lunes, 18 de marzo de 2019

Manual del buen suicida


La muerte de Séneca, al que le costó la propia vida, y nunca mejor dicho, largarse de este mundo. Primero lo intentó
cortándose las venas, pero no acertó y la hemorragia no era lo bastante copiosa. Lo intentó luego con cicuta,
pero le sentó estupendamente. Finalmente lo logró dándose un baño de vapor, lo que le provocó la asfixia por padecer asma.

Los que hayan invertido algo de tiempo en leer algo sobre la historia de Roma desde la República hasta los primeros tiempos del principado, habrán podido constatar que eso del auto-asesinato era una práctica relativamente frecuente. Catón, Séneca, Petronio, Marco Antonio, Bruto, Casio, Nerón, Otón... Sí, incluso hubo emperadores que decidieron, de mejor o peor gana, poner término a sus días por su propia mano. Obviamente, también habría suicidios entre las clases bajas y los esclavos, pero como esos no contaban para nada pues no ha quedado constancia de su inmolación unipersonal. El hecho de que a un plebeyo le diese un avenate al enterarse de que la parienta se la pegaba con HOGAZVS el panadero y se colgase en el corral, o que el esclavo PVTEATVS se rebanase el pescuezo harto de aguantar al paliza de su amo era algo totalmente irrelevante, pero no tenemos motivos para pensar que el suicidio era algo reservado solo a las clases pudientes. Pero vayamos por partes, porque en Roma eso de quitarse de en medio por la vía rápida no era un tema baladí...

Áyax suicidándose con la espada de Héctor a causa de su
locura por no haber obtenido las armas del peleida Aquiles
tras su muerte a manos de Paris. Por matarse, el atreida
Agamenón ordenó que en vez de incinerado fuera enterrado
Curiosamente, y a pesar de que Roma era heredera directa del mundo, la cultura y la religión helenística, no consideraban el suicidio de la misma forma. Entre los griegos, la autolisis era ante todo un grave pecado contra los dioses- mira por donde, igual que en el cristianismo-, y además una afrenta al estado y a la sociedad. Para ellos, la cosa estaba clarísima: los dioses habían creado a los hombres para que les sirvieran, ergo si se quitaban la vida estaban eludiendo su deber hacia sus creadores. Y lo peor es que, para colmo, los dioses se podían cabrear contra los congéneres del suicida y castigarlos por permitir que se matase; como es evidente, de esto podemos colegir que el hombre se debía a la sociedad en la que vivía, por lo que largarse por las buenas era considerado como una felonía contra sus semejante y contra el estado, algo similar a la traición a nivel militar. 

Platón, inventor del amor platónico a pesar de
su intransigencia con los pobres suicidas
Solo en circunstancias muy concretas se toleraba el suicidio, a saber: una, en caso de que un probo ciudadano sufriera una enfermedad incurable que le produjera terribles sufrimientos que, con los medios de la época, eran imposibles de mitigar, por lo que se consideraba lícito que abreviase el trámite. Esto se llevaba a cabo con cualquier veneno que actuase con prontitud para aliviar al enfermo de sus penurias a modo de eutanasia, que por cierto es un término procedente de las palabras griegas εὒ y θἀνατος (eu thánatos) buena muerte. La otra opción permisible era suicidarse en defensa del estado, que se consideraba lo mismo que palmar en combate. Pero, salvo en esas dos excepciones, el suicidio era de lo peorcito que podía cometer una persona y, de hecho, la sociedad se tomaba cumplida venganza por ello enajenando sus bienes. Platón afirmaba incluso que los suicidas no tenían derecho a unas exequias fúnebres ni señalar su lugar de reposo con lápidas o un mausoleo. Y para reforzar la idea de segregación del que había traicionado a los suyos provocando su propia muerte, se les debía incinerar o enterrar fuera de la ciudad y lejos de los cementerios donde yacían los que habían estirado la pata de forma honorable aunque fuesen abuelos occisos por una pulmonía invernal.

