lunes, 27 de noviembre de 2017

Verdugos. La prolífica saga de los Sanson I


En el imaginario popular, la figura del verdugo se asocia de forma sistemática a la de un sujeto de baja estofa, grandullón, borrachuzo, tripón, mal encarado y, en general, poseído de unos principios éticos y morales similares a los de un cuñado, o sea, inexistentes. En resumen, algo así como el sujeto que vemos en la imagen de la derecha, que incluso esboza una siniestra mueca a modo de sádica sonrisa mientras presenta la cabeza del reo a la plebe. Sin embargo, este estereotipo de ejecutor es el que el cine nos ha transmitido y, de tanto repetirlo, hemos acabado por asimilarlo en nuestros magines de forma sistemática. Pero la realidad era muy diferente y, una vez bajados del patíbulo su aspecto era el de cualquier probo ciudadano incluyendo la tripa prominente si era de buen comer y mejor beber, que en eso nunca se han diferenciado los verdugos de los mercaderes, de los albañiles y, ya puestos, de los ingenieros de caminos, canales y puertos.

Por lo general, casi todo el mundo ha oído mentar alguna que otra vez a Charles Henri Sanson, el verdugo que amputó las regias cabezas del ciudadano Capeto, antes Luis XVI, y su amada esposa, la ciudadana María Antonieta aparte de unas 3.000 víctimas más a lo largo de su prolífica carrera verduguil que, por coincidir con la cruenta revolución gabacha (Dios maldiga al enano corso), en la que lograron la igualdad, la fraternidad y la libertad a base de descabezar a media población, fue motivo de que se le acumulara el trabajo a unos niveles escalofriantes, teniendo que ejecutar en muchas ocasiones a varias decenas de personas en un solo día. 

Esta era la apariencia y la indumentaria de un
verdadero verdugo, o sea, la de un tipo corriente
Sin embargo, lo que ya no suele ser tan conocido es que este sujeto era uno más de una prolífica saga de nada menos que siete generaciones de Sansones dedicados a escabechar al personal desde que, allá por la década de los 80 del siglo XVII, el primer Sanson de la dinastía se convirtió en verdugo. Y si no suele ser conocida esta peculiar familia de ejecutores, menos aún lo es el hecho de que no eran de baja estofa ni borrachuzos, y que sus principios éticos y morales eran incluso superiores a los de la media en aquella época, siendo por lo general hombres dotados de un nivel cultural más que aceptable que incluso se preocupaban de ejercer su oficio de forma que fuese lo menos dolorosa y lo más rápida posible para el reo. De hecho, afirmaban que si el pueblo tuviese la más mínima idea del espanto por el que pasaban los reos hasta ser ejecutados, muchos serían partidarios de abolir la pena de muerte. Los Sanson, postreros testigos directos de la horrible angustia por la que pasaban los que en breve partirían de este mundo, vieron claramente que eso de liquidar gente cuyas confesiones eran arrancadas por norma mediante tortura era un sistema más que cuestionable. Pero, en todo caso, no tenían más opción que acatar las leyes vigentes y, dentro de sus posibilidades, intentar hacerlo lo mejor posible para que el tránsito fuese rápido e indoloro.

Supuesto retrato de Charles-Henri Sanson,
el más famoso miembro de la familia
Como el relato que abarca toda la historia de esta peculiar dinastía es demasiado extenso para una sola entrada, dedicaremos una serie monográfica a este tema en la que iremos narrando los pormenores de cada uno de sus miembros, comenzando, como es lógico, por el fundador de la saga, Charles Sanson de Longval. Por cierto que la vida de este hombre fue un auténtico culebrón digno de serie lacrimógena yankee o incluso, si me apuran, de esos culebrones que hacen en Sudamérica donde salen unas señoras estupendas si bien en este caso, aunque hubo mujerío de por medio, dudo que fuesen tan rotundas y esplendorosas como esas hembras siliconadas tan de moda últimamente. Porque la cuestión, como probablemente muchos ya se estén preguntando, es cómo un hombre de linaje ilustre podía acabar ejerciendo un oficio tan ruin como el de verdugo, y más en una época en que las ejecuciones no eran precisamente incruentas, sino más bien lo contrario. En fin, basta de preámbulos y vayamos al grano, que el camino es largo y para luego es tarde...

