de turno. Aunque sabemos que fue durante la segunda mitad del siglo VII, hay un intervalo de tiempo de más de una década en la que se barajan diversas fechas, las cuales incluso se extienden hasta principios del siglo VIII según algunos cronistas. Según Teófanes, autor de una "Cronografía" que abarcaba desde los tiempos de Diocleciano hasta el año 813, da el año de 665 en el contexto del asedio a Constantinopla llevado a cabo por los árabes, siendo emperador Constantino IV Pogonatos. Sin embargo, la fecha aportada por Teófanes es errónea ya que este hombre, cuyo mote por cierto significa barbudo, no empezó a reinar hasta dos años más tarde. Al parecer, el error provino del calendario empleado, que era el del ANNO MVNDI, o sea, el que empezaba, en teoría, el día de la creación del mundo. Así pues, Teófanes aseguraba que la invasión árabe comenzó en el 6.165 A.M. , el cual correspondía según algunos autores al 665. Posteriormente se corrigió y se pudo calcular con más acierto, otorgando esa hecha al año 673. 

Nave bizantina armada con un sifón. Aunque inicialmente
se instalaban en la proa, hacia mediados del siglo X también
se emplazaron en el centro y la popa de los drómones
Según fuentes árabes, el primer ataque llevado a cabo por el comandante del ejército invasor, Yazīd ibn Mu‘āwiya ibn Abī Sufyān, hijo del califa Omeya de Damasco, fue en 669, asegurando que el fuego griego lo sufrieron en sus infieles carnes durante una segunda acometida llevada a cabo entre los años 674 y 680. Otros cronistas van aún más lejos, asegurando que el estreno de la infernal receta no tuvo lugar hasta que los árabes llevaron a cabo un tercer ataque entre los años 718 y 720, siendo emperador León III el Isaurio. Por dar un par de fechas más, plasmaremos las que facilita Marius Canard, un experto orientalista que afirma que el fuego griego solo se empleó en dos ocasiones: una, durante el primer cerco a Constantinopla mencionado más arriba en el año 668, y otra en el año 715, cuando un ejército al mano del gobernador Maslama Ibn Abd al-Malik Ibn-Marwan volvió por allí a recordarles a los griegos que el mundo es un lugar cruel. En fin, aunque podríamos dedicar una entrada completa solo a señalar fechas, con las que hemos aportado ya podemos hacernos una idea de la época y el contexto.

Otra recreación del empleo del fuego griego. El uso de esta
mixtura en un medio acuático aumentaba la virulencia de sus
efectos ya que el agua, en vez de mitigarlos, los aumentaba
En cuanto al autor o poseedor de la receta, la opinión general es que se trataba de un tal Calínico cuyo nombre en grafía griega, Καλλινικος, (Kallinikos) viene a significar algo así cómo "el hermoso ganador". Este sujeto, procedente de la ciudad siria de Heliópolis- otros dicen que de la Heliópolis egipcia-, podría ser de origen griego o tal vez judío, si bien ambas conjeturas se basan en su mismo nombre, propio tanto de unos como de otros. Sea como fuere, la cosa es que este Calínico se puso al servicio de los bizantinos y presentó su malévola receta como un invento propio si bien actualmente hay autores que aseguran que, en realidad, no fue el creador de la misma. Según James R. Partington, un brillante químico e historiador que estudió minuciosamente estos temas inflamables, la realidad es que el inventor podría haber sido cualquiera de los muchos químicos que en aquella época vivían en Constantinopla, los cuales habrían tomado posiblemente la fórmula de los escritos de la escuela de química de Alejandría, algunos de los cuales estaban contenidos en manuscritos atribuidos erróneamente a los emperadores Justiniano y Heraclio.

Reconstrucción del sifón manual o cheirosiphon que vemos en el detalle.
Dicha ilustración aparece en la "Parangelmata Poliorcetica", obra de
un autor anónimo conocido como Herón de Bizancio.
Por otro lado, aunque Constantino VII aseguraba que este Calínico había sido el inventor de un medio para proyectar la mezcla incendiaria mediante sifones, los cronistas de la época niegan esto asegurando que dichos sifones ya eran usados en las naves griegas antes de la aparición en escena de este personaje. No sería extraño este último detalle ya que los bizantinos, siempre al tanto de todo aquello que pudiera incinerar enemigos, hubiesen instalado estos artilugios con la finalidad de rociar con algún tipo de substancia inflamable las naves adversarias para, a continuación prenderle fuego mediante el lanzamiento de flechas incendiarias. Pero la cuestión es que, sea como fuere, no parece que Calínico inventara nada, así que solo se le podría adjudicar el mérito de haber sido el que, apropiándose de la fórmula secreta, la presentase al basileus como suya para arrogarse todos los méritos habidos y por haber. Quizás en lo que sí acertó fue en la idea de emplear los sifones para proyectar aquella porquería creando al mismo tiempo algún tipo de iniciador para que lo que saliera de los mismos no fuese un chorro de nafta o similar, sino de fuego ardiente y asqueroso. 

