martes, 5 de diciembre de 2017

Lanzas españolas


Carga del Rgto. de Caballería Farnesio durante la Guerra de África, obra de Ferrer Dalmau. Flipo en colores
con los cuadros de este hombre, no voy a negarlo

Hombres de armas del siglo XVI. Estos probos guerreros fueron los últimos
en hacer uso de la lanza según los cánones medievales
La lanza era desde tiempos inmemoriales el arma de caballería por antonomasia. Sin embargo, la antonomasia se fue a hacer puñetas cuando las armas de fuego se enseñorearon de los campos de batalla ya que si un jinete podía ofender a un infante a dos o tres metros, un arcabucero podía hacer lo propio con un jinete a 50 metros y, como es lógico, las lanzas de 51 metros no eran nada manejables. Ensartar ciudadanos como si fueran brochetas no solo era un ejercicio muy conveniente, sino que acentuaba el pavor de los demás ciudadanos que veían como a su cuñado le metían un hierro por el esternón y le sacaban un metro de asta por la espalda sin darle tiempo ni a despedirse de él como Dios manda, asegurándole que lo odiaba a muerte. A lo largo del siglo XVI, la caballería pesada fue relegada poco a poco hasta que, finalmente, los únicos jinetes válidos eran los reitres armados con pistolas que, con tácticas como la caracola, podían intentar deshacer los monolíticos cuadros de infantería erizados de picas y con mangas de arcabuceros que formaban un tándem perfecto. Los piqueros mantenían a raya a los jinetes mientras que los arcabuceros los escabechaban bonitamente, y solo si gracias al miedo o la mala calidad de las tropas lograban abrir una brecha en el cuadro era cuando metían mano a sus espadas para acuchillarlos a su sabor.

Lancero de Ceuta (c, 1745)
Por otro lado, y en semejante contexto bélico, una carga con lanzas tenía una sola oportunidad ya que, por las dimensiones de sus armas, no podían llevar a cabo un combate cerrado, rodeados de enemigos que estaban prácticamente encima de ellos. O sea, que o rompían el cuadro arrollándolo literalmente o tenían que volver grupas asumiendo un número de bajas más o menos significativo. Así, mientras que un reitre la emprendía a cuchilladas con su espada una vez descargadas las pistolas de arzón de que iba provisto, un lancero podría herir a un infante situado a metro y medio o dos metros de distancia, pero no a uno que estuviese más cerca. En resumen, que fue un arma que quedó obsoleta en el siglo XVII. Así, en tiempos del cuarto Felipe, fueron desapareciendo de las diversas unidades en que se mantenían en servicio para ser sustituidas por pistolas, escopetas o tercerolas y con la espada o el sable como arma blanca, lo que hizo de la caballería un arma más flexible ya que sus componentes podían, llegado el caso, combatir tanto a caballo como a pie, y gracias a sus briosos pencos desplazarse por el campo de batalla allá donde su presencia fuese más necesaria con la premura habitual en esos casos. En el siglo XVII solo quedó en todo el ejército español una unidad provista con estas ancestrales armas, la Compañía de Lanzas de Ceuta, una unidad que databa de 1584 formada para dar protección a dicha plaza si bien en el siglo XVIII la lanza era meramente testimonial ya que de sus 30 efectivos solo quedaba un "caballero de lanza", mientras que el resto de la tropa, 23 hombres, usaban escopetas.

Garrochista andaluz. Estos hombres se pasaban la vida
a caballo de sol a sol manejando ganado a golpe de
garrocha, por lo que su destreza era inigualable
Sin embargo, la desagradable visita que nos hizo el enano corso (Dios lo maldiga por siempre) representado por su abominable cuñado, Joaquín Murat, un tipo que por su aspecto siempre me ha recordado a esos proxenetas chulánganos y viciosos de las pelis policíacas, obligó a resucitar tan añeja arma de forma un tanto inusual. Y no porque el ejército del enano, que en aquellos tiempos se consideraba el modelo a seguir en toda la Europa, contase con unidades de lanceros, sino por algo tan simple como la necesidad de tropas de caballería. La Guerra de la Independencia hizo que muchos jinetes procedentes del sur, especialmente de Sevilla y Jerez, se alistaran para echar a patadas al enano y a su horda de saqueadores de tumbas y violadores de monjas, y estos hombres, verdaderos centauros que habían aprendido a montar a caballo antes que a caminar, eran consumados maestros en el manejo de la garrocha con la que se gobierna el ganado en las dehesas. Tiempo no había para entrenarlos en el manejo de la espada y la pistola, pero con la mojarra de una lanza podían firmar con nombre y dos apellidos en la frente ignominiosa de un gabacho y luego ensartarlo bonitamente como una aceituna gordal, como demostraron sobradamente en la batalla de Bailén.