Reconstrucción del rostro de Enrique IV basado en su
cráneo que, por cierto, encontraron en pésimo estado
El linaje de los Sanson era ilustre y añejo. Las referencias más antiguas se remontan nada menos que al siglo XI, concretamente las de un Sanson que fue senescal del Roberto I, duque de Normandía, apodado indistintamente como el Magnífico o el Diablo. Este Sanson tomó parte en todas las movidas del duque ya que partió a Tierra Santa acompañando a su señor durante una peregrinación, participó en los ataques que llevó a cabo contra Inglaterra y, en resumen, no se perdió ni una. Pero, en todo caso, como la relación entre este Sanson y el clan que nos ocupa no pudo ser corroborada, ellos mismos la pusieron en tela de juicio lo que denota que, al menos, no iban por la vida dándoselas de linajudos sin tener a certeza de serlo. Lo que sí es cierto es que la familia estaba radicada ya en el siglo XV en Abbeville, capital del condado de Pontieu, donde ostentaban el señorío de Longval y eran personajes de cierta relevancia pertenecientes a la alta burguesía, contándose entre sus miembros  incluso regidores de la ciudad. Uno de los más encumbrados miembros de la familia estuvo al servicio del rey Enrique IV de Francia cuando, a costa de ser gravemente herido, salvó el regio pellejo del herético monarca durante la jornada de  Fontaine-Frangalse, librada el 5 de junio de 1595, cuando la caballería española estuvo a punto de mandarlo a hacer puñetas al infierno de los hugonotes.

Nicolás Sanson
Un nieto de este heroico personaje fue el ilustre geógrafo e historiador Nicolas Sanson (1600-1667), el cual llegó a ser tan apreciado por el rey Luis XIII que, durante una visita a Abbeville en 1638, se alojó en casa de este en vez de en los lujosos palacios que, como era habitual en estos casos, le ofreció la aristocracia local. Porque la cuestión es que el insigne geógrafo pasaba de la vida cortesana y esas chorradas, y en cuanto podía se escapaba a su ciudad natal, donde se encontraba mucho más a gusto en su modesta vivienda familiar. Descendiente directo de este personaje, aunque no se sabe exactamente en qué grado, fue el fundador de la dinastía de ejecutores, Charles Sanson, el cual vino al mundo en Abbeville en 1635. Tenía un hermano mayor, Jean-Baptiste, nacido en 1624, pero cuando el pequeño Sanson aún era un bebé ya era huérfano total. Se hizo cargo de los dos retoños un hermano de su difunta madre, Pierre Brossier, señor de Limeux, el cual tenía una hija por nombre Colombe (Paloma), que en gran parte fue la causante del peculiar destino de Charles si bien de forma totalmente involuntaria.

Abbeville hacia el siglo XVII
Charles y Colombe eran al parecer de una edad similar, y a medida que crecían iba naciendo en ellos una atracción que iba más allá de los juegos y chorradas propias de críos. Mientras tanto, Jean-Baptiste se preocupaba de labrarse un futuro y, gracias a los buenos oficios de su padre adoptivo, logró estudiar leyes y hacerse un hombre de provecho, como decían nuestros padres hace unos años mientras que nuestros hijos no tienen ni idea de qué significa esa frase tan manida. Con el paso de los años, Jean-Baptiste logró un puesto como consejero de justicia en Abbeville, fasta noticia que el caballero Brossier notificó a la familia un domingo antes del almuerzo, como mandan los cánones. Pero Brossier, que no tenía ni idea de que su hija y su hijastro Charles estaban totalmente enamoradísimos, añadió que todo hombre que aspirase a hacerse un hueco y medrar en la administración local debía contraer nupcias, lo cual era cierto porque la soltería estaba muy mal vista en aquellos tiempos, así que anunció a continuación que nadie mejor que su hija Colombe fuese la destinada a continuar el linaje familiar casándose con Jean-Baptiste, que por cierto tampoco tenía ni la más remota idea de los amoríos entre su hermano y su recién nombrada prometida ya que, por la diferencia de edad, no solía prestar atención a los devaneos de ambos jovenzuelos. La boda debía celebrarse en quince días, lo que dejó a los incipientes amantes hechos puré, pobrecitos...

