No se trata de una maniobra de ocultación para camuflar las tropas tras una nube, sino el resultado de una descarga de mosquetes provistos de llaves de chispa |
Dejamos la entrada anterior con los detalles concernientes a la llave de patilla española que, junto a las snaphance, vieron la luz durante el último cuarto del siglo XVI. Así pues, prosigamos.
Mosquete con una llave doglock |
Mientras que las llaves españolas seguían su evolución, las snaphance se encontraron con el inconveniente, según se comentó, de carecer de una posición de seguro, lo que requería de una atención constante para no soltar un balazo a quién no se debía. Por ello, en los países donde más proliferó este mecanismo se hizo necesario desarrollar un nuevo tipo de llave que incluyese algún dispositivo que permitiera el manejo del arma sin riesgos. Así surgió a lo largo del primer cuarto del siglo XVII la doglock, la cual tuvo especial difusión en Inglaterra y Holanda, donde se mantuvo operativa durante unos cien años hasta su sustitución por las llaves Le Bourgeoys.
Esta denominación de doglock, que traduciríamos literalmente como llave de perro, debemos buscarla en el pequeño retén que, situado en la parte trasera de la llave, trababa el martillo o pie de gato en la muesca que llevaba practicada para tal fin. Para los british un dog era, además de un chucho, una pieza que oscilaba o pivotaba impulsada por un resorte, en este caso el retén en cuestión. Sin embargo, la traducción al español de dog en su acepción de can no debe prestarse a confusiones ya que, en nuestro idioma, can es sinónimo de gatillo, o sea, la cola del disparador. Aclarado este punto, debemos señalar que este tipo de llave solucionaba el problema del seguro mediante el citado dog que, al engancharse en el pie de gato, lo bloqueaba y le impedía que se produjese un disparo accidental. Cuando llegaba la hora de abrir fuego bastaba amartillar el arma, desenganchándose el retén de forma automática y quedando el arma lista para abrir fuego. Esta llave había adoptado también el tipo de rastrillo de la llave española que, según comentamos, aunaba en una sola pieza dicho rastrillo y la tapa del fogón. La secuencia de disparo podemos verla en el gráfico de la izquierda. La figura A muestra la llave en posición de seguro con el retén bloqueando el pie de gato y el rastrillo abierto para proceder al cebado del arma. En la figura B se ve el paso siguiente, que sería el arma amartillada con el retén ya suelto tras oscilar hacia atrás. El rastrillo ha sido cerrado, tapando el cebo. Las figuras C y D permiten ver el proceso de disparo dividido en dos tiempos: en C tenemos la piedra golpeando el rastrillo y sacando chispas del mismo, mientra que en D el rastrillo ha oscilado hacia adelante abriendo la tapa del fogón y permitiendo que el cebo se inflame, produciéndose el disparo. En sí, la doglock estaba bien concebida y era bastante segura, teniendo como único inconveniente el tener que volver a colocar el retén en posición vertical antes de semi-amartillar el arma.
Llave Le Bourgeoys fabricada por el arsenal de La Torre de Londres. En el fogón se puede apreciar el minúsculo orificio del oído que lo comunicaba con la recámara |
Al mismo tiempo que las doglocks se difundían por toda la Inglaterra y Holanda (Dios maldiga a Orange), los gabachos también desarrollaron su propia llave que, como anticipamos, fue la que con el paso del tiempo acabó imponiéndose en Europa. El creador de la misma fue Marin le Bourgeoys (1550-1634), un prolífico ciudadano natural de la Normandía que medró largamente al servicio de los reyes de Francia gracias a sus aptitudes como inventor, armero y luthier, lo que le permitió establecerse en la corte como valet de chambre a partir de 1598. Hacia 1610 desarrolló un tipo de llave de chispa cuyos mecanismos funcionaban de forma similar a los de la llave española, pero con una diferencia notable: todas las piezas salvo el muelle del rastrillo estaban en el interior y, quizás lo más importante, contenía la nuez, una pieza conectada al pie de gato que tenía dos muescas, una de seguro y la otra para amartillarlo, lo que convertía el diseño de esta llave en el más racional de todas las inventadas hasta aquel momento.