Lancero carlista escabechando a un artillero isabelino según
el milagroso pincel de Ferrer Dalmau
Así pues, una vez que echamos al enano del suelo patrio en la persona de su hermano Pepe Botella, que por cierto aprovechó para robar más que un político antes de largarse en buena hora, en 1815 se decidió formar dos regimientos de lanceros, el Castilla y el Extremadura. Sin embargo, el entusiasmo lancero duró pocos años ya que en 1828 solo la Guardia Real estaba armada con estas armas. El resurgimiento definitivo de las lanzas tuvo lugar a raíz de la 1ª Guerra Carlista, sin que se sepan a ciencia cierta los motivos de ello ya que las armas de fuego de la época daban muy pocas opciones al uso de la lanza. Cierto es que en otros países europeos también se mantuvieron en activo, empezando por el mismo ejército francés que, tras mandar al carajo al enano, siguieron haciendo uso de lanzas en sus unidades de dragones y húsares. Así mismo, los tedescos tenían sus ulanos, los rusos sus cosacos, los british (Dios maldiga a Nelson) enviaron sus lanceros a Crimea para ser elegantemente barridos del mapa en Balaklava, y hasta los turcos tenían lanceros, y todos ellos operativos hasta el inicio de la Gran Guerra. En cualquier caso, las teorías son de lo más variadas y abarcan desde la escasez de armas de fuego de los carlistas, que obligó a recuperar la lanza más por necesidad que por otra cosa, hasta por el hecho de que muchos militares de alto rango habían combatido en las guerras de independencia de los territorios de ultramar contra tropas armadas con lanzas y, por experiencia, las consideraban como útiles. 

En fin, tras este introito para ponernos en situación, dedicaremos esta entrada, no a los regimientos de lanceros del ejército español, sino a los distintos modelos que estuvieron en activo hasta el penúltimo de ellos ya que, como alguno recordará, el modelo 1905 ya se estudió en su día, así como el modelo Argentino 1895 que nos regalaron gentilmente y que hoy día equipa a la Guardia Real. Dicho esto y sin más preámbulos, vamos al grano.

Antes de nada conviene aclarar que los modelos que veremos a continuación son los creados a partir de 1800 ya que anteriormente no había ningún tipo de reglamentación al respecto. Como hemos dicho, en el siglo XVII pasaron a la historia y en aquellos tiempos las lanzas al uso tenían las dimensiones y la forma que a cada cual se le antojaba, llegando a lo sumo a haber una cierta uniformidad a nivel de unidad si al mandamás de turno le daba por mandarlas fabricar todas a la vez. Tras la sequía lancera de tantos años no hubo ningún modelo reglamentario, por lo que nos tenemos que ceñir a la que se diseñó en 1815 como la primera de una serie que concluyó con el modelo 1905 antes citado.

Bueno, ahí tenemos la primera. Se trata del modelo 1815, la cual entró en servicio según la Real Orden de fecha 2 de noviembre de aquel mismo año. La morfología y las dimensiones de esta lanza estaban basadas en las teorías que detallaba el coronel García Ramírez de Arellano y Angulo (García era su nombre de pila) en su obra "Instrucción metódica para la Caballería" publicada en 1767. El arma estaba formada por una moharra de 23,5 cm. de sección romboidal con las caras ligeramente vaceadas. Su anchura por la base era de 4 cm. Como vemos en la parte superior derecha, dicha moharra no estaba unida al cubo de enmangue, sino que consistía en una pieza aparte provista de una espiga roscada para atornillarla al cubo, lo que no contribuía precisamente a darle una solidez adecuada. El cubo, de 9 cm. de largo y de forma ligeramente cónica, tenía dos larguísimas barretas de enmangue de 56 cm. de largo, muy idóneas para impedir que cualquier enemigo pudiera partir el asta de un tajo. La unión de las barretas al asta era mediante remaches pasantes. Pero lo más peculiar de esta lanza es esa cruceta que, en realidad, no estaba concebida como tope para limitar la penetración del arma, sino que era un cortabridas. Esa pieza, afilada por sus caras interiores, permitía enganchar y cortar las bridas o las riendas de los caballos enemigos, dejándolos ingobernables. En el extremo del asta tenía un regatón de 7,5 cm. de largo unido al asta mediante sendas barretas con su correspondiente pasador. Dicho regatón estaba hueco solo a medias para, con su peso, permitir que el centro de gravedad estuviera en el lugar idóneo, en este caso a 133 cm. de la punta del arma. El peso total era de 2.100 gramos, y su longitud de 2,85 metros. En cuanto al diámetro del asta era de 36 mm. en su parte más gruesa, y de 25 mm. en las más delgadas, o sea en los extremos ya que su forma era ahusada. En la parte central llevaba un portalanza de cuero, como era habitual en estas armas.

