Apostaría diez barriles de zumo de cebada helaíto der'tó a que si le preguntamos a cualquier cuñado que tiene ya la butaca amoldada al cuerpo de tantas horas viendo documentales del Canal Historia cual fue el primer vehículo blindado- operativo, claro, no vamos dejarle salir con lo de Leonardo da Vinci-, nos enumerará con voz campanuda y dándose aires de sapiencia infinita los modelos británicos fabricados a partir de 1916. Está de más decir que, en ese caso, podremos humillarlo bonitamente por enésima vez y lo dejaremos hundido en la butaca lloriqueando amargamente y, con suerte, igual decide poner fin a su existencia.
La verdad es que lo que conocemos hoy día como carro de combate, o sea, un vehículo blindado sobre orugas, serían la "Tritton Machine" y el "HMLS Centipede", apodado Mother y que fue, como su nombre indica, la madre de los Male y Female de los british (Dios maldiga a Nelson), contemporáneos a los Schneider y St. Chamond de los gabachos (Dios maldiga al enano corso). Pero la cosa es que hemos preguntado al llorón del cuñado por el primer vehículo blindado en general, independientemente de que tuviese orugas, gusanos o simplemente ruedas, y ahí es donde podremos apuntillarlo gallardamente.
La cuestión es que, contrariamente a lo que muchos creen, el concepto de blindar y armar un vehículo con fines militares era bastante anterior a la Gran Guerra. El único inconveniente que se presentaba era dotarlo de una fuente motriz capaz de mover el ingenio de forma autónoma y no mediante pencos suicidas como el famoso y nada práctico diseño del visionario florentino o, ya puestos, como los transportes de tropas que ya aparecían en los manuscritos de finales de la Edad Media obra de Konrad Kyeser y demás sesudos ciudadanos. Así pues, no fue hasta la aparición de la máquina de vapor cuando semejante idea pudo empezar a plantearse seriamente. Así, en 1770 un probo inventor gabacho por nombre Nicolas-Joseph Cugnot, al que sus paisanos consideran como el padre del primer vehículo automóvil, ofreció su diseño, un trasto a vapor como el que vemos en el grabado superior, como tractor de artillería ya que afirmaba era capaz de tirar de cuatro toneladas. Como está mandado, no le hicieron mucho caso al pobre hombre ya que, por norma, todos los que mandan en los ejércitos son especialmente remisos a aceptar nuevos métodos, sistemas o simples ideas que se salgan de lo establecido, al menos hasta tiempos recientes en que los milites se han vuelto más abiertos a las novedades por la cuenta que les trae.
Vehículo a vapor de Dickinson. Cabe suponer que el tiro de caballos era para acercarlo al frente y, a partir de ahí, moverse de forma autónoma |
Tras el intento de Cugnot hubo un nuevo amago de darle a los motores de vapor un uso militar, en este caso en plena Guerra de Secesión por parte de un sureño por nombre Charles S. Dickinson, que ideó en 1861 un vehículo blindado parcialmente sobre el que iba instalado un cañón, o sea, un carro de combate según los conceptos de nuestros días. Sin embargo, el invento cayó en manos de las tropas de la Unión antes siquiera de haber podido entrar en acción, y ahí quedo la cosa. Hubo que esperar a los albores del siglo XX para ver el nacimiento de un vehículo blindado que no solo funcionaba, sino que marcó el inicio de lo que sería un nuevo tipo de armas que no solo ha llegado a nuestros días, sino que son el pilar de cualquier fuerza terrestre si se quiere apiolar con rapidez y eficacia a los enemigos. Es más, este nuevo concepto no tardó en calar entre los milites de la época, y desde 1900 hasta el comienzo de la Gran Guerra se diseñaron una serie de vehículos que, por lo general, suelen ser grandes desconocidos por lo que en sucesivas entradas los iremos estudiando poco a poco para, con los conocimientos adquiridos, añadir un puñetero clavo más al ataúd académico del cuñado más despreciable y sabihondo.
Bien, hecho pues este introito inicial aclaratorio, vamos al grano...
Milicianos bóers. A pesar de su aspecto poco marcial, estos colonos incordiaron en grado sumo a los british. |
Como es de todos sabido, no hay nada como las guerras para agitar los magines del personal, que con las premuras por derrotar al enemigo, o impedir que este les derrote, se sacuden las telarañas de las neuronas y se ponen a inventar que es una cosa mala. Eso sucedió a raíz de los violentos cambios de impresiones que los british tuvieron con los bóers por la posesión de Sudáfrica allá por las postrimerías del siglo XIX, cuando los belicosos descendientes de los colonos holandeses sacaban de sus armeros sus magníficos rifles para matar elefantes y dejaban a los soldados del gracioso de su majestad que daba pena verlos. En el War Office, el Ministerio de la Guerra, de los british tenían cada vez más claro que en aquel contexto bélico no estaría de más ir mecanizando a las tropas, concretamente la intendencia y la artillería, para poder trasladar de un sitio a otro tanto los suministros necesarios para el mantenimiento de las tropas como el desplazamiento de sus baterías con la máxima premura ya que los bóers tenían la irritante costumbre de moverse como culebras por aquella tierra que conocían como las apetencias etílicas de sus cuñados.
