viernes, 13 de septiembre de 2019

Ratas de túnel. 6 curiosidades curiosas 6


Más o menos así sería la trampilla que localizó de forma fortuita el
sargento Green en Cu Chi
Bien, dilectos lectores, con este artículo terminamos esta ilustrativa monografía vietnamita. En el mismo veremos además algunas piezas de su equipo que se mencionaron de pasada y no nos detuvimos a analizarlas un poco más a fondo. Al grano pues...

1. La primera vez que los yankees tuvieron constancia física de la existencia de los túneles fue el martes, 11 de enero de 1966 en el contexto de la Operación Crimp, en Cu Chi. El "afortunado" descubridor fue el sargento Stewart Green, perteneciente al 1er. batallón del 28º Rgto. de Infantería al mando del teniente coronel Robert Haldane. Green era un sujeto canijo y reseco de apenas 58 kilos que, agotado de ver como los charlies aparecían y desaparecían como por ensalmo sin que nadie pudiera perseguirlos o hacerles frente, se echó un rato a descansar junto a sus compañeros. De repente, notó que algo le pinchaba en la espalda, y dando por sentado que se trataba de alguno de los bichos que poblaban la zona y que tenían más mala leche que los vietcongs, se levantó rápidamente para buscarlo y chafarlo de un pisotón. Pero, cual no fue su sorpresa cuando vio que no había bichos, y que lo que le había "picado" en la espalda era un clavo que sobresalía de una pequeña trampilla de madera llena de agujeros de ventilación. Era la primera vez que se encontraba uno de esos túneles de los que tanto habían oído hablar pero que, hasta el momento, permanecían más invisibles que la lista de gastos de las tarjetas black de los políticos. 

Un rata saliendo de un túnel. Generalmente ofrecían el mismo
aspecto: sudorosos, sucios y con la mirada extraviada
Tras informar a Haldane, Green y algunos hombres más se internaron en el túnel. De inmediato encontraron una enfermería con suministros médicos que fueron llevados a la superficie por uno de los hombres del grupo y entregados al capitán Kennedy, de la Unidad de Inteligencia. Mientras que bicheaban el hallazgo, las demás neo-ratas tuneleras salieron echando leches por el boquete aquel. El último en salir fue Green, que informó que en un pasadizo lateral se habían topado con unos 30 charlies que, al igual que ellos, se quedaron con la jeta a cuadros. Se asustaron tanto unos como otros y cada cual dio media vuelta y salieron zumbando en direcciones opuestas. Kennedy ordenó a Green, que ya debía estar maldiciendo la hora en que descubrió el puñetero túnel, que volviera con un intérprete para conminar a los charlies a rendirse, de lo que podemos deducir que el tal Kennedy no debía estar en Inteligencia, sino pegando sellos en una estafeta militar porque los vietcongs no se iban a rendir porque se lo pidiera un paisano acompañado por un sargento yankee birrioso. En cualquier caso, al poco rato salieron con Green dándole collejas al intérprete porque, según aseguraba, se había negado a decir una palabra. El vietnamita se defendía alegando que le faltaba el aire, que no podía respirar y que por eso no pudo hablar. Obviamente, a aquellas horas los vietcongs estaban ya en Birmania por lo menos.

Evacuando a un rata herido
Haldane ordenó entonces verter un poco de gasofa y arrojar varios botes de humo rojo en el túnel para obligar a salir a los malvados enemigos. Cual no fue la sorpresa de los presentes cuando, al cabo de pocos minutos, vieron emerger del suelo mogollón de fumarolas rojas. Era los respiraderos del túnel, por lo que aquel día también tuvieron conocimiento de que aquellas ratoneras eran más complejas de lo que habían imaginado. A la vista de lo visto ordenó arrojar granadas de CS, pero sin resultado porque lo que no sabía era que el complejo tenía miles de metros de galerías. Finalmente, Green, que se consideraría  gafe entre los gafes, tuvo que entrar una vez más para guiar al equipo de demolición encargado de destruir el túnel. Cuando la entrada fue colapsada Haldane puso jeta de satisfacción ante el deber cumplido, pero en realidad lo único que había conseguido era echar abajo una ínfima parte del complejo. La historia de los ratas de túnel acababa de empezar, y durante casi una década tendrían que enfrentarse con los peores miedos del ser humano: la oscuridad absoluta, la asfixia, ser enterrado vivo o verse rodeado de los bichos y sabandijas más asquerosos que se pueda uno imaginar.