Quebec en 1688, situada en la orilla del San Lorenzo. Como
salta a la vista, un poco diferente de como es en nuestros días
Con todo, Charles no estaba dispuesto a quedarse sin su amada Colombe, así que al día siguiente informó a su padre adoptivo de que se bebía los vientos por su hija, y que ella le correspondía. Pero Brossier, no se inmutó. La decisión estaba tomada, y Colombe debía ser para Jean-Baptiste. Incluso afeó al joven Charles que pusiera obstáculos a los proyectos de la familia, y que mejor se preocupase por labrarse un porvenir en vez de encoñarse con quien no debía. El joven Sanson tuvo que resignarse, pero antes de ver como su Colombe pasaba a ser su cuñada optó por largarse a vivir a Amiens para, posteriormente, marcharse a París. Pero su atribulado espíritu necesitaba de la lejanía para que la añoranza no le hiciese volver en busca de Colombe, así que cortó por lo sano y se embarcó con destino al Canadá, donde se alojó una temporada en casa de una hermana de su padre adoptivo en Quebec. Luego viajó de Nueva Francia a las Antillas, y de allí a las Indias Occidentales para, finalmente, volver a Francia, concretamente a Tolón, puerto situado en la ribera Mediterrénea, bastante lejos de la Normandía donde habitaban su hermano y su amada prima.

Plano del puerto, fortificaciones y villa de Tolón en 1700
Estando en Tolón recibió una carta de Colombe en la que le exhortaba a reunirse con ella con la máxima urgencia. A Charles se le encendieron todas las alarmas ya que, sin concretar el motivo de la llamada, daba por sentado que su hermano había pasado a mejor vida y que, estando ya viuda, podrían retomar sus amoríos de antaño. Así pues, salió pitando camino de Abbeville, para lo que tendría que cruzar Francia de cabo a rabo. Doce días tardó en llegar a destino, y eso que apenas se detuvo a descansar. Pero cuando llegó a la mansión de los Brossier vio que estaba cerrada a cal y canto, deslucida, con la fachada llena de grietas y, en definitiva, con pinta de llevar abandonada un tiempo. Un vecino que lo reconoció le informó que se habían marchado hacía más de un año a un suburbio de Amiens, a menos de 50 km. al sudeste de la residencia familiar.

La ciudad de Amiens a principios del siglo XIX. Su aspecto sería muy
similar en la época que nos ocupa, en la que las urbes no evolucionaban
con la vertiginosa rapidez de nuestros días
Cuando llegó vio que la casa no era la propia de una familia perteneciente a la alta burguesía, sino todo lo contrario. La vivienda era bastante humilde, y se encontraba en un barrio pobretón en los arrabales de la ciudad. Llamó a la puerta y salió a recibirle Colombe, que después de tres años sin verla ofrecía un aspecto un tanto ajado. Pero la verdad es que no era para menos porque, cuando pasó al interior, vio a su hermano en una poltrona con el rostro desfigurado hasta el extremo de ser prácticamente irreconocible, y que se había quedado ciego. La historia que le contó Colombe era de serie radiofónica de los años 60, de esas con las que el mujerío lloraba a moco tendido. Resulta que a los seis meses de la partida de Charles, Pierre Brossier palmó repentinamente sin dejar sus asuntos terrenales atados y bien atados. De hecho, los títulos de propiedad de su feudo de Limeux no estaban en regla, y le fue reclamado por cierto personaje en base a un antiguo pleito. Jean-Baptiste lo intentó todo para zanjar el asunto, incluyendo batirse en duelo con el tipo aquel, pero fue para nada. La justicia se puso del lado del demandante y, para colmo, hasta tuvo que pagar las costas del pleito, quedándose prácticamente en la ruina. 

Y como las desgracias nunca vienen solas, como consecuencia del berrinche le dio un ataque, al parecer de epilepsia, mientras estaba solo en casa sentado ante el fuego, cayendo al suelo y produciéndose las quemaduras que lo habían desfigurado y dejado ciego. Ante semejante perspectiva, y sin poder ejercer siquiera su cargo de consejero, tuvo que vender la casa familiar de Abbeville y trasladarse a aquella mucho más modesta de Amiens. Charles, defraudado por una parte al verse nuevamente privado de su amada, pero por otra conmovido por las desgracias de su hermano, se resignó y, tomando la mano de Colombe y olvidando sus verdaderos sentimientos, le dijo en plan casto y puro:

-Hermana, ¿quieres que seamos dos para cuidarlo?

A lo que Colombe respondió:

-No esperaba menos de ti, hermano, y es por eso por lo que te llamé.

