sábado, 24 de diciembre de 2016

Morteros de trinchera. 25 cm. schwerer Minenwerfer



Lanzaminas de 25 cm. en una posición fortificada del frente. A ambos lados de la pieza podemos ver las ruedas
que se usaban para su transporte

Bien, para completar de alguna forma la entrada anterior, daremos cuenta del que fue el primer mortero de trinchera propiamente dicho ya que no es plan de "bombardear" al personal de golpe y porrazo con todos y cada uno de los que se emplearon durante la Gran Guerra. Así pues, poco a poco iremos estudiando los modelos más representativos de todos los contendientes, lo que nos vendrá de perlas para callarle la boca al cuñado que se ha visto todos los documentales habidos y por haber sobre las batallas de Verdún, el Somme y el Marne. Procedamos pues. Por cierto que, antes de empezar, conviene hacer una aclaración respecto al término "Minenwefer" ya que, bajo la acepción que el término mina tiene en español, puede dar lugar a ciertas confusiones. Y es que en alemán, una "Minengranaten" hace referencia a un proyectil provisto de una carga elevada de alto explosivo, lo que obviamente no tiene nada que ver con el concepto que nosotros tenemos de mina, que puede ser una excavación subterránea, bélica o no, o un dispositivo que se entierra para que explote al ser pisado por una persona o un vehículo. Aclarado esto, comencemos pues.

En pleno proceso de carga. Obsérvese el enorme tamaño
del proyectil
El 25 cm. schwerer Minenwerfer (25 cm. sMW en su forma abreviada) es, en cristiano, el lanzaminas pesado de 25 cm. Como ya anticipamos en la entrada anterior, estos probos súbditos del káiser no consideraban estos artefactos como piezas de artillería en sí, sino como una especie de arma de ingenieros destinada ante todo a la destrucción de las fortificaciones enemigas. Por otro lado, para los que lo desconozcan, los tedescos tenían la costumbre de dar los calibres en centímetros y no en milímetros. Este trasto, como ya hemos comentado, fue el resultado de un proyecto llevado a cabo por la Rheinmetall entre 1907 y 1909 tras las enseñanzas adquiridas durante el asedio a Port Arthur a manos de los japoneses durante la guerra Ruso-Japonesa, las cuales fueron elevadas al Estado Mayor alemán por el mariscal Moltke mientras que los british y los gabachos estaban en Babia. La idea en sí consistía en crear un arma de pequeño tamaño pero capaz de disparar munición de gran calibre, lo suficientemente potente como para aniquilar las poderosas defensas de las fortificaciones de la época, herederas directas de las pirobalísticas tipo Vauban que habían estado operativas hasta aquel momento y que, en realidad, muchas aún lo estaban. 

Beta-Gërat de 30,5 cm. Como vemos, una fastuosa pieza de 24,5 Tm que
era de todo menos manejable
Debemos tener en cuenta que la artillería de sitio en aquellos años consistía en monstruosos obuses de varias toneladas de peso cuyo emplazamiento suponía una inversión de muchas horas de trabajo y la intervención de docenas de hombres para poder preparar el terreno y las plataformas de tiro. A modo de ejemplo, un obús Beta-Gërat de 30,5 cm. precisaba de 12 horas, mientras que un Gamma de 42 cm., el famoso Bertha del que ya hablamos en su día, requería de un día entero trabajando sin descanso. Sin embargo, la opción de mortero de trinchera permitía obviar todos esos inconvenientes ya que, aunque pesado y engorroso, podía emplazarse en poco rato con la única exigencia de allanar el mínimo espacio de terreno donde se asentaría la plataforma y, en caso de necesidad, podía ser rápidamente trasladado de sitio gracias a las ruedas de que iba provisto.