En el gráfico podemos ver los mecanismos en cuestión. La pieza A es el muelle real que impulsa el pie de gato. La B es la nuez, en la que se aprecian las dos muescas. La del gráfico está en posición de disparo, que es la situada más atrás. La pieza C es el fiador que bloquea la nuez y que es accionado por la leva del disparador. Finalmente, la pieza D es el muelle del fiador, el cual lo empuja hacia arriba. Las flechas señalan la dirección en que actúa cada una de las piezas señaladas. Como se ve, se trata de un mecanismo bastante simple pero al mismo tiempo muy eficaz, lo que no solo facilitaba su uso sin complicaciones sino que, muy importante, permitía la fabricación en masa, un tema de gran relevancia en una época en que toda la Europa no conoció un instante de paz hasta la tregua que supuso derrotar al enano corso y enviarlo al carajo para siempre en la árida isla de Santa Elena.
La secuencia de disparo era similar a la que vimos en la llave española. En la figura A tenemos el pie de gato amartillado tras haber cebado el fogón. Según podemos observar, la tapa del rastrillo lo cubre por completo. La figura B representa la primera fase del disparo tras haber apretado el gatillo: la piedra acaba de golpear al rastrillo sacando chispas del mismo. A medida que el pie de gato desciende gracias a la enorme potencia del muelle real el rastrillo pivota hacia adelante, abriéndose la tapa que cubre el fogón. En la figura C la tapa está casi abierta, y las chispas han inflamado el cebo. Finalmente, la figura D nos muestra el pie de gato ya detenido, el rastrillo en su posición más avanzada y el cebo ardiendo y comunicando el fuego con la carga depositada en la recámara del cañón. No obstante, que nadie se engañe. Este proceso aparentemente rápido y limpio solía fallar muchas más veces de lo deseable, y eso era una tónica común en cualquiera de los tipos de llave de chispa que hemos presentado.
La cruda realidad era que, a pesar del gran avance que suponía la llave de chispa a nivel mecánico y tecnológico, los fallos de ignición eran habituales. De entrada, la piedra debía estar perfectamente tallada y colocada en la mordaza de forma que tocara el rastrillo, pero no tanto como para trabarlo. Además, el muelle real debía tener la potencia justa, ni demasiado duro ni demasiado flojo ya que, de no ser así, o bien rompería la piedra o no sacaría ni una chispa, por lo que el disparo resultaría fallido. Por ello, las tropas debían revisar constantemente el buen estado de la piedra, así como su correcta colocación ya que un fallo de ignición en una jornada de caza solo podría suponer perder la res, pero, en combate, podría significar la muerte. Por todo ello, además de poner buen cuidado en el mantenimiento de la piedra, cada soldado llevaba consigo varias de repuesto, siendo las mejores las de ágata que, por lo visto, sacan más chispas. A esta serie de detalles debemos añadir que, del mismo modo que había que vigilar el buen estado de la piedra, había que hacer lo propio con el rastrillo. Un desgaste excesivo se traduciría en fallos, por lo que habría que enviar la llave al armero para que sustituyese la pieza por otra nueva.