Casa rural francesa del siglo XVII. La del desdichado
Jean-Baptiste Sanson no sería muy diferente a esta
Total, lo que imaginaba como un retorno al anhelado idilio de su adolescencia acababa de irse al garete antes de empezar. Resignado, trasladó sus pertenencias desde su feudo de Longval y se quedó en la casa de su hermano, al que entretenía narrándole sus aventuras por el Nuevo Mundo. Pero el espíritu inquieto de Charles no resistió mucho tiempo el ver pasar los días encerrado en aquella humilde casa con la compañía de su hermano desfigurado contándole una batallita tras otra, así que le pidió permiso para irse con su "hermana" Colombe a pasar una mañana paseando por los alrededores, a lo que Jean-Baptiste accedió comprendiendo que bastante carga era para su hermano. Está de más decir que no llevaban ni media hora de paseo cuando a ambos les entró en gusanillo amoroso si bien su querida Colombe, que a pesar de todo no estaba por la labor de ponerle los cuernos a su marido, no consintió en pasar a mayores. Eso fue demasiado para Charles, cuya vida en Amiens junto a su prima era como la de un diabético goloso en una pastelería, así que se largó no sin antes dejar a su hermano una carta en la que le ponía al tanto de sus motivos para irse, que no eran otras que el apasionado amor que sentía desde siempre por su cuñada-hermana adoptiva-prima-amante juvenil.

Grabado que muestra el bombardeo sufrido por Dieppe a manos de la
flota combinada anglo-holandesa en 1694
Al cabo de poco tiempo decidió dedicar su vida a la milicia, comprando una tenencia en el regimiento del marqués de La Boissière, donde se labró una fama de oficial capacitado y valeroso bajo el nombre de Charles de Longval. A los pocos meses murió Jean-Baptiste, no tardando mucho en seguirle su amada Colombe, lo que lo sumió en una profunda amargura. Y en esto llegamos a 1662, cuando el regimiento estaba acantonado en Dieppe, en la costa de Normandía, y donde ocurrieron una serie de sucesos bastante extraños que cambiaron por completo la vida de nuestro hombre.

Un buen día, cabalgando por las afueras de Dieppe, sufrió una aparatosa caída de su caballo, quedando bastante maltrecho. Un hombre lo llevó hasta una casa cercana situada junto al camino de Neufchâtel-en-Bray, población situada a unos 35 km. al sudeste de Dieppe, que recibía el siniestro nombre de Clos-Maudit, que podríamos traducir como el Solar Maldito, donde fue atendido. A pesar de lavar y curar sus heridas, debió contraer algún tipo de infección porque se tuvo que quedar encamado en la casa durante varios días. Allí conoció a la hija del dueño, una tal Margarita que, como está mandado, era sumamente hermosa y gentil. Pero por respeto a su benefactor, prefirió mirar para otro lado y pasar del tema hasta que, ya curado, pudo volver a Dieppe.

Mapa de Dieppe fechado en 1777. En las casas que se ven a extramuros
junto a los caminos del lado derecho estaría Clos-Maudit
Allí coincidió con un primo suyo llamado Paul Bertauld, que le presentó a un amigo que era también oficial en el regimiento de  La Boissière por nombre Valvins de Blignac, con el que inició una relación de amistad durante los largos ratos que pasaban en las tabernas de Dieppe contándose batallitas y amoríos. Pero el recuerdo de la hermosa Margarita había calado en el ánimo de Sanson, y no podía quitársela de la cabeza. Un día, hasta se presentó en su casa y se declaró como Dios manda, pero la muchacha le dijo que su amor era imposible, y lo despachó llorando a lágrima viva sin que nuestro hombre lograra saber el motivo del rechazo, que no parecía que fuese por no ser correspondido. Eso solo sirvió, como está mandado, para que el encoñamiento calase aún más hondo, como es habitual.

Y mientras tanto, Bertauld y Blignac, que eran dos golfos de cuidado, en una de sus francachelas le dijeron que habían preparado un plan para deshonrar a una mocita que era considerada como inaccesible, para lo cual habían conseguido un narcótico y que, aprovechando que el padre estaría fuera toda la noche, entrarían en su casa y la drogarían para, a continuación, ensartarla de forma inmisericorde los muy bellacos. Aquello dejó mosqueado a Sanson, que sospechaba que la víctima sería Margrita, así que no lo dudó más y, en plena noche, se puso en camino hacia Clos-Maudit para, nada más llegar, comprobar que, en efecto, su primo Bertauld ya estaba rondando la casa. Sanson se interpuso y le increpó por su villanía al querer robar la virtud de aquella criatura, pero en esas apareció Blignac y, sin más historias, salieron a relucir las espadas. Sanson logró herir a Blignac en una muñeca, obligándolo a soltar la espada. Bertauld también resultó herido, mientras que Sanson se vio con un puntazo en el hombro. Los dos compadres optaron por batirse en retirada aduciendo que ya seguirían el duelo con la luz del día, yéndose por donde habían venido.