Gabacho posando junto al proyectil de 42 cm. de un Gamma.
Esa cosa pesaba 886 kg., y para dispararla hacía falta una
pieza de 150 Tm. ¡Ah!, la carga de proyección iba aparte
Pero lo más significativo era el concepto de la munición que empleaban. Al ser un arma de corto alcance, no más de 710 metros en su primera versión, su velocidad inicial era muy reducida, lo que permitía que el grosor de las paredes del proyectil fuesen mucho más finas que las de un obús convencional. Esto implicaba que a igualdad de calibre la carga fuese ostensiblemente mayor y, por ende, su relación calibre-capacidad destructiva mucho más ventajosa que en otras piezas de mayor envergadura. A modo de ejemplo usaremos un proyectil de calibre similar, el modelo 1906 de 28 cm. para alto explosivo cuyo peso era de 350 kg. con una carga de 11,38 kg. Por contra, el primer modelo de proyectil empleado por el lanzaminas de 25 cm. pesaba solo 63 kg. mientras que su carga explosiva era de 26 kg. Así pues, mientras que en el proyectil de 28 cm. la carga explosiva suponía un 3,3% del peso total del mismo, en el caso del empleado por el lanzaminas era de un 41,2%. Esto implicaba un notable ahorro tanto en materiales como en mano de obra, ambos cada vez más escasos a medida que iría avanzando el conflicto, como suele pasar. Y, de igual modo, al no precisar de potentes cargas de proyección para lanzar el proyectil a varios kilómetros de distancia, se eliminaba la vaina convencional de latón, muy cara tanto en lo referente al material como a su manufactura. 

Los proyectiles de alto explosivo estaban especialmente indicados para
barrer las más espesas alambradas, y más en el caso de los de este mortero
Pero el lanzaminas era además un arma más versátil que la artillería convencional ya que, por ejemplo, un obús de sitio no era precisamente válido para efectuar fuego de barrera o como arma de apoyo de la infantería, así que todos estos datos que hemos dado son referentes a su capacidad destructiva contra fortificaciones o alambradas. Si ahora establecemos una comparativa con los cañones empleados para llevar a cabo preparaciones artilleras o fuego de barrera, el mortero de trinchera se lleva también la palma. Tomemos dos proyectiles de artillería de campaña de uso frecuente como eran en los primeros meses de la guerra el modelo 1912 de 15 cm.  y el modelo 1915 de 7,7 cm, ambos para alto explosivo. En el primer caso, la carga explosiva era de 6,1 kg., mientras que en el segundo de apenas 380 gramos. Así pues, para lograr un efecto similar al de un proyectil de 25 cm. serían necesarios 4 disparos de 15 cm. y nada menos que 68 de 7,7 cm., y eso siempre y cuando fueran efectuados al mismo tiempo y cayeran todos en el mismo sitio. Así pues, queda claro que la relación precio-capacidad letal también estaba del lado de los morteros de trinchera.

Cargando el mortero mientras el tirador ajusta la puntería. Estas posiciones
fortificadas bajo tierra eran invisibles para el enemigo.
A ello debemos añadir la cadencia de tiro. El lanzaminas de 25 cm. podía efectuar 20 disparos a la hora (a la hora, y no al minuto, como comentan en algunos artículos cuyos autores no se paran a pesar que preparar y cargar un proyectil de 63 kilos de peso más el cebado y la carga de proyección cada 3 segundos es simplemente imposible). Por contra, el Beta-Gërat de 30,5 cm. efectuaba entre 12 y 15 dependiendo de la versión, y un Gamma apenas 8. O sea, que los lanzaminas podían desplegar una potencia de fuego devastadora en caso de efectuar fuego de barrera o una preparación artillera capaz de volatilizar no solo las alambradas enemigas, sino incluso las trincheras si se armaban los proyectiles con espoletas de retardo, como veremos más abajo.

Foto que nos permite ver claramente el tamaño de la pieza, en este caso
en servicio en el ejército austro-húngaro. Sus dimensiones eran inferiores
a las de un cañón de campaña de calibre medio
Por último, el tamaño. Todos sabemos el descomunal tamaño de las piezas de artillería de grueso calibre, lo que las hace obviamente muy pesadas y, además, requerían de un amplio espacio para su emplazamiento. Solo la culata que contenía el cierre suponía alrededor de una quinta parte del largo total del cañón, y a eso había que sumarle el peso del mismo. La solución adoptada por la Rheinmetall no pudo ser más simple: hacer una pieza de avancarga, por lo cual sobraba el cierre y, por otro lado, al ser un arma concebida para disparos a corta distancia, pues también podían fabricar el cañón de una longitud en apariencia ridícula. Pero la realidad es que era suficiente ya que estos cañones disponían de un estriado que  daría al proyectil la precisión adecuada a pesar de su escasa longitud, con lo cual lograban una pieza compacta, ligera si se la compara con la artillería de sitio de la época, barata de fabricar ya que costaba diez veces más barato que un Gamma, y con una munición igualmente económica por emplear menos materias primas y prescindir de la vaina.