Recreación del sifón naval empleado por los bizantinos en
el siglo VII según David Nicolle
Pero de lo que sí podemos estar seguros es que el fuego griego era un asunto celosamente guardado, hasta el extremo de ser considerado como secreto de estado según afirmaba Ana Comneno, la erudita hija del emperador Alejo I. De hecho, aunque los emperadores bizantinos solían prestar tropas y armas a sus aliados, jamás transmitieron la fórmula del fuego griego, e incluso se preocuparon de propalar el camelo ideado por Constantino VII de que el ángel aquel le había regalado la receta a Constantino el Grande, perdurando a lo largo del tiempo la amenaza de ser anatematizado todo aquel que la divulgara, además de ser fulminado a continuación por un rayo divino destinado a freír como un torrezno al que profanase el secreto. Constantino VII incluso recomendó a su hijo y heredero Romano que jamás entregase el secreto a nadie, y que nunca jamás saliera del reino ni fuese empleado contra cristianos. Georgios Kedrenos, un cronista bizantino del siglo XI, llegó incluso a afirmar que la misteriosa receta estaba en posesión de un supuesto descendiente de Calínico llamado Lampros, personaje este totalmente ficticio. Todo fuese por mantener a buen recaudo el secreto. 

Ilustración del Manuscrito 16 de la biblioteca del Colegio
Corpus Christi, de Cambridge, que muestra dos honderos
en una nave cruzada haciendo uso de sendos fustíbalos.
Estas armas eran muy adecuadas para lanzar pequeñas
vasijas de fuego griego contra tropas o fortificaciones.
Con el paso del tiempo, el fuego griego cambió de bando. Es más que probable que, a raíz del colapso del estado bizantino a manos de los cruzados tras la ocupación de Constantinopla en 1204, la receta fuese a parar no se sabe como a manos de los otomanos, que hicieron uso de la misma contra unos perplejos francos en el asedio de Damieta en 1218. En aquella época, el fuego griego ya no solo se usaba contra naves enemigas, sino que se empleaba contra tropas y fortificaciones terrestres con bastante éxito por cierto. Además, su empleo ya no requería sifones ni proyectores de ningún tipo ya que se arrojaba contra el enemigo envasado en recipientes de barro que, al partirse, esparcían la viscosa substancia por todas partes pegándose a la vestimenta de las tropas y a las máquinas de asedio, quemándolo todo. Los turcos daban a esta mixtura el nombre de nafta, y a las tropas especializadas en su manejo naffātūn, los cuales estaban agregados a la unidades de arqueros. Al parecer, la receta incluso pudo caer en manos de los cruzados y los venecianos que saquearon concienzudamente Constantinopla, utilizando la mixtura precisamente en el mismo asedio de Damieta en el que los turcos los rociaban con la misma.

Un fundíbulo lanzando un proyectil de fuego griego
Como vemos, hay testimonios del uso de esta substancia pero, sin embargo, en lo que no hay unanimidad es en los hipotéticos componentes de la misma, para no hablar de la fórmula exacta, la cual siguió permaneciendo en el más absoluto secreto.  Hay cantidad de menciones al azufre, la brea, el alquitrán, el betún, la cera, grasas de origen animal o resinas de diversas procedencias, e incluso algunos autores aseguran que, en realidad, el fuego griego no era sino pólvora, teoría esta última que creo debemos desechar ya que la artillería había hecho su aparición en el siglo XIII y, por otro lado, el fuego griego era una substancia líquida. En cualquier caso, el terror que inspiraba el fuego griego llegó incluso a ser tratado en el II Concilio de Letrán, donde su uso quedó proscrito en Europa por ser un arma criminal. Así pues, nos tendremos que conformar con las diversas teorías que circularon acerca de la composición de esta siniestra y misteriosa mixtura, pero eso lo dejaremos para otro día porque ya le he dado a la tecla más de la cuenta para ser lunes.

En fin, ya seguiremos porque hay tema para rato, porque lo que hemos visto hoy es solo para poder ponernos en antecedentes acerca del origen y los primeros tiempos de este invento puñetero.

Hale, he dicho

Algo así sería el impacto de una vasija llena de fuego griego lanzada por un fundíbulo. La mezcla, de un elevado grado
de viscosidad, se adhería inmediatamente a todo lo que estuviera alrededor sin posibilidad de apagarla como no fuera
con vinagre o arena

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