Pero al día siguiente, cuando Bertauld lo llamó pensando que quería proseguir el duelo, antes al contrario se excusó y le pidió que lo acompañase a la plaza de Dieppe, donde se habían erigido un cadalso. Señalando al mismo, Bertauld le indicó que el verdugo que se disponía a actuar era Pierre Jouanne, el padre de Margarita. Sanson se quedó de piedra al reconocer en aquel hombre a su benefactor cuando se cayó del caballo. Maese Jouanne era el verdugo titular de Dieppe y Rouen, y por ese motivo era por el que Margarita se negaba a sus pretensiones amorosas. Alguien como él, un oficial del ejército, no podía emparentar con la hija de un ejecutor de sentencias.

Grabado que muestra un duelo en la época que nos ocupa. Las cosas como
son, estos lances permitían dar término a las pendencias de forma rápida
y, sobre todo, gratuita. Ya lo decía mi venerable progenitor: más vale
un mal arreglo antes que un buen pleito
Pero el chivato bellaco de Blignac ya había hecho correr la noticia de los supuestos amoríos de Sanson y la tal Margarita, por lo que de momento todos sus compañeros le negaron el saludo y le mostraron su total desprecio. Y para colmo, el mismísimo marqués de La Boissière lo hizo acudir a su presencia para echarle una bronca monumental. Primero, por batirse en duelo, lo que estaba terminantemente prohibido, y segundo, por liarse con la hija del verdugo, que estaba más prohibido aún. Por lo tanto, lo puso bajo arresto mientras informaba al rey de aquel asunto. Pero Sanson se cabreó y mandó literalmente al carajo al marqués para, a continuación, sacar su espada y partirla sobre su rodilla ante sus narices, con lo cual renunciaba a su puesto en el regimiento y, en teoría, quedaba exento de castigos militares.  Naturalmente, tuvo que salir de naja de Dieppe por si las moscas.

La bota de marras. Había diversas variantes según el
ingenio del sádico de turno
De momento se puso en camino hacia la casa del verdugo, donde se encontró con que este se había metido en el corral y le estaba dando estopa a la pobre mozuela para que confesase quién la había deshonrado, a lo que la criatura respondía que era inocente, y que nadie le había puesto una mano encima. El muy hipeputa le había puesta una bota de tortura para que confesase. Este chisme consistía en dos piezas que cubrían la pantorrilla y que, cuando se golpeaba o se giraba los tornillos de que a veces estaba provista, se hincaban en la carne las púas que tenía dentro. Cabreado ante aquel desafuero, Sanson echó abajo la puerta a patadas y entró para interponerse entre el cruel padre y su amada Margarita. Pero el verdugo no era de los que se amilanase, así que cogió el mandoble que usaba para decapitar al personal y se enfrentó al joven. Sanson se postró de rodillas implorando perdón en nombre de la mocita, y diciendo que él era el culpable de todo, y que solo quería hacerla su mujer y tal. En fin, el desmedido Jouanne se ablandó y transigió en cesar el castigo.

Ejecución mediante espada en el siglo XVII. Este sistema requería, además
de fuerza física, una notable destreza para acabar con el reo de un golpe
Pero la Margarita esta era tonta del culo, porque a pesar de todo dijo que se negaba a dejar solo a su padre ya que, debido a su oficio, nadie quería relacionarse con él. Para terminar de arreglarlo, Jouanne le dijo que él era verdugo, pero no un asesino, así que ya podía largarse y no volver más por allí si no quería acabar de mala manera. Total, que Sanson dio media vuelta para marcharse pero, en aquel momento, la atribulada criatura se desmayó ante la perspectiva de perder para siempre a su amado, así que el padre, viendo el percal, transigió en que se casaran. Sanson les propuso marcharse bien lejos, donde nadie los conociera, y poder así empezar una nueva vida, pero Jouanne se negó en redondo, diciendo que si de verdad quería a su hija debía aceptar el compartir la humillación de ser familia del verdugo, e incluso ser él mismo su ayudante. Sanson ya no podía echarse atrás después de tanta promesa de amor y tanta gaita, así que no le quedó más remedio que aceptar. Se casaría con Margarita, pero el pago sería verse convertido en ejecutor para siempre. Chungo, ¿que no?