Bien, estas son las comparaciones que nos permiten calibrar de forma bastante aproximada las prestaciones entre los morteros de trinchera y la artillería convencional y, como hemos visto, salen siempre ganando los primeros. El resultado del proyecto era el lanzaminas que vemos a la derecha y cuyo diseño no podía ser más simple. Constaba de una placa base provista de un soporte regulable para el tubo que permitía una corrección de ángulo vertical de +45 a +75º, y de 12º de ángulo horizontal en ambos sentidos. De los radios de acción hablaremos más adelante ya que variaban dependiendo de la munición. La placa base disponía así mismo de dos amortiguadores de retroceso hidro-neumáticos acoplados a un tubo de 76,3 cm. de largo provisto de seis estrías. En dicha base se podían acoplar dos ruedas para facilitar su transporte, y contaba con una serie de abrazaderas en las que se podían montar largueros que facilitasen su manejo a la hora de ponerlo en posición. El peso total del arma era de 628 kilos, y para su transporte y emplazamiento se requerían 21 hombres, lo que tampoco era una cifra escandalosa si la comparamos con los cinco vagones de ferrocarril que requería un obús Beta-09. 


Postal francesa que muestra un 25 cm. sMW a/A capturado. Delante de la pieza se puede ver uno de los cestones de mimbre
empleados para el transporte de la munición. Se abría por la base mediante una tapa metálica provista de cierres.


Cuando estalló el conflicto apenas había 44 lanzaminas operativos,  y ciertamente dejaron totalmente perplejos a los british y los gabachos cuando abrieron fuego contra las poderosas fortificaciones de Lieja a comienzos de agosto de 1914, las cuales fueron barridas del mapa por la artillería pesada tedesca entre la que figuraban los lanzaminas en cuestión. Está de más decir que los mandamases, en cuanto vieron los excelentes resultados obtenidos, ordenaron poner en marcha toda una gama de calibres de diferente tamaño para cubrir el máximo posible de objetivos, así como una modificación del mortero que nos ocupa para mejorar sus prestaciones. Así, en 1916 surgió un nuevo modelo cuya única diferencia con el anterior radicaba el la longitud del cañón, que en este caso era de 124,5 cm., lo que suponía un aumento del peso hasta los 768 kilos en total (foto de la izquierda). Debido a la existencia de dos modelos diferentes se establecieron unas siglas para diferenciarlos: a la denominación del modelo inicial se le añadió la coletilla "a/A", o alter Art (tipo antiguo), mientras que al de cañón largo se le puso "n/A" o neuer Art (tipo nuevo). Al final de la guerra se habían fabricado unas 1.234 unidades, las cuales salieron infinitamente más baratas que los impresionantes obuses de sitio que tanto dieron que hablar y que son conocidos hoy día por todos mientras que, curiosamente, los lanzaminas suelen ser los grandes ignorados.


Aunque inicialmente se emplazaban en campo abierto, como si de una pieza de artillería convencional se tratase, cuando la guerra se enquistó y todo el personal optó por enterrarse en vida en las trincheras fue cuando los lanzaminas acompañaron a la infantería hasta primera línea. Debido a su escaso alcance era imposible emplazarlos con los cañones y obuses en retaguardia, así que se construían emplazamientos en las mismas trincheras que, aparte de proteger a los servidores de la pieza, la hacían totalmente invisible incluso para los observadores que atisbaban el panorama desde sus globos cautivos y los pilotos de la naciente aviación de combate. Arriba tenemos un ejemplo de la configuración de una de estas posiciones, en las que solo un impacto directo que se colase por el mínimo espacio abierto podría silenciar la pieza. Al mismo tiempo, la profundidad a la que se encuentra no le impide abarcar todo su radio de tiro, que recordemos iba desde los 45 a los 75º.