Arrojarse contra la propia espada estaba considerado como la forma más
aséptica de quitarse la vida y, por ser más dolorosa, la más viril
Bien, como hemos podido ver en esta introducción, el tema del suicidio estaba muy mal visto en Grecia. Los que lo llevaban a cabo se convertían en una especie de parias en estado difunto que solo merecían el desprecio de la sociedad. En Roma las cosas no llegaban a esos extremos y, por otro lado, los motivos para suicidarse de forma legítima eran más amplios. Otrosí, el suicidio no se consideraba una afrenta a los dioses, sino, en determinadas circunstancias, una elección tomada por motivos fundados, especialmente entre las clases altas de la sociedad. Por cierto que usaban infinidad de frases para dar a entender que uno se aliñaba a sí mismo, pero no tenían una palabra concreta para ellos como en nuestro caso, suicidio, a pesar de que su etimología es latina: SVI CÆDERE, matarse. Estos probos imperialistas se referían al suicidio como MORTEM SIBI CONSCIVIT (darse muerte), CONSCINCENDA MORS VOLVNTARIA (darse muerte de forma voluntaria), VOLUNTARIAM MORTEM (muerte voluntaria), etc. En todo caso, como decimos, en Roma se admitían más posibilidades de quitarse la vida sin por ello caer en la ira de los dioses y el desprecio del personal. Veamos pues qué métodos solían adoptar para largarse enhoramala al Averno...

La forma más abyecta y, seguramente, la habitual entre la plebe y los esclavos ya que no hay constancia de que ningún patricio la eligiese, era ahorcarse. Pero ahorcarse no solo eran una forma muy desagradable de palmarla, sino que conllevaba una serie de consecuencias post-mortem aún peores. Según las creencias de esta gente, todo aquel que moría sin tocar el suelo, o sea, la Madre Tierra, cometía un pecado terrible y no podía ser aceptado en ella tras la muerte. De hecho, esta creencia estaba extendida en otras religiones ya que, por ejemplo, es la forma de morir que elige Judas como castigo a sí mismo por su traición infinita contra Cristo. En la foto de la izquierda podemos ver un fragmento del lateral de un sarcófago en el que aparece el alevoso por antonomasia colgando de una rama con la bolsa con los 30 denarios de pago a su felonía bajo el cuerpo. De esta creencia procede igualmente la crucifixión como método de ejecución ya que, de ese modo, el reo moría sin estar en contacto con el suelo. Los muertos por ahorcamiento tenían vetado todo tipo de honras fúnebres, y el árbol en el que se habían colgado quedaba maldito. Para purificar tanto el árbol como el lugar se tenía la costumbre de colgar de sus ramas varias OSCILLA, unas pequeñas máscaras con forma de rostro. El palabro, según el visigodo Isidoro, proviene de OS (boca o rostro) y CILLERE (mover), o sea, eran caras que se movían, obviamente por la acción del viento al estar colgadas. 

Varios tipos de OSCILLA
Como dato curioso, añadir que el término oscilar proviene precisamente del OSCILLVM. Por lo demás, la horca era una forma infamante de morir, y no solo para los suicidas, sino también para los que eran ejecutados mediante ese sistema. De hecho, en algunas ciudades se especificaba que los cadáveres de los ahorcados debían ser retirados en un plazo de una hora a contar desde el momento en que se informaba del hallazgo del cuerpo, mientras que en otras se les negaba ser sepultados en los cementerios, e incluso se les arrojaba al Tíber como si fueran reos de alta traición. Para prevenir este espeluznante posibilidad, muchos suicidas preferían el estrangulamiento ya que, de ese modo, morían echando los bofes, pero en el suelo. Por ejemplo, el emperador Heliogábalo siempre llevaba encima varios cordeles para, caso de tener que darse boleta, hacer que un esclavo, liberto o militar le estrangulase y no tener así una muerte maldita. El mismo Gordiano I se estranguló con un cinturón tras ser derrotado por Capeliano en 238 d.C.

