Hiram Berdan se puso la mar de contentito cuando logró puentear a su bestia negra, el general Ripley. Bueno, en honor a la verdad Ripley era la bestia negra del 99% del ejército yankee, así que imagino que más de uno celebró largamente que el carca del Jefe de la Artillería hubiese sido bonitamente chuleado por el creador de los primeros regimientos de sharpshooters y, para colmo, que el mismísimo presidente le hubiese dado una higa y pasase del tema. Con la distribución de estas armas, que desde que tuvo conocimiento de ellas a través de Truman Head habían sido su sueño húmedo, los Colt 1855 pasaron a la historia tras una vida operativa de apenas seis meses para gran alborozo de sus tiradores que, como ya se comentó en la entrada anterior, no estaban precisamente contentos con él. Lo cierto es que, a pesar de ser un arma monotiro, el simple hecho de tener un mecanismo de retrocarga no solo proporcionaba una superioridad táctica ante el enemigo, sino que su sistema de cierre deslizante lo convertían en un fusil sólido, muy fiable y con una precisión superior a la de otras armas en servicio en aquel momento. Tras la guerra, los Sharps se convirtieron en todo un símbolo al ser los principales protagonistas de las descomunales matanzas de búfalos que casi llevaron a la extinción a estos soberbios animales, y solo cuando las armas de repetición como los Spencer, los Henry o los Winchester empezaron a propalarse fue cuando comenzó el principio del fin de los Sharps que, en puridad, apenas se fabricaron durante tres décadas si bien muchos de sus propietarios los conservaron muchos años como armas deportivas o de caza.
Christian Sharps (1810-1864) |
A la derecha tenemos el padre de la saga, Christian Sharps, un ingenioso armero que había empezado en el oficio ingresando hacia 1830 como mero aprendiz en el arsenal de Harper Ferrys. En 1848 presentó su primera patente, una carabina de retrocarga mediante un sistema de bloque deslizante vertical. Por si no han caído en la cuenta, la inmensa mayoría de las piezas de artillería han usado y usan el mismo sistema, bien vertical, bien horizontal. La idea era ofrecer un arma para las unidades de caballería que, por razones obvias, tenían verdaderamente complicado cargar un arma de avancarga encima de sus gallardos pencos, y eso de limitarse a accionar un mecanismo, introducir un cartucho de papel y volver a accionar dicho mecanismo para tenerla lista era de lo más atractivo. El siguiente paso era un poco problemático: colocar un pistón dando botes en una silla de montar, pero Sharps ya había contado con ello instalando en su arma el sistema de empistonado Maynard, que seguramente más de uno ha usado cuando jugaba de crío con su pistola de juguete antes de que este tipo de divertimentos fuese incluido en la lista negra de la progresía amante de la libertad que nos dice a todas horas qué debemos comer, beber, a qué hora toca el débito conyugal y, por supuesto, dónde debemos ir de vacaciones y a qué deben jugar nuestros retoños.
Les suena, ¿verdad? Una tira de papel con fulminantes que detonaban uno de cada docena. Bueno, pues esa cosa fue inventada en 1845 por Edward Maynard, un dentista que había intentado ser militar pero que tuvo que renunciar debido a su mala salud. El sistema de empistonado Maynard estaba incorporado de serie en la carabina de Sharps y consistía en una tira de papel sobre la que se depositaba una mezcla detonante formada por 100 partes de fulminato de mercurio y 60 partes de pólvora. Dicha mezcla se distribuía en forma de pequeñas porciones hasta un total de 50 por cinta y se cubrían con otra tira similar. El la foto izquierda vemos el receptáculo para la misma, al que se accedía abriendo una tapa que, dependiendo del arma, era de una determinada forma. Una vez colocada la cinta se sacaba el extremo por una ranura situada justo detrás de la chimenea de forma que, al amartillar el arma, una leva la empujaba de manera que un fulminante quedaba sobre la misma. Al disparar el martillo detonaba el mismo y cortaba el trozo de cinta usado. Obviamente, era un sistema espléndido para no perder tiempo en colocar el pistón a mano, y más tratándose de un jinete. Por lo demás, cincuenta fulminantes daban para muchos tiros, y reponer la cinta agotada era cuestión de segundos.