Portalanza. Este accesorio servía para apoyar el codo durante las marcha
y para afianzar el arma durante la carga para que no pudiera desplazarse
hacia atrás en caso de topar con algo más consistente que la barriga de
un enemigo. Los modelos de lanza que veremos llevaban uno similar
No hay muchos más datos acerca de esta lanza y, dependiendo del autor, incluso se cuestiona su existencia o, al menos, el hecho de que fuese reglamentaria. En el "Catálogo del Museo de Artillería" de 1856 constan dos proyectos de la misma con la indicación de haber sido aprobados por el S.M. el Rey, mientras que en el "Prontuario de Artillería" del comandante Ramón Salas de 1833 solo se limita a dar la longitud del arma y las dimensiones y peso de la moharra, pero sin especificar que son de ese modelo en concreto, sino como medidas genéricas para las lanzas anteriores al año de publicación de su obra. Así, la longitud total que nos da es que 9 pies y 1 pulgada, que equivalen a 2, 53 metros. La moharra con su cubo, pero sin contar las barretas, era de 1 pie y 1,5 pulgadas ( 34,3 cm.), y el peso de la misma de 1 libra y 8 onzas (689,6 gramos). En cuanto a la longitud del cortabridas era de 3,5 pulgadas ( 8,12 cm). De ello podría desprenderse que no hubo un criterio unificado en lo referente a las dimensiones, pero no podemos ni corroborarlo ni refutarlo. Igual Salas estaba equivocado ya que, en realidad, presta muy poca atención a la lanza mientras que, por el contrario, da todo tipo de detalles sobre las demás armas blancas del momento. Por otro lado, Narciso Botet ni siquiera la menciona en su obra "Lanzas reglamentarias" (1895), pero tampoco sabemos si se trata de una omisión involuntaria. En todo caso, Bernardo Barceló es el que aporta pelos y señales de la misma en su obra "El Armamento Portátil Español", así que la damos por buena y santas pascuas. Bien, prosigamos...


La que vemos ahora es el modelo 1834. Según parece, no se llegó a fabricar en cantidades apreciables y, como en el caso anterior, no figura en la relación de lanzas reglamentarias de Botet. Así pues, lo mas probable es que se tratase de un modelo experimental que fue enviado a algunas unidades para ser probado. Como vemos, no se asemeja en nada al modelo 1815. En este caso la moharra, de 14,5 cm. de largo y 2,5 de ancho, está vaciada a dos mesas, sin nervaduras ni vaceos de ningún tipo. Está unida a un cubo de enmangue rematado por dos barretas de diferente longitud, práctica que se convirtió en habitual para que los tornillos con se se fijaban al asta quedasen alternados en la misma. La barreta mayor medía 11,2 cm. y la menor 8,2. Para fijar la banderola tenía tres botones, uno en la barreta más larga y los otros dos atornillados directamente al asta. En cuanto al regatón, de forma troncocónica, era lastrado con plomo para fijar el centro de gravedad en el lugar adecuado, en este caso a 178,5 cm. desde la punta y, como en el caso del cubo de enmangue, encajaba en el asta con dos barretas de distinta longitud par ser finado mediante tornillos. La longitud total del arma era de 294 cm., su peso de 1.950 gramos y el diámetro máximo del asta 35 mm. 

Respecto a las banderolas, a la derecha podemos ver su apariencia. Inicialmente llevaban los colores del regimiento para, posteriormente, unificarlos con los colores nacionales en dos franjas de la forma que aparece en la figura superior. Por último se adoptó el tipo que vemos debajo, con las tres franjas pero todas del mismo ancho, no con la amarilla el doble de ancho que la rojas como en nuestra gloriosa enseña nacional. Según Ramírez de Arellano, estas banderolas tenían como finalidad, aparte de su función ornamental, espantar a los caballos enemigos al flamear ante ellos. Sin embargo, lo que no explica es como es que no espantan a los caballos propios, así que eso del flameo me parece una chorradita. Además, la mayor parte de las acciones de caballería se llevaban a cabo contra infantería, por lo que la banderola era, como es lógico, un mero adorno que además servía como divisa para distinguir al amigo del enemigo llegado el caso. Su fijación al asta se efectuaba con tres botones atornillados como el que vemos en la ilustración. Estos botones solo podían usarse en astas de madera maciza ya que el bambú no se podía perforar so pena de tornarse quebradizo por el orificio. En ese caso se fijaban mediante tres trabillas que quedaban muy ajustadas al asta. 