Pero había ocasiones en que estos fallos no se producían por una mala combustión del cebo, sino porque el oído del cañón estaba tan sucio que no dejaba llegar el fuego a la recámara. Ya sabemos que la pólvora negra deja al arder grandes cantidades de residuos que podían obstruir sin problemas el mínimo orificio del oído al cabo de pocos disparos. De ahí que se tuviese la norma de introducir por dicho oído una aguja para despejarlo. Pero en plena acción eso era imposible de llevar a cabo, por lo que tras una decena de disparos o incluso menos el fuego del cebo podría ser inútil. Sin embargo, los disparos fallidos en plena acción no eran detectados en mucha ocasiones debido a la tensión del momento. El soldado veía el fogonazo ante su cara y daba por sentado que se había producido el disparo aunque ni siquiera recordase no haber sentido el tremendo culatazo que propinaban estos mosquetes, por lo que, siguiendo las órdenes de sus oficiales, se limitaban a recargar a toda velocidad, superponiendo la nueva carga a la anterior que aún reposaba en el interior del cañón y que, debido a la mugre que taponaba el oído, tampoco saldría. Por ello, no era raro que tras una batalla se encontrasen mosquetes con varias cargas superpuestas.
No obstante, como en todas las cosas referentes a las armas, la calidad del producto era lo que marcaba la diferencia entre una buena llave o un desastre total, de modo que los resultados a la hora de emplear las de una u otra procedencia podían ser absolutamente dispares hasta el extremo de que una llave de buena calidad podía disparar cien veces sin fallar una sola vez, mientras que una mala podía fallar una docena de veces. Para hacernos una idea, la llave era la segunda pieza más cara de un fusil, solo un poco por debajo del cañón, así que no era este un tema para tomarlo a la ligera. Por poner un ejemplo, el cañón de un fusil español modelo 1815 costaba 40 reales y 14 maravedises mientras que su llave salía por 39 reales y 25 maravedises y medio, o sea, casi lo mismo. Solo la mano de obra para fabricar el fusil era de unos 36 reales, así que estaban bien pagados los que se dedicaban a ese oficio.
En fin, así nacieron y evolucionaron las llaves de chispa. A mediados del siglo XIX se generalizó el uso de la llave de pistón, que básicamente era la misma cosa pero, en ese caso, golpeando una cápsula fulminante en vez de un rastrillo. De hecho, para no desaprovechar los miles de llaves que había en los parques de artillería se reformaron, eliminando el fogón y el rastrillo y sustituyendo el pie de gato con la mordaza o quijada por otro adecuado para golpear el pistón. Con todo, no faltaron los amantes de las tradiciones que siguieron empleando sus armas de chispa para actividades venatorias y, por supuesto, para batirse en duelo, que para eso habían heredado las pistolas del abuelo que tantas veces sirvieron para lavar el honor familiar.
La cruda realidad era que, a pesar del gran avance que suponía la llave de chispa a nivel mecánico y tecnológico, los fallos de ignición eran habituales. De entrada, la piedra debía estar perfectamente tallada y colocada en la mordaza de forma que tocara el rastrillo, pero no tanto como para trabarlo. Además, el muelle real debía tener la potencia justa, ni demasiado duro ni demasiado flojo ya que, de no ser así, o bien rompería la piedra o no sacaría ni una chispa, por lo que el disparo resultaría fallido. Por ello, las tropas debían revisar constantemente el buen estado de la piedra, así como su correcta colocación ya que un fallo de ignición en una jornada de caza solo podría suponer perder la res, pero, en combate, podría significar la muerte. Por todo ello, además de poner buen cuidado en el mantenimiento de la piedra, cada soldado llevaba consigo varias de repuesto, siendo las mejores las de ágata que, por lo visto, sacan más chispas. A esta serie de detalles debemos añadir que, del mismo modo que había que vigilar el buen estado de la piedra, había que hacer lo propio con el rastrillo. Un desgaste excesivo se traduciría en fallos, por lo que habría que enviar la llave al armero para que sustituyese la pieza por otra nueva.
Despieece de la llave a la francesa empleada en España durante el último cuarto del siglo XVIII. Este tipo de llave convivió con la llave española durante bastante tiempo |
Llave fabricada en el arsenal de La Torre de Londres. Estas llaves junto a las manufacturadas en Madrid eran las de mejor calidad a principios del siglo XIX |
Llave de patilla modificada para pistón |
En fin, ya está.
Hale, he dicho
Hale, he dicho
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