En cuanto a la munición, a continuación veremos los diferentes tipos que se emplearon. En la figura de la derecha aparece el modelo corto inicial. Se trata de un proyectil fabricado de acero cuyas paredes tenían un grosor de apenas 16 mm., mucho menos que, por ejemplo, los 35 mm. del modelo 1912 de 30,5 cm. Recordemos que esta diferencia de grosores era lo que permitía aumentar de forma notable la carga explosiva del proyectil del lanzaminas. La longitud era de 593 mm. y el peso del mismo era de 63 kg., con una carga de 26 kg. de nitrolit, un explosivo alemán empleado para voladuras y compuesto a base de nitrato de amonio y trinitro-anisol. Posteriormente, en 1916, apareció una versión más ligera con un peso de 61 kg. y una carga de 20 kg. Para diferenciarlo del anterior iba pintado con tres bandas negras. En cuanto al alcance, en el modelo inicial era de un máximo de 710 metros, mientras que el otro se alargaba hasta los 840. En la base se aprecia la banda de forzamiento de zinc que le permitía tomar las estrías. Este proyectil era empleado contra alambradas, parapetos, trincheras, posiciones de ametralladoras y morteros. Solo adolecía de poder de penetración debido a su peso, relativamente escaso si se lo compara con el de los obuses de sitio convencionales. No obstante, uno de estos chismes podía enterrarse hasta una profundidad de 9 metros en tierra, lo que los hacía temibles porque podían llevarse por delante líneas enteras de trincheras, y tampoco tenían mucho que envidiar a los 12 metros de tierra y hormigón que podía penetrar un proyectil de 42 cm.


A continuación vemos el destinado a contener fosgeno. Aunque las dimensiones son iguales al anterior, el espesor de las paredes del proyectil era de solo 8 mm. para facilitar la rotura y expansión del gas. El peso total de este chisme era de 61 kg., y la carga explosiva, lo justo para romper la carcasa, era de 290 gramos de TNT con una mezcla de fósforo rojo y arsénico, todo ello embutido en una envuelta de hierro acoplada a la espoleta. Esta última mezcla era lo que favorecía que el fosgeno en estado líquido se convirtiera en gas. La carga era de 23,5 kg. de porquería de esa que aliñaba al personal como no anduviese listo y se pusiera la máscara antigás a toda leche. En lo referente al alcance, en este caso era de 850 metros máximo. Por cierto que, como era habitual en los proyectiles destinados a contener gas, todas las juntas eran selladas para evitar fugas que envenenaran al personal sin que se dieran cuenta, que igual te formaban un consejo de guerra por auto-lesionarte y te mandaban fusilar mientras te asfixiabas.


Por último, mostramos el hermano mayor. Se trata de un enorme proyectil de 102 cm. de largo con un peso total de 94 kg., de los cuales 47 pertenecían a la carga explosiva, en este caso de donarit, un explosivo en escamas fabricado por la Carbonite Co. de Hamburgo compuesto por nitrato de amonio, trinitrotolueno, nitroglicerina y harina de centeno en una proporción de 80-12-4-4. Su empleo era el mismo que el de sus hermanos menores, pero con unos efectos el doble de potentes. Para hacernos una idea, más de 4 veces la carga de un cañón naval de 30,5 cm., o sea, una bestialidad. El alcance máximo era de 550 metros, y en cuanto a las cargas de proyección se distribuían en discos de pólvora sin humo compactada de diferentes pesos. Había tres cargas que se combinaban entre sí para obtener más o menos potencia, cada una de 100, 130 y 155 gramos, más una cuarta que apareció posteriormente de 185 gramos. Como iniciador usaban unos estopines provistos de un frictor que se roscaban en la base del tubo y que había que reponer tras cada disparo. Luego, al parecer, se sustituyeron por un sistema de ignición eléctrico. En cuanto a poder destructivo, ya podemos hacernos una idea. Una carga de 47 kg. de alto explosivo era capaz de aniquilar cualquier refugio, puesto de observación e incluso un bunker construido con hormigón, y todo ello, como ya hemos comentado, por un precio módico si lo comparamos con los proyectiles de la artillería más sofisticada en manos del ejército imperial.