Este es otro modelo que está pero no está. O sea, que se fabricaron un número indeterminado de unidades sin que llegase, como el ejemplar anterior, a ser oficialmente declarado como reglamentario si bien en un ejemplar que se conserva pone claramente que se trata del modelo 1835. Cabe suponer que fuese otro diseño sujeto a pruebas que no llegó a buen fin. En este caso se trata de una lanza provista de una moharra de 17 cm. de largo por 2,6 de ancho vaciada a dos mesas y unida a un cubo en enmangue troncocónico redondeado y desprovisto de barretas. La fijación al asta se efectuaba por una cara con el tornillo de uno de los botones de la banderola, siendo los otros dos colocados en el asta. El regatón es exactamente igual que el del modelo anterior. El peso del arma era de 1.950 gramos, y su longitud de 289 cm. con el centro de gravedad situado a 172 cm. de la punta. Al igual que sus hermanas, estaba provista de un portalanza como el que hemos ilustrado anteriormente.


Este es el modelo 1842, en el que por fin todos los autores de la época coinciden. Botet, de hecho, la considera como la primera lanza reglamentaria, aprobada por Real Orden el 1 de febrero de ese mismo año. A todas luces está inspirado en el modelo anterior ya que la moharra tiene la misma morfología si bien es 1,5 cm. más larga y más gruesa, 11 mm. contra los 7 del modelo 1835, o sea, una hoja muy robusta. La diferencia radica en el cubo de enmangue, demasiado básico en el caso anterior y sustituido en este modelo por uno troncocónico de cabeza plana provisto de dos barretas desiguales, de 22 y 17 cm. respectivamente, lo que proporciona solidez al conjunto como una eficaz protección contra los tajos de las armas enemigas. Los botones para la banderola se fijaban en la barreta larga, mientras que la corta tenía dos tornillos. El regatón, de forma troncocónica, es similar a los de modelos anteriores, con una longitud de 12,2 cm. y barretas desiguales de 25,3 y 21 cm. fijadas también con tornillos al asta, cuyo diámetro mayor era de 32 mm. El largo total del arma era de 250 cm. y su peso de 1.775 gramos.


En Real Orden del 15 de febrero de 1861 se autorizó este nuevo modelo que, básicamente, es una versión del anterior pero con variaciones en el tamaño de algunas piezas. La hoja, de forma idéntica al modelo 1842, se vio acortada hasta los 17 cm. mientras que las barretas fueron notablemente alargadas. La mayor tenía una longitud de 31 cm. y la menor de 23. El cubo, también troncocónico, tenía en este caso la cabeza redondeada. Los botones de la banderola estaban atornillados en la barreta mayor. En cuanto al regatón, era similar al anterior pero con las barretas también más largas, de 35 y 29 cm. respectivamente, y el borde redondeado, en vez de recto. Por lo demás, las dimensiones y pesos totales eran prácticamente idénticos: 250 cm. de largo y 1.800 gramos. El centro de gravedad se encontraba a 115 cm. de la punta. El precio inicial de cada lanza era de 11,75 pesetas, o sea, 7 céntimos de euro. Manda cojones la inflación, ¿que no? 

Majagua (Hibiscus elatus) de flor roja
En 1874 se reformó este modelo según Real Orden del 28 de mayo de ese año, si bien el único cambio radicó en la longitud del asta, que alargó el arma hasta los 278 cm. y le aumentó el peso hasta los 2.055 gramos. El centro de gravedad quedó situado a 129,5 cm. de la punta. Los hierros que montaba eran indistintamente del modelo 42 y 61. La reforma encareció también el importe de la lanza, que se puso en 14,25 pesetas. Por cierto que, ya que mencionamos las astas, las maderas preferidas eran las de majagua, haya, fresno, castaño, avellano y nogal. El bambú también estaba bien considerado por su ligereza y resistencia, pero tenía el inconveniente de no permitir perforaciones por lo que, según vimos en la entrada dedicada al modelo argentino, la fijación de los hierros debía ser mediante crimpado, lo que dificultaba bastante la sustitución de las astas deterioradas o rotas. A modo de curiosidad, la majagua es un árbol de la misma familia que los hibiscos, esas plantas que dan unas flores tan chulas de diversos colores. Estos árboles, que alcanzan hasta los 15 metros de altura, tienen además multitud de propiedades curativas e incluso mágicas, así que igual recomendaban su madera para echar algún mal de ojo a los enemigos. 