Enrodamiento en el siglo XVII. Como vemos, en este caso el verdugo no
emplea la típica rueda de carro para partir las míseras osamentas del reo,
sino una enorme barra de hierro, más fácil y ligera de manejar
Su primera intervención tuvo lugar en Rouen, donde había que enrodar a un tal Martin Eslau. Jouanne ordenó al neófito que tomara la barra de hierro (recordemos que en esa época muchos verdugos las habían sustituido por la pesada rueda de carro) para que partiera los miembros del reo, pero Sanson no fue capaz de resistir aquello y cayó desmayado ante la rechifla del populacho que asistía al suplicio. Por otro lado, de poco le valió el sacrificio ya que Margarita murió de sobreparto al poco tiempo, cuando trajo al mundo al que sería su único hijo y sucesor en la recién inaugurada dinastía. Lo bautizaron con el mismo nombre de su padre, Charles. 

A finales de 1685 se marchó de Normandía, donde tanto desengaño amoroso y los avatares de su nuevo oficio lo habían convertido en un ser siniestro y taciturno cuya sola mención espantaba a todo el mundo. Se fue a París, donde era un desconocido y, al menos, no había nada que le recordase su amarga existencia anterior. En la capital del reino se acababan de producir una serie de cambios en lo referente a la administración de justicia, llevándose a cabo una reforma en el poder judicial de manera que la figura del verdugo quedaba en tercer orden de importancia tras el Canciller de Francia y el preboste de París. Allí se hizo cargo del puesto de verdugo tras la expulsión del titular de la plaza, Nicolás Levasseur, acusado de proxenetismo. 

Pilori des Halles de París donde se ve la
torre octogonal y los locales comerciales
que la rodeaban
La vivienda que le facilitaba el consistorio era deprimente. Recibía el nombre de Pilori des Halles, la Picota del Mercado, aunque también la llamaban el Hotel del Verdugo, y se erguía, como su nombre indica, en la plaza del mercado de la ciudad. Era una construcción octogonal bastante siniestra sobre la que se ponía una jaula giratoria donde se exponía a los condenados a esa infamante humillación. El edificio estaba rematado por un agudo campanario dentro del cual se exponían los condenados al cepo para escarnio público. Delante de la puerta había una cruz donde los que se declaraban en bancarrota debían anunciar que abandonaban sus bienes y propiedades, tras lo cual el verdugo les entregaba un gorro de color verde que los delataba como arruinados oficiales. Hoy día me temo que medio planeta llevaría los puñeteros gorros esos. Por último, rodeando el edificio había adosados varios locales que el verdugo podía alquilar para sacarse un dinero extra, más un establo y un cobertizo donde los cadáveres de los reos eran depositados hasta que al día siguiente venían a llevárselos para enterrarlos o exponer sus cachos en las puertas de las ciudades como escarmiento.

Curiosamente, durante su estancia en la casa de la picota nuestro hombre desarrolló cierto interés por la anatomía, dedicándose a hacer autopsias en los cadáveres de los que había ejecutado para estudiar los efectos del instrumento empleado para quitarle la vida, tomándose especial empeño en averiguar cómo y de qué forma se podía abreviar el sufrimiento del reo. De hecho, parece ser que incluso llegó a idear recetas de ungüentos y pócimas para determinados dolores en función de las lesiones que veía en los cadáveres, los cuales vendía a cambio de buenos dineros porque, por lo visto, eran eficaces. Es más, sus descendientes siguieron llevando a cabo este tipo de actividad, digamos, extra-profesional obteniendo pingües beneficios con su venta a la nobleza ya que, según decían ellos mismos, a los pobres no les cobraban nada. Qué guays eran, ¿verdad? 