Trampa con estacas punji para visitas non gratas. Son fáciles de preparar y,
sobre todo, baratas. No estaría de más instalar una en el recibidor  de casa
para defender el sacrosanto hogar de la familia política.
2. Las dos trampas más habituales que un rata se podía encontrar eran pozos con estacas punji y granadas accionadas por un hilo. En realidad, prácticamente eran las únicas que podían funcionar en un túnel. No creo que ninguno que los que me leen desconozcan las malvadas estacas esas. Los vietcongs las ponían por todas partes y de las formas más variopintas: en senderos, en vados de ríos o canales, plantadas en el fondo de un pozo, en pasarelas basculantes, en rodillos... En fin, la lista sería interminable. En los túneles no era preciso que el pozo tuviera mucha profundidad ya que el rata iría gateando, por lo que no debería exceder de más de la mitad de la longitud de un brazo. De ese modo, al plantar la mano en el suelo este se hundiría y se vería con una o más estacas atravesándosela en base a la densidad de palos que hubieran plantado en el fondo. 

Malvados y alevosos vietcongs preparando un pozo con estacas punji
en un sendero que era el paso habitual de sus cuñados
Preparar una de estas trampas era tan básico que hasta un político aprendería en dos minutos. Bastaba cavar el pozo, plantar varias hileras de finos troncos de bambú afilados en bisel- en algunos casos les daban a la punta forma de arpón para dificultar su extracción-, lo cubrían con una fina estera de palma o tiras de bambú y esta a su vez la ocultaban con tierra. Si una de esas estacas se clavaba lo más sensato no era intentar extraerlas in situ, sino cortarla y evacuar al herido fuera del túnel para ser trasladado a un hospital. Como añadido al evidente destrozo que podía causar en los tendones, los vietcongs las solían untar con excrementos o substancias venenosas. Por lo demás, el término punji parece ser de origen birmano, y aunque este tipo de trampas ya debían usarlas los hombres primitivos, no fue hasta 1872, con la llegada de los british (Dios maldiga a Nelson) a Extremo Oriente, cuando se tuvo constancia de ellas. Cabe suponer que, originariamente, se usaban ante todo para cazar animales. Con todo, aunque este tipo de heridas puede dar bastante repeluco, en realidad no albergaban complicaciones para un equipo médico yankee. Bastaba abrir la herida, extraer la estaca, limpiar y comprobar que no quedasen restos y coserla. Le metían un chute de antitetánica,  lo tenían cinco días a base de penicilina y estreptomicina y santas pascuas. Peor era un balazo de un Kalashnikov, obviamente.

La otra trampa era más chunga por razones obvias, pero no parece ser que se cobrase muchas vidas. Consistía en algo tan simple como una lata embutida en la pared del túnel. Dentro se colocaba una granada de mano, por lo general de origen ruso o chino si bien no eran despreciadas las de procedencia yankee que caían en manos del Vietcong. Como vemos en el detalle, tenemos una granada F1 rusa metida en la lata con el pasador de seguridad extraído. Un finísimo hilo atado a la granada se tendía hacia la pared opuesta de forma que si el rata no lo veía tiraba del mismo, sacando la granada de la puñetera lata. En ese momento la palanca saltaría, explotando entre los 32 y 42 segundos habituales en el retardo de las granadas comunistas. Obviamente, al rata no le daba tiempo de poner tierra de por medio, por lo que si la bomba explotaba adiós muy buenas. Sin embargo, como decíamos al principio, no era un tipo de trampa que funcionase bien en ese entorno ya que el hilo era detectado con cierta facilidad al brillar con la luz de la linterna. Caso de ser detectada, el rata sacaba cuidadosamente la granada de la lata y le colocaba un pasador de seguridad, de los que iba bien provisto. El pasador yankee ajustaba perfectamente en las granadas soviéticas y chinas, así que conjuraba el peligro y seguía adelante. Donde sí eran verdaderamente peligrosas estas trampas era en el exterior, cuando la maleza hacía invisibles los hilos, pero de eso ya hablaremos otro día. Bueno, no quiero mentir, un mes de estos. O un año de estos, seamos realistas...