Y con esta virguería chulísima de la muerte llegamos a las postrimerías del siglo XIX. Se trata de una lanza que rompía todos los cánones establecidos hasta el momento ya que, como vemos, su moharra era completamente distinta a las de los modelos anteriores. En este caso se trata de una cuchilla de 15,5 cm. de largo y apenas 1,7 de ancho, de sección triangular con profundos vaceos en cada cara, lo que le daba una rigidez extrema, muy adecuada para penetrar en las corazas de las unidades de caballería de línea que, como ocurría en el ejército gabacho (Dios maldiga al enano corso), aún estaban equipadas con las mismas. A todo ello se le unía un tope circular de 40 mm. de diámetro para limitar su penetración, lo que suponía una cuchillada de 20 cm. de profunda llegado el caso. El cubo de enmangue, con una acusada forma cónica, estaba provisto como las anteriores de barretas desiguales, de 25,8 y 19,2 cm. de largo si bien en este caso no se preveía la instalación de banderola, por lo que la sujeción consistía en tornillos normales. Y si la moharra era peculiar, no le iba a la zaga el regatón, también dotado de un tope circular y con un cono truncado como remate. La fijación al asta estaba confiada a dos barretas desiguales de 30 y 27 cm. En cuanto al asta, en esta lanza no tenía la habitual forma de huso, más gruesa por el centro y más delgada por los extremos, sino que era cilíndrica salvo en el último cuarto, donde adoptaba forma cónica para ajustarse al cubo en enmangue de la moharra. Su longitud era de 280,6 cm., y era la más pesada de todas las fabricadas hasta aquel momento, alcanzando los 2.165 gramos. El centro de gravedad estaba situado a 161,6 cm. de la punta. En cuanto a su precio, era de 24,88 pesetas, que equivaldrían a 17 céntimos de euro. Una bolsa de pipas vale 30 céntimos, de modo que...

Moharra y regatón del modelo 1905
Este arma fue declarada reglamentaria por Real Orden del 25 de octubre de 1884, y estaba copiada de un modelo denominado como "inglesa de la India" que se encontraba en el Museo de Artillería. Se ordenó la fabricación de 480 unidades destinadas a los regimientos Reina y Farnesio con la indicación de que las astas debían ser de majagua, avellano, fresno y castaño por partes iguales. El 2 de abril de 1888 se dieron por terminado los ensayos, siendo retiradas de las unidades entregadas para sus sustitución por el modelo 1874 que seguía siendo el reglamentario, por lo que queda claro que las pruebas efectuadas no resultaron satisfactorias a pesar del magnífico y elegante aspecto de este modelo. En 1889 se llevó a cabo un nuevo diseño con tres tipos de guarniciones, una propuesta por la Comisión mixta y otras dos con hierros de procedencia prusiana y belga, a razón de 50 unidades de cada uno para pruebas. En los tres casos tampoco resultaron satisfactorios, así que los regimientos de lanceros tuvieron que seguir apañándose con el modelo 1874 hasta que, finalmente, en 1905 se introdujo la que sería la última lanza reglamentaria, fabricada enteramente de acero. No obstante, algo heredó de su fallida predecesora ya que este modelo contaba con una moharra prismática cuadrangular y un tope circular, en este caso situado a 35 cm. de la punta.

En fin, estas fueron las lanzas reglamentarias de la caballería española. Como vemos, no tuvieron una trayectoria regular y no se acabó de dar con un diseño verdaderamente bueno. Si acaso, el modelo 1905 podría haber sido el culmen de no haberse fabricado en una época en que estas armas estaban más obsoletas que una cuchara de palo, y su misión quedó prácticamente relegada a servir en la Guardia Real y para lucimiento en paradas y demás eventos de las unidades que, en teoría, la mantenían en dotación.

Bueno, ya'tá

Hale, he dicho

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Dos lanceros carlistas. Obsérvese el portaregatón prendido del estribo, así como la forma de llevar el arma sujeta por
el portalanza para tener libre la mano derecha. En los manuales de instrucción de la época se detallaba todo lo referente
al manejo de estas armas, desde la típica lanzada al infante que viene de frente y a la derecha al que viene desde el lado
opuesto o incluso como rechazar enemigos que atacan por la zaga, lanceando hacia atrás por ambos lados o molinetes
para mantener alejados a los enemigos. En manos de tropas bien entrenadas, la lanza seguía siendo un arma temible.
Lo malo es que un panoli con un fusil era al final el que tenía las de ganar

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