Ejecución de Angélique Tiquet en la plaza de Grève de París. Curiosamente,
al final su propio marido pidió clemencia para ella a Luis XIV, pero el
arzobispo de París, el cardenal de Noailles, se lo desaconsejó alegando que,
de perdonársele la vida, cualquier marido podría ser víctima de su mujer
dando por hecho que no pagarían con la vida su crimen
Pero como el lugar no se prestaba a sus actividades pseudo-académicas por el excesivo bullicio y, además, la vivienda era una birria en todos los sentidos, ya que no tenía que vivir allí obligatoriamente alquiló los locales por 600 libras anuales, un pastón para la época, y se trasladó a un barrio llamado Nueva Francia, concretamente a Faubourg Poissonniere, un lugar apacible y solitario que tenía como vecinos a la iglesia de Santa Ana y un monasterio. Allí prosiguió su carrera Sanson sin más problemas que los agobios mentales que padecía por la cantidad de gente que llevaba ajusticiada. Algunos casos fueron sonados, como el de la ejecución de Angèlique Tiquet, condenada a muerte junto a un cómplice por intentar matar a su marido, que se escapó por los pelos a pesar de que le endilgaron tres tiros. La ejecución se llevó a cabo el 3 de junio de 1699, y tras tener que pasar un largo rato esperando ante el cadalso debido al chaparrón que caía, Sanson procedió a ejecutar en primer lugar al cómplice, Jacques Moura. Luego le tocó a madame Tiquet, que con una sangre fría escalofriante subió al patíbulo sin inmutarse para, a continuación, preguntarle a Sanson cómo debía situar la cabeza en el tajo. Tras colocarla tal como le indicó el verdugo aún preguntó si la posición era correcta. Sin más, nuestro hombre enarboló el mandoble y lo descargó sobre el cuello de la condenada sin lograr descabezarla. Dos golpes más fueron precisos para separarle la cabeza del cuerpo, lo que le fastidió bastante porque no le gustaba nada alargar las ejecuciones. 

Iglesia de Saint Remy, en Conde-en-Brie, donde Charles Sanson anda
preocupado por si el Día del Juicio van a buscarlo sus víctimas para
darle las del tigre en justa venganza
En aquellas fechas, Charles Sanson tenía ya 64 años, y desde hacía tres su hijo ya actuaba como ayudante en las ejecuciones. Y como el hombre se sentía solito y tal hasta el extremo de que no podía dormir a oscuras, pues le echó el ojo a una señora de buen ver, hacendosa y buena, hija de un tapicero llamado Pierre Dubut. Esta mujer, por nombre Jeanne Renee, accedió al cortejo del verdugo que, por cierto, tenía una posición económica bastante desahogada, así que no le hizo ascos y se casó con él el sábado, 11 de julio de 1699. En 1703, harto de verter tanta sangre y repartir muerte a destajo, decidió finalmente retirarse, dejando la plaza en propiedad a su hijo Charles. Con su mujer Jeanne se largó a Conde-en-Brie, en la Picardía, donde se dispuso a pasar sus últimos años todo lo apaciblemente que su conciencia le permitiese. Su hora le llegó el 7 de abril de 1707. Su enterramiento se llevó a cabo, según el acta extraída de los archivos de Laon, en la iglesia de Saint-Remy de Conde-en-Brie en presencia de su viuda, familia y algunos funcionarios. En dicha acta se especifica que el difunto llevaba cuatro años avecindado en dicha parroquia. El enterramiento se efectuó en una capilla de la mencionada iglesia, concretamente una dedicada a la Virgen (no se especifica cual). Así terminó la existencia de este singular personaje con 71 años de edad.

Escudo de armas de los Sanson. Según el lema y el mueble
principal del mismo, una campana rota, su etimología es
sans son, o sea, sin sonido. La verdad es que me resulta
bastante curioso e intrigante
Bien, como hemos podido ver grosso modo, la vida y milagros del fundador de la dinastía de verdugos más famosa de la historia es digna de un guión cinematográfico. Que un hombre de linaje, con un futuro prometedor en la milicia y con una posición social propia de su rango acabase ejerciendo uno de los oficios más bajos que se conocen por temas de amoríos no creo que abunden mucho. Su prima y hermana adoptiva Colombe ya le marcó el ánimo más de lo deseable, pero su noble afán por proteger la honra de la simple hija de un ejecutor como era Jouanee también dicen mucho en su favor, y más por el elevado precio que tuvo que pagar por ello, renunciando a su rango, a su futuro como militar y, para colmo, condenando a sus descendientes a ejercer tan vil oficio durante seis generaciones más.

En fin, espero que esta peculiar historia haya sido del interés de vuecedes. Ya proseguiremos otro día con las andanzas de esta familia tan... inquietante.

Hale, he dicho

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