3. Como hemos comentado, los yankees disponían de un amplio surtido de granadas para perjudicar severamente a los enemigos. A la derecha podemos verlas. La A es una granada de fragmentación M26 "Lemon", por su evidente forma de cítrico. Estaba cargada con 575 onzas (164 gramos) de Compuesto B y una espoleta de retardo de 5 segundos. La B es la M67, otra granada de fragmentación. Estaba cargada con 180 gramos de compuesto B y una espoleta de retardo entre 4 y 55 segundos. La C es una granada ofensiva Mk 3A2, cargada con 8 onzas (226 gramos) de trinitrotolueno. Ese chisme era devastador, con un radio de acción mortal de 2 metros. Pero donde se mostraba más eficaz era en los espacios cerrados debido a la gran onda expansiva que desarrollaba el explosivo. Por último, la D es una M34 "Willie Pete", una granada con una carga de 430 gramos de fósforo blanco activada por un retardo de 4 segundos. Su radio de acción era de unos 30 metros, así que arrojada dentro de un túnel podía ser algo fastuoso. Sin embargo, estas monerías solo podían usarse para despejar la entrada antes de que el rata se aventurase en el interior del túnel, eliminando posibles enemigos y/o activando trampas explosivas. Sin embargo, una vez dentro el rata no podía hacer uso de ellas ni siquiera lanzándolas contra una cámara lateral o un recodo. La onda expansiva lo dejaría hecho un despojillo, por lo que no le quedaba otra que confiar en su pistola. No disponía de otra arma ya que, como vemos, las granadas podían volverse contra él.

4. Ahí tenemos el teléfono TA-1/PT del que tanto hemos hablado pero que aún no hemos visto. En la parte superior vemos el estuche del aparato. En cuanto al teléfono, tenía un peso de 125 kilos y un potencia para emitir hasta una distancia de 4 millas (64 km.). Lo que parece un enchufe son en realidad los bornes de presión donde se metían los cables. En la base está el regulador de volumen. Entre el receptor y el emisor aparece la luz de aviso de llamada. Se encendía cuando desde superficie querían hablar. Y en los costados aparecen dos teclas, la de abajo había que mantenerla pulsada mientras se hablaba, y la otra, que apenas se ve, se pulsaba cuando se quería transmitir, avisando a superficie.  En la parte trasera llevaba un clip para sujetarlo al cinturón o el correaje. Ese chisme era de vital importancia para el rata ya que bajo tierra los aparatos de radio funcionaban menos que un cerebro en plena siesta tras devorar tres platos de lentejas con chorizo. Como es obvio, se empleaban dos aparatos, uno el rata y otro en superficie.

5. El cordón umbilical que unía ambos teléfonos era el cable WD-1, que se distribuía en estos casos en la bobina MX-306A/G, con una capacidad de media milla (804 metros). El cable iba saliendo por el orificio central y, aunque no lo pueda parecer, cuando se llevaban varias decenas de metros fuera era bastante engorroso tener que ir tirando del mismo, y más cuando se habían dejado atrás varios recodos en los que invariablemente se quedaba un poco pillado. En caso de que el rata fuera con un hombre de apoyo, era este el que iba cargando con el puñetero teléfono y tirando del dichoso cable. Eso sí, en base al cable extraído de la bobina al menos se podía saber con bastante exactitud la distancia recorrida hasta que el rata decidía dar media vuelta y salir del hoyo.

6. La compañera inseparable del rata era la linterna en ángulo recto MX-991/U. Estaba fabricada de plástico y era estanca, así que podía usarse sin problema en los asquerosamente húmedos, cuando no chorreantes túneles. Como vemos, tenía un clip para sujetarla al correaje, y a partir de 1973 el interruptor estaba protegido por unas solapas para impedir apagones repentinos por error o en caso de caerse. En la parte inferior está el interruptor en sí, y encima un pulsador para emitir en morse. Estaba alimentada por dos baterías BA-10. Dentro de la tapa tenía una bombilla de repuesto y varios filtros, dos rojos, uno azul, uno blanco y otro blanco difuso. Estas lentes se usaban para emitir distintos tipos de señales. Con todo, algunos ratas preferían usar linternas rectas, si bien eran los menos.

Bueno, imagino que con estas seis curiosidades curiosas podrán chinchar bonitamente al cuñado que se compró los fascículos esos de "Nam", que salieron hace la torta de años. En cualquier caso, creo que con todo lo explicado hemos podido aprender y comprender la penurias de estos probos exploradores subterráneos cuando "corrían el hoyo" y se veían en el "black echo", el eco negro, como denominaban a esos túneles infinitos donde solo había tinieblas impenetrables.

En fin, es la sacrosanta hora de merendar, así que me piro, vampiro.

Hale, he dicho

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Sacando a un rata de un pozo. Algunas entradas no estaban configuradas en forma de suave pendiente, sino como
pozos de varios metros de profundidad en los que, a veces, había varios accesos perpendiculares  a distintos niveles.
Ya los veremos en su momento

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