En la foto de la izquierda podemos ver el aspecto de una carabina Sharps con la tapa del depósito para la cinta, así como un tubo para diez rollos de 50 fulminantes. Como se ve, los rollos se envasaban envueltos en papel encerado. Aunque en teoría las tiras estaban impermeabilizadas, la realidad es que acusaban bastante la humedad, y en el momento en que el arma entraba en acción en un ambiente mugriento, lo que es frecuente de batalla, tenían una enojosa tendencia a fallar por lo que había que amartillar el arma una y otra vez hasta que por fin detonase un fulminante. O sea, igual que las tiras de las pistolas de juguete. De hecho, este sistema ya había sido probado en Crimea por los british (Dios maldiga a Nelson) y, a pesar de la fe que habían puesto en el mismo acabaron convencidos de que era muy mejorable.
Sharps era un tipo ingenioso y tal, pero parece ser que toda su vida estuvo más tieso que la mojama porque prácticamente durante toda su carrera tuvo que subcontratar a otras firmas para que le fabricasen el producto o bien trabajar para ellos como ingeniero cobrando un estipendio aparte en concepto de "derechos de autor", en concreto un dólar por arma vendida. En 1850 se trasladó a Mill Creek, en Pennsylvania, donde contrató a la firma A. S, Nippes para fabricar los modelos 1849 y 1850 ya que él carecía de medios económicos para montar toda una fábrica, pero las continuas dificultades de tipo financiero con Nippes le hizo abandonar Mill Creek apenas un año más tarde para mudarse una vez más en busca de mejores oportunidades, esta vez a Hartford, donde formó la Sharps Rifle Manufacturing Co. donde, una vez más, tuvo que recurrir a una subcontrata, esta vez con la Robbins & Lawrence, logrando vender a los british 6.000 unidades en calibre .577 para ser enviadas a Crimea, aparte de un pedido de 800 unidades más en calibre .54 para el ejército USA, pero la sociedad solo sufrió enormes pérdidas y se declaró en quiebra a pesar de lo jugoso de los contratos. Tras el fiasco, Sharps decidió montar su propia empresa con Richard Lawrence como ingeniero. De ahí salió el modelo 1859 protagonista de esta historia.
El Sharps modelo 59 era una robusta arma de calibre .52 con un peso de 3,9 kilos, una longitud total de 120 cm. y un cañón cilíndrico de 76,2 cm. Se fabricó una versión deportiva de dimensiones similares con cañón octogonal. El corazón del arma estaba en el sistema de cierre deslizante vertical que llevaba incluida la chimenea y el conducto de fuego hasta la recámara. La palanca de cierre actuaba como guardamonte, y para montarlo y desmontarlo bastaba presionar el pequeño tetón que hemos marcado con una flecha, girar el pasador 90º hacia la derecha y sacarlo. A continuación se extraía el cierre completo con la palanca incluida. Esto permitía además que, en caso de verse ante la posibilidad de ser apresado por los malvados rebeldes esclavistas, el atribulado yankee podía sacar el cierre en un periquete y tirarlo bien lejos, inutilizando el arma que sería capturada por el enemigo. Por lo demás, las unidades servidas a los regimientos de Berdan no estaban provistas de engarce para espada-bayoneta, por lo que solo podían usar el modelo de cubo que vimos en la entrada anterior.
El sistema de carga, con cartuchos de lino, estaba ingeniosamente diseñado para asegurar el disparo y, con ello, la fiabilidad del arma. En la foto A vemos un cartucho presentado ante la recámara (en este caso es un cartucho de papel moderno). Basta empujarlo hasta que la bala haga tope con el final de la misma. En la foto B podemos apreciar que una pequeña porción del cartucho queda fuera de la recámara, pero no por un fallo de fabricación, sino para que el filo del cierre corte el extremo del cartucho tal como vemos en las fotos C y D. De este modo la pólvora quedaba totalmente expuesta al fogonazo del pistón, que salía por el centro del bloque de cierre coincidiendo con el centro del ánima.
