lunes, 10 de octubre de 2016

Montigny, la primera ametralladora del ejército español


En el grabado tenemos la Christophe-Montigny con su armón. Esta máquina fue la primera ametralladora diseñada como tal

A comienzos de la segunda mitad del siglo XIX, la aparición de la ametralladora supuso una jugosa innovación de cara a masacrar más y mejor a los enemigos. En una época en que las potencias europeas andaban a la gresca poseídas por un afán colonizador nunca visto, disponer de las armas más modernas era garantía de éxito y, sobre todo, de disuasión. Por desgracia, las únicas armas verdaderamente disuasorias han sido las nucleares, y esperemos que el miedo que inspiran permanezca activo en los magines de los mandamases mundiales si no queremos vernos un mal día vaporizados porque al gordito de Corea del Norte se le crucen los cables o a los ayatolás les de por enviarnos al carajo vía bomba sucia remitida por un pirado muyahidín hasta las cejas de farlopa. Pero, temas apocalípticos aparte, lo cierto es que los nuevos diseños que aparecieron en la escena europea pusieron los dientes largos al personal a la vista de los devastadores efectos que prometían sus inventores entre las tropas enemigas.

Dos de las candidatas: a la izquierda, la Claxton. A la derecha la
inconfundible Gatling
Aunque las Gatling ya estaban segando vidas que era una cosa mala durante la Guerra de Secesión, en la feliz Europa se limitaban a verlas venir ya que el empleo táctico de estos chismes aún estaba en pañales, tal como se explicó en una entrada dedicada precisamente a ese tema. Con todo, los ejércitos del viejo mundo ya andaban tomando contacto con los representantes de los diversos fabricantes de ametralladoras y, naturalmente, el de la augusta España también a pesar de que por aquella época estaban las cosas un tanto revueltas en el suelo patrio, con experimentos republicanos y guerras carlistas de por medio. No obstante, se realizaron pruebas para la adopción de una ametralladora reglamentaria teniendo como candidatas la Gatling norteamericana, la Claxton inglesa y la Christophe-Montigny belga, representada en España por Mr. Oscar Malherbe, perteneciente a una empresa armera radicada en Lieja que, entre otras cosas, se dedicaba a la comercialización de armamento.

Vistas delantera y trasera de la ametralladora
Christophe-Montigny. A ambos lados se aprecian los
dos cofres para la munición de uso inmediato
Fue este último el que se llevó el gato al agua, logrando que en 1870 el ejército español se decidiera por la adquisición de catorce máquinas más la licencia para fabricar otras catorce en la Fábrica de Armas de Oviedo. Para eliminar problemas de tipo logístico con la munición se fabricaron en el mismo calibre que el de los fabulosos fusiles Remington sistema rolling-block que fue reglamentario en 42 países y recamarado para 22 calibres de guerra. El Remington español, que entró en servicio el año siguiente, disparaba un cartucho de pólvora negra calibre 11,15 x 57R o .43 Spanish Remington en el absurdo sistema anglosajón. Así pues, en abril de 1871 las 34 máquinas estaban ya disponibles para formar seis baterías agregadas a unidades de artillería ya que, recordémoslo, el empleo táctico de la ametralladora en aquella época las consideraba como una especie de complemento de los cañones.

Ametralladora Montigny en su cureña junto al armón mondelo 1870, el
cual tenía capacidad para una dotación de 3.700 cartuchos. La cureña era
una adaptación del modelo reglamentario de 1863 que disponía de un
asiento para el tirador colocado sobre la misma
Por desgracia, el estallido de la III Guerra Carlista en 1872 desbarató el proyecto de crear una unidad de ametralladoras moderna y eficaz. Con todo, se aprovecharon cuatro máquinas para formar una batería asignada al 1er. Rgto. Montado de Artillería nutrido por 88 hombres y 3 oficiales al mando del capitán Fernando Vega. Al parecer, no se vieron envueltos en ninguna acción relevante, seguramente porque el uso que se les dio no fue el adecuado, por lo que las flamantes Montigny finiquitaron su breve vida operativa siendo enviadas como armas de plaza a diversas fortificaciones. Para ello, fueron desmontadas de sus cureñas de campaña y emplazadas en afustes fijos. Ojo, que en este caso la culpa no fue de los mandamases del ejército ya que, como hemos dicho, el empleo de las ametralladoras en sus primeros tiempos estaba equivocado de medio a medio. El error consistía en pretender disparar una ráfaga a distancias a las que era imposible incluso ver el punto de impacto para corregir el tiro. Hablamos de 1.000 metros o incluso más. Además, la nula dispersión de los proyectiles impedía aprovechar el factor esencial que ofrecía ese tipo de armas, que no era otro que creación de un cono de fuego contra masas de infantería que avanzaban a pecho descubierto, y no contra unidades dispersas o atrincheradas situadas en el quinto carajo donde solo la artillería convencional era efectiva. 