Marco Junio Bruto suicidándose tras ser derrotado en Filipos. En este caso
se trató de una muerte honorable ya que prefirió quitarse la vida antes de
caer prisionero en manos de sus enemigos
Por todo ello, las formas de suicidio entre las clases altas diferían del vil ahorcamiento, prefiriéndose el veneno, cortarse las venas o clavarse un arma. Entre los patricios se consideraban varios factores para legitimar el suicidio. Podía ser motivado por una derrota militar, como una forma de desagraviar el honor maltrecho si bien quitarse la vida por no sufrir una derrota sí era deshonroso. Para entendernos, si un militar era derrotado, prefería morir por su propia mano antes que sufrir la deshonra de volver a Roma con esa mancha. Pero si por el contrario optaba por matarse antes de luchar era considerado un mierdecilla indigno y, además, sus bienes eran confiscados, se le privaba de sepultura y su cuerpo era arrojado fuera del campamento para que quedara a merced de las alimañas, como vimos que se hacía en el caso de los desertores y traidores. Por ejemplo, César no tenía consideración con este tipo de suicidas, por lo que no dudaba en ordenar cortarles las cabezas y clavarlas en las PILA de sus tropas, paseándolas como trofeos ya que consideraba su suicidio como un acto de cobardía. Sin embargo, al militar que se mataba con dignidad y por mantener la honra de Roma podían celebrar sus honras fúnebres dentro de la ciudad mientras que en el caso de los anteriores debían ser fuera de las poblaciones. Igualmente se consideraba honorable elegir el suicidio ante la perspectiva de ser ejecutado por el enemigo, por lo que se daban casos de legionarios u oficiales que se apuñalaban mutuamente antes de ser apresados. 

Esto de acuchillarse unos a otros tenía su explicación, y es que era norma que la parte del cuerpo que causaba la muerte del suicida, en este caso la mano que empuñaba la espada, debía ser cortada y enterrada por separado. Por la misma causa, cuando no se trataba de un suicidio colectivo se ordenaba a un servidor que sujetase el arma para abalanzarse contra ella, o bien, como en el caso de Áyax, se clavaba la empuñadura en el suelo para, a continuación, arrojarse encima. Más de uno habrá visto en alguna peli como el aspirante a difunto hace que su liberto preferido le ayude a matarse, y puede que se piense que lo hacían así por falta de valor o decisión. Pero, como vemos, el realidad lo que se pretendía era que su cuerpo no fuera mutilado, porque pasearse manco por el mundo de Ultratumba eran tan desagradable como hacerlo en el de los vivos. 

Eros, en el suelo, suplica a Marco Antonio que lo mate antes de darse muerte
Otra forma de suicido legítimo era por lealtad. Matarse como muestra de amor y fidelidad a un cónyuge, un amigo o su señor era una muestra de espíritu abnegado y noble, para el que carecía de sentido permanecer en este mundo sin poder gozar de la compañía de ese ser querido. Hay mogollón de ejemplos, desde libertos que se suicidaban al mismo tiempo que sus antiguos amos a oficiales que se quitaban la vida si su comandante lo hacía previamente, como por ejemplo el caso de Marco Antonio, cuyo sirviente Eros se mató con la espada de su señor cuando este, tras no hacer caso de sus súplicas para que le diera muerte antes de suicidarse, se mató de mala manera, porque no palmó en el acto. Eros, desesperado, sí acertó de pleno. Otro ejemplo muy conocido de este tipo de suicidios fue el de Pompea Paulina, la mujer de Séneca que, al ver que su marido se quitaba la vida por orden de Nerón, no dudó en cortarse las venas. Sin embargo, enterado el enloquecido emperador de la intentona y no queriendo quizás cargar sobre su maltrecha conciencia una muerte más, envió a unos guardias para ordenar a sus esclavos que le hiciera unos torniquetes y salvaran su vida. 