Aunque se suponía que la obturación era perfecta, lo cierto es que se producía una fuga de gases por la parte inferior del arma. El cierre llevaba en su interior una fina placa que, en teoría, era empujada hacia adelante por los mismos gases de la deflagración, sellando la recámara. Pero, como vemos en la foto, era eso, teoría, y cada vez que se efectuaba un disparo salía una cantidad de gases disparados hacia abajo. No obstante, este era un problema menor que no ofrecía más peligro que tiznar la manga del tirador. Como ventaja adicional, en caso de agotarse los cartuchos incluso se podía recargar por la boca si se disponía de munición Minié de calibre .52. El sistema sería el mismo que en cualquier arma de avancarga: con el cierre echado, como es lógico, se introducía la pólvora, la bala, se atacaba con la baqueta que traía el arma, se cebaba y listo.
Despiece del empistonador Lawrence extraído del gráfico de la patente |
Foto A: Aspecto del cajón de mecanismos del Sharp 1859. Dentro del óvalo rojo se encuentra el empistonador de Lawrence. Por cierto que se aprecian los cuños con los detalles de la patente, que no se diga. El sistema consistía en un depósito que contenía 25 pellets o discos fulminantes que, según explicaremos a continuación, eran colocados sobre la chimenea.
Foto B: Con el arma amartillada se aprecia la ranura por donde el tirador podía ver la cantidad de fulminantes que le quedaban. El muelle helicoidal que se ve dentro era el que los empujaba hacia arriba.
Foto C: La flecha señala el orificio del depósito. Este quedaba cerrado por una tapa corrediza que, a su vez, contenía el empujador. Cuando se amartillaba el arma el empujador retrocedía, y en el momento de apretar el gatillo avanzaba al mismo tiempo, colocando el fulminante justo en el momento previo a que el martillo golpease la chimenea. De quedar colocado antes se caería de inmediato como podemos suponer. Era pues necesario que la sincronización fuese perfecta.
Foto D: Vemos el cierre del dispositivo abierto, preparado para recibir una tanda de fulminantes. La flecha señala el interruptor que lo bloqueaba si se quería empistonar de forma convencional, quedando los fulminantes del depósito de reserva.
Foto E: Ahí vemos el tubo de cobre que contenía los 25 fulminantes. El pequeño taco de madera actuaba como un empujador para introducirlos en el depósito. Una vez dentro, se retiraba el tubo y se cerraba.
Foto F: Aspecto del tubo contenedor. La pequeña porción de algodón del final era para que el muelle no tocara los fulminantes, por si acaso, y para que ejerciera más presión sobre los mismos.
No solo Berdan y sus competentes homicidas estaban muy satisfechos con el arma, sino que incluso el ejército en general hablaba maravillas del mismo así que, muy a pesar de Ripley, que como sabemos en 1863 lo cesaron por paliza, el gobierno adquirió más de 80.000 carabinas para caballería y alrededor de 10.000 fusiles. Incluso los malvados rebeldes esclavistas del sur no dudaron en copiarlo vilmente cuando cayeron en sus manos algunos ejemplares, encargando a la firma S. C. Robinson Arms Manufactory, de Richmond, la fabricación de 1.900 unidades que posteriormente se ampliaron a 3.000 más. La producción tuvo lugar entre los años 1862 y 1864. La copia, como vemos en la foto superior, era prácticamente idéntica al original salvo en que esta carecía de la caja para pistones en la culata y en los engarces para las bayonetas. Hay que considerar que un tirador bien entrenado podía alcanzar una cadencia de hasta diez disparos por minuto contra los tres que se lograban con un mosquete de avancarga normal, así que cualquier unidad dotada con estas armas triplicaba su potencia de fuego, que no es cosa baladí.
En cuanto a los sharpshooter de Berdan, la versión que se les sirvió estaba provista, como ya avanzamos en su momento, de disparador al pelo, mecanismo obviamente necesario o, al menos, que favorecía enormemente la precisión del disparo. El alza de serie era un modelo tangencial abatible graduada desde 100 a 900 yardas. En la foto podemos verla con detalle. Cuando estaba abatida solo disponía de la muesca situada en la bisagra graduada para la distancia mínima (flecha roja). Levantada y con la regleta en su posición más elevada, prácticamente en el límite superior de la ranura central, estaba la marca para 800 yardas(flecha amarilla). Por último, en la parte superior del alza una última muesca para las 900 yardas (flecha blanca). Pero lo más significativo del modelo servido a Berdan era el doble disparador cuyo funcionamiento intentaremos explicar para dejar al cuñado más odioso llorando amargamente de insana envidia. Para ello, en el gráfico inferior intentaremos detallar el funcionamiento del mecanismo de pelo de este fusil.
