Según vimos en las entradas que se dedicaron al Fowler B5 y al Simms, los primeros vehículos blindados modernos, en los albores del siglo pasado se desarrolló otro tipo basado en un concepto táctico diferente que, a la postre, se mostró mucho más eficiente y longevo tras sufrir, como es lógico, un proceso evolutivo que permitiese adaptarlo a los campos de batalla modernos. Porque la cuestión es que nadie, a lo largo de la primera década del siglo XX, se podía imaginar que una hipotética guerra que se veía cada vez más próxima se pudiese llevar a cabo en terrenos convertidos en paisajes lunares llenos de cráteres y con hectáreas y hectáreas ocupadas por todo tipo de obstáculos como trincheras y alambradas.
Hablamos de las autoametralladoras, palabro proveniente del gabacho (Dios maldiga al enano corso) automitrailleuse en referencia a vehículos provistos de una máquina y cuyo empleo táctico era, según los conceptos de la época, de lo más versátil. Así pues, un automóvil producto de la naciente industria que acabaría siendo y aún es uno de los motores del mundo, podía ser armado con una ametralladora de forma que pudiese escoltar y dar fuego de apoyo a formaciones de infantería y convoyes militares durante sus desplazamientos por carretera. Del mismo modo podía ser bastante útil como vehículo de enlace y mensajería entre las grandes unidades que ocupasen el frente de batalla y, llegado el caso, podía ser empleado contra las cada vez más agresivas masas de proletarios que, con razón o sin ella, organizaban verdaderas batallas campales urbanas en los que muchas veces la policía ser veía desbordada, e incluso las cargas de caballería convencionales servían de poco cuando algún listo mandaba arrojar sacos de garbanzos o bien bolas de rodamientos sobre el pavimento, por lo que los pencos policiales resbalaban que era una cosa mala.
Así pues, si por ejemplo un convoy se desplazaba por cualquier camino y se veía repentinamente atacado por una unidad de infantería, las autoametralladoras de escolta podía repeler con presteza y contundencia la agresión gracias a la devastadora potencia de fuego que desplegaban las máquinas. La misma situación podríamos presenciarla en caso de ser los escoltados una compañía o un batallón entero. Igualmente, estos artefactos podían efectuar eficaces controles en carreteras, puentes, accesos sensibles o, en definitiva, cualquier misión en la que se requiriese potencia de fuego de forma inmediata. La idea era en sí bastante buena y, de hecho, en los magines de los mandamases era más digerible eso de colocar una ametralladora sobre un automóvil que no una extraña cosa como el carro de combate Simms. En los estados mayores, eso de más vale malo conocido que bueno por conocer solía ser artículo de fe, ya saben...
Así pues, la emergente y cada vez más eficaz industria automovilística gabacha presentó en 1902 la que sería la primera autoametralladora de la historia. En diciembre de aquel año, la firma Société Charron, Girardot et Voigt, radicada en Puteaux, cerca de París, presentaron en la capital de la república el modelo denominado como Automitrailleuse Charron, Girardot et Voigt el cual, como salta a la vista, no se puede decir que fuese un alarde de ingenio de la mercadotecnia. Sería igual de original que si un cultivador de patatas llamado Sinforoso Gómez comercializa sus productos como Patatas Sinforoso Gómez, ¿no? Bueno, en la foto de la derecha podemos ver el invento que, en sí, no era más que un automóvil al que se le habían sustituido las plazas traseras por un habitáculo blindado de forma circular dentro del cual se había emplazado un pedestal que sustentaba una ametralladora Hotchkiss que, aunque aún no era reglamentaria en el ejército, había sido diseñada en 1901 y entraría en servicio ocho años más tarde. El afuste de la máquina le permitía girar 360º y, por ello, cubrir cualquier zona desde donde proviniese el ataque enemigo.
Según vemos en la ilustración de la izquierda, el pedestal incluía un escudo blindado y un puesto de tiro de forma cilíndrica que aumentaba la protección del tirador. Tanto el escudo como el puesto de tiro tenían un grosor de entre 6 y 7 mm., suficientes para detener cualquier proyectil de armas ligeras. Sin embargo, ni el puesto de conducción ni la cubierta del motor estaban blindados, así que, caso de entrar en combate, los dos ocupantes debían ponerse rápidamente a cubierto si no querían tener una muerte heroica. El tirador iba siempre en el puesto de tiro, al cual se accedía mediante una puerta situada en la parte trasera del habitáculo. En cuanto a su planta motriz, consistía en un motor de gasolina de cuatro cilindros fabricado por la misma empresa con una potencia de 50 H.P., lo que le permitía alcanzar unos 40/50 Km/h. a pesar de su peso de 3 Tm. La transmisión iba al tren trasero mediante una cadena. Este vehículo fue testado por el ejército gabacho en 1903 y, contrariamente a lo habitual en estos casos, que era despreciar olímpicamente todo lo que se saliera de las espuelas y las botas de montar, despertó bastante interés. Sin embargo, la carencia de blindaje hizo que el proyecto se quedara en agua de borrajas, lo cual era perfectamente lógico aún tratándose del estado mayor francés. Así pues, rechazaron el modelo si bien animaron a la firma a que les presentaran un diseño similar pero que dispusiera de blindaje tanto para la cámara del motor como en el resto del vehículo. Los dos prototipos construidos pasaron a la historia y los ingenieros de la firma tuvieron que poner en marcha sus máquinas de pensar.
Vehículo comercial al que se recurrió para ser adaptado como autoametralladora |
Los de la Charron no se durmieron en los laureles y se pusieron rápidamente manos a la obra, pero eso lo cuento mañana porque me rebané hace cuatro días el dedo corazón de la mano derecha hasta el jodido hueso luchando denodadamente con una lata de mejillones en escabeche, cada vez que pulso con ese dedo aprieto cuatro teclas a la vez y estoy hasta el escroto de corregir, así que mañana será otro día... supongo.
Hale, he dicho
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