Ametralladora Reffye
De hecho, el ejército francés usó la ametralladora Reffye (la versión fabricada por ellos de la Montigny a partir de 1865 conforme a las modificaciones diseñadas por el general Jean-Baptiste Verchère de Reffye) durante la guerra franco-prusiana en 1870, resultando un fiasco total a pesar de que Napoleón III se entusiasmó sobremanera en su momento con el juguete. Pero de la Reffye ya hablaremos detenidamente en su momento, así que bástenos por ahora saber que el fracaso que supuso el empleo de estas armas durante el conflicto franco-prusiano apagó el interés que habían levantado inicialmente, no volviendo a reaparecer, esta vez con toda su letal potencia, a partir de la Gran Guerra, que era donde podían desarrollar al cien por cien sus cualidades.

Bueno, como vemos, para ser la primera ametralladora del ejército español su vida fue más breve que la de un kilo de langostinos de Sanlúcar bajo las barbas de un cuñado, pero no por ello dejó de ser una máquina muy bien concebida para su época, así que merece la pena detenernos y darle un repaso a su diseño y funcionamiento.

El origen del invento se remonta a 1851, cuando el capitán del ejército belga Toussaint Fafchamps, un ingeniero de minas que llevaba ya casi 20 años desarrollando su idea, diseñó la que en justicia podemos denominar como la primera ametralladora de la historia. El diseño de este sesudo personaje consistía en una máquina de nada menos que cincuenta cañones que disparaba cartuchos de papel ya que en aquellos tiempos aún estaban por desarrollar los de vaina metálica. La ametralladora podía efectuar dos salvas por minuto, lo que le daba una cadencia de 100 disparos que, en aquel momento, era algo cuasi infernal. Al parecer, la precisión y el nivel de acabados que requería la manufactura de este artefacto lo hacía inviable para la producción en masa, pero el germen ya estaba en marcha a pesar de que el proyecto no había ido más allá de los planos y un rudimentario prototipo.

Durante la década de los 50 del siglo XIX, Fafchamps desarrolló su invento junto a Louis Christophe y el ingeniero Joseph Montigny, dando lugar a una máquina provista de 31 cañones colocados en hileras verticales que, a su vez, estaban contenidos en un cilindro de bronce. Su sistema de disparo consistía en placas-cargadores en las que la munición estaba dispuesta de la misma forma que los cañones. Una vez introducido uno de estos cargadores en su alojamiento, era empujado hacia adelante mediante una manivela que accionaba un cierre. La salva se efectuaba girando otra manivela colocada en el costado derecho del arma, y dependiendo de la velocidad a la que giraba la cadencia era más o menos rápida. Así pues, con el sistema de cierre mediante tornillo se podían obtener entre 5 y 6 salvas por minuto, lo que suponía una cadencia de 155-186 disparos por minuto. En la imagen superior vemos el sistema de cierre mediante manivela, y abajo una placa cargador en la que podemos apreciar la distribución de los cartuchos. Bajo el mismo vemos la sección de la placa con los orificios preparados para acoger los culotes de la munición con reborde de la época.