Pero, antes de nada, una pequeña aclaración para los que no tengan puñetera idea de qué va esto del pelo. Es simplemente un sistema por el que el proceso de disparo se divide en dos fases: una inicial que requiere una mayor presión en el gatillo y que permite que la segunda solo necesite una leve presión para desenganchar el fiador de la nuez. Hay infinidad de mecanismos de este tipo, con dos gatillos o solo con uno, en cuyo caso la primera fase se lleva a cabo presionando hacia adelante el disparador. Aparte de eso, suelen estar provistos de tornillos para regular la presión y el recorrido del gatillo, de forma que el disparo se produzca con el mínimo esfuerzo para no mermar la precisión del mismo. Ojo, esto no quiere decir que, en caso de emergencia, haya que apretar ambos gatillos para poder disparar, o empujar hacia adelante un único gatillo para luego apertar a la inversa. Si era preciso se presionaba sin más el segundo gatillo, caso de ser doble, o el único que hubiese. La diferencia radicaba simplemente en que en vez de tener que vencer una presión de, por ejemplo, 500 gramos, podía ser de 4 o 5 kilos, pero ante una emergencia mejor eso que perder medio segundo que podía ser vital. En todo caso, solo se recurría a este extremo cuando, por ejemplo, un enemigo aparecía de repente a corta distancia, y entonces la precisión era irrelevante porque se le acertaría con seguridad y lo principal era dejarlo en el sitio como fuera. Bien, aclarado este punto (espero) veamos el gráfico inferior.
Para no liarse mucho, mejor abrir esta imagen en una pestaña aparte. Tiene tamaño sobrado para verla con bastante claridad |
Figura A. Veamos, aquí está la madre del cordero. Tenemos dos gatillos, el trasero es el que presionaremos en primer lugar, y el delantero a continuación. La flecha amarilla señala el muelle del gatillo trasero, el cual empuja hacia arriba la leva que hemos sombreado de azul. La flecha azul es el muelle del gatillo delantero que también empuja su correspondiente leva hacia arriba y que hemos sombreado de color verde. Sombreado en naranja vemos el saliente del fiador que presionará la leva para empujarlo hacia arriba y desengancharlo de la nuez. En estas piezas es donde se desarrolla todo el proceso.
Figura B. En primer lugar presionaremos el gatillo trasero. La leva asciende y hace que el apoyo que ejerce sobre la leva del segundo gatillo quede reducido al mínimo tal como podemos ver en el círculo blanco. El tornillo que hay entre los dos gatillos sirve precisamente para regular ese apoyo y dejarlo al gusto del tirador. Dejarlo excesivamente al límite puede producir un disparo fortuito por un simple golpe, y menos recorrido implica lógicamente tener que hacer menos presión sobre el segundo gatillo.
Figura C. Ya solo queda apuntar cuidadosamente y presionar poco a poco el gatillo delantero. Los sharpshooters solían regular la presión entre 1'5 y 2 libras (680-907 gramos). Para hacernos una idea, una pistola de calibre .22 LR para competir en Pistola Estándar puede tener el disparador a un mínimo de 1 kilo, y un arma para competir en Grueso Calibre en 1.350 gramos. Así pues, como vemos, la presión del pelo era similar o inferior a la de un arma de competición moderna. Una vez que presionemos el gatillo y se desenganchen ambas levas, la del gatillo trasero (flecha blanca) saltará hacia arriba impulsada por su muelle (flecha amarilla) y empujando a su vez al fiador (recordemos, sombreado en naranja), que girará sobre sí mismo (flecha verde).
Figura D. El fiador gira en el sentido horario (flecha verde) hasta que la uña del mismo se desengancha de la nuez (círculo blanco), en cuyo momento se libera el martillo unido a la misma y cae con fuerza impulsado por el muelle real (sombreado de rosa, lo siento, pero no me quedan más colores fáciles de distinguir). En ese momento se produce el disparo. Los muelles de los gatillos no se volverán a comprimir hasta que se vuelva a amartillar el arma y se reinicie todo el proceso.