En lo referente a las espoletas, usaron dos tipos. Inicialmente se empleó la que vemos en la figura A, el modelo Z.s.W.M., siglas de Zünder schwerer Wurf-Mine, que en un idioma que podamos entender significa espoleta para proyectiles de lanzaminas pesados. Podía funcionar tanto como espoleta de impacto como de tiempo, en este caso mediante un contador de 1 a 15 segundos con fracciones de 1/5. Si se colocaba el indicador en la cruz negra, entonces actuaba por impacto, dando igual que el proyectil chocase de punta como por la base. La figura B muestra el otro modelo, la Z.s.u.m.W.M, o sea, Zünder schwerer und mittlerer Wurf-Mine, espoleta para proyectiles de lanzaminas pesados y medios. Esta espoleta funcionaba básicamente igual que la anterior, si bien el reglaje de tiempo iba desde los 7 hasta los 21 segundos con fracciones de 1/5. Por lo demás, como se ve en la imagen, estas espoletas llevaban su correspondiente pasador de seguridad que solo se retiraba en los instantes previos al disparo.

Con este tema de las espoletas con retardo es posible que más de uno no se acabe de aclarar respecto a su utilidad. Para ello, hemos confeccionado un par de gráficos que le despejarán cualquier duda. 



En la figura A vemos un proyectil que está impactando en el suelo. Su espoleta ha sido regulada en posición de impacto, así que tal como choca detona según mostramos en la figura B. El resultado de la explosión es el cráter de la figura C, que tendrá una profundidad y un diámetro determinados por la potencia del proyectil. ¿Cuándo se usa entonces una espoleta de impacto? Pues cuando queremos hacer daño a lo que está en la superficie: tropas que avanzan, campos de alambradas, baterías de artillería enemiga, etc. Pero veamos a continuación qué pasa cuando se retarda la explosión:



En este caso, según vemos en la figura A, el proyectil tiene tiempo de enterrarse gracias a su peso. El artillero ha calculado previamente el tiempo que, según le convenga, deberá pasar hasta que detone la carga explosiva. Si por ejemplo pretende actuar contra refugios situados a gran profundidad, regulará la espoleta con bastante tiempo, mientras que si solo desea destruir una trinchera o nido de ametralladoras situado a un metro bajo el nivel del suelo bastarán un par de segundos. Así pues, una vez que el proyectil explota como vemos en la figura B la tremenda onda expansiva producirá un derrumbamiento en todo su entorno, en este caso derruyendo la trinchera, haciéndola desaparecer y sepultando a todos sus ocupantes. Chungo, ¿qué no? En definitiva, cuando uno de estos lanzaminas entraba en acción lo tenía uno complicado para salir vivo del brete, porque incluso metido en un refugio a varios metros de profundidad podía uno palmarla y desaparecer para siempre, sepultado bajo toneladas de tierra. Así pues, las situaciones en que era aconsejable el uso de espoletas de retardo eran las preparaciones artilleras previas al ataque, la destrucción de posiciones fortificadas, refugios, trincheras, observatorios, etc. Y, aparte del indudable poder destructivo de estas armas, no debemos olvidar el brutal impacto psicológico que sufrían aquellos que caían bajo su radio de acción. Si una traca valenciana de las gordas lo deja a uno atronado un rato, y hablamos de unas decenas de kilos de pólvora negra, ¿qué no será el estampido seco e instantáneo de cientos de kilos de alto explosivo. Y como una imagen vale más que tropocientos discursos, las de abajo creo que reflejan perfectamente los efectos de estos devastadores proyectiles.



Para curiosos y cinéfilos, las imágenes corresponden a la película "Un largo domingo de noviazgo", dirigida en 2004 por Jean-Pierre Jeunet y, a mi entender, una muy buena cinta.


En fin, creo que no olvido nada importante. Con lo explicado ya podemos tener claro de qué iba el tema de los morteros de trinchera, en especial este pavoroso lanzaminas que fue el terror de sus enemigos durante todo el conflicto. Sin embargo, este diseño no trascendió a la guerra debido ante todo a lo engorroso de su manejo por su excesivo peso, y el que acabó triunfando fue el concepto desarrollado por el británico Stokes, pero de eso ya se hablará en su momento.

Y vale por hoy, que es sábado sabadete.

Hale, he dicho

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