Así pues se recurrió a los tractores a vapor fabricados por la firma John Fowler Co. Ltd., de Leeds, para poner en servicio una serie de vehículos que, previamente blindados, sirvieran para acarrear tanto bastimentos como artillería allá donde fuese necesario. En julio de 1900 llegó a Sudáfrica el primero de estos tractores acompañado de un tren de cuatro vagones que se vio ampliado con otro similar dos semanas más tarde. El vehículo en cuestión era el tractor Fowler modelo B.5s, un enorme trasto con un motor de 115 cv. que había sido enteramente blindado con chapa capaz de resistir cualquier proyectil disparado por armas ligeras. La caldera, situada en la parte inferior delantera, también había sido blindada con una chapa semicircular y las ruedas, enteramente metálicas, pues no podían pincharse a balazos. Para que la tripulación pudiera maniobrar adecuadamente el vehículo disponía de tres aspilleras a cada lado tal como se aprecia en la foto: dos mirando hacia atrás, una a cada lado y dos hacia adelante. Incluso el techo estaba protegido por un portón de gruesa chapa que, en caso de que el enemigo disparase desde una cota más elevada, se cerraba para que la tripulación permaneciese a cubierto.
En cuanto a los vagones, en las fotos de la derecha podemos ver su aspecto. Según se aprecia en la imagen superior, consistían en un chasis con cuatro ruedas con el eje delantero giratorio. El blindaje estaba formado por tres secciones con un portón trasero por donde podía incluso introducirse un cañón, tal como vemos en la foto inferior, con la ayuda de los raíles que aparecen enganchados en el chasis. Así mismo, en cada costado se abrían tres aspilleras desde donde los ocupantes del vehículo podían abrir fuego con total impunidad contra el enemigo salvo, eso sí, que les disparasen desde zonas elevadas porque los vagones, contrariamente a lo visto en el tractor, no disponían de blindaje en el techo, que lo más que podía era cubrirse con una lona para no achicharrarse con el sol o calarse hasta los huesos con la lluvia. Si tenemos en cuenta que cada tractor disponía de cuatro vagones tenemos que podían transportar al menos dos cañones de campaña con todos sus pertrechos, municiones, servidores e incluso una escolta para repeler un posible ataque, que eso de apoderarse de los cañones enemigos siempre ha sido una actividad predatoria sumamente beneficiosa.
En la foto de la izquierda podemos ver el aspecto de un Fowler B.5 con tres vagones y un cañón enganchado en el último. Lógicamente, las combinaciones que podían hacerse con este tipo de vehículo eran muy variadas en función de las necesidades de cada momento, dotándolos de una versatilidad nunca vista hasta aquella época y, lo más importante, sin depender de la tracción animal que, aunque aún perduró casi medio siglo más, no dejaba de ser un grave impedimento en multitud de circunstancias.
En total fueron enviados a Sudáfrica cuatro de estos tractores con sus respectivos vagones, pero a algún genio de la guerra no se le ocurrió nada más absurdo que despojar a dos de ellos de su blindaje para usarlo en trenes, por lo que solo dos B.5 permanecieron operativos para cabreo de la sufrida infantería ya que la protección y la seguridad que les brindaban estos vehículos a las columnas de tropas que se desplazaban por carretera era algo nunca visto hasta entonces. Debemos tener en cuenta que los bóers se lo pensaban dos veces antes de atacar una unidad protegida por un vehículo blindado contra el que nada podían salvo que dispusieran de artillería de campaña y desde donde podían abrasarlos a tiros impunemente.
Planos del Fowler B5 con un vagón |
La guerra anglo-bóer acabó en mayo de 1902, por lo que no hubo mucho tiempo para extenderse en el uso táctico del tractor Fowler, ni tampoco el número de vehículos en liza permitió establecer unos baremos fiables en lo tocante a su eficacia. Sin embargo, un teniente coronel alemán, un tal Von Layriz que estuvo de observador en dicho conflicto junto a los british, tomó buena nota de las posibilidades de este tipo de vehículos, sugiriendo la posibilidad de instalar en los vagones cañones de tiro rápido para usarlos como una especie de carro husita moderno, una pequeña fortificación móvil que podía trasladarse y emplazarse rápidamente en cualquier punto sensible para su defensa contra ataques enemigos tales como puentes, nudos ferroviarios, carreteras, etc. El final de la guerra no permitió poner en practica la idea de Von Layriz, pero en cierto modo podemos decir que fue el germen de lo que más adelante sería uno de los usos tácticos de los carros de combate.
En fin, ya está. Voy a ver si la temperatura ha descendido un par de decenas de grados y puedo salir a la puñetera calle a estirar las piernas. Ya seguiremos.
Hale, he dicho
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