Sin embargo, el sistema de cierre diseñado por Fafchamps tenía un inconveniente, que no era otro que la lentitud a la hora de recargar la máquina. Este detalle, inicialmente, no era especialmente importante ya que el destino de estas ametralladoras era ser emplazadas en posiciones perfectamente protegidas a la manera de las piezas de artillería, así como la defensa de fosos de las fortalezas pirobalísticas, concretamente en las caponeras desde las que se podía barrer a los enemigos que lograsen acceder a los mismos. No obstante, Montigny prefirió rediseñar el cierre sustituyendo la manivela con una palanca la cual solo tenía que ser accionada hacia atrás para, en un periquete, abrir el cierre, extraer la placa-cargador y reponer otra. A continuación bastaba empujar la palanca hacia adelante para que la máquina quedara cargada y lista para abrir fuego. Este cambio, al que había que sumarle un aumento en el número de cañones de los 31 originales hasta los 37, permitió mejorar la cadencia a 7-8 salvas por minuto, lo que se traducía en 259-296 disparos por minuto. En la ilustración superior vemos el cierre abierto y la placa-cargador a punto de ser introducida, así como la palanca del cierre en su posición más avanzada.

Este modelo fue el mismo que se presentó en Francia
y España
Esta fue la ametralladora que fue presentada a Napoleón III en 1863 y que causó una gran impresión en el descendiente del enano corso al que Dios maldiga. Con todo, le debieron comprar la licencia a sus creadores para fabricarla en Francia bajo las especificaciones del general Reffye, como ya señalamos anteriormente, manufacturándose 215 piezas entre su fecha de adopción en 1866 y 1870, de las cuales estaban operativas 190 en ese último año. Sin embargo, su erróneo uso táctico dejó con un palmo de narices al personal durante el breve pero violento intercambio de impresiones que tuvieron con los belicosos prusianos, y solo en una ocasión, cuando fue empleada como apoyo a la infantería en la batalla de Gravelotte, hizo sentir entre los enemigos su verdadero poder. Estaba claro que usarla como una pieza de artillería era un craso error, pero hablamos de una máquina que pesaba más de 900 kilos incluyendo la cureña, por lo que es evidente que ponerla en posición requería un tiempo similar al de una pieza de artillería de campaña.

En cuanto a los acabados y la calidad de la ametralladora, eran francamente buenos. Sin embargo, en el diseño había un defecto que nunca llegó a solucionarse y que supuso no pocas interrupciones. Dicho defecto radicaba en la placa-cargador, la cual era excesivamente fina como para mantener las hileras de cartuchos perfectamente perpendiculares a la misma. Ello se traducía en fallos a la hora de accionar el cierre ya que los proyectiles no quedaban enfilados con las recámaras, por lo que había que perder un tiempo precioso en corregir el fallo. ¿Que por qué no hacían los orificios de las placas más ajustados, logrando con ello el efecto deseado? Primero, porque las vainas se dilatan al ser disparadas, lo que dificultaría la extracción de las mismas cuando fuese necesario recargarlas. Y por otro lado, porque era imprescindible dar determinadas tolerancias a las piezas de cada máquina para que las placas sirviesen en cualquier ejemplar. Si se fabricaban un determinado número de placas-cargador por máquina supondría un grave problema logístico ya que esta quedaría inutilizada en caso de que el armón se perdiera en combate. El efecto indeseado lo podemos ver en la ilustración superior, donde se aprecia una placa de perfil cargada con sus 37 cartuchos los cuales están levemente inclinados hacia abajo precisamente debido a la tolerancia en las perforaciones que se pueden ver en la figura de la derecha, donde hemos representado cuatro de ellos con la munición cargada para que se pueda apreciar mejor su apariencia.