¿Ha quedado claro? ¿Sí? Pues me alegro, porque no sé explicarlo mejor. Si tuviera la pieza completa haría un vídeo donde se podría ver más claramente, pero como no tengo pieza pues o lo procuramos entender así o ajo y agua. En todo caso, la pletina donde están ambos gatillos con sus muelles y levas la podemos ver en la foto inferior. Como presenta la cara opuesta podremos ver quizás un poco mejor las dos levas. La flecha roja marca la muesca donde encaja la leva del gatillo delantero con el resalte marcado con la flecha amarilla. Si estas piezas las coge un armero y las pule a espejo, el disparo será aún más agradable, sin arrastres y con una limpieza absoluta. Y si después de estas explicaciones siguen sin enterarse recurran a un cuñado de esos que son invencibles, que haberlos haylos, y a ver si se lo detalla mejor a cambio de una botellita de malta de 24 años.
Bueno, temas mecánicos aparte, cada tirador llevaba como dotación habitual 60 cartuchos. No obstante, no era una norma fija ya que había al menos dos tipos de cartucheras y, además, cada cual podía añadir por su cuenta las cajas de munición extra que quisiera o pudiera. Si algo no debe faltar nunca en batalla son las municiones y el bocata de chorizo para reponer fuerzas. Como ya sabemos, la munición se servían en paquetes de 10 unidades con 12 pistones porque, como está mandado, siempre podía caerse alguno y no era plan de dejar al personal tirado por ahorrarse un pistón birrioso. En la parte inferior de la foto vemos una cartuchera modelo 1860 con capacidad para 20 cartuchos y provista de un bolsillo delantero para los pistones.
Este era el modelo normalizado del ejército si bien se fabricó otro específico para los Sharps (foto de la derecha) cuyo interior estaba compartimentado en dos cajas de hojalata divididas a su vez en dos partes, una superior con cilindros para alojar diez cartuchos y una inferior con cabida para una caja. Al llevar dos particiones, cada cartuchera tenía capacidad para 40 cartuchos. Los cartuchos estaban fabricados con lino impregnado con nitrato potásico para favorecer su combustión instantánea y con la bala fijada al mismo con barniz a base de colodión. La carga estándar era de unos 65 grains de pólvora para el fusil y de 50 para la carabina (según las fuentes variaba entre los 60 y los 67 grains). La bala era una Minié de 450 grains que alcanzaba una velocidad supersónica, o sea, que si te acertaba en un brazo y tocaba hueso te lo podía separar del cuerpo como si tal cosa, y si te daba en la cabeza quedaba poca cabeza para meter en el hoyo junto al cuerpo.
En fin, criaturas, con esto creo que dejamos sobradamente explicado todo lo referente a este fusil. Solo añadir que a partir de 1869 se modificaron muchas de estas armas procedentes de surplus del ejército para poder disparar cartuchería metálica con fines venatorios, disponiendo de un amplio surtido de calibres entre el .45 y el .50 destinados sobre todo a la caza de búfalos, osos, cuñados y demás animalitos apreciados por sus pieles y, en el tercer caso, sus cabezas solamente. Con todo, como ya se comentó más arriba, las armas de repetición acabaron con los rifles monotiro independientemente de que muchos de ellos siguieron en uso durante décadas, pero la rentabilidad de estas armas ya había tocado fondo por lo que la producción cesó en 1881. Su último y quizás más conocido exponente fue el modelo 1874, fabricado en gran cantidad de calibres. En la foto podemos ver una réplica moderna equipada con un dióptero que permitía unos niveles de precisión increíbles a grandes distancias.
Bueno, supongo que no he omitido nada que sea relevante, así que con esto concluimos, que bastante he escrito ya, qué carajo. Ah, y otro día ya hablaremos de los tiradores de la Confederación, que tampoco se quedaban cortos a la hora de aliñar probos yankees deseosos de liberar a los negros de la esclavitud para hacerlos dignos de comer, beber, sentarse o mear en lugares debidamente acondicionados solo para ellos durante más de un siglo. Qué guays, ¿no?
Hale, he dicho
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