Catón abriéndose la herida para eviscerarse. Puso empeño el hombre, las
cosas como son...
Otros casos de suicidio se dieron por mera disconformidad con el poder. Era una especie de reivindicación contra determinadas acciones o normas que el suicida consideraba como intolerables, por lo que antes de tener que soportarlas prefería quitarse de en medio. Quizás el caso más conocido sea el de Marcio Porcio Catón el Joven, que tras la victoria de César en Tapso decidió que no quería vivir en una Roma bajo el gobierno de un solo hombre. Catón, quintaesencia de los valores que representaban la República y el Senado, no concebía que Roma quedara en manos de alguien como César, que representaba para él todo lo contrario de sus ideales, así que se arrojó contra su espada, clavándosela en el vientre. No murió en el acto y su físico pudo recomponerlo, pero el pertinaz empeño de Catón hizo que nada más terminar la cura se arrancara las vendas y se sacase las tripas con sus propias manos. Las cosas como son, ya le echó cojones a la cosa.

El cadáver de Nerón yace inerte y solo. Su concubina Actea y una esclava
se hicieron cargo de su cuerpo, lo incineraron y depositaron sus cenizas
en el panteón de los Domicios para impedir que fuera profanado por la turba
Pero quizás lo que más impelía a los romanos de las clases altas a quitarse la vida era la deshonra. Desde Lucrecia, que se mató tras ser violada por Sexto Tarquino, los romanos de postín preferían la muerte a la infamia de verse sometidos a un proceso que podía acabar con su condena a muerte y, lo que era peor, saber que su cuerpo sería expuesto ante la plebe o, ya en tiempos de Tiberio, en las SCALÆ GEMONIÆ, las Escaleras Gemonías o Escaleras del Luto, un lugar cercano al foro donde acabaron los cadáveres de personajes otrora tan poderosos como Lucio Ælio Sejano, antiguo prefecto pretoriano de Tiberio condenado por traición, estrangulado y arrojado a las Gemonías durante varios días para que la plebe se desfogase con su cuerpo, tras lo cual fue arrojado al Tíber. Pero aparte de la terrorífica perspectiva de saber que su cabeza sería expuesta en el foro y su cuerpo despedazado por la chusma, los aristócratas que veían que el peligro de un juicio con pinta de acabar de mala manera era cosa hecha, optaban por suicidarse para que, según las leyes, sus bienes no fueran confiscados por el estado y su familia quedase en la indigencia. Por ello, cuando eran citados ante los tribunales se metían en la bañera con agua calentita y se hacían cortar las venas o llamaban a un cuñado para que sujetase un puñal mientras se fundía con él en un postrero y odioso abrazo. El mismo Nerón, cuando huía y vio que un piquete de guardias iba a darle caza, vio que no le quedaba otra si bien su falta de valor obligó a su liberto Epafrodito a hundirle un puñal en el cuello, no sin antes recordar a los presentes que el mundo perdería un gran artista.  Ah, y no olvidemos como Petronio, que ya estaba en el punto de mira de Nerón por estar supuestamente implicado en el complot de Pisón, optó por palmarla elegantemente, organizando un banquete por todo lo alto para despedirse de sus amigotes tras el cual se hizo cortar las venas, por lo que se evitó algo tan vulgar como acabar en las Gemonías, lo que hubiese ultrajado su sentido del buen gusto. 

En fin, dilectos lectores, así era grosso modo como el personal se auto-finiquitaba en Roma. Como vemos, había para todos los gustos. En todo caso, lo que considero como más determinante para la proliferación de tanto suicidio era el concepto de que no era un pecado terrible contra las divinidades, como ocurría con los griegos y ocurre con los cristianos y judíos. Unos dioses que no castigan atentar contra la propia vida no te mandaban al puñetero infierno, por lo que en muchos casos se vería más como una liberación que otra cosa. Ah, lo olvidaba... el suicidio como forma de eutanasia también estaba admitido como una muerte digna, debate este que, por cierto, llevamos manteniendo desde hace siglos sin que hasta ahora se hayan logrado aunar posiciones al respecto.

Bueno, ya'ta

Hale, he dicho

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