Vista trasera del arma con el cargador a punto. En el
costado derecho se ve la manivela de disparo la cual era
mucho más rápida de accionar que la de la Gatling. Basta
apenas un segundo para efectuar una salva
Con todo, en 1874 se intentó mejorar el sistema de disparo para aumentar la cadencia de tiro sustituyendo la manivela por una palanca. Sin embargo, esto no mejoro la eficacia de este modelo porque, al efectuar la salva casi de golpe, no podía dispersar los disparos para aumentar su radio de acción, cosa que sí se podía hacer con una Gatling ya que el tirador podía pivotar la ametralladora mientras se accionaba la manivela, logrando así un cono de fuego mucho más efectivo contra la infantería. Este detalle, aparentemente sin importancia, fue lo que relegó a las máquinas con este sistema de disparo al papel de pieza de plaza o como arma naval contra-torpedos, donde su gran concentración de fuego sí era sumamente ventajosa para destruir los torpedos que se encaminaban contra la línea de flotación de los buques de guerra. De ese modo, pronto cayeron en la obsolescencia, y más cuando apenas unos años más tarde, con la aparición de la pólvora sin humo, se diseñaron ametralladoras automáticas alimentadas por cintas o peines de una efectividad muy superior. No obstante, justo es reconocer que sin estos primeros diseños quizás la aparición de las Maxim o las Vickers hubieran tardado más en desarrollarse. O igual no, porque en cuestiones de matar los hombres solemos darnos más prisa que en las de curar.

Bien, esta es grosso modo la historia de la Christophe-Montigny. Pero como es posible que a alguno que otro le hayan quedado dudas acerca de su funcionamiento, lo explicaremos de forma somera.


Como ya vimos en los gráficos anteriores, la máquina tenía en la culata un conjunto de piezas que conformaban el cierre, el alojamiento para la placa-cargador, el mecanismo de disparo y los percutores. Es la parte que aparece en amarillo en la figura de la derecha, donde vemos la ametralladora en pleno proceso de carga: la palanca, en su posición más avanzada, ha hecho retroceder el cierre y tras acoplar en el mismo el cargador solo hay que bajarla para completar el proceso. A partir de ese momento solo habrá que girar la manivela que vemos en el centro de la imagen para comenzar a disparar.


En este gráfico podemos ver las piezas que contiene el cierre: en amarillo tenemos un cilindro en cuyo interior están los 37 muelles que, al accionar la manivela, se irán liberando a medida que la placa de disparo que vemos en rojo vaya descendiendo por el giro de la manivela. Estos muelles impulsarán unos pistones que, a su vez, golpearán sucesivamente los 37 percutores alojados en la parte delantera del cierre. Esta placa es accionada mediante un mecanismo de cremallera, y descenderá tan rápido como hagamos girar la manivela.


En los gráficos de la derecha lo veremos con más claridad. En primer lugar tenemos una vista en sección del cierre en posición abierto. Se aprecian los muelles y sus pistones, la placa de disparo bajada y los percutores alojados en la parte delantera. A continuación vemos el conjunto en posición cerrado con la placa de disparo descendiendo, lo que liberaba los pistones que golpeaban los percutores.



Una vez completado el ciclo de disparo se abrirá el cierre pivotando la palanca hacia adelante. Ese movimiento, además, hará ascender a su posición inicial la placa de disparo, que es la que permite efectuar la salva de forma escalonada; por otro lado, se comprimirán los muelles de los percutores y la manivela girará en sentido opuesto para volver a la posición de partida. Una vez abierto el cierre se extraerá la placa-cargador con las vainas servidas y se sustituirá por otra previamente cargada. No me ha sido posible averiguar la dotación de cargadores de cada máquina, pero deduzco que su número estaba limitado a la capacidad de los arcones para munición de uso inmediato que iban montados en la cureña, de forma que en el armón se almacenaba la munición y una máquina o accesorio para facilitar la extracción de vainas que, excesivamente dilatadas, no se podían sacar.

Para hacernos una idea de la secuencia de disparo basta echar un vistazo al gráfico inferior, donde hemos recreado los doce primeros disparos vistos desde detrás:




Vista detallada de la placa de disparo en la
que se aprecian con más claridad los siete
escalones que producían la secuencia de tiro
Como vemos, la placa de disparo disponía de siete escalones para que el cargador se vaciase tiro a tiro. Esta secuencia tenía como objeto reducir el calentamiento del arma ya que carecía de sistemas de refrigeración, y para aminorar el retroceso. Con todo, una salva de 37 disparos al unísono tampoco tendría un retroceso capaz de afectar a un mamotreto de casi una tonelada de peso, pero en fin... Bueno, de izquierda a derecha y de arriba abajo podemos ver como la placa de disparo va descendiendo y, curiosamente, no se produce una sucesión de disparos en un sentido uniforme, sino que debido al escalonado de la placa de disparo esos se van produciendo de forma alterna. Como ventaja de este sistema, señalar que la percusión de un cartucho defectuoso no suponía una interrupción de la ráfaga ya que la placa de disparo seguiría descendiendo por la acción de la manivela. Solo al extraer el cargador se vería que un cartucho estaba sin disparar. No obstante, como ya se comentó anteriormente, las tolerancias de fabricación impedían que la munición quedase perfectamente alineada ante las recámaras, lo que podía retrasar enormemente el inicio del proceso de disparo.


Montigny del ejército belga sobre afuste estático. Como se
puede ver, la manivela ha sido sustituida por el sistema de
palanca por lo que se trata de un modelo posterior a 1874
En fin, así fue la breve historia operativa de la primera ametralladora del ejército español, si bien tras la adopción de las Montigny también se adquirieron algunas Gatling y Nordenfelt, estas últimas destinadas a algunos buques de la Armada o como pieza de plaza en fortificaciones. De los tres sistemas que tuvieron éxito durante la segunda mitad del siglo XIX, Montigny, Nordenfelt y Gatling, solo este último se mostró verdaderamente efectivo y con un funcionamiento similar a lo que actualmente entendemos por ametralladora. De hecho, originariamente el invento de Fafchamps era denominado "carabina múltiple", y el diseño adoptado por Francia como "cañón de balas", en referencia quizás a que era un híbrido de cañón y fusil; el término mitrailleuse no fue adoptado hasta más tarde. 


Tropas prusianas asaltando una posición defendida por zuavos franceses
durante la guerra franco-prusiana. En el centro de la escena aparece un
canon à balles Reffye, la versión gabacha de la Montigny.
Como curiosidad, el mandatario que apostó con más interés en esta nueva arma fue Napoleón III, que hasta puso su bolsillo 364.000 francos- un fortunón para la época- para costear secretamente las pruebas que se llevaron a cabo en el arsenal de Meudon. Ojo, la donación del monarca francés no se debió a un arrebato de generosidad patriótica, sino al interés por mantener el proyecto en el más absoluto secreto ya que poniendo él la pasta no quedaba rastro en la contabilidad del ejército, lejos de los alevosos ojos de los espías al servicio de las potencias extranjeras. Sin embargo y a pesar del empeño puesto en potenciar la ametralladora, su estreno resultó un fracaso, como ya hemos dicho, por un empleo táctico erróneo, y solo cuando abrían fuego contra masas de infantería situadas a distancias inferiores al kilómetro era cuando tenían lugar unas fastuosas escabechinas que, sin embargo, no acabaron de hacer ver a los mandamases de los estados mayores que ese era el camino correcto.


El general Le Boeuf
Porque el personal seguía a pie juntillas la doctrina impuesta por el general Edmond Le Boeuf, presidente del Comité de Artillería que, en 1868, afirmaba que la ametralladora tenía la misión de cubrir la zona comprendida entre el límite del alcance efectivo del fusil y donde los botes de metralla perdían su efectividad, o sea, entre los 1.000 y 2.500 metros. Sin embargo, como ya hemos visto, la precisión de estas máquinas a semejantes distancias era imposible de determinar, por lo que su eficacia era prácticamente nula. Ello contribuyó en gran parte a que tras la guerra franco-prusiana se pensara de forma generalizada que las ametralladoras eran unos trastos inservibles, y que donde se pusiera la potencia del cañón y la concentración de fuego de la fusilería, que se quitaran inventos raros y caros como eran estas máquinas. Esta doctrina supuso pues un parón tecnológico que no se pudo recuperar hasta, que con la invención de la pólvora sin humo, surgieran las primera ametralladoras automáticas que, además, estaban concebidas como armas ligeras de apoyo a la infantería y cuyos efectos ya conocemos sobradamente.

En fin, ya no me enrollo y hago mutis por el foro con aire displicente.

Hale, he dicho

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